La galería estaba pensada principalmente para las visitas. Era un sitio donde podías llevar a un congresista de paso o a un primer ministro europeo, antes del bloqueo. La galería discurría por encima de los tanques desde una altura de seguridad. En ausencia de turistas, normalmente estaba desierta; Charlie a menudo iba al í para estar solo.
Se apoyó en el cristal interno de tres centímetros de espesor y echó un vistazo a las tres plantas que alcanzaban los tanques O/CBE. Aquellos objetos humillantes, pensando en el espacio interestelar… Se suponía que uno no podía decir aquel o, pero pensaban, eso era innegable, aunque se insistiera (como hacían los teóricos) en que meramente «exploraban un finito pero inmenso espacio-fase cuántico de complejidad exponencialmente creciente». Sí, meramente aquello. Los O/CBE cogían imágenes de las estrel as y las soñaban sobre un panel de píxeles «explorando el espacio-fase cuántico». Aquello era una ensalada mental, pensaba Charlie. Enséñame los cables. ¿Qué era lo que capturaban de verdad, y cómo lo hacían? Nadie podía decirlo.
¿Qué es un ángel? El que baila sobre la cabeza de un alfiler. ¿Quién baila sobre la cabeza de un alfiler? Un ángel, por supuesto.
Los O/CBE eran tan solo la parte más importante de la gigantesca máquina que los mantenía. Incluyéndolo todo, el Ojo ocupaba una inmensa cantidad de metros cuadrados. De pie allí, en mitad de todo aquel o, Charlie imaginó que podía sentir la fría ferocidad de sus pensamientos. Cerró los ojos. Sueña una explicación para mí.
Pero lo único que podía ver detrás de sus párpados era la imagen del Sujeto, el Sujeto perdido en las tierras del interior de su viejo y seco planeta.
Era curioso lo diáfano que parecía aquel sueño de ojos abiertos, investido con una claridad al menos tan vivida como la de la transmisión en directo desde el monitor de su despacho. Como si fuera él quien caminaba sobre las huel as del Sujeto. La luz del sol era cálida y de un par de tonos más azul que la de la Tierra, pero el cielo era blanco, cargado de polvo. Una suave brisa empujaba torbellinos en miniatura que viajaban cientos de metros a través de aquellas explanadas manchadas de cal, antes de acabar por desvanecerse.
Extraño. Charlie se apoyó en el muro de cristal y se imaginó extendiendo la mano hacia el Sujeto. Seguramente los O/CBE nunca habían transmitido una imagen tan depurada, tan sobrenaturalmente pura, como aquella. Podía, si quería, contar cada protuberancia de la piel llena de guijarros del Sujeto. Podía oír las pisadas mecánicas de sus enormes y polvorientos pies; y podía ver el rastro que el Sujeto dejaba a su paso, dos líneas paralelas trazadas en el material granular del suelo del desierto. Podía oler el aire: olía como rocas calientes, como granito cargado de mica expuesto al sol del mediodía.
Se imaginó posando su mano sobre el hombro del ser, o al menos sobre aquella especie de cartílago que se inclinaba detrás de la cabeza del Sujeto y que pasaba por ser un hombro. ¿Cómo sería al tacto? No sería como el cuero, pero sería duro, pensó Charlie, cada poro abultado como un nudil o enterrado, algunos de el os l enos de pelos blancos en punta. La cresta, enrojecida por la sangre, seguramente servía para ajustar su temperatura corporal al calor reinante; y si la tocaba, pensaba Charlie, tendría el tacto húmedo y flexible, como la carne del cactus…
El Sujeto se detuvo abruptamente, como asustado por algo, y se dio la vuelta. Charlie se encontró mirando a los ojos blancos como bolas de billar de la criatura, y pensó: ¡Oh, mierda!
Abrió lo ojos de par en par y se apartó del cristal. Estaba allí, en la galería de los O/CBE. A salvo en casa. Parpadeó, dejando atrás lo que tan solo podía haber sido un sueño.
—¿Te encuentras bien?
Paralizado por segunda vez, Charlie se volvió y vio a una niña detrás de él. Llevaba un abrigo de invierno torpemente abrochado, con uno de los lados del cuello apuntando más al á de su barbilla. Se enredó un mechón de cabellos alrededor de un dedo.
