– No te tendré soñando con una hermosa mujer llamada Monique mientras yo esté amamantando a tu hijo -objetó Rachelle.
Eso lo dejó helado.
– ¿Quieres de veras darme hijos?
– ¿Tienes una idea mejor? -cuestionó ella, e hizo una pausa-. No veo otro hombre alrededor. Y te amo, Thomas, aunque sueñes con otra mujer.
– Y yo te amo, Rachelle -confesó él agarrándole la mano y besándola-. Nunca soñaría con otra mujer. Nunca.
– Por desgracia parece como si esto estuviera fuera de tu control. Si sólo tuviéramos la fruta del rambután, te la daría todas las noches para que nunca más vuelvas a soñar.
Tom se puso de pie.
– ¿Qué pasa?
– El niño…
– ¿Sí? ¿Qué pasa con el niño?
– Él me dijo en el lago de lo alto que siempre tendría la alternativa de no soñar.
– Y sin embargo soñaste anoche -lo acusó ella investigándole el rostro-. ¿Fue esa tu elección?
– No, ¿pero y si existiera el rambután?
– Las frutas ya no son iguales.
– Pero tal vez él dejó esta. ¿Cómo más yo no soñaría? Él me hizo una promesa.
Los ojos de ella se iluminaron. Examinó la orilla del bosque.
– Está bien, bañémonos.
***
PASARON VARIAS horas buscando el rambután y, mientras lo hacían, buscaron también material para construir un refugio en el claro. Para el mediodía habían perdido la esperanza de encontrar algún rambután en este bosque, así como había desaparecido la urgencia de Tom en encontrarlo, aunque no le dijo esto a Rachelle. Los sueños parecían lejanos y abstractos en medio del nuevo entorno en que se hallaban. Le parecía absurda la idea de estar soñando con otra mujer de la cual Rachelle estaría celosa.
La observó caminar delante de él por el bosque, y supo sin la menor sombra de duda que nunca amaría a alguna mujer como la amaba a ella. Ella tenía el espíritu de un águila y el corazón de una madre. Hasta le gustaba la manera en que discutía con él, llena de entereza.
Le encantaba la forma en que ella caminaba. El modo en que el cabello le caía sobre los hombros. La manera en que se le movían los labios al hablar. Ella era hermosa, incluso con piel reseca y ojos grises, aunque estaba impresionante la primera vez que salió de la laguna con la piel tersa y los ojos verdes, riendo a la luz del sol.
La idea de que Rachelle tuviera algún temor de un sueño era absurda. Él insinuó que ella siguiera buscando mientras él volvía su atención al refugio que debían construir. Tenía algunas ideas de cómo levantar uno. Podría incluso saber cómo fabricar metal.
Y ella quería saber qué ideas eran esas.
Algo de mis sueños, él había cometido la equivocación de decir.
Tal vez el rambután era después de todo una buena idea.
Johan finalmente había vuelto de su viaje explorador y le ayudó a Tom con el primer cobertizo, construido de arbustos y hojas. Tom sabía cómo debía verse, y sabía cómo hacerlo.
– ¿Cómo sabías la forma de amarrar esas enredaderas? -quiso saber Johan cuando terminaron el techo-. Nunca había visto algo así.
– Esta -explicó Tom, frotando cariñosamente los nudos-, es la forma en que lo hacen en las selvas de Filipinas. Se sujetan palmas a estos…
– ¿Dónde están las Filipinas? -preguntó Johan.
– ¿Las Filipinas? En ninguna parte, en realidad. Sólo algo que inventé.
Y era verdad, pensó. Pero ahora con menos convicción.
Rachelle entró a zancadas al campamento en el mismo momento en que Tom pensaba que deberían ir a buscarla.
– ¿Cómo están mis hombres? Vaya, esto que ustedes tienen aquí parece algo habilidoso -elogió ella analizando el cobertizo-. ¿Qué es?
– Esta es nuestra primera casa -respondió Tom sonriendo.
– ¿De veras? Más parece una tapia -opinó ella rodeándola-. O un techo caído.
