Robert Wilson - Testigos de las estrellas

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En Blind Lake, una gran instalación federal de investigación, los científicos están empleando una tecnología que apenas comprenden para observar la vida diaria en una ciudad de alienígenas, moradores de un lejano planeta. No son capaces de contactar con ellos, ni comprenden su lengua. Lo único que pueden hacer es observar.
Sin previo aviso, se impone un cordón militar alrededor de Blind Lake. Todas las comunicaciones quedan cortadas. La comida y demás suministros son entregados por control remoto. Nadie conoce el motivo, aunque los científicos siguen con sus investigaciones. Hasta que uno de ellos llega a la conclusión de que aquellos seres, aunque parezca imposible, son conscientes de la observación del proyecto.

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Le preguntó por él a Ari al día siguiente. Ari le dijo que Sebastian era un académico retirado, no un sacerdote, y que era uno de los tres periodistas que se habían quedado atrapados en Blind Lake. Sebastian había escrito un libro titulado Dios & el vacío cuántico (Ari le entregó un ejemplar). El libro era bastante más árido que una novela de Tiffany Arias, pero considerablemente más sustancial.

Aun y todo, Sebastian Vogel no fue mucho más que una presencia silenciosa en la casa hasta la noche en la que la encontró haciéndose un porro en la mesa de la cocina.

—Oh, yo… —dijo Sebastian desde la puerta.

Era demasiado tarde para esconder la lata de gal etas o el papel de fumar. Con culpabilidad, Sue intentó hacer un chiste de aquello.

—Hum —dijo ella—, ¿quieres acompañarme?

—Oh, no, no puedo…

—No, lo entiendo perfectamente…

—No puedo abusar de tu hospitalidad. Pero tengo unos cuantos gramos en mi equipaje, si no te importa compartirlos conmigo.

Las cosas fueron a mejor después de aquello.

Él tenía quince años más que Sue y su cumpleaños era el nueve de enero. Después de un tiempo compartieron la cama. A Sue le gustaba muchísimo (y era mucho más divertido de lo que había supuesto), pero también sabía que aquello era probablemente tan solo un «romance de bloqueo», un término que había escuchado en la cafetería. Los «romances del bloqueo» se habían extendido por toda la ciudad. La combinación de claustrofobia y ansiedad constante había resultado ser un verdadero afrodisíaco.

Su cumpleaños cayó en sábado, y Sue lo había estado preparando durante semanas. Había querido hacerle un pastel de cumpleaños, pero no había encontrado preparados en las tiendas, y no se atrevía a intentar cocinar uno desde cero. De modo que se había decidido por la siguiente mejor opción: había ejercitado su ingenio.

Llevó el pastel al comedor con una única vela clavada encima.

—Feliz cumpleaños —dijo el a.

En realidad no se parecía demasiado a un pastel. Pero tenía un valor simbólico.

Por la pequeña boca de Sebastian se abrió paso una sonrisa, oscurecida parcialmente por su bigote.

—¡Esto es demasiada amabilidad! ¡Gracias, Sue!

—No es nada —dijo el a.

—No, está muy bien. —Admiró el pastel—. No he visto comida de lujo desde hace semanas. ¿Dónde has encontrado esto?

No era realmente un pastel. Era un DingDong con una vela de cumpleaños puesta encima.

—Es mejor que no lo sepas.

El sábado, Sebastian había acordado encontrarse con sus amigos para comer en el Sawyer. Le pidió a Sue que fuera con él.

Ella estuvo de acuerdo, pero no sin ciertas dudas. Sue había ganado una beca de estudios avanzados hacía unos veinte años, y al único sitio al que la había llevado era a su glorioso trabajo de oficina en Blind Lake. Se había quedado fuera de las conversaciones técnicas demasiadas veces como para disfrutar una tarde de charla de pares sobre periodismo científico. Sebastian le aseguró que no iba a ser así.

—Se hablará sin pelos en la lengua, pero nada de pedantería.

Quizás sí, quizás no.

Sue condujo hasta el Sawyer, porque Sebastian no tenía coche propio. Aparcaron bajo una lluvia de nieve blanda. El viento era frío, el sol asomaba de cuando en cuando entre un mar de nubes. El aire del interior del restaurante era adormecedoramente cálido y húmedo.

Sebastian le presentó a Elaine Coster, una mujer flaca con aspecto amargado, no mucho mayor que ella misma, y a Chris Carmody, considerablemente más joven, alto y un poco ceñudo, pero atractivo de una forma tosca. Chris era amigable, pero Elaine, después de un flácido apretón de manos, dijo:

—Sebastian, hay más en ti de lo que sospechábamos.

