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Ted Dekker: Negro

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Ted Dekker Negro

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Nada es como parece cuando se estrellan los sueños y la realidad. Huyendo de sus agresores por callejones abandonados, Thomas Hunter apenas se escapa yéndose al techo de un edificio. Luego una bala silenciosa de la noche roza su cabeza… y su mundo se vuelve negro. De la negrura surge la asombrosa realidad de otro mundo, un mundo donde domina el mal. Un mundo en el que Thomas Hunter se enamora de una mujer hermosa. Pero luego se acuerda del sueño en el que lo perseguían por un callejón mientras extiende su mano para tocar la sangre en su cabeza.? ¿Dónde termina el sueño y comienza la realidad? Cada vez que se queda dormido en un mundo, se despierta en otro. Pero en ambos, le aguarda un desastre catastrófico… quizás incluso sea causado por él.

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– Bueno, creo que les advertiste -comentó Kara tranquilamente.

– Tengo que descansar un poco. Siento que me voy a desmoronar.

– Te llevaré a la cama -indicó ella deslizándole el brazo por el de él y guiándolo por el pasillo-. Y no voy a permitir que nadie te despierte hasta que hayas dormido suficiente. Eso es definitivo.

Él no discutió. De todos modos no había nada que pudiera hacer por el momento. Tal vez allí no había nada más que él pudiera hacer. Nunca.

– No te preocupes, Thomas. Creo que dijiste lo que debías decir. Muy pronto cambiarán de actitud. ¿Correcto?

– Quizá. Espero que no.

Ella entendió. Lo único que les cambiaría la actitud sería un estallido real de la variedad Raison, y nadie podría esperar eso.

– Estoy orgullosa de ti -afirmó ella.

– Y yo estoy orgulloso de ti -convino él.

– ¿Por qué? ¡Yo no estoy haciendo nada! Tú aquí eres el héroe.

– ¿Héroe? -se burló Tom-. Probablemente sin ti yo estaría en algún cuadrilátero en el centro de alguna ciudad, intentando demostrar mi valía.

– Tienes mérito -objetó ella.

Entraron al ascensor y subieron solos.

– Puesto que pareces aceptar mis sugerencias, ¿te importa si hago otra? -inquirió Kara.

– ¡Claro! Aunque no estoy seguro de que mi agotada mente esté dispuesta a entender algo más por el momento.

– Se trata de algo en que he estado pensando -comentó Kara e hizo una pausa-. Si el virus se libera, no sé cómo alguien lo podría detener físicamente. Al menos no en veintiún días.

– ¿Y? -investigó él, asintiendo.

– Especialmente si el asunto ya es historia, como lo averiguaste en el bosque verde, de donde viene todo esto, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– Sin embargo, ¿por qué tú? ¿Por qué se te dio a ti esta información? ¿Por qué estás brincando entre estas realidades?

– Porque estoy relacionado de alguna manera.

– Porque eres el único que finalmente podría influir en el resultado. Tú lo empezaste. El virus existe debido a ti. Quizá sólo tú lo puedas detener.

El ascensor se detuvo en el noveno piso, y ellos se encaminaron a la suite.

– Si eso es verdad -comentó él-, entonces que Dios nos ayude a todos, créeme, porque no tengo idea de qué hacer. Sólo dormir. Aun así, hemos sido abandonados. Hace tres días mi total comprensión de Dios fue desafiado al máximo, al menos en mis sueños. Ahora está siendo desafiado otra vez.

– Entonces duerme.

– Duermo, y sueño.

– Sueña -declaró ella-. Pero no sólo sueñes. Quiero decir que sueñes realmente.

– Te olvidas de algo -sugirió él entrándola a la habitación.

– ¿De qué?

– El bosque verde desapareció. El mundo ha cambiado -recordó él suspirando y dejándose caer en una silla junto a la mesa-. Estoy en el desierto, medio muerto. Sin agua, fruta ni roushes. Me matan ahora, y me muero realmente. Si algo sucede, la información tendrá que fluir de otro modo para mantenerme vivo allá.

Inclinó la cabeza.

– Ahora hay que entender eso.

– No sabes eso -objetó Kara-. No estoy diciendo que debas salir a que te maten y ver qué sucede, por favor. Pero hay una razón de que estés allá. En ese mundo. Y hay una razón de que estés aquí.

– ¿Qué exactamente estás insinuando entonces?

– Que emprendas en esa realidad una búsqueda minuciosa que nos ayude aquí. Toma tu tiempo. No hay correlación entre el tiempo de allá y el de acá, ¿correcto? -manifestó ella tirando su bolso en la cama y mirándolo a los ojos.

