¿Hay algún problema? -preguntó el más grande de los dos peludos blancos.
Tom miró. Acababa de oír palabras que venían de los labios de un animal.
Pero eso no era nada extraño, ¿o sí? No del todo. Sacudió la cabeza para aclarar los pensamientos, pero estos permanecieron confusos. La criatura volvió a hablar.
– Viniste del bosque negro. No te preocupes, no bebiste el agua. Soy Michal, este es Gabil, y esta… Es Rachelle -señaló con su ala a la mujer, y le pronunció el nombre como si debiera significar algo para Tom. Por último preguntó-. ¿Cómo te sientes?
– Si, ¿cómo te sientes? -repitió la otra criatura, Gabil.
Por su mente pasaron detalles de su carrera a través del bosque negro. Sintió todo vagamente conocido, pero su recuerdo no se extendía más allá de la última noche, cuando había despertado después de golpearse la cabeza sobre la roca. Se palpó la herida en el cráneo. Ya no estaba.
Bajó la mirada hacia su cuerpo y lentamente recorrió con una mano su pecho desnudo. No tenía heridas, moretones, ni siquiera una señal de la carnicería que recordaba de la persecución.
– Me siento bien -contestó Tom mirando a la mujer.
Ella arqueó una ceja y sonrió.
– ¿Bien? -averiguó, yendo hacia delante con pies descalzos y deteniéndose a un brazo de distancia-. ¿Cómo te llamas?
– ¿Thomas Hunter? -expresó él titubeando.
– Pues me alegro de conocerte, Thomas Hunter.
Ella alargó la mano y él intentó agarrarla, pero en vez de eso ella deslizó los dedos sobre la palma de él. Ese era el saludo. Él hasta había olvidado eso.
– Eres un hombre hermoso, Thomas Hunter -expresó ella-. Te he elegido.
La mujer lo dijo suavemente, y sus ojos le brillaron como estrellas. Era claro que esta información implicaba algo importante, pero Tom no tenía la más mínima idea de qué podría ser. No dijo nada.
Ella agachó la cabeza, retrocedió, y lo traspasó con una mirada contagiosa, como si acabara de revelar un secreto profundo y encantador.
Sin pronunciar otra palabra, ella se volvió y entró corriendo al bosque.
KARA DESPERTÓ a las tres de la mañana con un espantoso dolor de cabeza. Intentó hacer caso omiso del dolor y quiso volver a dormir antes de despertar por completo, pero su mente se resistió desde el mismo momento en que recordó el conflicto que Tom había traído a casa.
Finalmente hizo a un lado las cobijas, entró a su baño, e ingirió dos pastillas de calmante con un trago grande de agua fría. Si el apartamento tenía alguna deficiencia, era la ausencia de aire acondicionado.
Salió a la sala y se detuvo ante el canapé. Tom se hallaba cubierto con el edredón teñido que ella le había puesto encima, su posición prácticamente no había cambiado desde que lo dejara dos horas antes. Fallecido para el mundo.
Enmarañado cabello castaño se le rizaba sobre las cejas. Boca cerrada, respiración firme y profunda. Mandíbula recta, bien afeitada. Cuerpo delgado y fuerte. Mente tan amplia como los océanos.
Kara había sido injusta al cuestionarle su decisión de traer sus problemas a Denver. Él había venido por el bien de ella; ambos lo sabían. Él era el bebé de la familia, pero siempre había sido quien cuidara de todos. La única razón de que él no contestara la aprobación a Harvard como planeó inicialmente fue que mamá lo necesitó después del divorcio; y la única razón de que no hubiera reanudado su educación después de haber instalado a mamá fue porque su hermana mayor lo necesitó. Él había puesto su propia vida en compás de espera por ellas. Kara podría hacerse la dura con él, pero difícilmente podría culparlo por sus hazañas alternativas. Él nunca se había sentado a ver pasar el mundo. Si no iba a ser Harvard, sería algo más igual de extravagante.
