—Hombre, no es alguien que intenta salir de la ciudad, pero de verdad que me encantaría saber dónde ha encontrado una puerta trasera. Esa es una información vital.
—Tabby, estamos en un bloqueo… Seguramente puede esperar hasta que se resuelvan los grandes problemas.
—Este es un gran problema. ¿Me estás pidiendo que lo olvide?
—Yo solo te hago saber que es una niña de once años. Estúdialo por todos los medios, pero no la metamos en una investigación oficial.
—¿Te la encontraste sin más, en la galería?
—Ella me abordó.
—Eso está bastante profundo, Charlie. Es un agujero muy grande.
—Sí, lo sé.
Tabby guardó silencio durante un momento. Charlie dejó que el silencio representara su papel, dejándole a ella el próximo movimiento.
—¿Conoces a la niña? —dijo el a.
—A su madre. ¿Quieres más información? Su padre es Ray Scutter.
—¿Y sabes algo más? Te lo pregunto porque eras tú el que la sacaba del edificio sin notificármelo.
—Sí. Lo siento, pero me cogió por sorpresa. No sé nada más sobre esto que tú, de verdad.
—Aja.
—En serio.
—Aja. Entiéndelo, tengo que ocuparme de cosas como esta.
—Sí. Claro.
—Pero supongo que no tengo por qué tramitar todo el papeleo ahora mismo.
—Gracias, Tabby.
—No tienes que agradecerme nada, de verdad.
—Saludaré a Boomer de tu parte.
—Y dale un poco de enjuague bucal de mi cuenta. En aquella barbacoa del verano pasado nos quitó a todos las ganas de comer. —Colgó sin decir adiós.
Ya a solas, Charlie se permitió por fin poder pensar sobre todo lo que le había ocurrido aquella tarde. Reflexionar profundamente sobre el o. Excepto… bueno, ¿qué cojones había pasado? Había soñado despierto en la galería de los O/CBE, y después estaba lo que la chica vagabundeando. ¿Se suponía que tenía que sacar algo en claro de todo aquello? Quizás hiciera una l amada a Marguerite después del trabajo.
Entretanto, tenía otra pregunta que hacerse. No estaba seguro de si quería conocer la respuesta, pero si no hacía la pregunta le rondaría constantemente por la cabeza, como una jaqueca.
De modo que tomó aire y l amó a su amigo Murtaza, en Captura de Imagen. Tan solo tuvo que esperar un tono.
—Debéis de estar bastante tranquilos por ahí.
—Sí —dijo Murtaza—, tan suave como la seda.
—¿Tendrías tiempo para hacerme un pequeño favor?
—Puede. Tengo pausa a las tres.
—No te va a llevar mucho tiempo. Tan solo necesito que le eches un vistazo a la grabación de hace una hora más o menos, entre las… —calculó—, digamos, entre las doce cuarenta y cinco y la una.
—¿Qué tengo que mirar?
—Cualquier conducta inusual.
—No estás de suerte. Está recorriendo el paisaje, sin más. Es como ver pintar blanco sobre blanco.
—Algo pequeño. Algo gestual.
—¿Podrías ser más específico?
—Lo siento, no.
—De acuerdo, bueno, me basta. —Charlie esperó mientras Murtaza definía el segmento de tiempo y manejaba la herramienta de búsqueda, pasando por todas las imágenes guardadas de la tarde. La comprobación le llevó menos de un minuto—. Nada —dijo Murtaza—, te lo dije.
Aquel o era un alivio.
—¿Estás seguro?
—Amigo mío, hoy el Sujeto es tan predecible como un reloj. Ni siquiera se ha detenido para hacer sus necesidades.
—Gracias —dijo Charlie, sintiéndose como un idiota.
—Absolutamente nada. Tan solo una pequeña señal, a la una menos diez. Se detuvo un instante y echó una mirada por encima del hombro, a nada en concreto. Eso es todo.
—Oh.
—Qué, ¿era eso lo que estabas buscando?
—Tan solo era una idea tonta. Siento haberte molestado.
—No pasa nada. Este fin de semana podríamos quedar para tomar una cerveza, ¿te hace?
—Claro.