– Tan pronto como me quedo dormido allá, estoy aquí.

– Entonces encuentra una manera de no estar aquí cada vez que duermes. Pasa en esa realidad unos días, una semana, un mes, todo el tiempo que necesites. Halla algo. Aprende nuevas habilidades. Quienquiera que llegues a ser allá, lo serás aquí, ¿no es así? Así que llega a ser alguien.

– Soy alguien.

– Lo eres, y te amo por cómo eres. Pero por el bien de este mundo, llega a ser alguien más. Alguien que pueda salvar este mundo. Vete a dormir, sueña, y regresa como un hombre renovado.

El miró a su hermana. Repleta de optimismo. Pero ella no entendía el grado de devastación en la otra realidad.

– Tengo que dormir -declaró él dirigiéndose a su habitación.

– Sueña, Thomas. Sueños prolongados. Grandes sueños.

– Lo haré.

36

LA MENTE de Tom se llenó de imágenes de un muchacho parado inocentemente en el centro de un espacio colorido, la barbilla levantada hacia el cielorraso, los ojos desorbitados, la boca bien abierta.

Johan. Y su piel era tan tersa como un charco de leche chocolatada. Su profunda melodía gutural retumbó de repente en el espacio, sobresaltando a Tom.

Se volteó de lado en su dormitar.

Por un momento la noche se quedó en silencio. Luego el muchacho comenzó a cantar otra vez. Discretamente ahora, con ojos cerrados y manos alzadas. Melodiosos estribillos flotaron hacia los cielos como trinos de pájaros. Subieron la escala y empezaron a distorsionar.

¿Distorsionar? No. Johan siempre entonaba una canción impecable hasta la última nota. Pero el sonido subía la escala y se elevaba más como un lamento que como un cántico. Johan estaba sollozando.

Los ojos de Tom se abrieron. La suave luz de la mañana le inundó la visión. Los oídos se le llenaron con el sonido de un niño cantando en tonos entrecortados.

Se incorporó sobre un codo, miró alrededor, y posó la mirada en la roca lisa a veinte pasos de donde se hallaban él y Rachelle. Allí, en dirección al bosque que habían dejado atrás, sentado con las piernas cruzadas sobre la roca lisa, y de espaldas a ellos, Johan entonaba un cántico. Sin duda una débil y entrecortada melodía. Pero de todos modos un cántico.

Rachelle se irguió hasta quedar sentada al lado de él y miró a su hermano. Tenía la piel reseca y despellejada. Igual que la de Tom. Este tragó saliva y miró a Johan, quien gemía con los brazos extendidos totalmente.

– Elyon, ayúdanos -cantó-. Elyon, ayúdanos.

Tom se puso de pie. Todo el cuerpo de Johan temblaba mientras luchaba con las notas. El muchacho parecía estar llorando. Llorando bajo el poder menguante de sus propias notas, o quizá porque no podía cantar como antes.

Junto a Tom, Rachelle se puso lentamente de pie sin quitar la mirada de la escena. Lágrimas le humedecieron las manchadas mejillas. Tom sintió que el pecho se le oprimía. Johan levantó su pequeño puño y gimió con mayor intensidad… una desgarradora interpretación de tristeza, ansias, ira y súplica de amor.

Por largos minutos siguieron mirando a Johan, quien se lamentaba por todos los que oían. Un lloro por todos los que sacarían tiempo para escuchar los lamentos de un niño abandonado y torturado que agonizaba lentamente lejos del hogar. Sin embargo, ¿quién supuestamente podría oír tal canto en este desierto?

Si tan sólo Michal o Gabil vinieran y le dijeran qué hacer. Si tan sólo él pudiera hablar una vez más, sólo una última vez, al niño del lago en lo alto.

Si tan sólo pudiera cerrar los ojos y volverlos a abrir ante la vista de un niño parado en la elevación de arena a la izquierda de ellos. Como el niño parado allí ahora. Como…

Tom se quedó paralizado.

El niño estaba parado allí, en la elevación al lado de los peñascos, mirando directamente a Johan. ¡El niño del lago en lo alto!

Como conducidos por una mano invisible, Johan y Rachelle dejaron de sollozar. El niño dio tres pasos hacia la roca lisa y se detuvo. Los brazos le colgaban a los costados. Los ojos eran grandes y verdes. Brillantes e imponentemente verdes.

Los delicados labios del niño se abrieron levemente, como si fueran a hablar, pero sólo se quedó mirando. Un rizo suelto de cabello le colgaba entre los ojos, levantándose delicadamente en la brisa matutina.

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