El conocía muy bien a este murciélago, ¿o no? Al menos sabía que ahora su esperanza reposaba en esta criatura.
Tom vio en su visión periférica que miles de las negras criaturas se alinearon en los desnudos árboles detrás de él. Trepó tambaleándose al puente y se agarró fuertemente de las barandas para apoyarse. Su mente empezó a vagar con el agua que corría por debajo. Lenta pero firmemente atravesó el puente, sobre las precipitadas aguas, todo el camino hasta el otro lado. Cayó en un espeso lecho de pasto verde esmeralda.
Estaba agonizando. Eso fue lo último que pensó antes de que el dolor lo metiera a empujones al mundo de la inconsciencia.
ALGO LO despertó. Un ruido o una brisa… algo lo había arrancado de – sus sueños.
Tom parpadeó en la oscuridad. Respiró fatigosamente, e intentó aclarar la mente. Los murciélagos no fueron simple producto de su imaginación. Nada lo era. Su nombre era Tom Hunter. Había caído sobre una roca y perdido la memoria, y había escapado del bosque negro. Con dificultad. Ahora acababa de perder el conocimiento y estaba soñando.
Soñando que era Tom Hunter, perseguido por agiotistas a los que había estafado cien mil dólares cuatro años atrás en Nueva York.
El problema era que sentía tan real este sueño de Denver como el del bosque negro. Tendría que haber una manera de comprender si él estaba de verdad, en este mismo instante, tendido físicamente sobre un lecho de hierba verde o mirando el cielorraso de un apartamento en Denver, Colorado. Probaría la realidad de este ambiente poniéndose de pie y caminando alrededor, pero eso no iba a ser de ayuda si sentía que sus sueños eran reales. Se podría asegurar que tenía destrozada la piel, o roto el brazo; sin embargo, ¿desde cuándo los sueños reflejaban la realidad? Se había fracturado el brazo en el bosque negro, pero aquí en este sueño de Denver podría estar totalmente sano. La condición del cuerpo de una persona no necesariamente se correlaciona con los sueños.
Tom movió el brazo. No tenía huesos rotos. Debía encontrar una manera de salirse de este sueño y despertar en la orilla del río antes de que muriera allí, tendido en el pasto.
La puerta se abrió y Tom reaccionó sin pensar. Agarró el machete, rodó hasta el suelo, y se puso en posición uno, con la hoja extendida hacia la puerta.
– ¿Tom?
Kara se hallaba en la puerta, frente a él con ojos desorbitados. No había duda de que ella parecía muy real. Parada allí mismo, vestida con su uniforme blanco de enfermera, el largo cabello rubio recogido, y los ojos azules tan brillantes y resueltos como siempre. Él se enderezó.
– ¿Esperabas a alguien? -preguntó ella mientras pulsaba el interruptor.
El apartamento se iluminó. Si esto era real y no un sueño, la luz podría atraer sabandijas nocturnas. Los neoyorquinos.
– ¿Parece que estuviera esperando a alguien? -preguntó a su vez Tom.
– ¿Para qué es el machete? -interrogó ella, señalándole la mano con un gesto de la boca.
Tom bajó la hoja. Esto no podía ser un sueño, ¿o sí? Ahora estaba aquí en su apartamento, no tendido inconsciente cerca de algún río.
– Tuve un sueño absurdo.
– Ah, ¿cómo así?
– Lo sentí real. Quiero decir realmente real.
– Una pesadilla, ¿eh? -señaló Kara mientras lanzaba la cartera al extremo de la mesa-. ¿No se sienten así todas las pesadillas?
– Este no fue sólo como cualquier sueño que se siente real. Me quedo dormido en mi sueño, y luego despierto aquí.
Ella lo miró, perpleja.
– Lo que estoy diciendo es que despierto aquí sólo cuando me quedo dormido allá.
– ¿Y? -cuestionó ella poniendo la mirada en blanco.
– ¿Y cómo sé que no estoy soñando aquí, ahora mismo?
– Porque yo estoy parada aquí, y puedo decirte que ahora mismo no estás soñando.
– Desde luego que puedes. Estarías en el sueño, ¿no es así? Por eso creerías que eres real. Por eso creo que eres…
– Has escrito demasiadas novelas, Thomas. Es tarde, y necesito dormir un poco.
