Ted Dekker - Rojo

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Todo gira en torno a Thomas Hunter, un escritor de poco éxito que sobrevive trabajando en el café Java Hut, en Denver. Pero su aparentemente monótona vida sufrirá un vuelvo radical cuando fuerzas desconocidas liberen un arma bacteriológica en la atmósfera. Al final de la jornada, tres millones de personas serán portadoras del virus más letal que haya conocido la humanidad, y en sólo un par de días habrá noventa millones de infectados.
El punto es que no existe ninguna vacuna… pero extrañamente, la única esperanza es Thomas Hunter. ¿Cómo? ¿Por qué? Él no lo sabe, pero su existencia amenaza importantes planes y por eso debe morir.

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Los ojos se movían rápida y nerviosamente por el salón. Habían desaparecido las miradas confiadas de anoche. A la mayoría de ellos le era difícil sostenerle la mirada.

Pasaron treinta minutos discutiendo los informes recibidos. Gains tenía razón. Rusia, Inglaterra, China, India, Sudáfrica, Australia, Francia… naciones que habían sido amenazadas directamente hasta aquí exigían respuestas del Departamento de Estado. Pero no había ninguna, al menos ninguna que brindara la más leve esperanza. Además, estaba la promesa de que al final del día se habría duplicado la cantidad de ciudades infectadas.

El informe de Farmacéutica Raison sobre la chaqueta dejada en el aeropuerto de Bangkok levantó quince minutos de especulaciones y conjeturas, la mayoría encabezadas por Theresa Sumner, de los Centros para el Control de Enfermedades, CDC. Si, y ella insistió que se trataba de un gran si, cada ciudad que Svensson afirmaba haber infectado hubiera sido infectada de veras, y si -otra vez un gran si- el virus actuaba en realidad como mostraran los modelos de computación, el virus ya se había extendido demasiado para detenerlo.

Ninguno de ellos podía comprender totalmente un escenario tan catastrófico.

– ¿Cómo diablos pudo haber ocurrido algo así? -inquirió Kingsley, una mujer de huesos fuertes y cabello negro. Su pregunta fue recibida con silencio.

Thomas pensó que solo en la última semana esta misma y simple pregunta se habría hecho ya mil veces de las maneras más claras posible.

– Señor Raison, tal vez usted podría dar una explicación con la que yo me sienta cómoda para transmitirle al presidente.

– Se trata de un virus, señora. ¿Qué explicación le gustaría?

– Sé que se trata de un virus. La pregunta es: ¿cómo es posible esto? Millones de años de evolución o de lo que sea que tengamos aquí, ¿y simplemente sale de la nada una bacteria para matarnos a todos? No estamos en la Edad Media, ¡por el amor de Dios!

– No, en la Edad Media la humanidad no tenía la tecnología para crear nada tan asqueroso.

– No puedo creer que ustedes no previeran la llegada de esto.

Eso estuvo tan cerca de una acusación como la que alguien pudiera hacer, y dejó en silencio el salón.

– Nadie que entienda el verdadero potencial de las bacterias biotecnológicas pudo haber previsto la llegada de esto -explicó Jacques de Raison-. El equilibrio de la naturaleza es un asunto delicado. No hay manera de predecir mutaciones de esta clase. Explíquele eso por favor a su presidente.

Todos se miraron como si en cualquier momento uno de ellos fuese a aclarar esa terrible equivocación. ¡Santos inocentes! Pero no eran santos ni inocentes.

Se unieron alrededor del anuncio de Sumner de que el virus solo se había verificado en Bangkok. Nadie más sabía mucho respecto de qué buscar, aunque los CDC trabajaban febrilmente para tener la información correcta a la mano.

– ¿No tenemos que abordar un avión? -preguntó finalmente Thomas.

Lo miraron como si su declaración requiriera algún examen. Todo lo que Thomas Hunter decía era ahora digno de examinarse.

– El auto nos llevará en treinta minutos -expresó el ayudante de Gains.

– Qué bueno. No estoy seguro que estemos haciendo algún bien aquí. Silencio.

– ¿Cómo es eso? -preguntó finalmente alguien.

– Para empezar, ya les conté todo a ustedes. Y toda la cháchara del mundo no cambiará el hecho de que estamos frente a un virus de transmisión por vía aérea que infectará a toda la población del mundo en dos semanas. Solo hay una manera de tratar con el virus, y es encontrar un antivirus. Para eso creo que necesitaremos a Monique de Raison. El destino del mundo depende de que la encontremos -comunicó Thomas, echó la silla hacia atrás y se levantó-. Pero no podemos hablar de encontrar a Monique de Raison aquí, porque al hacerlo probablemente avisamos a Svensson. Creo que él tiene a alguien aquí adentro.

