Kim Robinson - Marte rojo

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Siglo XXI. Durante eones, las tormentas de arena han barrido el estéril y desolado paisaje del planeta rojo. Ahora, en el año 2026, cien colonos, cincuenta mujeres y cincuenta hombres, viajan a Marte para dominar ese clima hostil. Tienen como misión la terraformación de Marte, y como lema: “Si el hombre no se puede adaptar a Marte, hay que adaptar Marte al hombre”. Espejos en órbita reflejarán la luz sobre la superficie del planeta. En las capas polares se esparcirá un polvo negro que fundirá el hielo. Y grandes túneles, de kilómetros de profundidad, atravesarán el manto marciano para dar salida a gases calientes. En este escenario épico, habrá amores y amistades y rivalidades, pues algunos lucharán hasta la muerte para evitar que el planeta rojo cambie.

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No hubo respuesta. Pero otros evadidos de Koroliov, en el borde sur de Melas Chasma en Marineris, informaron que el cable caía ahora con tanta fuerza que se destrozaba al golpear el suelo. Media hora después llamó un equipo de perforación en Aureum; habían salido después de los estampidos sónicos y encontraron un montón de escombros y una brecha incandescente que se extendía de horizonte a horizonte.

Durante una hora no hubo nuevas noticias, sólo preguntas, especulaciones y rumores. Luego uno de los que escuchaban la radio del casco se echó hacia atrás y enseñó los pulgares levantados, y conectó el intercom y una voz excitada gritó a través de la estática:

—¡Está explotando! ¡Cayó en unos cuatro segundos, ardía de un extremo a otro, y cuando golpeó el suelo todo se sacudió! Pensamos que cayó a unos dieciocho kilómetros al norte, y a veinticinco al sur del ecuador. Espero que puedan calcular el resto. ¡Ardía de cabo a rabo!

¡Como si fuera una línea blanca partiendo el cielo! Jamás he visto nada parecido. Aún veo manchas luminosas de un verde brillante. Era como si una estrella fugaz se hubiera desplegado… Aguarden, Jorge está en el intercom, ahí fuera y dice que sólo tiene unos tres metros de altura. El terreno aquí es regolito blando, de modo que el cable está en una zanja que él mismo ha abierto. Dice que es tan honda en algunos sitios que podrían enterrarlo y conseguir una superficie lisa. Dice que serán como fiordos, porque en otros lugares se levanta cinco o seis metros. ¡Creo que seguirá así durante cientos de kilómetros! ¡Como la Gran Muralla China!

Entonces se recibió una llamada del Cráter Escalante, que estaba justo sobre el ecuador. Lo habían evacuado apenas se enteraron de la ruptura del cable, pero habían huido al sur, evitando que los aplastara. Informaron que ahora estallaba con el impacto y enviaba al cielo cortinas de deyecciones derretidas, fuegos artificiales de lava que describían arcos envueltos en una luz crepuscular, y que cuando volvían a caer a la superficie ya eran opacos y negros.

Durante todo ese tiempo Sax no se movió de la pantalla, y ahora, mientras tecleaba y leía, musitaba con los labios fruncidos. En la segunda vuelta la velocidad de caída sería de 21.000 kilómetros por hora, dijo, casi seis kilómetros por segundo; un peligro de muerte para cualquiera que no se encontrase en un lugar elevado y a muchos kilómetros de distancia. Le parecería la caída de un meteorito y cruzaría de horizonte a horizonte en menos de un segundo. Lo seguirían unos estampidos sónicos.

—Salgamos a echar un vistazo —sugirió Steve mirando con aire culpable a Ann y a Simón.

Un grupo numeroso, de hombres y mujeres, salió detrás de Steve. Los viajeros se contentaron con una imagen de vídeo transmitida por una cámara exterior, que alternaron con tomas recogidas por los satélites. Los fragmentos filmados desde la cara en sombras eran espectaculares; mostraban una centelleante línea que caía como el filo de una guadaña blanca y amenazaba cortar en dos el planeta.

Aun así era difícil concentrarse en lo que veían, entenderlo, y mucho menos sentir algo. Cuando llegaron ya estaban exhaustos, ahora todavía más, y sin embargo no podían dormir; continuaron recibiendo tomas de vídeo, algunas desde cámaras robot que volaban en aviones teledirigidos en el hemisferio iluminado, y mostraban una franja ennegrecida y humeante de desolación: el regolito se alzaba en dos largos diques paralelos de deyecciones bordeando un canal lleno de oscuridad, negro y tachonado con una mezcla de material brechado que se hacía más exótico a medida que el impacto era más violento, hasta que al final una cámara teledirigida envió una toma de horizonte a horizonte de una zanja de lo que según Sax tenían que ser diamantes negros en bruto.

