Cuando hizo una pausa pudo oír el eco de su voz, una resonancia grave que le devolvían los muros del auditorio.
—En otras palabras, intentamos insistentemente no engañarnos a nosotros mismos. Y lo hacemos muy bien. La barrera entre nosotros y las gentes de UMa 47/E es dolorosamente obvia. Los antropólogos nos han dicho desde hace mucho que la cultura es un conjunto de símbolos compartidos, y que no compartimos ninguno con los sujetos de nuestro estudio. Omnis cultura ex cultura, y las dos culturas son tan diferentes, suponemos, como el agua y el aceite. Nuestras conductas epigenéticas y las suyas no tienen puntos de intersección.
»El aspecto negativo es que nos vemos forzados a partir de principios básicos. No podemos hablar de, digamos una «arquitectura» ctónica, porque deberíamos extraer de esta palabra aparentemente inocente todas las vigas y contrafuertes de motivos humanos y estética humana, sin los cuales la palabra «arquitectura» se convierte en una estructura inestable que no se sostiene. Tampoco nos atrevemos a hablar de «arte», «trabajo», «ocio» o «ciencia» ctónicos. La lista es interminable, y lo que nos queda es simplemente conducta a secas. Conducta para observar y catalogar hasta en sus aspectos más minúsculos.
»Decimos que el Sujeto viaja por aquí, realiza esta o aquel a acción, gira a la izquierda o a la derecha, come tal y tal cosa, y eso si no evitamos la palabra «comer» por su connotación antropocéntrica oculta; quizás «ingerir» sea más adecuada. Quiere decir lo mismo, pero tiene mejor aspecto en un informe escrito. «El Sujeto ingiere un bolo alimenticio de material vegetal». En realidad se ha comido una planta, vosotros lo sabéis y yo lo sé, pero un evaluador de Nature nunca lo daría por bueno.
En ese punto pudo oírse una risa prudente. A su espalda, Ray imitaba burlonamente el sonido de ronquidos.
—Vigilamos la connotación de cada palabra que pronunciamos con el instinto censor de un purgante. Todo en nombre de la ciencia, y a menudo por buenas razones.
»Pero me pregunto si no nos estaremos dejando algo por el camino. Lo que falta en nuestro discurso sobre las gentes de UMa 47/E, sugiero yo, es narrativa. Los nativos de UMa 47/E no son humanos, pero nosotros sí, y los seres humanos interpretan el mundo desarrollando narraciones que lo explican. El hecho de que algunas de nuestras narraciones sean ingenuas, o soñadoras, o simplemente erróneas, no tiene por qué invalidar el proceso. La ciencia, después de todo, es al final una narración. Un antropólogo, o un ejército de antropólogos, puede que estudien detenidamente fragmentos de hueso y los cataloguen de acuerdo con diez o con cien características aparentemente triviales, pero el objeto no expresado de todo su trabajo es una narración, una historia de cómo los seres humanos surgieron a partir de otra fauna del planeta, una historia sobre los orígenes de nuestros antepasados.
»O consideremos la tabla periódica. La tabla periódica es un catálogo, una lista de los elementos conocidos y posibles organizada siguiendo un principio organizador. Es conocimiento estático, exactamente el tipo de conocimiento que estamos acumulando sobre el Sujeto y su especie. Pero incluso la tabla periódica implica una narración. La tabla periódica es una declaración determinante de la historia del universo, el punto final de una larga narración sobre la creación de hidrógeno y helio en el Big Bang, la forja de elementos pesados en las estrel as, la relación entre electrones en los núcleos de los átomos; el núcleo y sus procesos de decadencia, y la conducta cuántica de las partículas subatómicas. Nosotros también tenemos un lugar en esa narración. Nosotros somos en parte el resultado de la química carbónica en agua, otra narración oculta en la tabla periódica, y de igual forma, añadiría yo, lo son las gentes observadas de UMa 47/E.