– ¿Insinúas que hay un espía? -inquirió Gains aclarando la garganta-. ¿Aquí?

– ¿Cómo si no supo Carlos exactamente dónde hallarme? ¿Cómo si no obtuvo acceso a mi suite a través de la habitación contigua? ¿Cómo si no supo que me encontraba durmiendo cuando entró?

– Tengo que estar de acuerdo -concordó Phil Grant; Thomas se preguntó si la confianza del hombre en sus colegas había contenido sus propias sospechas hasta ahora-. Existen otras maneras en que él pudo haber obtenido acceso, pero Thomas tiene bastante razón.

– Entonces debo decir que al gobierno francés le gustaría custodiar a Thomas Hunter -expresó Louis Dutétre.

Todas las miradas se volvieron hacia el funcionario de la inteligencia francesa.

– París ha caído bajo ataque. El señor Hunter sabía del ataque antes de que ocurriera. Esto lo coloca bajo sospecha.

– No sea ridículo -manifestó Gains-. Ellos trataron de matarlo esta mañana.

– ¿Quién lo hizo? ¿Quién vio al misterioso intruso? Hasta donde sabemos, Thomas es el espía. ¿No es esa una posibilidad? Mi país insiste en la oportunidad de interrogar…

– ¡Basta! -gritó Gains poniéndose de pie-. Esta reunión está suspendida. Señor Dutétre, usted puede informar a su gente que Thomas Hunter está bajo la custodia protectora de Estados Unidos de América. Si su presidente tiene problemas con eso, avísele por favor que se comunique con la Casa Blanca. Vamos.

– ¡Una objeción! -exclamó Dutétre levantándose también-. Todos estamos afectados; todos deberíamos participar.

– Entonces encuentre a Svensson -declaró Gains.

– Por lo que a ustedes les consta, ¡este hombre es Svensson!

Ahora había una idea interesante.

Gains salió del salón sin mirar hacia atrás. Thomas lo siguió.

***

EL PEQUEÑO jet voló hacia el occidente sobre Tailandia, en dirección a Washington, D.C, seis horas después de que el primer fax a la Casa Blanca informara al mundo de que todo acababa de cambiar para el homo sapiens. Ahora los CDC habían comprobado el virus en otras dos ciudades: Nueva York y Atlanta. Empezaron con los aeropuertos, siguiendo indicaciones en Bangkok, y no habían tenido que ir más lejos.

Svensson estaba utilizando los aeropuertos.

Había usado los aeropuertos.

La primera decisión crítica ahora estaba sobre los líderes del mundo. ¿Debían cerrar los aeropuertos y disminuir de este modo la expansión del virus? ¿O deberían evitar el pánico público reteniendo la información hasta que tuvieran algo más concreto?

Según Farmacéutica Raison, cerrar los aeropuertos no disminuiría tanto el virus como para que fuera determinante… ya se había extendido demasiado. Y el pánico no era una posibilidad con la que ninguno de los gobiernos estuviera dispuesto a tratar todavía. Por ahora, los aeropuertos seguirían abiertos.

Thomas solo había estado despierto cuatro horas, pero ahora ansiaba quedarse dormido. Tenía en sus manos la delgada carpeta manila y leía el contenido por quinta vez.

– Quizás no tenga la clase de poder que necesitas, pues es muy lenta al arder, pero Gains tenía razón. La pólvora es el único explosivo con el que tienes alguna posibilidad de trabajar en medio de la nada.

– ¿Cómo voy a encontrar esa cosa?

– Me dijeron que la clase de potencia de fuego que necesitas no es imposible. Los chinos la descubrieron por accidente hace casi doscientos años. Puedes disponer casi del cincuenta por ciento de la combinación de elementos y aun conseguir un estallido decente. Y los tres elementos que necesitarás son muy comunes. Solo tienes que saber lo que estás buscando, y ahora lo sabes. ¿Tienes azúcar allá?

– Algo, sí. De la caña de azúcar, igual que aquí.

– Si no logras conseguir carbón con suficiente rapidez, el azúcar también funcionará como combustible. Aquí hay una lista de sustitutos. Todas las proporciones están allá. Detén a las hordas, y detenlas definitivamente. Utiliza mil soldados para hallar lo que necesitas.

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