Ella tenía razón. Y si tenía razón, los problemas de ellos no eran tan sencillos como un caso de novelista con ideas delirantes que es perseguido por murciélagos negros.
Kara dio media vuelta y se dirigió a su cuarto.
– Este… ¿Kara?
– Por favor. Precisamente ahora no tengo energías para otra crisis.
– ¿Qué te hace creer que esta es una crisis?
– Sabes que te amo, hermano -expresó ella, volviéndose-, pero créeme, cuando te despiertas con un machete en la mano, diciéndome que soy parte de tu sueño, pienso: Tommy se está poniendo como una fiera.
La observación de ella era correcta. Tom miró por la ventana. Ninguna señal de algo.
– ¿Me he puesto antes como una fiera? -cuestionó él-. No recuerdo haber hecho eso.
– Vives como una fiera -resaltó ella, e hizo una pausa-. Lo siento, eso no es justo. Aparte de comprar veinte mil dólares en esculturas que no logras vender, de intentar contrabandear pieles de cocodrilo en ellas, y…
– ¿Sabes acerca de eso?
– Por favor -enunció ella, sonriendo-. Buenas noches, Thomas.
– Me dispararon en la cabeza esta noche -confesó, y de pronto le volvió la urgencia; corrió a la ventana y miró haciendo a un lado la cortina-. Si esto no es un sueño, entonces tenemos un gravísimo problema.
– Ahora estás soñando -afirmó ella.
Tom se quitó la gorra. La herida debe haber sido obvia, porque los ojos de ella se abrieron de par en par.
– No te engaño. Me persiguieron unos tipos de Nueva York y me dispararon en la cabeza. Me desmayé en un basurero pero escapé antes de que me encontraran. Y tienes razón, no estoy muerto.
Kara se le acercó, incrédula.
– ¿Te dispararon en la cabeza? -preguntó, mientras le revisaba suavemente el cuero cabelludo, como haría una enfermera.
– Está bien. Pero nosotros quizá no lo estemos.
– ¡Es una herida en la cabeza! Necesitas un vendaje sobre esto.
– Es sólo una herida superficial.
– Lo siento, Tommy. No tenía idea. El cerró los ojos y respiró profundo.
– Si sólo supieras. Soy yo quien debería estar apenado -manifestó él, y luego continuó hablando entre dientes-. No puedo creer que esté sucediendo esto.
– ¿No puedes creer lo que está sucediendo?
– Tenemos un problema, Kara -declaró él, caminando de un lado otro; ella iba a matarlo, pero ahora él no tenía alternativa-. ¿Recuerdas cuando mamá perdió la razón después del divorcio?
– ¿Y?
– Yo estaba allí con ella en Nueva York. Mamá no podía trabajar, se metió en una grave deuda, y fueron a quitarle todo.
– Le ayudaste a solucionar el asunto-añadió Kara-. Vendiste tu parte de la compañía de turismo y la sacaste de apuros. ¿Es eso lo que vas a decir?
– No, no vendí nada. Yo ya estaba quebrado.
– No me digas que pediste dinero prestado a esos pillos de los que solías hablar.
No hubo respuesta.
– ¿Thomas? ¡No! No -exclamó ella levantando las manos en exasperación y apartándose; luego se volvió-. ¿Cuánto?
Tom sacó el recibo, se lo entregó, y regresó a la cortina, ahora tanto para evitar la mirada de Kara como para volver a revisar el perímetro.
– ¿Cien dólares?
– Mil -contestó él.
– ¿Cien mil dólares? ¡Eso es una locura!
– Bueno, a menos que esté soñando, eso es real. Mamá necesitaba sesenta para saldar la cuenta, tú necesitabas un auto nuevo, y yo necesitaba veinticinco mil para mi nuevo negocio. Las esculturas.
– ¿Y saliste de Nueva York como si nada pasara, esperando que ellos se quedaran satisfechos con eso?
– No salí como si nada. Dejé un rastro hasta Sudamérica y luego partí con toda la intención de pagarles a tiempo. Tengo un comprador en Los Angeles que está interesado en las esculturas… debería sacar cincuenta, y eso sin el contrabando. Sólo que tardé un poco más de lo que esperaba.
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