Kim Robinson - Marte rojo

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Siglo XXI. Durante eones, las tormentas de arena han barrido el estéril y desolado paisaje del planeta rojo. Ahora, en el año 2026, cien colonos, cincuenta mujeres y cincuenta hombres, viajan a Marte para dominar ese clima hostil. Tienen como misión la terraformación de Marte, y como lema: “Si el hombre no se puede adaptar a Marte, hay que adaptar Marte al hombre”. Espejos en órbita reflejarán la luz sobre la superficie del planeta. En las capas polares se esparcirá un polvo negro que fundirá el hielo. Y grandes túneles, de kilómetros de profundidad, atravesarán el manto marciano para dar salida a gases calientes. En este escenario épico, habrá amores y amistades y rivalidades, pues algunos lucharán hasta la muerte para evitar que el planeta rojo cambie.

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Caramba, una vez lo vi sacar un planeador de una comente que habría matado a cualquier otro, era un viento caliente que lo habría despedazado si hubiera intentado resistirse; pero él se dejó llevar y el avión descendió mil metros en un segundo, a tres o cuatro veces la velocidad terminal , y justo cuando estaba a punto de aplastarse contra el suelo, viro de lado y subió y lo descendió en un espado de unos veinte metros. Salió con la nariz y los oídos sangrando. Era el mejor piloto de Marte, volaba como un ángel. Demonios, todos los primeros cien habrían muerto si él no hubiera pilotado la, inserción orbital.

Eso hacia que la gente que lo odiara. Y con buenos motivos. Se opuso a que construyeran la mezquita en Fobos. Y podía ser cruel, jamás conocí a un hombre más arrogante.

Estábamos en el Monte Olimpo y el ciclo se oscureció.

Bueno, antes del comienzo, Paul Bunyan vino a Marte, y con él se trajo a Babe, un buey azul. Echó a caminar en busca de madera y cada pisada suya agrietaba la lava y dejaba la fisura de un cañón. Era tan alto que llegaba hasta el cinturón de asteroides mientras caminaba, y se comía esas rocas como si fueran cerezas y al escupir los huesos, pum, se formaba otro cráter.

Y entonces tropezó con el Gran Hombre. Era la primera vez que Paul veía a alguien más grande que él y, creedme, el Gran Hombre era mucho mayor… del orden de dos magnitudes, y aún eso no explica ni la mitad de lo grande que era. Pero a Paul Bunyan no le importaba. Cuando el Gran Hombre dijo Veamos qué puedes hacer con tu hacha , Paul respondió Ahora mismo , y con un solo golpe aporreó el planeta con tanta fuerza que todas las grietas de Noctis aparecieron en el acto. Pero entonces el Gran Hombre rascó el mismo punto con un palillo de dientes, y abrió todo el sistema Manneris. Probemos con los puños , dijo Paul, y lanzó un gancho de derecha sobre el hemisferio austral y ahí apareció Argyre. Pero el Gran Hombre tocó con el meñique un punto próximo y ahí apareció Hellas. Prueba escupiendo , sugirió el Gran Hombre, y Paul escupió y Nirgal Vallis corrió tan largo como el Mississippi. Pero el Gran Hombre escupió y todos los grandes canales de inundación fluyeron de inmediato. ¡Prueba cagar! dijo el Gran Hombre, y Paul se acuclilló y expulsó Ceraunius Tholus… pero el Gran Hombre echó hacia atrás sus posaderas y justo al lado apareció el macizo Elysium, humeante. Haz lo que quieras , sugirió el Gran Hombre. Inténtalo conmigo . Y Paul Bunyan levantó por el pie toda aquella inmensa mole y lo estrelló contra el Polo Norte con tanta violencia que hasta la fecha todo ese hemisferio boreal está aplastado. Pero sin siquiera levantarse, el Gran Hombre tomó a Paul por el tobillo y con el mismo puño atrapó a Babe, el buey azul, y los golpeó contra el planeta y casi los hizo salir por la Protuberancia de Tharsis, la figura de Paul quedo marcada, Ascraeus la nariz, Pavonis el pene y Arsia los pies enormes. Y Babe está a un lado, levantando el Monte Olimpo. El golpe mató a Babe y a Paul Bunyan, y después de eso Paul tuvo que reconocer que lo habían vencido.