– No, no, esto es más que una tapia -expuso Tom-. Es la estructura completa. ¡Es perfecta! ¿No te gusta?
– Bastante funcional, supongo. Para una o dos noches, hasta que puedas construirme habitaciones y una cocina con agua corriente.
Tom no supo qué responder. Más bien le gustaba la sensación abierta del lugar. Ella tenía razón, desde luego. Finalmente tendrían que construir una casa, y él también tenía algunas ideas de cómo hacerla. Pero creía que el cobertizo era muy elegante.
– Creo que es muy ingenioso -reconoció ella mirándolo y guiñándole un ojo-. Algo que edificaría un gran guerrero.
Luego ella sacó la mano de atrás de la espalda y le lanzó algo.
– Atrápalo.
Él lo agarró con una mano. Era un rambután.
– ¿Lo encontraste?
– Cómetelo -le ordenó ella sonriendo.
– ¿Ahora?
– Sí, por supuesto, ahora.
Él mordió la pulpa. El néctar sabía cómo a una combinación entre banano y naranja pero ácido. Como banano-naranja-limón. -Todo -afirmó ella.
– ¿Lo debo comer todo para que funcione? -investigó él aún atragantado con el primer mordisco.
– No, pero quiero que te lo comas todo. Él se lo comió todo.
***
RACHELLE OBSERVÓ dormir a Thomas. El pecho se le henchía y le bajaba firmemente al sonido de la profunda respiración. Una leve palidez le cubría el cuerpo, y ella supo que si pudiera verle los ojos estarían sin brillo, como los de ella. Pero nada de esto la preocupaba. El lago los limpiaría tan pronto como se bañaran. Lo que le preocupaba eran estos sueños de Tom. Sueños con las historias y con una mujer llamada Monique. Rachelle se dijo que había más acerca de las historias. Después de todo, existen probadas razones para suponer que una preocupación con las historias había metido a Tanis en problemas. Pero 'lo que más le preocupaba a ella era la mujer.
Los celos habían sido un elemento del Gran Romance, y la intención de Rachelle no era atenuarlos ahora. Thomas era su hombre, y ella no estaba dispuesta a compartirlo con nadie, mujer de sueños o no.
Si Thomas tenía razón, comer la fruta de Teeleh en el bosque negro antes de haber perdido la memoria fue lo que dio inicio a sus sueños en primer lugar. Ahora ella oró con desesperación porque lo que quedaba de la fruta de Elyon le limpiara de la mente esos sueños a Tom.
– Thomas -lo llamó inclinándose sobre él y besándole los labios-. Despierta, cariño.
Él gimió y cambió de posición. Una sonrisa agradable le cruzaba el rostro. ¿Sueño profundo? ¿O Monique? Pero él había dormido como un bebé y ninguna vez le susurró el nombre de la mujer.
Rachelle no podía prolongar más su paciencia. Ya había estado despierta por una hora, esperando que él despertara.
– ¡Despierta! -exclamó después de darle una palmadita en el costado y levantarse-. Hora de bañarse.
– ¿Qué pasa? -quiso saber él sentándose de un salto.
– Hora del baño.
– Es tarde. ¿He estado durmiendo todo este tiempo?
– Como una piedra -respondió ella.
Tom se frotó los ojos, se levantó y se dirigió al fuego.
– Hoy empiezo a construir tu casa -anunció.
– Fantástico -opinó ella mirándolo fijamente-. ¿Soñaste?
– ¿Soñé? -exclamó él como si hurgara en la memoria.
– Sí, ¿soñaste?
– No sé. ¿Soñé?
– Sólo tú lo sabes.
– No. La fruta que me diste funcionó. Por eso dormí tan bien.
– ¿No logras recordar algo? ¿Ningún viaje fantasmal a Bangkok? ¿No rescataste a la hermosa Monique?
– Lo último que soñé al respecto fue que me quedé dormido después de la reunión. Eso fue hace dos noches -confesó él extendiendo las manos y sonriendo deliberadamente-. No más sueños.
Ella sabía que él le estaba diciendo la verdad. La fruta obró como el niño había prometido.
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