A Sue le sorprendió la animosidad en la voz de la mujer, casi burlona, y la evidente indiferencia de Sebastian.

La comida consistía en sopa y sandwiches, el inevitable menú postbloqueo. Sue hizo algunos comentarios graciosos, pero la mayor parte del tiempo escuchó hablar a los demás. Hablaron de la política en Blind Lake, incluyendo algunas especulaciones sobre Ray Scutter, y se preocuparon por la perenne cuestión del bloqueo. Estuvieron recordando a personas de las que el a nunca había oído hablar hasta que comenzó a sentirse ignorada, aunque Sebastian mantenía una mano sobre su muslo bajo la mesa y le daba apretones cariñosos de cuando en cuando.

Finalmente hubo una parte de cotilleo donde se sintió más integrada en la conversación. Salió a colación que Chris vivía con la ex de Ray Scutter, y que Ray había estado haciéndose el macho fuera de la clínica de Blind Lake hacía un par de semanas. Era la típica gilipollez de Ray, y así lo hizo constar Sue.

Elaine le lanzó una mirada larga y turbadora.

—¿Qué es lo que sabes de Ray Scutter?

—Me ocupo de su despacho.

Los ojos de Elaine se abrieron de par en par.

—¿Eres su secretaria?

—Asistente ejecutiva. Bueno, sí, secretaria, básicamente.

—Guapa y con talento —le dijo Elaine a Sebastian, que meramente sonreía con su sonrisa inescrutable. Elaine volcó de nuevo su atención sobre Sue, que resistió el impulso de huir de aquella mirada de láser—. ¿Qué es lo que sabes de Ray Scutter?

—De su vida privada, nada. De su trabajo, prácticamente todo.

—¿Te habla sobre el o?

—Oh, Dios, no. Ray juega sus cartas bien cerca del pecho, principalmente porque tiene el as de la incompetencia. ¿Conoces al tipo de gente que no pinta nada en un sitio y al que le gusta hacer todo tipo de trabajo desagradecido, para al menos parecer útil? Ese es Ray. No me cuenta nada, pero la mitad del tiempo tengo que explicarle su propio trabajo.

—¿Sabes? —dijo Elaine—, circulan rumores sobre Ray.

O quizás, se preguntó Sue, yo soy la que no pinto nada.

—¿Qué tipo de rumores?

—Que Ray quiere acceder a los servidores ejecutivos y leer los correos electrónicos de la gente.

—Oh. Bueno, eso es…

Sonó un teléfono móvil. Chris Carmody sacó su teléfono de su bolsillo, se retiró y susurró algo. Elaine le dirigió una mirada envenenada.

—Lo siento, gente. Marguerite necesita que cuide a su hija —dijo al volver a la mesa.

—Por Dios —dijo Elaine—, ¿es que todo el mundo se va a dedicar a cuidar la casa en este puto sitio? ¿Qué eres tú ahora, un canguro?

—Se trata de algún tipo de emergencia, dice Marguerite. —Se levantó.

—Vete, vete —dijo ella mirando hacia otro lado. Sebastian asintió amigablemente.

—Ha sido un placer conocerte —le dijo Chris a Sue.

—Lo mismo digo. —Parecía bastante majo, si acaso un poco distraído. Era ciertamente mejor compañía que Elaine, con su visión de rayos X.

Una visión que Elaine enfocó sobre el a tan pronto como Chris se hubo ido de la mesa.

—Entonces, ¿es cierto? ¿Ray está haciendo algún tipo de pirateo informático ilícito?

—No sé nada de ilícito. Planea hacerlo público. La idea es que quizás en los mensajes anteriores al bloqueo que se encuentran en los servidores del personal directivo se pueda hallar alguna pista sobre la causa de toda esta situación.

—Si llegó algún tipo de mensaje antes del bloqueo, ¿cómo es que Ray no recibió ninguno?

—Él tenía un puesto bajo en la jerarquía antes de que todo el mundo se fuera a la conferencia de Cancún. Además, es nuevo aquí. Tenía contactos en Crossbank, pero no lo que uno llamaría amigos. Ray no hace amigos.

—¿Y eso le concede el derecho de acceder a servidores restringidos?

—Eso piensa él.

—Eso piensa él, pero, ¿ha hecho verdaderamente algo al respecto?

Sue consideró su posición. Hablar con la prensa sería una manera perfecta de que la despidieran. Sin duda, Elaine le prometería anonimato total (o dinero, si ella se lo pedía. O la luna). Pero las promesas eran como los cheques falsos, fáciles de escribir y difíciles de cobrar. Quizás sea estúpida, pensó Sue, pero no tan estúpida como esto mujer piensa.

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