Kim Robinson - Marte rojo

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Siglo XXI. Durante eones, las tormentas de arena han barrido el estéril y desolado paisaje del planeta rojo. Ahora, en el año 2026, cien colonos, cincuenta mujeres y cincuenta hombres, viajan a Marte para dominar ese clima hostil. Tienen como misión la terraformación de Marte, y como lema: “Si el hombre no se puede adaptar a Marte, hay que adaptar Marte al hombre”. Espejos en órbita reflejarán la luz sobre la superficie del planeta. En las capas polares se esparcirá un polvo negro que fundirá el hielo. Y grandes túneles, de kilómetros de profundidad, atravesarán el manto marciano para dar salida a gases calientes. En este escenario épico, habrá amores y amistades y rivalidades, pues algunos lucharán hasta la muerte para evitar que el planeta rojo cambie.

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Uno de ellos, un esbelto norteamericano de cara fresca, se presentó.

—Soy Steve, me formé con Arkadi en el 12 y trabajé con él en Clarke. Casi todos los que estamos aquí trabajamos con él en Clarke. Estábamos en Schiaparelli cuando estalló la revolución.

—¿Saben dónde está Arkadi? —preguntó Nadia.

—Lo último que supimos era que estaba en Carr, pero se ha salido de la red, lo que no es extraño.

Un norteamericano alto y flaco se acercó a Nadia arrastrando los pies, le apoyó la mano en el hombro y exclamó:

—¡No siempre estamos así! —Y se rió.

—¡No! —convino Steve—. ¡Pero hoy es fiesta! ¿Se han enterado?

Una mujer que se reía con expresión estúpida levantó la cara de la mesa y gritó:

—¡El Día de la Independencia! ¡El catorce del decimocuarto año!

—Miren, miren eso —dijo Steve, y señaló el televisor.

Una imagen vaciló en la pantalla y de pronto todo el grupo se puso a gritar y a vitorear. Se habían introducido en un canal codificado de Clarke, explicó Steve, y aunque no podían decodificarlo, lo habían utilizado como radiofaro para mover el telescopio óptico. La imagen del telescopio había sido transferida al televisor de la sala, y ahí estaba, el cielo negro y las estrellas bloqueadas en el centro por algo que todos reconocían, el cuadriculado asteroide metálico del que pendía el cable.

—¡Miren ahora! —les gritaron a los desconcertados viajeros—.

¡Miren!

Aullaron de nuevo y unos cuantos iniciaron una desigual cuenta atrás desde cien. Algunos inhalaban helio además de oxido nitroso, y se plantaron bajo la gran pantalla y cantaron en ingles:

We’re off to see the wizard,
the wonderful wizard of Oz!
Because, because, because, because,
because of the wonderful things, she does!
We’re off to see the wizard,
the wonderful wizard of Oz!
We're… off to see the wizard!…

Nadia empezó a temblar. La ruidosa cuenta atrás se hizo mas y más estridente, hasta que aullaron:

—¡Cero!

Un vacío apareció entre el asteroide y el cable. Clarke desapareció de la pantalla. El cable, una telaraña entre las estrellas, cayó fuera del campo visual casi a la misma velocidad.

La sala se llenó de vítores frenéticos, al menos durante un momento. Pero se interrumpieron, como por una sacudida, cuando la atención de algunos de los celebrantes fue atraída por Ann, que se había levantado de un salto, los dos puños apretados contra la boca.

—¡Seguro que ya ha bajado! —le gritó Simón a Ann por encima del alboroto—. ¡Seguro que ya ha bajado! ¡Han pasado semanas desde que nos llamó!

Poco a poco se hizo la calma. Nadia se encontró junto a Ann, frente a Sasha y Simón. No sabía qué decir. Ann estaba rígida y miraba con ojos desorbitados.

—¿Cómo rompieron el cable? —preguntó Sax.

—Bueno, el cable es casi irrompible —repuso Steve.

—¿Rompieron el cable? — gritó Yeli.

—Bueno, no, lo que hicimos fue separarlo de Clarke. Pero el efecto es el mismo. El cable está cayendo. —El grupo volvió a aplaudir, con algo menos de entusiasmo. Steve explicó a los viajeros por encima del ruido:— El cable mismo era bastante impenetrable con su estructura de grafito y una malla de doble hélice de diamante, y además disponen de estaciones inteligentes de defensa cada cien kilómetros y de un severo dispositivo de seguridad en las cabinas. De modo que Arkadi nos sugirió que nos concentráramos en Clarke. Verán, el cable atraviesa la roca directamente hasta las factorías del interior, y el verdadero extremo estaba unido al asteroide tanto física como magnéticamente. Pero aterrizamos con un grupo de nuestros robots en un envío de material desde órbita, y excavamos y pusimos bombas termales fuera del revestimiento del cable y alrededor del generador. Y hoy las activamos todas a la vez y la roca se fundió en cuanto se interrumpieron. Ahora estará cayendo hacia el sol. De modo que localizarlo será una tarea bastante difícil. ¡Al menos eso esperamos!

