Ted Dekker - Rojo

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Todo gira en torno a Thomas Hunter, un escritor de poco éxito que sobrevive trabajando en el café Java Hut, en Denver. Pero su aparentemente monótona vida sufrirá un vuelvo radical cuando fuerzas desconocidas liberen un arma bacteriológica en la atmósfera. Al final de la jornada, tres millones de personas serán portadoras del virus más letal que haya conocido la humanidad, y en sólo un par de días habrá noventa millones de infectados.
El punto es que no existe ninguna vacuna… pero extrañamente, la única esperanza es Thomas Hunter. ¿Cómo? ¿Por qué? Él no lo sabe, pero su existencia amenaza importantes planes y por eso debe morir.

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La gravilla crujió bajo los pies de Thomas mientras caminaba. Él era el único que no estaba a caballo o armado. A efectos prácticos, se hallaba desnudo.

Llegó al punto medio entre los dos pequeños ejércitos cuando de repente Justin desmontó y le salió al encuentro. No se había mencionado esto, pero ni Johan ni Qurong objetaron, por tanto, tampoco Thomas.

Justin lo encontró a mitad de camino.

– Buenos días, mi hermano -saludó el guerrero inclinando la cabeza.

– Buenos días -contestó Thomas devolviéndole el gesto. Por un instante solo se miraron.

– Así que -comentó Justin-, resultó después de todo.

– Imagino que así es. Eso es lo que querías, ¿no es verdad? ¿Paz?

– Les dije que vendrías.

La revelación agarró desprevenido a Thomas.

– No estoy seguro de entender.

– Lo supe cuando te miré a los ojos en el duelo. No comprendes lo que está sucediendo, pero quieres la paz. Siempre has querido paz. Y este es el único camino hacia la paz, Thomas.

– ¿Cómo supiste que yo vendría?

– Me enseñaste a juzgar bien a mi enemigo. Llámalo pura casualidad – manifestó y guiñó un ojo-. Johan no quería creer que te ofrecerías como garantía por la seguridad de Qurong, pero cuando te vi ayer viajando al lado de Mikil, supe que habíamos ganado.

¿Le había dicho Justin a Johan que Thomas le ofrecería un intercambio? ¿Lo había sabido Johan? El general solo había sonreído ante la sugerencia… quizás debido a la exactitud de Justin en predecirla.

Pero Justin no podía saber toda la verdad.

Thomas sintió una punzada de remordimiento por haber ofrecido al hombre a cambio de la muerte de Qurong. Pero era la única forma.

– Entonces eres mejor estratega que yo -reconoció Thomas, mirando a los encostrados-. Si sabes tanto, dime esto: ¿Estaré seguro en manos de ellos?

Justin titubeó.

– Digamos que creo que estarás más seguro en sus manos de lo que yo estaré en las manos de mi propio Consejo.

Alargó la mano hacia Thomas. Este la agarró y Justin se inclinó para besarle los dedos.

– Anímate, Thomas. Ya casi estamos en casa. Te veré en el lago.

Luego Justin se alejó y regresó a su línea.

Thomas vaciló, asombrado ante este último intercambio de palabras. Pero la suerte estaba echada. Fue hacia la roca en que habían acordado y permaneció erguido. Justin volvió a montar y dejó que el contingente de las hordas avanzara. Tan pronto como Qurong se halló al alcance de los guardianes del bosque, una docena de encostrados corrieron hacia Thomas y le fijaron las muñecas con grilletes.

El ejército de las hordas despareció entre los árboles y un caballo se llevó a Thomas completamente atado.

24

MONIQUE SE puso boca arriba, bien despierta. Del rostro le colgaban ramitas. ¿Se hallaba en el bosque? ¡Los moradores del desierto la habían herido y luego Justin la sanó!

No. Se hallaba en Francia al lado de Thomas. Había sido un sueño. ¡Un sueño! Cerró la boca y tragó grueso, pero tenía reseca y pegajosa la garganta. Thomas dormía profundamente a su lado, el pecho le subía y le bajaba. La mano de ella estaba en la de él. Ella la alejó y se limpió el sudor del rostro.

Había soñado que era Rachelle y, sin embargo, era consciente de que fue más que un sueño, porque también sabía que Rachelle soñó que era Monique.

Miró las hojas que formaban la enramada, sorprendida por este cambio en su percepción de la realidad. Había compartido la vida de Rachelle.

Le ardía la vejiga. ¿Fue esto lo que la despertó o el trauma de su sueño? Fuera lo que fuera, debía orinar. Y al regreso despertaría a Thomas y le contaría lo sucedido.

