– No, ese no sería el caso. Llevarías otra marca.
Seguramente ellos no esperaban que él fuera tras esta mujer por obligación.
– Aún tengo que escogerla, ¿no es así? Pero no puedo. No en esta condición. Ni siquiera sé si le gustaré.
Los dos roushes se miraron estupefactos.
– Temo que no entiendas -expresó Michal-. No es asunto de gusto. Por supuesto que le gustarás. Es tu decisión, de otro modo no sería elección.
Sin embargo, y debes creerme en esto, tu especie abunda en amor. Elyon los hizo de este modo. Como él mismo. Te enamorarías de cualquier mujer que te elija. Y cualquier mujer que elijas te elegiría. Así es como es.
– ¿Y si no lo siento de ese modo?
– ¡Ella es perfecta! -exclamó Gabil-. Todas lo son. Te sentirás de ese modo, Thomas. ¡Lo harás!
– Somos de aldeas diferentes. ¿Se irá ella así nomás conmigo?
– Detalles menores -explicó Michal-. Puedo ver que esta pérdida de memoria podría ser un problema. Ahora en realidad deberíamos irnos. Será un viaje lento a pie, y tenemos bastante camino por delante.
Se volvió a su amigo.
– Gabil, tú podrías volar, y yo me quedaré con Thomas Hunter.
– Debemos irnos -manifestó Gabil; desplegó las alas y de un brinco salió volando.
Tom observó asombrado cuando el peludo cuerpo blanco se levantaba con garbo de la tierra. Una ráfaga de aire de las delgadas alas del roush le levantó el cabello de la frente.
Él miró el magnífico bosque y titubeó. Michal regresó a mirarlo pacientemente desde la línea de árboles.
– ¿Nos vamos? -apuró, dio media vuelta y se metió en el bosque.
Tom respiró profundamente y se fue tras el roush sin pronunciar palabra.
***
AVANZARON POR el colorido bosque en silencio durante diez minutos. El resumen era que él vivía aquí, en alguna parte, quizá muy lejos, pero en este maravilloso y surrealista lugar. Sin duda cuando viera a sus amigos, su aldea, su… cualquier cosa más que fuera suya, le brillaría la memoria.
– ¿Cuánto tiempo tardaré para volver a mi gente? -inquirió Tom.
– Estas son toda tu gente. En qué aldea vivas no es de mucha importancia.
– Bueno, ¿pero cuánto tiempo pasará antes de encontrar a mi familia?
– Depende -contestó Michal-. Las noticias son un poco lentas y las distancias son grandes. Podrían pasar algunos días. Tal vez incluso una semana.
– ¡Una semana! ¿Y qué haré?
El roush se detuvo.
– ¿Qué harás? ¿No están funcionando bien tus oídos? ¡Has sido elegido! -reprendió Michal, moviendo la cabeza de lado a lado; luego continuó-. Amigo, amigo. Veo que esta pérdida de memoria es totalmente absurda. Déjame darte un consejo, Thomas Hunter. Hasta que regrese tu memoria, sigue a los demás. Esta confusión tuya es desconcertante.
– No puedo fingir. No sé qué está sucediendo aquí, no puedo…
– Si sigues a los otros, quizá te vuelva todo. Al menos, sigue a Rachelle.
– ¿Quieres que finja estar enamorado de ella?
– ¡Estarás enamorado de ella! Sólo que no recuerdas cómo funciona todo. Si encontraras a tu madre pero no la recordaras, ¿dejarías de quererla? ¡No! Supondrías que la amabas, y por tanto la amarías.
El roush tenía razón.
De repente Gabil bajó de las copas de los árboles y llegó junto a Tom, sonriendo con su cara regordeta.
– ¿Tienes hambre, Thomas Hunter?
Con el ala estirada le pasó una fruta azul. Tom se detuvo y miró la fruta.
– No debes tener miedo, no señor. Esta es una fruta muy buena. Un durazno azul. Mira.
Gabil le dio un pequeño mordisco a la fruta y se la mostró a Tom. El brillante jugo en la marca de la mordida tenía el mismo matiz verde aceitoso que reconoció del río.
