Ted Dekker - Rojo

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Todo gira en torno a Thomas Hunter, un escritor de poco éxito que sobrevive trabajando en el café Java Hut, en Denver. Pero su aparentemente monótona vida sufrirá un vuelvo radical cuando fuerzas desconocidas liberen un arma bacteriológica en la atmósfera. Al final de la jornada, tres millones de personas serán portadoras del virus más letal que haya conocido la humanidad, y en sólo un par de días habrá noventa millones de infectados.
El punto es que no existe ninguna vacuna… pero extrañamente, la única esperanza es Thomas Hunter. ¿Cómo? ¿Por qué? Él no lo sabe, pero su existencia amenaza importantes planes y por eso debe morir.

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Pero Hunter no era un tipo común y corriente.

Los dos se enfrentaron, cautelosos.

A Carlos le pareció que Thomas había cambiado. Físicamente era el mismo hombre con el mismo cabello castaño suelto y los mismos ojos verdes, la misma mandíbula firme y las mismas manos sueltas a los costados, el mismo pecho musculoso y abdomen. Pero ahora se comportaba de manera diferente, con una sencilla e inquebrantable confianza. Se quedó parado, las manos sueltas a los costados. Hunter observó fijamente a Carlos, como un hombre podría mirar una desafiante ecuación matemática y no a un amenazador enemigo.

Carlos comprendió que debía estar lanzándose hacia la pistola en el suelo a su izquierda o aventando el cuchillo que había extraído. Pero su fascinación con este hombre demoró sus reacciones. Si Svensson conociera la total extensión de las aptitudes de Hunter, podría insistir en que lo atraparan vivo. Quizás Carlos llevaría el asunto ante Armand Fortier.

– ¿Cuál es su nombre? -quiso saber Thomas; sus ojos miraron hacia los costados, a la pistola y hacia atrás.

– Carlos -contestó, moviéndose hacia su izquierda.

– Bien, Carlos, parece que nos volvemos a enfrentar.

Los dos se lanzaron hacia la pistola al mismo tiempo. Hunter llegó primero. La pateó hacia debajo de la cama. Saltó hacia atrás.

– Nunca me gustaron las pistolas -expresó Thomas-. ¿Por casualidad no le interesaría una pelea justa, eh? ¿Espadas?

– Con espadas estaría bien -contestó Carlos; ahora no había manera de alcanzar la pistola-. Desgraciadamente hoy no tenemos tiempo para juegos.

La mujer estaría llegando. En cualquier momento golpearía la puerta y despertaría a su hermano como prometió. Si alguno de ellos daba la alarma…

Carlos atacó a Thomas.

El hombre sorteó la hoja extendida, pero no con suficiente rapidez para eludirla por completo. El filo le tajó el hombro.

Thomas hizo caso omiso de la cortada y saltó hacia la puerta.

– Usted es rápido, pero no lo suficiente. Con dos pasos largos a su derecha Carlos le cortó el camino a su oponente.

– Ya se me ha escapado dos veces de las manos -declaró Carlos-. Pero no hoy.

Hizo retroceder a Thomas hacia un rincón. Del brazo le salía sangre. Carlos no tenía idea de cómo el hombre había hecho para sobrevivir a un fulminante balazo en la cabeza, pero ahora no le sanaba la cortada en el brazo. Una cuchillada bien dirigida y la sangre de Thomas Hunter haría que la alfombra beige se volviera roja.

De pronto, Hunter abrió la boca y gritó a todo pulmón.

– ¡Karaaa!

***

KARA ACABABA de soltar el agua del inodoro cuando la voz de su hermano resonó a través de las paredes.

– ¡Karaaa!

¡Estaría él en problemas?

– ¡Karaaa!

Ella atravesó volando la puerta del baño. La puerta de la habitación. Cruzó el pasillo de la suite. Agarró violentamente la puerta de Thomas y giró la perilla. Y la abrió de golpe.

Thomas estaba en el rincón, solo bóxers, músculos y sangre. A las claras, un hombre de origen mediterráneo lo había cercenado con una navaja. ¿Carlos?

Los dos la miraron al mismo tiempo. Ella le vio entonces la larga cicatriz en el mentón. Sí, Carlos. El hombre que estaba a punto de clavar la hoja en Thomas era el mismo que le había disparado pocos días atrás.

Kara volvió a mirar a Thomas. No era el mismo hombre a quien besó anoche en la frente antes de retirarse.

