—Si hay vida en Marte —decía Ann—, la alteración radical del clima podría exterminarla. No podemos inmiscuirnos mientras el estatus de la vida marciana siga siendo desconocido; no es científico, y peor aún, es inmoral.
Muchos estaban de acuerdo, incluyendo gentes de la comunidad científica terrana; esto influyó en el comité de la UNOMA encargado de supervisar la colonia. Pero cada vez que Sax oía ese argumento, empezaba a parpadear.
—No hay rastro de vida en la superficie, pasado o presente —decía—. Si existe ha de estar bajo tierra, supongo que cerca de las chimeneas volcánicas. Pero aunque haya vida ahí abajo, podríamos buscar durante diez mil años y no encontrarla nunca, ni eliminar la posibilidad de que exista en algún otro lugar, en algún sitio en donde no hemos mirado. De modo que esperar hasta que sepamos con seguridad que no hay vida… una postura bastante corriente entre los moderados… en realidad significa esperar para siempre. Y esto por una posibilidad remota que la terraformación, en cualquier caso, no amenazaría de forma inmediata.
—Por supuesto que sí —replicaba Ann—. Quizá no de inmediato, pero con el tiempo el permafrost se derretiría, habría movimientos en toda la hidrosfera, que sería contaminada por el agua más caliente y las formas de vida terranas: bacterias, virus, algas. Puede que tarde un poco, pero sucederá con absoluta seguridad. Y no podemos correr ese riesgo.
Sax se encogía de hombros.
—En primer lugar, se trata de una suposición de vida, una probabilidad muy baja. En segundo lugar, no estaría en peligro durante siglos. En todo ese tiempo sería posible encontrarla y protegerla.
—Pero tal vez no la encontremos.
—¿Así que nos detenemos por la remota posibilidad de que haya una vida que nunca podremos encontrar? Ann se encogió de hombros.
—Tenemos que hacerlo, a menos que digas que está bien destruir vida en otros planetas mientras no podamos dar con ella. Y no olvides que la vida indígena en Marte sería la historia más grande de todos los tiempos. Tendría unas repercusiones en la cuestión de la frecuencia de vida galáctica de incalculables consecuencias. ¡La búsqueda de vida es uno de los principales motivos por los que estamos aquí!
—Bueno —decía Sax—, mientras tanto, la vida que ciertamente existe está expuesta a una cantidad muy alta de radiación. Si no la reducimos, tal vez no podamos quedarnos. Necesitamos una atmósfera más densa.
Ésa no era una respuesta a la posición de Ann, sino una alternativa, un argumento de gran influencia. Millones de personas en la Tierra querían venir a Marte, a la «nueva frontera», donde la vida de nuevo era una aventura; las listas de espera para la emigración, tanto reales como falsas, estaban desbordadas. Pero nadie quería vivir en un baño de radiación mutágeno, y el deseo práctico de hacer que el planeta fuera seguro para los humanos era más fuerte en la mayoría de la gente que el deseo de preservar el paisaje sin vida que ya estaba allí, o el de proteger una supuesta vida indígena que para muchos científicos no existía.
De modo que se tenía la impresión, incluso entre aquellos que instaban a la prudencia, de que la terraformación iba a ocurrir. Un subcomité de la UNOMA se había reunido para estudiar el asunto, y en la Tierra lo habían convertido en una etapa determinada e inevitable del progreso humano, una parte natural del orden de las cosas. Un destino manifiesto.
Sin embargo, en Marte el tema era al mismo tiempo más abierto y más apremiante, no tanto una cuestión filosófica como un problema cotidiano: el aire gélido y venenoso, y la radiación; y entre aquellos a favor de la terraformación un grupo importante apoyaba a Sax, un grupo que no sólo quería hacerlo, sino hacerlo lo más rápidamente posible. Nadie estaba muy seguro de lo que eso significaba en la práctica; las estimaciones del tiempo que requeriría obtener una «superficie viable para los humanos» iban desde un siglo a 10.000 años, con opiniones extremas en ambas posiciones, desde los treinta años (Phyllis) hasta los 100.000 años (Iwao). Phyllis decía: «Dios nos dio este planeta para hacerlo a nuestra imagen, para crear un nuevo Edén». Simón decía: «Si el permafrost se derritiera, estaríamos viviendo en un paisaje colapsado, y muchos de nosotros moriríamos». Las discusiones abarcaban un amplio espectro de temas: niveles salinos, niveles de peróxido, niveles de radiación, el aspecto de la tierra, mutaciones posiblemente letales de microorganismos creados por la ingeniería genética, y así sucesivamente.
