– Te aseguro que los enemigos de Teeleh son albinos, no hordas. Estos últimos serán desechados fácilmente cuando llegue el momento adecuado.
– Me inclino ante el dictamen de Teeleh -reconoció Qurong inclinando 1'cabeza, sabiendo que ya no podía seguir tomando esta posición sin lanzar sospechas sobre su lealtad.
– Entonces bebe para él -declaró Ba'al, levantando una copa al lado de la cabeza de cabra-. Bebe la sangre de cabra ofrecida al dragón, y te diré cómo él te entregara a tus enemigos sobre una mesa de carnicero.
El sacerdote se deslizó por el suelo y alargó la copa plateada, repleta de sangre roja.
Qurong agarró el cáliz, consciente de que la mano aún le temblaba por ser acusado de tal traición, sin importar que solo fuera insinuada. Se llevó el recipiente a 1os labios y bebió todo el contenido. El conocido sabor de sangre cruda le colmó la boca le calentó el estómago.
Ba'al había instituido la bebida de sangre, afirmando que el espíritu de Teeleh, en realidad la misma descendencia de Teeleh, venía por sangre. Efectivamente, los shataikis eran seres asexuales, ni masculinos ni femeninos. Se reproducían por medio de sangre.
Se afirmaba que a Teeleh le servían doce reinas, como las reinas de las colmenas. Pero ni ellas ni sus obreras tenían género y transmitían su semilla a través de sangre al morder las larvas producidas por las reinas. A veces Ba'al se refería a una reina como una hembra y a veces como un macho, pero en la manera de pensar de Qurong todo eso no era más que tonterías.
Los shataikis eran simplemente bestias.
Sin embargo, el sabor había caído bien a la mayoría de encostrados, incluyendo a Qurong. Calmaba por varias horas el dolor y el escozor en la escamada piel, y en este mismo instante le apaciguó el tormento en el estómago. Por desgracia, ahora había más de tres millones de hordas viviendo en siete bosques, y no había suficiente sangre, lo que la convertía en un valioso producto básico controlado por los templos.
Escurrió la copa.
– Por Teeleh, mi señor y maestro -recitó, y le devolvió el cáliz a Ba'al-. No me vuelvas a probar, sacerdote.
El siniestro sacerdote le pasó el rollo.
– ¿Qué es esto?
– Un mensaje que me llegó hace una hora. Léelo.
Qurong desplegó el papel manchado y miró la parte de arriba. Era un comunicado de… el emblema circular en la parte superior le taladró la mente. Dirigió la mirada a la parte inferior y vio el nombre: Thomas de Hunter.
– Sí -explicó Ba'al con desprecio-. Él muestra el rostro después de todos estos años.
– ¿Quién? -exigió saber Patricia.
Thomas de Hunter -contestó el sacerdote. El nombre pronunciado pareció extraer la energía del salón. Patricia permaneció en silencio. El corazón de Qurong duplicó lentamente el ritmo. La última comunicación con alguien entre el liderazgo albino había venido tres meses después de la partida de Chelise, cuando el líder de las hordas declaró guerra abierta contra los albinos. Desde entonces los guturales y la guardia élite de Ba'al habían acorralado a más de mil, pt ninguno de entre los líderes originales. Ellos se habían ido a profundos escondites.
Qurong se acercó a las antorchas sobre la pared detrás de él y leyó el escrito el papel:
A Qurong, comandante supremo de las hordas
Y Ba'al, siniestro sacerdote de Teeleh, shataiki del infierno
Saludos del círculo, seguidores de Elyon muertos a la enfermedad y resucitados con esperanza para el regreso de Elyon, quien destruirá todo lo que es inicuo y rehará todo lo que es bueno.
Han pasado diez años y ustedes aún persiguen de forma despiadada a mi pueblo, creyendo falsamente que hemos entendido mal a los encostrados enfermos a quienes ustedes gobiernan. No hemos hecho la guerra a su pueblo, aunque tenemos la capacidad de hacerlo. No les hemos quemado sus cosechas, ni robado sus caravanas, ni les hemos causado daño en manera alguna. Sin embargo, ustedes nos persiguen al interior del desierto y nos asesinan donde nos encuentran.