Ella le había dicho que soñara bastante tiempo y se convirtiera en la clase de hombre que podría salvar el mundo. No estaba segura de en quién se había convertido él en sus sueños, pero le habían cambiado los ojos. Las sábanas de la cama estaban manchadas de sangre, en parte fresca y en parte negra y reseca. El sangraba por el hombro y el antebrazo.

– Te presento a Carlos -declaró Thomas-. Él no ha oído hablar del antivirus que tenemos, así que cree que no hay riesgo en matarme. Creí que sería más convincente si viniera de tu parte.

¿Se había enterado su hermano en sus sueños de algo acerca del antivirus? La mirada de Carlos alternó entre ellos.

– Lo que ninguno de ustedes sabe -continuó Thomas-, es que debo llevar de vuelta conmigo alguna clase de explosivos. Las hordas están masacrando mi ejército mientras hablamos. Tengo poco menos de cinco mil hombres contra cien mil encostrados. Debo vencer. ¿Entienden? ¿Ustedes dos? ¡Tengo que conseguir esa información y regresar!

Él estaba parloteando.

– Ya no funciona el agua, Kara. Hay una pistola debajo de la cama. No tienes mucho tiempo.

Carlos atacó a Thomas, que esquivó el primer golpe con la mano derecha. El hombre siguió con su puño izquierdo, el cual Thomas también desvió. Pero bloquear los golpes sucesivos lo había dejado expuesto y Kara había visto eficientes peleas callejeras en Manila para saber que esto era precisamente lo que el atacante buscaba.

Carlos se lanzó directo hacia Thomas, usando la cabeza como ariete. La conectó sólidamente contra la barbilla de Thomas, que cayó como una piedra.

Kara se lanzó hacia la cama y se enredó en la alfombra lanzando un gemido. Rodó debajo de la cama, vio la pistola y estiró la mano para agarrarla.

5

UN HORRIBLE estruendo llenó el aire. Un estruendo de refriega. De muerte.

Los ojos de Thomas se abrieron de repente. Se sentó y se estremeció ante el dolor que le bombardeaba la cabeza.

– ¿Lo averiguaste? -inquirió Mikil, inclinándose en una rodilla al lado de él.

– ¿Averiguar qué?

– ¡Yo lo sabía! -exclamó ella alejándose.

Por supuesto, ¡él había ido por los explosivos! La mente le daba vueltas.

– ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

– Cinco minutos -respondió ella encogiendo los hombros.

– ¡Cinco minutos! ¡Te dije diez!

– Yo no te desperté. Despertaste solo. Quizás fue Elyon quien te despertó para que fueras a dirigir a tus hombres.

– No, ¡tengo que volver!

– ¿Volver adonde? -preguntó ella mirándolo.

– No tuve suficiente tiempo. Debo regresar y saber cómo hacer explosivos.

– Eso es una tontería. ¿Qué me pondrás a hacer? ¿Golpearte otra vez en la cabeza con una piedra?

– ¡Sí! -gritó él a los pies de ella-. Funciona. Volví a soñar. ¡Estuve allí, Mikil!

– ¿Y qué hiciste allá?

Peleé con un hombre que intentaba dispararme con una pistola. Es otra clase de artefacto explosivo. Él pelea… y es muy bueno. Creo que me dejó inconsciente -informó Thomas, luego le dio la espalda, recordando-. Kara…

Lo detuvo un dolor en el hombro.

Tenía un corte profundo como de ocho centímetros exactamente sobre el bíceps derecho. Se pasó un dedo por él, tratando de recordar si se lo hizo en la batalla abajo o en sus sueños.

– ¿Tenía yo está cortada? -le preguntó.

– Debiste de tenerla. No recuerdo cuándo…

– ¡No! No la tenía al venir acá. ¿Me cortó alguien mientras dormía?

– Desde luego que no.

– ¡Entonces es de mis sueños! -gritó, y le agarró el brazo a Mikil-. ¡Noquéame! ¡Ahora! ¡Rápido! ¡Debo regresar para salvar a mi hermana!

– No tienes hermana.

– ¡Golpéame! -volvió a gritar-. Simplemente golpéame.

– No es propio de mí golpear a mi comandante dos veces en el lapso de diez minutos, incluso si…

– Te lo ordeno -dictaminó él, mientras un temblor le recorría las manos-. Haz de cuenta que no soy tu comandante. Soy un encostrado que huelo a carne podrida y que te decapitaré si no te defiendes…

Mikil voló hacia él, que no intentó evitar el golpe. La suela de cuero de la bota femenina lo golpeó por encima de la oreja derecha, por lo que se desplomó.

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