Ted Dekker - Negro

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Nada es como parece cuando se estrellan los sueños y la realidad.
Huyendo de sus agresores por callejones abandonados, Thomas Hunter apenas se escapa yéndose al techo de un edificio. Luego una bala silenciosa de la noche roza su cabeza… y su mundo se vuelve negro. De la negrura surge la asombrosa realidad de otro mundo, un mundo donde domina el mal. Un mundo en el que Thomas Hunter se enamora de una mujer hermosa. Pero luego se acuerda del sueño en el que lo perseguían por un callejón mientras extiende su mano para tocar la sangre en su cabeza.? ¿Dónde termina el sueño y comienza la realidad? Cada vez que se queda dormido en un mundo, se despierta en otro. Pero en ambos, le aguarda un desastre catastrófico… quizás incluso sea causado por él.

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Kara estaba diciendo algo. ¿Qué? -preguntó él.

– …en la mañana. Hasta entonces…

Eso fue todo lo que él captó.

6

AL PIE DEL puente que formaba un arco, sobre espesa hierba verde, el – hombre ensangrentado yace boca abajo como si hubiera estado muerto por días. Las negras bestias en la orilla opuesta han abandonado los carbonizados árboles. Dos criaturas blancas están inclinadas sobre el cuerpo boca abajo, sus alas plegadas alrededor de sus peludos torsos, sus cortas y débiles piernas se mueven de tal modo que sus cuerpos se balancean como pingüinos.

– Rápido, dentro del bosque -instó Michal.

– ¿Podemos arrastrarlo? -preguntó Gabil.

– Desde luego que podemos. Agárralo de la otra mano.

Se inclinaron, aunque no mucho (erguidos sólo medían como un metro) y transportaron al hombre desde la orilla. Michal los guió sobre el pasto, por los árboles, dentro de un pequeño claro rodeado por árboles frutales. En el terreno no había desechos ni piedras, pero no podían darle ninguna prelación a la barriga del hombre. Pronto eso no importaría.

– Aquí -anunció Michal soltando la mano del hombre-. Supongo que no puede oírnos.

– Por supuesto que ni puede entendernos. No señor -respondió Gabil, arrodillándose al lado del hombre-. ¿Cómo nos puede entender estando inconsciente?

– ¿Dices que lo guiaste para que saliera del bosque negro? -preguntó Michal tanteando ligeramente el hombro del individuo con un débil pie parecido a la pata de un ave.

No que debería dudar de su amigo, pero Gabil tenía una manera de sacar provecho de cualquier historia. Ese fue más un comentario que una pregunta.

Gabil asintió y arrugó su frente ligeramente peluda. La expresión parecía fuera de lugar en su rostro redondeado y suave.

Tiene suerte de haber salido con vida -manifestó Gabil estirando un ala en la dirección en que habían venido-. Con las justas logró atravesar los árboles negros. Deberías haber visto a los shataikis que lo atacaban. Al menos diez.

Gabil brincaba alrededor del cuerpo caído.

Debiste haberlo visto, Michal. De veras que debiste verlo. Él debe ser del lado lejano… no lo reconozco.

– ¿Cómo pudiste haberlo reconocido? Le destrozaron la piel.

– Lo vi antes de que le quitaran la piel. Te lo aseguro, este nunca antes había estado en estas partes -contestó Gabil, meneándose y vigilando de nuevo el postrado cuerpo.

– Bueno, él no bebió el agua; es lo que en realidad importa -expresó Michal.

– Pero pudo haberlo hecho si yo no hubiera entrado volando -discutió Gabil con entusiasmo.

– ¿Y por qué entraste volando…?

Ellos ya casi nunca enfrentaban a los murciélagos negros. Hubo un tiempo, hace mucho, en que se habían lidiado heroicas batallas, pero de eso ya había pasado un milenio.

– Porque vi el cielo negro con shataikis como desde kilómetro y medio, por eso. Entré volando alto, pero cuando vi al hombre, ya no pude dejarlo. Había mil de esas bestias volando como locas en círculos alrededor de mí, te lo digo. En cierto modo, algo espectacular.

– ¿Y cómo te las arreglaste para escapar de mil shataikis?

– ¡Michal, por favor! ¡Se trata de mí! El conquistador de shataikis – exclamó Gabil al tiempo que levantaba un ala imitando burlonamente un saludo-. Moscas o alimañas, negras o rojas, espoléalas. Las enviaré a las tinieblas.

El esperó una reacción de Michal, y al no recibirla, continuó.

– En realidad, los tomé por sorpresa. En la sombra. ¿Y te conté lo de las moscas? Embestí en medio de una multitud de insectos como si fuera el mismísimo aire.

