– A diferencia de ti, veo a Teeleh con frecuencia. Créeme, él es tan real como tu propia carne llena de costras. ¿No lo ves? Thomas de Hunter nos está facilitando la¡ cosas. El dragón rojo que gobierna los siete cuernos devorará a ese niño albino y ¿t una vez por todas terminará con la época del círculo. Tu guerra sobre ellos ha tenido el efecto deseado. Nos están rogando, con desesperación -dictaminó Ba'al mordiendo cada palabra y enterrándose las negras uñas en su apretado puño.
Por primera vez se le presentaba a Qurong el atractivo de tener a toda la insurgencia albina en una bandeja de colores.
– Señor -terció Cassak dando un paso al frente-. Perdone el comentario, pero no hay garantía de que esta no sea una trampa para matarlos tanto a usted como al sumo sacerdote.
– No se les atribuye violencia -objetó Qurong.
– No, pero podrían tomarlo a usted por la fuerza y obligarlo a ahogarse Podrían…
– ¿Funcionan los venenos del agua roja si se obliga a alguien a ahogarse?
– No lo sé -contestó el general-. El asunto es que esto no se debe hacer bajelas condiciones de él. Deberíamos llevar el ejército. Hasta los eramitas se envalentonan porque no es posible capturar a Thomas de Hunter. Parecemos insignificantes incapaces de matar a este tipo. He aquí nuestra oportunidad. Podríamos entonces golpear a un desmoralizado Eram y asegurar la victoria.
Qurong observó a Ba'al. Ahora comprendía por qué el sacerdote lo había convocado aquí. Esta batalla se pelearía y se ganaría en los cielos, no con espadas. Esfera un asunto para Ba'al, no para Qurong. El siniestro sacerdote solo necesitaba f consentimiento y el acto de presencia del líder.
– Hunter verá nuestro ejército y se irá -expresó manteniendo la mirada fija el sacerdote-. Esas no fueron sus condiciones.
– No si yo comandara a los guturales -añadió Cassak.
El ala militar del templo consistía de cinco mil asesinos muy bien entrenados' quienes comúnmente se les mencionaba como guturales, denominados así en recuerdo de los menos perspicaces homicidas entre los guardianes del bosque, antes de * derrotados y asimilados por las hordas. Realmente, la mayor parte de los guardianes originales del bosque salieron de Qurongi y se unieron a Eram en el desierto norte. Los más grandes combatientes de las hordas eran ahora eramitas.
Pero los eramitas eran enormemente superados por todo su ejército, se recordó Qurong. Sus propios guturales también estaban obteniendo fortaleza. Todo el asunto era una absurda confusión. El odiaba con pasión a los albinos, pero temía más a los eramitas, a pesar de lo que dijera Teeleh. Dudaba de casi todo lo atribuido al dios murciélago, a quien ninguno de ellos había visto desde hacía mucho tiempo.
– Quizás. Pero nuestro siniestro sacerdote podría tener razón; esta es una guerra que se debe emprender en un frente distinto. Y si él está en lo cierto y puede convidar aeste dragón rojo de Teeleh a acudir a la invitación, nos desharemos de una vez por todas de esta espina en el pie.
– Aunque… -empezó a objetar Cassak, pero titubeó en el siguiente punto obvio.
– Adelante, dilo.
– Teeleh lo prohíbe, pero yo debo servir a mi rey -continuó Cassak haciendo una reverencia de respeto a Ba'al-. Pero si, por improbable que sea, este dragón al que servimos no devora a ese muchacho albino, seguramente nadie estará sugiriendo que Qurong haga lo que Thomas ha exigido y beba del veneno rojo.
La mención del veneno acuchilló el abdomen de Qurong, y se preguntó si su dolor de estómago de estos últimos treinta días sería resultado de mala comida. O peor, de verdadero veneno. Servido por Ba'al. O por un espía eramita.
– No tengo intención de acercarme, mucho menos de entrar, en uno de sus malditos lagos rojos -espetó bruscamente-. Pero si Ba'al falla en su promesa de convocar a la bestia tendré permiso de él para arrojarlo a las aguas envenenadas.