Le parecía familiar.
—¿No eres la hija de Marguerite Hauser? —dijo él.
La chica frunció el ceño, y después asintió.
El primer impulso de Charlie fue l amar a seguridad, pero la chica (Tess, recordó, era su nombre) parecía tímida y no quería asustarla. En lugar de aquello, le hizo una pregunta:
—¿Tu mamá o tu papá están aquí?
Ella sacudió la cabeza negativamente.
—¿No? ¿Quién te ha dejado entrar?
—Nadie.
—¿Tienes una tarjeta de identificación?
—No.
—¿No te han detenido los guardias?
—Entré cuando no había nadie mirando.
—Vaya truco. —De hecho, debería haber sido imposible. Pero allí estaba, con los ojos saltones y claramente insegura—. ¿Buscas a alguien?
—No, realmente.
—¿Qué te trae aquí entonces, Tess?
—Quería verlo. —Hizo un gesto hacia los O/CBE.
Por un momento, Charlie tuvo miedo de que le preguntara cómo funcionaban.
—¿Sabes? —dijo Charlie—, no deberías estar vagabundeando por aquí tu sólita. ¿Qué tal si vienes a mi despacho y l amo a tu mamá?
—¿Mi mamá?
—Sí, tu mamá.
La chica pareció pensárselo mejor.
—De acuerdo —dijo.
Tess se sentó en el despacho de Charlie, mirando unos fol etos bril antes que él le había reunido mientras llamaba al servidor de bolsillo de Marguerite. Esta se sorprendió al ver que la llamaba, y su primera duda fue referente al Sujeto: ¿había ocurrido algo interesante?
Depende de cómo lo mires, pensó Charlie. No podía quitarse aquel sueño sobre el Sujeto de la cabeza. Mirándose a los ojos. Había parecido ridículamente real.
Pero no le habló de eso.
—No quiero preocuparte, Marguerite, pero tu hija está aquí.
—¿Tess? ¿Aquí? ¿Aquí dónde?
—En el Ojo.
—Se supone que debería estar en el colegio. ¿Qué está haciendo allí?
—En realidad no está haciendo nada del otro mundo, pero se las ha ingeniado para burlar a los guardias y pasear hasta la galería de los O/CBE.
—Estás de broma.
—Ya me gustaría.
—¿Cómo es eso posible?
—Buena pregunta.
—Entonces… ¿está metida en un lío, Charlie?
—Está aquí, en mi despacho, y no veo la necesidad de organizar un escándalo por esto. Pero quizás quieras venir hasta aquí y recogerla.
—Dame diez minutos —dijo Marguerite.
Tess cal ó mientras Charlie la acompañaba al aparcamiento. No parecía querer hablar, y ciertamente no de cómo se había logrado introducir en el complejo. Al poco tiempo su madre se acercó rápidamente hasta el os con el coche y Tess subió agradecida al asiento trasero.
—¿Necesitamos hablar sobre esto? —preguntó Marguerite.
—Quizás más tarde —dijo Charlie.
Una vez de vuelta en su despacho, recibió una l amada de alta prioridad de Tabby Menkowitz, de Seguridad.
—Qué tal, Charlie —dijo el a—. ¿Cómo está Boomer?
—Un viejo sabueso, pero sano. ¿Qué sucede, Tab?
—Bueno, tengo una notificación de alerta en mi software de no-reconocimiento. Cuando comprobé las cámaras allí estabas tú, escoltando a una pequeña fuera del edificio.
—Es una delegada de un grupo de niños. Haciendo novillos, con preguntas sobre el Paseo.
—¿Qué has hecho, pasarla de tapadil o en una mochila? Porque la hemos captado cuando salía pero no cuando entró.
—Sí, bueno, yo me preguntaba lo mismo. Dice que simplemente se coló cuando nadie estaba mirando.
—Tenemos cobertura total con nuestras cámaras de seguridad, Charlie. Siempre están mirando.
—Supongo que entonces es un misterio. Tampoco tenemos que ponernos nerviosos con esto, ¿no?
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