—Duerme más, Charlie. Se te nota preocupado.
Sí, pensó. Lo estoy.
Chris se había pasado la mayor parte de la noche consolando a Marguerite. El fragmento de página de la revista no confirmaba nada pero insinuaba un gran peligro, y Marguerite, muy inquieta, volvía repetidamente al tema de Tess: Tess, amenazada por Ray; Tess, amenazada por el mundo.
Se le habían acabado las cosas que decirle.
Ella se había quedado dormida hacia el amanecer. Chris deambulaba por la casa sin dirección concreta. Conocía aquella sensación muy bien, el efecto combinado de temor e insomnio que sobrevenía con la luz de la madrugada, como un mal colocón de anfetaminas. Al final se quedó en la cocina, con las persianas subidas hasta el cielo azul cobalto, con las hileras de casas de estilo residencial iluminadas en el resplandor del amanecer, como cajas de caramelos desvencijadas.
Deseó tener alguna sustancia para alejarse de todo aquel o. Uno de aquel os calmantes que en un tiempo pasaban tan fácilmente por sus manos, algún producto químico tranquilizador y eufórico, o incluso un pequeño porro casero. ¿Tenía miedo? ¿De qué tenía miedo?
No de Ray, ni de los O/CBE, quizás ni siquiera de su propia muerte. Tenía miedo de lo que Marguerite le había dado: su confianza.
Hay hombres, pensó Chris, a los que no se nos debería pedir que sostuviéramos cosas frágiles. Se nos caen al suelo.
Llamó a Elaine Coster tan pronto como el sol estuvo decentemente alto. Le habló de la clínica, del piloto comatoso, de la página chamuscada.
Ella sugirió un encuentro en el Sawyer a las diez.
—Llamaré a Sebastian —dijo Chris.
—¿Estás seguro de que quieres que ese charlatán esté al tanto de esto?
—Hasta ahora ha sido útil.
—Tú mismo —dijo Elaine.
Despertó a Marguerite antes de salir de casa. Le dijo a dónde iba y le preparó una taza con café. Ella se sentó en la cocina, en camisón, con aspecto desconsolado.
—No puedo dejar de pensar en Tess. ¿Crees que Ray habla en serio con lo de quedársela?
—No sé lo que Ray va a hacer o no. La pregunta más inmediata es si ella está en peligro con él.
—¿Si le va a hacer daño, quieres decir? No. No lo creo. Al menos, no directamente. No físicamente. Ray es un hombre complicado, y es un hijo de puta nato, pero no es un monstruo. A su modo, quiere a Tess.
—Se supone que el a tiene que volver el viernes. Quizás lo mejor sea esperar hasta entonces, ver qué es lo que hace cuando ya ha tenido la oportunidad de calmarse un poco. Si insiste en quedársela, entonces tomaremos medidas.
—Si le va a pasar algo malo a Blind Lake, quiero que ella esté conmigo.
—Eso todavía no ha ocurrido. Pero Marguerite, incluso si Tess no está en peligro, eso no quiere decir que tú estés segura. Cuando Ray entró en esta casa se convirtió en un al anador. Está subiendo peldaños. ¿Tienes cerraduras inteligentes?
Ella se encogió de hombros.
—No. Supongo que puedo hacer una l ave nueva… Pero entonces Tess no podrá entrar sin mí.
—Haz una llave nueva y pon al día el carnet de Tess, aunque tengas que ir a la escuela a recoger certificados. Y no seas descuidada. Mantén la puerta cerrada cuando estés sola en casa y no abras sin comprobar quién es. Estáte segura de que tienes tu servidor de bolsillo a mano. En caso de emergencia, l ámame a mí, o a Elaine, o incluso al tipo de seguridad, cuál es su nombre…, Shulgin. No intentes manejar la situación tú sola.
—Da la impresión de que hubieras pasado por esto antes.
Chris se marchó sin responder.
Se sentó en una mesa apartada el Sawyer alejada de la ventana. El restaurante no estaba muy concurrido. Contra la costumbre, se podía ver al cocinero de pocos vuelos y a una pareja de camareras. Las posibles elecciones de menú se reducían a sandwiches: de jamón, de queso, o de jamón y queso.
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