Robert Wilson - Testigos de las estrellas

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En Blind Lake, una gran instalación federal de investigación, los científicos están empleando una tecnología que apenas comprenden para observar la vida diaria en una ciudad de alienígenas, moradores de un lejano planeta. No son capaces de contactar con ellos, ni comprenden su lengua. Lo único que pueden hacer es observar.
Sin previo aviso, se impone un cordón militar alrededor de Blind Lake. Todas las comunicaciones quedan cortadas. La comida y demás suministros son entregados por control remoto. Nadie conoce el motivo, aunque los científicos siguen con sus investigaciones. Hasta que uno de ellos llega a la conclusión de que aquellos seres, aunque parezca imposible, son conscientes de la observación del proyecto.

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—Vámonos, vámonos, vámonos —dijo.

El viento había arreciado desde la mañana. En la ancha pradera entre la ciudad de Blind Lake y las torres refrigeradoras de Paseo Globo Ocular, la nieve fresca comenzaba a caer.

23

Ray Scutter dejó el auditorio sin un destino concreto en mente, aspirando ráfagas de aire dolorosamente helado cuando las puertas se cerraron a su espalda. Intercambiaba dolor por claridad.

Había cometido un error en el escenario. No, peor que eso: se había metido en un jardín inexplicable. Aquel a ridícula digresión sobre simios y hombres… No es que las ideas no fueran profundas. Pero cuando las había dejado salir habían resultado autoabsorbentes, casi maníacas.

Parte de la culpa la tenía Marguerite. Aquel pequeño discurso piadoso suyo pedía ser refutado. Pero no debía haber mordido el anzuelo. Ray siempre había sido capaz de dominar al público, y le inquietaba que esta vez las cosas se le hubieran escapado de ese modo de las manos. Decidió que había que achacarlo a la tensión.

Nervios, frustración, una locura contagiosa. Ray había leído atentamente los informes de Crossbank, y aquel era el diagnóstico: locura como enfermedad transmisible. Allí, en Blind Lake, por supuesto, podía comenzar en cualquier momento. Quizás ya hubiera empezado; no bromeaba cuando había dicho que el discurso de Marguerite era un síntoma.

Los copos de nieve serpenteaban retorciéndose en el viento. Se había dejado el abrigo en los bastidores del centro de ocio, pero volver allí era algo fuera de discusión. Decidió refugiarse en su despacho, situado a media manzana de distancia, hacer un par de llamadas, realizar alguna evaluación de los daños, averiguar cuánto se había jodido con aquel arrebato en el escenario. Pensamientos errantes circulaban todavía por su cabeza. Sueños diurnos.

Cruzó el vestíbulo del Plaza y entró en un ascensor vacío hasta alcanzar la séptimo planta; la nieve de su cabello se convertía en rocío por efecto del calor. En sus oídos vibraba un zumbido, un ruido interminable. Se había puesto en evidencia, pensó, de acuerdo, pero a largo plazo, incluso a corto plazo, ¿qué importaba? Si nadie iba a dejar vivo Blind Lake (y consideraba aquel o como una posibilidad real), ¿qué importancia tenía su arrebato? ¿Que iba a causar una mala impresión en los investigadores principales? Pues vaya problema. Ya no se dedicaba a intentar ascender en su carrera.

Aún estaba lo bastante bien situado para sobrevivir. Podía salir de la crisis relativamente bien, si hacía lo correcto. ¿Cuál era la opción correcta? Matar los O/CBE, había sido su conclusión. Era demasiado tarde para conseguir el apoyo popular, pero habría podido plantar la semilla, e incluso conseguir unos pocos incondicionales, si Marguerite no lo hubiera provocado. Si no se hubiera perdido en un laberinto de ideas secundarias. Si Tess no lo hubiera interrumpido.

Se detuvo, como paralizado, frente a la puerta de su despacho.

Tess.

Se había olvidado de su hija. La había dejado en el auditorio.

Sacó el servidor del bolsil o de su camisa y pronunció el nombre de Tessa.

Respondió al momento.

—¿Papá?

—Tess, ¿dónde estás?

Ella vaciló. Ray intentó leer sin éxito el significado de aquella pausa. Después continuó.

—Estoy en el coche.

—¿El coche? ¿El coche de quién?

—Eh, el de mamá.

—No vuelves con tu madre hasta el lunes.

—Lo sé, pero…

—No te debería haber recogido. Eso está mal. Eso está pero que muy mal, absolutamente mal por su parte.

