Se movió lentamente, agachado para minimizar su perfil contra el bosque a su espalda. Su principal preocupación era que rodaran piedras, algunas de las cuales chasquearon levemente bajo sus pies, pero no tanto como para despertar a un hombre común y corriente.
Pero, nuevamente, Hunter no era un hombre común y corriente. Sin embargo, se hallaba desarmado y con una mujer a quien sin duda deseaba proteger.
El momento en que la tierra se nivelaba, Carlos corrió en puntillas. Cuatro largos pasos, un rápido giro. El borde oscuro debajo de las ramas se abrió ante él. Se puso sobre una rodilla, extendió el cañón de la nueve milímetros hacia la cabeza del hombre que reconoció como Thomas Hunter y apretó el gatillo.
Un estrépito le resonó en los oídos. El cuerpo se sacudió violentamente. No había un segundo cuerpo.
La revelación de que la mujer no se hallaba aquí le impidió jalar el gatillo por segunda vez. Si no estaba aquí, ¿dónde?
Rápidamente palpó el pulso en el cuello de Hunter, no encontró ninguno, y rodeó corriendo la roca, con la pistola aún extendida. Nada. Rodeó otra roca, pero con cada paso se desvanecía su esperanza de localizarla. Ella no estaba ahí.
Volvió donde yacía Hunter y observó el terreno alrededor. Pequeñas hendiduras en la tierra confirmaban que aquí hubo otro cuerpo. No había señales de los pantalones ni del dispositivo de rastreo. Volvió a palpar el pulso de Hunter y, satisfecho de que el hombre estuviera bien muerto, se paró y examinó el bosque.
Ella había estado aquí hacía menos de cinco minutos. Sacó el receptor y lo encendió. Tardó solo unos segundos en adquirir la señal. Directamente al frente en el bosque. Muy cerca.
Carlos se dirigió allí corriendo.
***
EL OLOR del azufre se cernía bajo y fuerte sobre el campamento de los encostrados. Habían tardado una hora en llegar al enorme ejército y el sol ya estaba a sus espaldas. Veinte guerreros montaban a cada lado de Thomas cuando se acercaban al mismo sitio en que él había negociado su traición con Johan menos de veinticuatro horas antes.
Thomas se había bañado la noche anterior con una cantimplora y ahora le habían dejado una cantimplora adicional, la cual le colgaba del cinturón. No la bebería, sino que se bañaría con ella si la reunión en el Consejo duraba más de un día. Justin llegaría en la noche. El Consejo oiría el asunto y el cambio terminaría con la muerte de Qurong. Por la mañana, Johan sería intercambiado por Thomas en el perímetro de la selva. Pero si había alguna demora, él podría necesitar el agua.
Mientras tanto, lo habían consignado a pasar el resto del día y la noche en esta maldita…
Algo le golpeó la cabeza.
Se enderezó violentamente y se retorció en la silla. Nada. Pero la cabeza le retumbaba como si la golpeara un mazo. El dolor se le extendió por la columna. Comenzó a desenfocarse.
Supo entonces que algo había sucedido en la otra realidad. Carlos los había hallado. Le habían disparado. ¡En la cabeza!
De repente el mundo de Thomas empezó a girar y a oscurecerse. Sintió que se caía del caballo. Oyó que su cuerpo chocaba con la tierra.
Su último pensamiento fue que su suposición resultó correcta. Si moría en una realidad, también moría en la otra.
Luego todo se hizo negro.
***
MONIQUE TENÍA los pulgares enganchados a su ropa interior cuando el silencio de la noche explotó con un terrible estruendo.
Instintivamente se irguió. ¡Detrás de ella! ¡Un disparo en la cantera! Giró, los dedos aún enganchados, el corazón latiéndole con fuerza.
Los árboles le obstaculizaban la mayor parte de la visión, pero miró por debajo de una rama que tenía encima de la cabeza y en un horripilante momento vio lo que había acontecido. Una figura siniestra se ponía en pie en el cobertizo, luego corría alrededor de la roca, pistola en mano.