El impacto en la última media hora de la caída fue tan fuerte que aplastó todo lo que estaba cerca al norte y al sur; la gente decía que nadie que hubiera visto el golpe del cable había sobrevivido, y la mayoría de las cámaras teledirigidas también habían sido aplastadas. No hubo testigos para los últimos miles de kilómetros de la caída.

Unas imágenes tardías llegaron desde el lado oeste de Tharsis. En la segunda pasada el cable trepó cuesta arriba. Fue breve pero estremecedor: un fulgor blanco en el cielo y una explosión que subía por el lado oeste del volcán. Otra toma, desde un robot en Sheffield oeste, mostró el cable explotando en camino hacia el sur; luego hubo un terremoto o el golpe de una onda de choque sónica, y todo el distrito del borde de Sheffield se desprendió en una única masa y cayó lentamente al suelo de la caldera cinco kilómetros más abajo.

Más tarde vieron muchas tomas de vídeo de la catástrofe, pero solo eran repeticiones o tomas tardías o imágenes de las secuelas, entonces los satélites comenzaron a desconectarse.

Habían transcurrido cinco horas desde que comenzara la caída, y los seis viajeros se hundieron en sus asientos, mirando o sin mirar la televisión, demasiado extenuados para sentir nada, demasiado cansados para pensar.

—Bueno —dijo Sax—, ahora tenemos un ecuador como yo creía que era el de la Tierra a los cuatro años. Una gran línea negra que atraviesa todo el planeta.

Ann le dedicó a Sax una mirada amarga y dura. Nadia temió que se levantase y abofeteara a Sax. Pero nadie se movió, imágenes de la televisión parpadearon y los altavoces sisearon y crepitaron.

En la segunda noche del viaje a Shalbatana Vallis, vieron la nueva línea del ecuador, por lo menos la más austral. En la oscuridad era una franja ancha, recta y negra que los conducía al oeste. Mientras la sobrevolaban, Nadia miró sobriamente hacia abajo. No había sido un proyecto suyo, pero significaba trabajo, un trabajo destruido. Un puente derribado.

Y esa línea negra también era una tumba. En la superficie no había muerto mucha gente, excepto en el lado este de Pavonis, pero sí casi todos los que estaban en el ascensor, y eso significaba miles. Muchos de ellos seguramente sobrevivieron hasta que la parte del cable donde estaban entró en la atmósfera y se incineró.

Mientras volaban sobre los destrozos, Sax interceptó un nuevo vídeo de la caída. Alguien ya había montado en orden cronológico todas las imágenes que se habían transmitido en directo o en las horas posteriores. Las últimas tomas eran de la sección final del cable, explotando contra el planeta. La zona de impacto final no era más que un borrón blanco en movimiento, como un defecto en la cinta; no había vídeo capaz de registrar semejante luminiscencia. Pero, a medida que el montaje avanzaba, las imágenes se habían ralentizado y procesado de muchos modos, y una de ellas era el fragmento final, una toma en cámara ultralenta que mostraba detalles imposibles de detectar en vivo. Y así pudieron ver que a medida que la línea cruzaba el cielo, el grafito ardiente se desprendía dejando una doble hélice de diamante incandescente que flotaba majestuosa en el cielo crepuscular.

Todo una lápida, desde luego, la gente en ella ya muerta, evaporada; pero era difícil pensar en ellos mientras veían esa imagen extraña y hermosa, la visión de una especie de fantasía de ADN, el ADN de un macromundo de luz pura, que surcaba nuestro universo para fertilizar un planeta yermo…

Nadia apartó los ojos y ocupó el asiento del copiloto. Durante toda la noche miró por la ventanilla, incapaz de dormir, incapaz de quitarse de la cabeza la diamantina imagen descendente. Aquélla fue la noche más larga de todo el viaje. Le pareció que pasaba toda una eternidad antes del amanecer.

Poco después de la salida del sol aterrizaron en la pista aérea de un oleoducto por encima de Shalbatana, y se quedaron con un grupo de refugiados que trabajaban en el oleoducto y que ahora estaban atrapados allí. El grupo no defendía ninguna postura política y sólo quería sobrevivir hasta que las cosas volvieran a la normalidad. A Nadia esta actitud le pareció razonable sólo en parte, e intentó que salieran a reparar las tuberías; pero no le pareció que estuvieran muy convencidos.

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