– Podría haberte matado por tales palabras -respondió Johan; miro a sus hombres; estaba claro que no le emocionó la mención de traicionar a su líder.
– Estás sugiriendo una revuelta contra Qurong, el hombre que es mi padre.
– Él no es tu padre.
– Su nombre era Tanis, y siempre lo he visto como mi padre.
Tanis. ¿Tanis? El primogénito de todos los hombres. Una figura paternal para el pueblo del bosque colorido. ¡Qurong era Tanis! Thomas sintió que se le oprimía el pecho. Tomó eso con inquietud, aunque esperaba no haberla demostrado.
– Si crees que tus ejércitos pueden sobrevivir a los explosivos que tenemos para ellos, te equivocas tristemente. Sin duda, te enteraste del destino de tus encostrados en los cañones. Si es más muerte lo que deseas, dile a Qurong que se ponga en marcha ahora, ¡esta noche! Pero les puedo prometer que por cada guardián que maten, nuestra pólvora decapitará a cien de ustedes.
Esto era un faroleo; ellos no tenían explosivos. Pero por la ligera reacción de Johan, Thomas pensó que al menos había creado algo de confusión.
– Garantizaré tu entrada segura a la selva con Qurong y Justin. Trae un millar de tus mejores guerreros si deseas. Pondrás al descubierto, ante el pueblo, la traición de Justin y Qurong, y juraré que dices la verdad. Condenaremos a Qurong a muerte. Ocuparás la vacante.
– Eres hijo de los shataikis, ¿no es así? -declaró Johan mientras se le formaba lentamente una sonrisa en el rostro.
– Ese sería Qurong, el primogénito que en principio nos provocó esta enfermedad.
– ¿Y Justin?
– Estará desacreditado -contestó Thomas encogiéndose de hombros-. Desterrado.
– ¿Podría matarlo yo?
– ¿Por qué? -inquirió Thomas, sorprendido por lo extraño de la pregunta.
– Su lealtad a Qurong sería un problema para mí.
– Haz lo que debas hacer -respondió Thomas, después de titubear. -¿Crees que soy tan estúpido como para entrar a una trampa con solo mil de mis hombres a mi lado? Qurong no estará de acuerdo con eso.
– Lo hará si me quedo aquí como garantía de su seguridad.
Ese era para Mikil el elemento más conflictivo del plan. Pero Thomas la había convencido de que el mundo estaba en juego. Sin alguna clase de acuerdo, habría un baño de sangre. Qurong atacaría. Quemarían la selva. Quizás ellos lograsen matar a la mayor parte del ejército de hordas, pero al final se quedarían sin sus esposas e hijos para justificar tan terrible victoria.
– Tu plan es traicionero -afirmó finalmente Johan-. No soy un hombre que piense en traicionar.
– Mi plan salvará a tu pueblo. Y al mío. Soy el esposo de tu hermana. Te ruego que consideres tus orígenes y me ayudes a hacer una tregua. Con Qurong solo hay guerra. Teeleh le ha atado las manos y el alma. Creo que en tu corazón aún hay espacio para Rachelle y tu propia gente.
Johan lo miró y finalmente se puso de pie.
– Espera aquí.
Salió hacia el desierto y observó las distantes dunas. Durante un buen rato permaneció de espaldas a Thomas. Luego volvió a entrar al campamento. Mikil entró corriendo a la tienda.
– ¿Y bien?
– No sé.
– ¿Lo está considerando?
– Creo.
– Aún no me gusta. ¿Qué impide que un soldado insubordinado te corte la cabeza con una guadaña?
– Insistiré en la protección. La última vez que revisé me podía encargar de un insubordinado maniaco que tuviera una simple guadaña. Además, tendrás a Qurong en la punta de tu espada.
Ella asintió pensativamente.
– Entonces no te tendrán bajo custodia hasta que Qurong esté en la selva, bajo la vigilancia de nuestros guardianes.
– Desde luego. Aquí viene.
Ella se retiró, viendo con escepticismo que el general se acercaba. Johan hizo su túnica a un lado y se sentó.