—¿Y el cable? —preguntó Sasha.

Volvió a alzarse el clamor de los vítores y fue Sax quien le respondió en cuanto hubo un momento de tranquilidad.

—Está cayendo —dijo.

Tecleó deprisa en una consola, y Steve le gritó:

—Tenemos los cálculos del descenso si quiere. Son bastante complejos, un montón de ecuaciones diferenciales.

—Lo sé —dijo Sax.

—No me lo puedo creer —dijo Simón. Aún tenía las manos en el brazo de Ann y miraba alrededor con expresión sombría—. ¡El impacto va a matar a un montón de gente!

—Puede que no —contestó uno de ellos—. Y sí mata a algunos, serán casi todos policías de la UN, que han usado el ascensor para bajar y matar a gente aquí abajo.

—Seguramente hace una o dos semanas que bajó —le repitió enfáticamente Simón a Ann, que estaba lívida.

—Quizá —dijo ella.

Algunos lo oyeron y se quedaron más tranquilos. Otros no quisieron oírlo y continuaron celebrándolo.

—No lo sabíamos —le dijo Steve a Ann y a Simón. Había dejado de sonreír y fruncía el ceño, preocupado—. Si lo hubiéramos sabido, imagino que habríamos intentado hablarle. Pero no lo sabíamos. Lo siento. Con un poco de suerte… —Tragó saliva.— Con un poco de suerte ya no estaría allí.

Ann volvió a la mesa y se sentó. Simón revoloteaba junto a ella. Ninguno de los dos parecía haber oído nada de lo que había dicho Steve.

El intercambio de radio se incrementó, como si los que controlaban los satélites de comunicación que aún estaban en órbita se hubieran enterado de lo del cable. Algunos de los rebeldes celebrantes se dedicaron a monitorizar y grabar las transmisiones; otros continuaron de fiesta.

Sax seguía absorto en las ecuaciones de la pantalla.

—Va hacia el este —anunció.

—Así es —corroboró Steve—. Al principio se arqueará mucho, ya que la parte inferior tira de él, y luego seguirá el resto.

—¿A qué velocidad?

—Es bastante difícil de calcular, pero estimamos que serán cuatro horas para la primera vuelta, y luego una hora para la segunda.

—¡La segunda! —exclamó Sax.

—Bueno, ya sabes, el cable tiene treinta y siete mil kilómetros de largo y la circunferencia en el ecuador es de veintiún mil. De modo qué dará la vuelta casi dos veces.

—Será mejor que la gente que esté en el ecuador se aleje deprisa —dijo Sax.

—No exactamente en el ecuador —dijo Steve—. La oscilación de Fobos lo desviará bastante. Es difícil saber cuánto. Depende del punto de oscilación en que estaba el cable cuando empezó a caer.

—¿Norte o sur?

—Lo sabremos en las próximas dos horas.

Los seis viajeros miraron en la pantalla un cielo estrellado. No había modo de observar la caída del cable; sería invisible para ellos hasta el fin. O visible sólo como una línea de fuego.

—Ahí va el puente de Phyllis —dijo Nadia.

—Ahí va Phyllis —dijo Sax.

El grupo de Margaritifer restableció el contacto con el satélite de transmisiones que habían localizado, y descubrió que podía entrar también en algunos satélites de seguridad. Así llegaron a reconstruir la caída del cable. Desde Nicosia, un equipo de la UNOMA informó que el cable había caído al norte de la ciudad, desplomándose verticalmente mientras se desplazaba por la superficie, a través del planeta en rotación. Una voz procedente de Sheffield, alarmada y envuelta en estática, les pidió que lo confirmaran. El cable ya había caído a lo largo de media ciudad y de un campamento del este, por la pendiente del Monte Pavonis y sobre Tharsis, y había allanado una zona de diez kilómetros de ancho con un estampido sónico; podría haber sido peor, pero el aire era muy tenue a esa altura. Ahora los sobrevivientes de Sheffield querían saber si tenían que mudarse al sur para escapar de la siguiente vuelta o intentar rodear la caldera hacia el norte.

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