Monique salió del cobertizo tan silenciosamente como pudo y se puso de pie. Solo entonces sintió las manchas húmedas en su pierna. Bajó la mirada y vio que tenía la ropa húmeda.

¡Sangre! Lanzó involuntariamente un grito ahogado.

¡Las flechas! Palpó y luego presionó las manchas. No le dolían, no había heridas. Las manchas se extendían por donde se le habían clavado las flechas. La hemorragia no había sido terrible, porque las flechas habían detenido las heridas.

Monique sintió temblores que se apoderaron de su cuerpo. Había sucedido de veras. Esto estaba más allá de su comprensión. Tragó saliva y se dirigió, pusilánime, hacia los árboles más allá de la cantera.

***

LA LUNA se había ocultado en el horizonte cuando Carlos se detuvo cerca del borde de un claro y evaluó la situación. A través de los árboles, quizás a trescientos metros valle abajo, se encontraba en la oscuridad la casa de una granja. Él se hallaba más o menos a medio camino entre Melun y París, en dirección oeste hacia la capital. Era medianoche.

Thomas y Monique estaban en algún lugar a cien metros de él, hacia el sureste, de acuerdo a la pequeña pantalla en su mano. Estudió el claro adelante, cuidando de no quedar al descubierto más allá de la línea de árboles.

La cantera. Sí, desde luego, sería un lugar natural para detenerse. Setenta pasos adelante a su izquierda. Ellos se hallaban en la cantera. A menos que la mujer hubiera descubierto el dispositivo de rastreo y arrojado el transmisor.

Carlos guardó el transmisor en el bolsillo y rodeó el perímetro del claro, hacia la cantera.

Oyó un crujido y se quedó paralizado ante un pino. ¿Un conejo?

La cantera se hallaba exactamente adelante, una depresión en la tierra parcialmente cubierta con tenaces malezas.

El asesino sacó la pistola y metió una bala en la recámara. Ahora deseó haber pensado en traer el silenciador… un disparo podría alertar a los moradores de la casa, aunque lo inclinado de la cantera absorbería gran parte del sonido.

Rodeó el árbol, se agachó y se dirigió al borde de la depresión. La bota dio contra gravilla regada y se detuvo. Dejó que amainara el sonido y luego siguió lentamente hacia el frente.

El momento en que vio las ramas puestas contra la roca supo que los había encontrado. Esta vez sería diferente. O los mataría o moriría, y estaba seguro de que no sería lo último.

***

MONIQUE SE hallaba de pie ante un tronco, a diez metros en lo profundo del bosque, pero su mente aún estaba en otro bosque, totalmente en otro mundo.

Cerró los ojos y apretó la mandíbula para aclarar los pensamientos. Realidad, Monique. Vuelve a la realidad.

Pero ese era el problema: la otra era realidad. Los olores, los recuerdos, los paisajes, los sentimientos en su corazón. ¡Todo!

Se quitó completamente los pantalones de color azul claro y los colgó en una rama seca que sobresalía del tronco caído. Apenas lograba ver a la luz de las estrellas y no quería que su única ropa terminara llena de hojas o, peor, de bichos.

Se puso de pie al lado del tronco, vestida solo con sus zapatos tenis llenos de barro y una blusa de algodón, la cual le cubría la ropa interior. No se quitaría los zapatos, no con bichos debajo de las hojas.

El chasquido de gravilla le llegó a los oídos. Se quedó paralizada.

Pero no era nada.

***

PODÍA OÍRLOS respirar. Se agachó al borde de la cantera y miró la sombra oscura debajo de las ramas que habían inclinado contra la roca. En el extremo izquierdo, las botas de Hunter. Se deslizaría hacia la derecha y metería dos balas en la cabeza de Hunter antes de volver la pistola hacia la mujer. Tendría que ser rápido. Lo mejor es que los dos murieran mientras dormían.

Ya tenían lo que necesitaban de Monique. Fortier y Svensson quizás cuestionaran los acontecimientos, pero no le criticarían la decisión de matarlos, a pesar de que deseaban mantenerla viva. A él lo escogieron por su habilidad para tomar tales determinaciones y sabían suficiente para dejarle la seguridad en sus manos. Si Carlos decidía que Hunter debía morir, entonces Hunter moriría. Fin del asunto. Se jugaban demasiado para objetar ahora el juicio de Carlos. Matarlos aseguraría que nunca saldría de Francia lo que ellos sabían.

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