– Ah, sí -manifestó Michal, regresando a ver-, otro pequeño detalle, en caso de que no recuerdes. Este es el alimento que comes. Se llama fruta y también, junto con el agua, ha sido tocada por Elyon.
Tom agarró la fruta cautelosamente en sus manos y miró a Michal.
– Adelante, come. Cómetela.
Dio un pequeño mordisco y sintió en su boca el helado y dulce jugo. Un temblor le bajó hasta el estómago, y un calor se extendió por su cuerpo. Le sonrió a Gabil.
Está deliciosa -opinó, y dio otro mordisco-. Muy buena. ¡Comida de guerreros! -exclamó Gabil. Con eso la corta criatura trotó balanceándose unos metros, saltó y volvió a volar.
Michal le sonrió a su compañero y se puso a caminar de nuevo.
– Vamos. Vamos. No debemos esperar.
Tom acababa de terminar el durazno azul cuando Gabil le trajo otro, esta vez uno rojo. Con un descenso en picada y una risa chillona, dejó la fruta en manos de Tom y despegó de nuevo. La tercera vez la fruta era verde y debió pelarla, pero su pulpa era quizá la más sabrosa.
La cuarta aparición de Gabil consistió en un espectáculo de acrobacia aérea. El roush gritó desde lo alto, serpenteando con la espalda arqueada y luego girando en un descenso en picada, en el cual se las arregló para pasar exactamente sobre la cabeza del hombre. Tom levantó los brazos y retrocedió, creyendo que el roush había calculado mal. Gabil le zumbó en la cabeza con una vibración de alas y un grito.
– ¡Gabil! -gritó Michal tras él-. ¡Muestra allí algún cuidado!
Gabil se alejó volando sin mirar hacia atrás.
– Poderoso guerrero de verdad -expresó Michal, volviendo a caminar a lo largo del sendero.
Menos de kilómetro y medio después, el roush se detuvo sobre una cima. Tom se acercó a la criatura peluda y miró hacia abajo, un gran valle verde cubierto con flores como margaritas, pero de colores turquesa y naranja, una rica alfombra que invitaba a acostarse. Tom estaba tan sorprendido del súbito cambio en el paisaje que al principio no notó la aldea.
Cuando lo hizo, la escena le dejó sin aliento.
La aldea circular que se asentaba en el valle abajo centelleaba con colores. Tom pensó por un momento que debió tropezar con Dulcelandia, o que tal vez Hansel y Gretel vivían aquí. Pero sabía que esas eran narraciones perdidas de las historias. Esta aldea, por otra parte, era muy, muy real.
Varias cabañas cuadradas, cada una brillando con un color distinto, yacían como bloques de juegos infantiles en círculos concéntricos alrededor de una estructura grande en forma de cumbre que se elevaba por sobre las demás en el centro de la aldea. El cielo encima de las moradas estaba lleno de roushes, que flotaban, se zambullían y se retorcían en el sol de la tarde.
Mientras los ojos de Tom se ajustaban a la increíble escena vio abajo que se abría la puerta de una morada. Observó una forma diminuta atravesar la puerta. Y luego vio docenas de personas esparcidas por la aldea.
– ¿Se te refrescan algunos recuerdos? -quiso saber Michal.
– En realidad, creo que sí.
– ¿Qué recuerdas?
– Bueno, nada en particular. Sólo que todo es vagamente conocido.
– ¿Sabes? He estado pensando -expresó Michal, suspirando-, podría haber algo bueno que resulte de tu pequeña aventura en el bosque negro. Se ha estado hablando de una expedición, una idea absurda a la que Tanis se ha aferrado de algún modo. El parece pensar que es hora de pelear contra los shataikis. Él siempre ha sido ingenioso, un narrador de historias. Pero esta última charla me tiene muriéndome de risa. Quizá podrías hablarle de eso.
– ¿Sabe Tanis siquiera cómo pelear?
– Como ningún otro hombre que conozco. Ha desarrollado un método muy espectacular. Más volteretas, patadas y saltos mortales de los que yo podría manejar. Se basa en ciertas leyendas de las historias. Tanis está fascinado con ellas… en particular con las narraciones de conquistas. Está decidido a eliminar a los shataikis.
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