El comandante hizo una pausa, con la mirada fija en el sacerdote.
– ¿O no?
Las tres heridas recién abiertas en la frente del hechicero brillaron a la luz. Sus delgados labios se transformaron en una sonrisa. El malvado era tanto serpiente como ser humano.
He vivido en el seno de Teeleh. Él nunca permitirá que yo sufra ningún daño.
– Es un día de marcha -contestó Qurong asintiendo-. Saldremos por la mañana .Trae a los guturales.
THOMAS HIZO arrancar su brioso alazán y miró hacia el valle Beka, un irregular cañón de piedra. El caballo resopló y eludió un escorpión azul que se escurría a través de la arena.
Hunter mantuvo firme la montura con un suave chasquido de lengua y levanto la mirada hacia el lugar alto en la lejanía. Los cañones se levantaban hacia una meseta que se distendía en lo alto, haciéndola lucir embarazada. ¿De qué? Thomas solo pude suponer maldad.
Esta era Ba'al Bek. La meseta más elevada en esta parte del desierto. Un lugar reclamado por el sumo sacerdote. Un cometa, o quizás el puño de Elyon, parecía haber aterrizado en el centro de la elevación, creando un enorme cráter del tamaño de Ciudad Qurongi.
– No me gusta esto, Thomas -opinó Mikil a su lado, escupiendo a un lado-Todo este valle apesta a muerte.
– Azufre -explicó él.
– Llámalo como quieras, ella tiene razón -opinó Jamous a la izquierda de Thomas, tras aclararse la garganta-. Huele como si se levantara del infierno de Teeleh.
Luego el líder extrajo fruta de pulpa roja y la mordió. Un solo mordisco podía¡ mantener en movimiento a un hombre durante un día. Cada uno de ellos cargar* un pequeño surtido de varias frutas arrancadas de los árboles cerca del estanque rojo Algunas alimentaban; otras tenían valor medicinal. Sin la fruta, el círculo segur* mente habría sido exterminado por las hordas mucho tiempo atrás. Era la principal ventaja de ellos, permitiéndoles sanar de prisa y viajar durante días dentro del profundo desierto sin ninguna otra fuente de comida o bebida.
Fruta del lago. Muy apreciada por los albinos, amarga para las hordas.
Habían salido de la Concurrencia una hora después del ultimátum de Thom3› y la noche sin luna en el desierto los recibió en perfecto silencio. No hubo grandes vítores, ni ninguno de los acostumbrados abrazos o deseos de un viaje seguro, ni peticiones de que Elyon bendijera la misión.
Thomas había llevado a su hijo Jake al desierto durante media hora, asegurándole al muchacho el eterno amor que tenía por todos ellos. Pasara lo que pasara, Jake nunca debía abandonar su amor por Elyon, instó Thomas. Nunca.
– por supuesto que no, padre. Nunca.
Meciendo al chico en un abrazo, Thomas había contenido lágrimas de agradecimiento, preocupado de que estas pudieran verse como una señal de temor. Los niños no necesitaban más preocupación.
Luego Thomas se había unido a Chelise, besándola de manera apasionada, y desviándole la insistencia de ir con él. Le había enjugado las lágrimas. Entonces montó su corcel y cabalgó desierto adentro con su compañía escogida: Su guerrera más experimentada, Mikil, que años atrás dejara las armas junto con los demás; el esposo de ella, Jamous; y Samuel, su porfiado hijo, que podría ser la muerte de todos ellos.
– Tu hijo ya debería habérsenos unido -expresó Mikil, mirando hacia el sur del desierto-. Podría estar muerto.
– O ha salido corriendo -manifestó Jamous.
Thomas había escrito su desafío en papel, había puesto su sello en la parte superior, lo había enrollado, y había exigido que Samuel lo entregara a las hordas en Qurongi. Dispuso que el muchacho se les reuniera en Puerta del Infierno, este estrecho paso dentro del valle Beka. Luego, juntos continuarían hacia el lugar alto y esperarían la respuesta de Qurong.
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