– Por supuesto que lo hiciste -contestó Michal, e hizo una pausa pensando-. Bien hecho.

Michal inclinó la cabeza y analizó la espalda del hombre, que se inflaba al respirar. Aún salía sangre de los tres hoyos abiertos en el cuello, las posaderas y el muslo derecho, donde los shataikis lo habían comido hasta el hueso. Su carne temblaba bajo el ardiente sol. Había algo raro respecto del hombre. Era bastante extraño que alguien de una de las aldeas distantes hubiera entrado al bosque negro. Sólo había ocurrido una vez antes. Pero lo más extraño era que se podía oler la fetidez que salía de la respiración del harapiento tipo… como el aliento de los murciélagos shataikis.

– Bueno, démonos prisa entonces. ¿Tienes el agua?

– ¿Hola?

Los dos giraron a la vez. Una joven mujer estaba parada al borde del claro, con los ojos bien abiertos. Rachelle.

***

RACHELLE MIRO el ensangrentado cuerpo, asombrada ante la horripilante escena. ¿Había visto alguna vez algo tan terrible? ¡Nunca! Se acercó corriendo, la túnica roja se le agitaba debajo de las rodillas.

– ¿Qué… qué es?

Un hombre, por supuesto. Rachelle pudo ver eso por los músculos en la espalda y las piernas. Se hallaba sobre el vientre, la cabeza vuelta hacia ella, todo ensangrentado.

– ¿Quién es?

Los roushes, Michal y Gabil intercambiaron una mirada.

– No lo sabemos -contestó Michal.

– No es alguien conocido -terció Gabil-. No señor, este es alguien de una de las otras aldeas.

Rachelle se detuvo, boquiabierta. Un brazo del hombre mostraba un ángulo extraño, hábilmente roto debajo del codo. El pecho de ella se llenó de empatía.

– ¡Pobre! ¡Pobre ángel, pobrecito! -exclamó arrodillándose al pie del hombro masculino-. ¿Cómo le pudo haber sucedido algo como esto?

– Los murciélagos. Lo guié desde el bosque negro -expresó Gabil.

– ¿Los murciélagos? -preguntó ella con un destello de inquietud-.

– ¿Estaba él en el bosque negro?

– Sí, pero no bebió del agua -informó Michal.

Se hizo silencio entre ellos. ¡Esta era la obra de los shataikis! En realidad ella nunca había visto uno, mucho menos se había topado con sus colmillos, pero aquí en la hierba había suficiente evidencia de la terrible brutalidad de esas bestias. Mucha sangre. ¿Por qué los roushes no lo habían sanado de inmediato? Ellos sabían tanto como ella cómo la sangre corrompía a un hombre. Corrompía al hombre, la mujer, el niño, la hierba, el agua, todo lo que tocaba. No debía derramarse. Y en las raras ocasiones en que sucedía, había acuerdos.

La ira desplazó la inquietud de Rachelle. ¿Qué clase de pensamiento podría influir en alguna criatura para hacerle esto a un hombre?

– ¡Por esto es que Tanis ha hablado de hacer una expedición para destruir a los murciélagos! -exclamó ella-. ¡Es horrible!

– ¡Y cualquier expedición pondría a Tanis en la misma condición! – enunció Michal de manera impaciente-. No seas ridícula.

Rachelle retornó la mirada hacia el cuerpo sangriento. El respiraba a un ritmo constante, inconsciente a este mundo. Pobre e inocente alma.

Pero un aire de misterio e intriga parecía manar del hombre. Había entrado al bosque negro sin sucumbir al agua. ¿Qué clase de varón podría hacer algo así? Sólo uno muy fuerte.

– El agua, Gabil -dijo Michal.

El roush más pequeño sacó de debajo del ala una bolsa de cuero con agua.

Rachelle deseó estirar la mano; tocar la piel del hombre. El pensamiento la sorprendió.

¿Podría él ser el hombre? Este pensamiento la sorprendió aún más. ¿Cómo podía ella atreverse a pensar en elegir para casarse a un hombre que no conocía?

Michal había agarrado el botellón de cuero de Gabil y sacado el corcho del cuello.

Cuan absurdo que ella pensara en este hombre maltratado como algo más que alguien que necesitara con desesperación el agua y el amor de Elyon. Pero el pensamiento se le fortaleció en la mente. Ella se sintió irrevocablemente atraída, como la sangre al corazón. ¿Desde cuándo hombres y mujeres calificaban a quienes escogían? Todos los hombres eran buenos, todas las mujeres eran buenas, todos los matrimonios perfectos. ¿Por qué entonces no este hombre si tan de repente ella se sintió atraída por compasión hacia él? Él era el primero que había visto en tan desesperada necesidad del agua de Elyon.

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