¡Carlos! ¡Tenía que ser Carlos! Los había seguido. Y le acababa de disparar…
Monique se llevó la mano a la boca y ahogó un grito. ¡Thomas!
Casi corre hacia él, pero inmediatamente supo que no podía… no con Carlos tan cerca. ¡Le había disparado a quemarropa! Nadie podría sobrevivir a eso.
Monique se quedó paralizada por el horror. ¿Cómo podía acabar de este modo la vida de Thomas? ¿Volvería? No, ¡él le había dicho que sus sueños ya no lo sanaban! ¿O era eso algo de lo que ella se había enterado en su propio sueño? A ellos les aterraba que a Thomas lo mataran aquí, porque sin duda eso significaría que también moriría allá.
Carlos volvió a rodear la roca, se puso de rodillas y revisó el pulso de Thomas. Esto lo confirmaba. Thomas estaba muerto.
Monique luchó con una horrible ola de pánico. ¡Tenía que alejarse! Carlos ya la había buscado en la cantera… y supondría que se había ido a los árboles…
Entonces salió corriendo, en las puntas de los pies, por el bosque hacia la granja distante. Las hojas se doblaban bajo los pies de ella. ¡Demasiado ruido! Se detuvo, miró hacia la cantera, vio que Carlos aún se hallaba inclinado en el refugio. Él no la había oído.
Ella se movió rápidamente, pero ahora con tanto silencio como pudo.
¡Los pantalones! No, no había tiempo para regresar.
Monique ya estaba a mitad de camino alrededor de la cantera cuando vislumbró a Carlos a través de las ramas, corriendo hacia la sección del bosque que ella había ocupado solo un minuto antes. ¿La habría visto?
¡Corre! Corre, Monique, directo a través de la cantera, ¡atraviesa la pradera hacia la casa de la granja!
No, no debía hacer eso. Es más, debía hacer lo opuesto. Debía detenerse. Monique se deslizó detrás de un árbol, respiró hondo y lentamente contuvo el aliento. La noche estaba tranquila. Ningún crujido de hojas ni de ramitas partiéndose desde donde había corrido. ¿Qué estaba haciendo Carlos? ¿Esperando?
Ella se quedó quieta durante lo que le pareció una hora, aunque tal vez no pasaron sino unos cuantos minutos. La visión se le hizo borrosa por las lágrimas. Pensar en Thomas tendido allí, sangrando en la tierra, bastaba para hacerla gritar y necesitó toda la fortaleza para sepultar la emoción. Debía sobrevivir. Thomas había arriesgado su vida para ayudarla. Ella tenía información que el mundo exterior necesitaba desesperadamente.
Monique siguió adelante caminando en puntillas, escogiendo su camino sobre las hojas tan cuidadosamente como le era posible. Recordaba haber visto que esta franja de árboles terminaba en una pradera a su izquierda. La pradera iba directamente hacia la casa de la granja.
Llegar al pasto caminando erguida le tomó solo un minuto. Se detuvo por unos segundos, no oyó ruido de persecución y entró al campo. Quizás Carlos estaba esperando en la cantera a que ella regresara. A diez pasos sintió el horror de quedar al descubierto. ¡Seguramente Carlos la vería si él se hallaba en alguna parte cerca de este lado del bosque! Pero estaba obligada consigo misma.
Comenzó a correr. Si el hombre detrás de ella la había observado, lo único que podía hacer era correr.
Con cada paso se hallaba terriblemente consciente del hecho de que dejaba detrás a Thomas. Trató de pensar en una manera de llegar a él, de llevarlo con ella. ¿No sería posible que aún estuviera vivo?
No, ella tenía que ponerse a salvo. Debía sobrevivir, luego debía llegar a Inglaterra.
Hasta ahora no había visto el Peugeot en la entrada; estacionado frente a la casa, fuera de la vista de la cantera. ¿Podría lograrlo?
Sí, sí podría. Suponiendo que tuviera puestas las llaves, se llevaría el auto y más tarde le explicaría al dueño.
Se acercó agachada. Jaló la puerta. ¡Abierta! Se metió al interior y con frenesí buscó las llaves. En la visera. En el asiento del pasajero. En el portavasos. En el tablero.
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