—Podemos intentar modelarlo —dijo Sax—, aunque la verdad es que nunca lo haremos bien. Es muy grande y hay demasiados factores, muchos de ellos desconocidos. Pero lo que aprendamos será útil para controlar el clima terrestre, para evitar el calentamiento global o una edad de hielo futura. Es un experimento de gran magnitud, y siempre será un experimento en curso, sin nada garantizado o conocido con certeza. Pero eso es la ciencia.
La gente estaba de acuerdo.
Como siempre, Arkadi pensaba en el enfoque político.
—Jamás podremos ser autosuficientes sin la terraformación —señaló—. Necesitamos terraformar para que este planeta sea realmente nuestro; sólo así dispondremos de una base material para la independencia.
La gente escuchaba y ponía los ojos en blanco. Pero esto significaba que Sax y Arkadi eran aliados en cierto modo, lo que constituía una combinación poderosa. Y así las discusiones continuaban, una y otra y otra vez, interminablemente.
La Colina Subterránea estaba casi acabada, un pueblo en funcionamiento y en muchos aspectos autosuficiente. Ya era posible seguir adelante; ahora tenían que decidir qué harían a continuación. Y la mayoría de ellos quería terraformar. Se habían propuesto muchos proyectos, todos defendidos por alguien, por lo general aquellos que serían responsables de ejecutarlos. Ésa era una parte importante del atractivo de la terraformación; cada disciplina podía contribuir a la empresa de un modo u otro, por lo que disponía de un amplio apoyo. Los alquimistas proponían medios físicos y mecánicos para añadir calor al sistema; los climatólogos consideraban influir sobre el clima; el equipo de biosfera hablaba de verificar distintas teorías sobre sistemas ecológicos. Los bioingenieros ya estaban trabajando en nuevos microorganismos: cambiando, cortando y recombinando genes de algas, metanogenes, cianobacterias y líquenes, tratando de conseguir organismos que sobrevivieran en la actual superficie marciana, o debajo de ella. Un día invitaron a Arkadi a echar un vistazo a lo que estaban haciendo, y Nadia lo acompañó.
Tenían algunos prototipos GEM en tinajas de Marte: la más grande era uno de los viejos habitats del parque de remolques. Lo habían abierto, habían recubierto el suelo de regolito y lo habían vuelto a sellar. Trabajaban en el interior por teleoperación, y comprobaban los resultados desde el remolque próximo, observando los instrumentos de medición y las pantallas de vídeo que mostraban los productos de las diversas cubetas. Arkadi miró las pantallas con mucha atención, pero no había gran cosa que ver: los viejos cuarteles, cubiertos de cubículos de plástico llenos de tierra roja y brazos robot que se extendían desde las bases instaladas en los muros. Había cultivos visibles en parte de la tierra, una plaga azulada.
—Hasta ahora ése es nuestro campeón —dijo Vlad—. Pero aún es poco areofílico. —Estaban seleccionando unas ciertas características extremas, incluyendo la resistencia al frío, a la deshidratación y a la radiación ultravioleta, tolerancia a las sales, baja necesidad de oxígeno, un habitat rocoso. Ningún organismo terrano tenía todas esas virtudes, y aquellos que las tenían crecían por lo general muy lentamente; pero los ingenieros habían comenzado lo que Vlad llamaba un programa de mezclar y casar, y recientemente habían dado con una variante del cianofíceo que a veces llamaban alga azul.— No es que esté lo que se llama lozano precisamente, pero no muere tan deprisa, digámoslo así. — Lo habían bautizado Aeophyte primares, y el nombre corriente pasó a ser alga de la Colina Subterránea. Querían hacer una prueba de campo con él, y habían preparado una propuesta para enviarla a la UNOMA.
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