Algo tan extravagante como pedir prestados cien mil dólares a un usurero para pagar la deuda de mamá y empezar un negocio nuevo. Con suficiente tiempo, lo pagaría, pero el tiempo no estaba de parte de ellos.
Sí, ahora el problema les pertenecía a los dos, ¿correcto? ¿A dónde diablos irían?
La hermana pensó en despertarlo para asegurarse que él estaba bien. A pesar de que en un principio los rechazó, este asunto de soñar de manera vivida era muy raro en Tom. Él no hacía nada sin cuidadoso estudio. No era dado a fantasear. Sus análisis podrían ser rápidos y creativos, e incluso espontáneos, pero no andaba por ahí hablando de alucinaciones. Era claro que el golpe en la cabeza lo había afectado en su discernimiento.
¿En qué estaría soñando ahora?
Kara recordó la corta transferencia de ellos hacia Estados Unidos cuando ella estaba en décimo grado y él en octavo. En las dos primeras semanas él deambuló por la escuela como una mascota perdida… intentando encajar, y fallando. Él era diferente y todos lo sabían. Una tarde uno de los jugadores de fútbol, un defensa con bíceps más grandes que los muslos de Tom, lo tildó de «chino asiático delicado y debilucho», y Tom perdió finalmente su serenidad. De una sola patada mandó al muchacho al hospital. Después de eso lo dejaron tranquilo, pero nunca hizo muchas amistades.
Tom aparentaba ser muy fuerte durante el día, pero Kara oía a altas horas de la noche sus suaves lloriqueos en el cuarto contiguo. Ella se propuso rescatarlo. En los años siguientes pensaría que tal vez en ese entonces fue cuando empezó su propia desvinculación de los típicos hombres estadounidenses. En cualquier momento haría de su hermano un jugador de fútbol relleno de esferoides.
Kara dio un paso adelante, se inclinó y le besó la frente a Tom.
– No te preocupes, Thomas -susurró-. Saldremos de esto. Siempre lo hemos hecho.
***
TOM SE PARÓ en el claro y miró a las dos criaturas blancas. Sin duda eran extrañas, con sus blancos cuerpos peludos y sus piernas delgadas. Las alas no estaban hechas de plumas, sino de piel, como las de los murciélagos, pero blancas como el resto de sus cuerpos.
Todo conocido, pero de manera muy extraña.
– Los murciélagos negros -enunció-. Soñé que murciélagos negros me perseguían en el bosque.
– Eso no fue sueño -contestó Gabil con tono emocionado-. ¡No señor! Tuviste suerte que yo llegara en el momento en que lo hice.
– Lo siento, no… no logro recordar qué está pasando.
Las dos criaturas lo analizaron con miradas en blanco.
– ¿No recuerdas nada? -indagó Michal.
– No, es decir, sí. Recuerdo que me perseguían. Pero anoche me golpeé la cabeza en una roca y perdí el conocimiento -explicó Tom, luego hizo una pausa e intentó pensar en la mejor forma de expresar su desorientación-. No recuerdo nada antes de que me golpeara la cabeza.
– Entonces perdiste la memoria -dijo Michal, y se acercó balanceándose-. ¿Sabes dónde estás?
Tom retrocedió instintivamente, y la criatura se detuvo.
– Bueno… no por completo. En cierto modo, pero no de veras -confesó, y se frotó la cabeza-. En realidad debí haberme golpeado.
– Bien entonces. ¿Qué sabes? -preguntó Michal.
– Sé que mi nombre es Thomas Hunter. De algún modo entré al bosque negro con alguien llamado Bill, pero caí y choqué de cabeza contra una roca. Bill bebió el agua y se alejó…
– ¿Lo viste beber el agua? -inquirió Michal.
– Sí, definitivamente bebió del agua.
– Ummm.
Tom esperó que la criatura explicara su reacción, pero solamente le indicó que continuara.
– Adelante. ¿Qué pasó entonces?
– Entonces te vi -señaló a Gabil-, y corrí.
– ¿Es todo? ¿Nada más?
– No. Excepto mis sueños. Recuerdo mis sueños. Ellos esperaron con expectación.
¿Quieren saber mis sueños?
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