—Pero…

—¿Te ha obligado, Tess? ¿Tu madre te ha obligado a entrar en el coche con el a? Puedes decírmelo. Si te está escuchando, tan solo dame una pista. Yo la entenderé.

Llanamente.

—¡No! No fue así. Tú te marchaste.

—Tan solo durante unos minutos, Tess.

—¡Yo no lo sabía!

—Deberías haberme esperado.

—¡Y tú no deberías haber dicho todas aquellas cosas sobre matarla!

—No sé a qué te refieres. Yo nunca haría daño a tu madre.

—¿Qué? ¡Yo me refiero a lo que dijiste en el escenario! ¡Hablaste de matar a la Chica del Espejo!

—Yo no… —Se detuvo, esforzándose por calmarse. Tess era sensible y, por el sonido de su voz, estaba asustada—. No hablaba de la Chica del Espejo. Me debes de haber entendido mal.

—¡Dijiste que teníamos que matarla!

—Hablaba del procesador del Ojo, Tess. Por favor, ponme con tu madre.

Otra pausa.

—No quiere hablar contigo.

—Te tiene que traer conmigo. Está en el acuerdo que hemos firmado. Tengo que hablar con el a sobre esto.

—Nos vamos a casa. —Tess parecía estar al borde de las lágrimas—. Lo siento.

—¿Vas a casa de tu madre?

—¡Sí!

—No tiene derecho…

—¡No me importa! ¡No me importa si no tiene derecho! ¡Al menos el a no quiere matar a nadie!

—Tess, ya te lo he dicho, yo no…

El servidor se desconectó. Tess había apagado la conexión.

Cuando intentó llamarla otra vez no obtuvo respuesta, tan solo escuchó su buzón de voz. Telefoneó a Marguerite. Lo mismo.

—Zorra de mierda —susurró Ray. Refiriéndose a Marguerite. Quizás incluso a Tess, que lo había traicionado. Pero no, no, recapacitando, aquel o no era justo. Tess estaba equivocada. Equivocada porque había sido mimada y consentida por su madre. Que era exactamente de lo que trataba aquel a chorrada de la Chica del Espejo.

Marguerite lo estaba utilizando contra él. Papá quiere matar a la Chica del Espejo. Adoctrinándola. Ray se ponía furioso solo con pensarlo. Únicamente podía imaginar las mentiras que Tess se estaba viendo obligada a creer sobre él.

¿Significaba aquello que también había perdido a Tess?

No. No. Imposible. Todavía no.

Se encerró en su despacho, giró la silla hacia la ventana y pensó en l amar a Dimi Shulgin. Quizás a Shulgin se le ocurriera algo.

La vista desde la ventana era hostil y falta de vida. Blind Lake había aprendido a vivir sin previsiones meteorológicas, pero uno no necesitaba ser meteorólogo para ver acercarse las nubes. Nubes bajas, pesadas por la carga de nieve, empujadas por una galerna del noroeste. Otro episodio de aquel invierno interminable.

La nieve que caía confería a la ciudad un aspecto difuminado, ilusorio, como una fotografía con filtros o el decorado de un escenario pintado en grises. La ventana vibró por una ráfaga de viento, haciendo la imagen levemente más imprecisa. El Sujeto se quedó largo rato observando la tormenta que se aproximaba.

Cuando se volvió, las ruedecillas de su silla se trabaron con algo escondido bajo el escritorio. El personal de limpieza se estaba volviendo descuidado, pero aquello no era nuevo. Una hoja de papel. Con el ceño fruncido, se agachó para recogerla.

EX: Bo Xiang, Laboratorio Nacional de Crossbank.

PARA: Avery Fishbinder, Laboratorio Nacional de Blind Lake.

TEXTO: En respuesta a tu pregunta, las posibilidades de que las estructuras de tierra seca sean de origen natural son escasas. Aunque este tipo de simetría es bastante normal en la naturaleza, el tamaño de las estructuras y el grado de precisión son notables, y sugieren ingeniería más que evolución. No es que sea un argumento definitivo, pero…

Ray dejó de leer y colocó la hoja de papel sobre su escritorio.

Lentamente, tomándose su tiempo, resistiéndose a formular ningún juicio precipitado, abrió la cerradura del escritorio con su l ave y sacó el grueso fajo de hojas impresas que Shulgin le había entregado. Las hojeó rápidamente.

Las páginas no estaban en orden.

Alguien había estado otra vez en su escritorio.

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