Hizo una pausa. Había un vaso de agua helada sobre el atril, gracias a Dios. Tomó un sorbo. A juzgar por el sonido ambiental, ya había dado rienda suelta a varias discusiones acaloradas entre cuchicheos entre el público.
—Las narraciones intersecan y divergen, se combinan y recombinan. Para comprender una narración quizás se necesite la creación de otra. La narración es la forma en la que entendemos el universo, y es así más claramente como nos entendemos a nosotros mismos. Un extraño puede parecemos inescrutable, o incluso amenazador, hasta que nos ofrece su historia; hasta que nos dice su nombre, nos dice de dónde viene y a dónde va. Quizás esto también sea cierto con los habitantes de UMa 47/E. No me sorprendería que el os, a su manera, también intercambiaran narraciones. Quizás no lo hagan; quizás tengan una forma distinta de organizar y diseminar el conocimiento. Pero les prometo que no los comprenderemos hasta que comencemos a contarnos entre nosotros historias sobre ellos.
Ahora podía ver más rostros entre el público. Estaba Chris en el centro de la nave lateral, asintiendo de forma alentadora. A su lado Elaine Coster, y al de esta Sebastian Vogel. Marguerite daba por hecho que tenían sus servidores de bolsillo a mano, para el caso de que Ray abandonara rápidamente el auditorio para llegar al Plaza.
Y al á abajo, en la primera fila, estaba Tess, escuchando con atención. Ray debía de haberla traído consigo. Marguerite dirigió una sonrisa a su hija.
—Por supuesto, somos científicos. Tenemos nuestra propia palabra para una narración provisional: la llamamos hipótesis, y la comprobamos a través de observación y experimentación. Y por supuesto, cualquier hipótesis que aventuremos sobre las gentes nativas del planeta debe ser muy, muy provisional. Será una primera aproximación, una suposición cultivada, incluso un tiro a ciegas.
»Sin embargo, creo que hemos sido exageradamente tímidos haciendo conjeturas así. Creo que eso se debe a que las preguntas que tenemos que hacer a fin de crear esa narración son extremadamente inquietantes. Cualquier especie pensante que nos encontremos, y por primera vez en la historia tenemos otro ejemplo con el que compararnos, debe basarse en su biología. Parte de su conducta, en otras palabras, será específica de su historia genética. Si se trata verdaderamente de una especie pensante, sin embargo, parte de su conducta será también discrecional, será flexible, será innovadora. Lo que no quiere decir que sea infaliblemente racional. Quizás más bien al contrario.
»Y aquí, creo yo, descansa la cuestión fundamental que hemos sido reacios a afrontar. Nosotros abrigamos creencias muy arraigadas sobre nosotros mismos. Un teólogo quizás diría que somos una especie en busca de Dios. Un biólogo quizás dijera que somos un conjunto de funciones fisiológicas interrelacionadas capaces de actividades altamente complejas. Un marxista podría decir que somos agentes de un diálogo entre la historia y la economía. Un filósofo podría decir que somos el resultado de la apropiación por parte del ADN de la matemática de las propiedades emergentes en sistemas caóticos semiestables. Consideramos a estas creencias como mutuamente excluyentes y nos aferramos a el as, de acuerdo con nuestras preferencias, con fervor casi religioso.
»Pero yo sospecho que en las gentes nativas de UMa 47/E vamos a encontrar que todas estas perspectivas son útiles por un lado, pero insuficientes. Tendremos que l egar a una nueva definición de «especie pensante», y esa definición debe incluirnos tanto a nosotros como a los nativos. Y eso, sugeriría yo, es lo que hemos estado evitando.
Otro sorbo de agua. ¿Estaba demasiado cerca del micrófono? En las filas de atrás probablemente sonaría como si estuviera haciendo gárgaras.
—Cualquier cosa que digamos sobre la población nativa implica una nueva perspectiva de nosotros mismos. Los encontraremos comparativamente más o menos valientes que nosotros, más o menos amables, más o menos propensos a la guerra, más o menos sensibles… Quizás, en última instancia, más o menos cuerdos.
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