– Digas lo que digas, eres un hijo de los shataikis -declaró-. Pero me gusta tu plan. Estas son mis condiciones: Como señal de buena fe, no solo te quedarás aquí, como has ofrecido, sino que harás retroceder a tu ejército desde el perímetro hacia el centro de la selva. No quiero que inicien la guerra estando yo adentro.
Thomas consideró la petición. Qurong sería la garantía de ellos. Mientras Mikil tuviera el liderazgo, ellos no atacarían.
– De acuerdo.
– Mi otra condición es que me dejes llevar a cabo la ejecución de Qurong como muestra de mi nueva autoridad sobre mi pueblo. Es un lenguaje que comprenderán.
– Entendido.
Martyn, general de las hordas cuyo nombre una vez fuera Johan, inclinó la cabeza.
– Entonces tenemos un pacto.
***
PASARON OTRA media hora ultimando detalles antes de que Thomas y su solitaria asesora montaran y se alejaran del campamento. Su segunda al mando, Mikil, saldría para la selva esa noche después de oscurecer. Qurong, Martyn, Justin y mil guerreros seguirían a la mañana siguiente. Entrarían al bosque a cambio de Thomas, que entonces sería tomado en custodia por el ejército de las hordas.
Qurong y Thomas confiarían sus vidas el uno al otro.
El séquito llegaría al lago en la noche con la total seguridad de que Mikil dispondría el escenario. Si no lo hacía satisfactoriamente, Qurong y Martyn se retirarían. Si eran emboscados por los guardianes, Thomas también moriría. Y por supuesto, viceversa.
Así fue planeado. Así fue concordado.
Martyn miró hacia el occidente, donde lograba ver la distante selva en el crepúsculo. Qurong estaba a su lado, con el ceño fruncido.
– ¿Así que no sospechan nada?
– Nada. Él cree sinceramente que yo te traicionaría. Son niños, como una vez lo fui yo.
– ¿Y Justin estará de acuerdo?
– Justin estará de acuerdo. Él sabe lo que está haciendo. Qurong lanzó un resoplido y se volvió hacia el campamento.
– Igual que todos ellos, muy pronto.
LA OSCURIDAD se tragó el desierto. La luna se levantó e irradió un brillo espeluznante sobre las crecientes dunas. ¿Cuántas horas habían pasado? Sin duda, el sol saldría pronto… Rachelle debía resistir hasta entonces; eso es lo que se la pasaba diciéndose. Si lograba llegar a la mañana, la luz le traería nueva esperanza.
Pero ahora se presentó un nuevo problema: No se había bañado en todo un día y medio, desde la noche de la celebración, y la piel le empezaba a arder. Ahora el dolor debajo de la piel era casi tan tremendo como el horrible daño de sus heridas.
Se hallaba sobre un costado, sintiendo que la enfermedad le consumía lentamente la piel, temiendo cerrar los ojos, con miedo de nunca más volver a ver a Thomas, a Samuel o a Marie. ¿Cómo podrían defenderse sin una esposa amorosa y una madre entendida?
Sin ella estarían perdidos. Rachelle no pensaba en sí misma de ninguna forma exagerada; esa era una simple realidad. Thomas la necesitaba como al agua. Samuel y Marie contaban con amigos que en la guerra perdieron a sus padres, pero no a sus madres.
Había logrado bajarse del caballo sin perder el conocimiento. El corcel esperaba pacientemente, a veinte pasos de distancia. No estaba segura de querer que el noble bruto saliera a buscar ayuda, o de que se quedara en caso de que ella tuviera que montar para irse, aunque no podía imaginar que algo de eso sucediera de veras.
Gradualmente, entraba en algo así como un sueño. Por extraño que pareciera, estaba muy segura de que aún dormía con Thomas en Francia debajo de la enramada. Quizás todo esto era un sueño. ¿Sangraría allá en la pierna y el costado?
Aquello era demasiado para lograr entenderlo.
Las horas se alargaban. No había grillos allí. Ningún sonido de la selva. El silencio del desierto era su propio sonido. Hacía frío, pero eso era bueno, porque le impedía caer en la inconsciencia. Debía concentrarse en tratar de no temblar, porque eso le enviaba olas de dolor por la espalda. Quizás tenía fiebre, porque ni siquiera lograba recordar haber…
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