Está en nuestros mejores intereses acabar con esto. Por consiguiente, les lanzamos un desafío:
Tomen un contingente de sus más reverenciados y malvados sacerdotes y reúnanse conmigo en el lugar alto con Qurong y su guardia armada. Me presentaré con tres de mis más confiables seguidores. No más. Allí, en Ba'al Bek, sabremos la verdad.
Si Elyon se niega a mostrar su poder sobre Teeleh, entonces yo, Thomas Hunter, líder del círculo, me entregaré y haré saber la ubicación de cada tribu conocida por mí, y ustedes se desharán de los albinos de una vez por todas. Ellos renunciarán a su ahogamiento y se convertirán en hordas o morirán a manos de ustedes.
Si Teeleh se niega a mostrar su poder sobre Elyon, entonces usted, Qurong, y solo usted, se ahogará y se convertirá en albino.
Si me traicionan y conspiran para matarme antes de que se cumplan por completo las condiciones de este acuerdo, entonces tendrán mártires en Thomas de Hunter y tres de sus seguidores de confianza. Los espero en Ba'al Bek.
Thomas de Hunter
– ¿Qué quiere el traidor? -exigió saber Patricia.
– Ha lanzado un desafío. Cierta clase de duelo entre su dios y Ba'al. En Ba Bek, el lugar alto.
– ¿Con qué propósito?
– ¿Qué se supone que debo hacer con esta locura? -preguntó Qurong volviéndose hacia Ba'al.
– ¿Qué locura? -inquirió bruscamente Patricia, arrancando el rollo de los dedos de él y leyéndolo.
Su esposo no le hizo caso.
– ¿Puede tu dios cumplir ese desafío?
– ¿Mi dios? Teeleh es el único dios verdadero, y es tan tuyo como mío. ¿O vacilas tan fácilmente tras unas cuantas palabras de tu invencible rival?
Ba'al vio claramente una oportunidad aquí. Era humillante en sí que debieran tomar en serio el desafío de un grupo de vagabundos esparcidos. Pero era imperdonable que este simple desafío, aunque equivocado, debiera enervarlo. ¿Quién se creía que era Thomas de Hunter al lanzar un reto tan ridículo?
Qurong sintió una punzada de dolor en el estómago y se dirigió a la mesa, donde había un ánfora de vino al lado de dos copas de plata.
– ¿Me sacaste de mis desvelados sueños para esto?
– Con perdón de ustedes… -dijo Cassak, su general, sosteniendo ahora el rollo-. Si esto es verdad, si el líder de todos los albinos es tan tonto como para esperarnos en Ba'al Bek, fácilmente podríamos acabar con su vida. Y con las vidas de sus tres seguidores. Hasta de Chelise, si ella está con él.
Patricia lo miró. Ella aún se aferraba a la imprudente creencia de que un día iba a recuperar a su hija. Cassak era un necio al no entender cómo funciona el corazón de una mujer. Qurong tendría que hablar con él.
– Liquidar a Thomas no es una propuesta fácil. Aunque se le pudiera atrapar o matar, él tiene razón; sería visto como un mártir y reemplazado por otra docena como él- Se está burlando de nosotros con esta carta.
– ¿Lo está? -inquirió Ba'al.
¿Sugieres que tomemos esto en serio?
– ¿Dudas que yo pueda destruirlo en este jueguecito suyo? -respondió el sacerdote.
– No sé. ¿Puedes?
He aquí la verdadera pregunta, comprendió él. Al hacerla había traicionado sus propias dudas en el poder de Teeleh.
– ¿Has visto últimamente la evidencia de Elyon? -insistió Ba'al-. No, porque no hay ángeles llamados roushes ni un dios llamado Elyon. Son invenciones de la imaginación de los albinos. Las aguas rojas que beben los infectan con una enfermedad que les desnuda la piel y les fríe la mente. Todos sabemos que es así.
– ¿Y si te equivocaras? Si Teeleh, que tampoco está demasiado ansioso de mostrar el rostro, no aparece y los aplasta, ¿entonces qué? ¿Bebo el agua roja de ellos? ¿Te has vuelto loco?
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