Pero sus propias bacterias se lo comieron, naturalmente, y se arrastraron por todos lados, hasta el lecho de roca y por debajo del megarregolito, descendieron a todas partes, buscando el calor del manto y devorando los sulfuros y fundiendo el permafrost. Y allá abajo donde fueron, cada una de esas pequeñas bacterias dijo Yo soy Paul Bunyan .

Es cuestión de voluntad, dijo Frank Chalmers mirándose en el espejo. La frase era el único residuo del sueño que estaba teniendo cuando despertó. Se afeitó con golpes rápidos y decididos, sintiéndose tenso, repleto de energía lista para ser descargada; quería ponerse a trabajar. Otro residuo: ¡Quién más lo quiere más lo tiene!

Se duchó y se vistió, y bajó en silencio al comedor. Acababa de amanecer. El sol inundaba Isidis con haces horizontales de un color rojo broncíneo, y los cirros parecían virutas de cobre, altos en el cielo oriental.

Rashid Niazi, el representante sirio en la conferencia, se cruzó con él y lo saludó con una breve inclinación de cabeza. Frank devolvió el saludo y siguió caminando. Por culpa de Selim el-Hayil habían atribuido el asesinato de John Boone al ala Ahad de la Hermandad Musulmana, y Chalmers se había mostrado dispuesto a defenderlos. Selim era un asesino que actuaba en solitario, afirmaba siempre, un loco suicida. Eso subrayaba la culpabilidad de los Ahad y a la vez los obligaba a mostrarse agradecidos. Naturalmente, Niazi, un líder Ahad, se sentía un poco frustrado.

Maya entró en el comedor y Frank la saludó con cordialidad, ocultando automáticamente la incomodidad que sentía siempre en presencia de ella.

—¿Puedo sentarme contigo? —preguntó Maya, mirándolo.

—Desde luego.

Maya era perspicaz, a su manera; Frank se concentró en el momento. Charlaron. Surgió el tema del tratado y Frank dijo:

—Como me gustaría que John estuviera aquí ahora. Nos sería útil. Lo echo de menos.

Ese tipo de comentarios distraía a Maya al instante. Apoyó la mano sobre la de él; Frank apenas la sintió. Ella sonreía, mirándolo con una expresión cautivadora. A pesar de sí mismo Frank tuvo que apartar los ojos.

La televisión mural pasaba el paquete de noticias transmitido desde la Tierra; tecleó en la consola y activó el sonido. La Tierra estaba en horas bajas. El vídeo mostraba una marcha de protesta en Manhattan, toda la isla atestada con una multitud que los participantes estimaban en unos diez millones y la policía en quinientos mil. Las imágenes del helicóptero eran bastante extraordinarias, pero en esos días había un montón de sitios quizá menos espectaculares pero mucho más peligrosos. En las naciones avanzadas la gente protestaba por los draconianos decretos de reducción de la natalidad, leyes que hacían parecer anarquistas a los chinos, y los jóvenes habían estallado en furia y consternación, sintiendo que un grupo de viejos y antinaturales no— muertos, la historia misma resucitada, les arrebataba la vida de las manos. Eso no era bueno, claro está. Pero en los países en vías de desarrollo los disturbios tenían como causa el «acceso inadecuado» a los tratamientos, y eso era mucho peor. Los gobiernos caían, la gente moría a millares. En realidad, era probable que la intención de esas imágenes de Manhattan fueran la de tranquilizar: ¡Todo sigue en orden!, decían. La gente se comporta de manera civilizada, aunque sea en la resistencia pasiva. Pero Ciudad de México y Sao Paulo y Nueva Delhi y Manila estaban en llamas.

Maya miró la pantalla y leyó en voz alta una de las pancartas de Manhattan: MANDEN A LOS VIEJOS A MARTE.

—Ésa es la esencia de un proyecto de ley que alguien ha presentado ante el Congreso. Uno cumple cien años y fuera, a retiros orbitales, a la Luna o aquí.

—Sobre todo aquí.

—Quizá —dijo él.

—Supongo que eso explica por qué son tan obstinados en el tema de las cuotas de emigración. Frank asintió.

—Nunca las conseguiremos. Allí abajo están sometidos a demasiada presión, y nos consideran una de las válvulas de escape todavía accesibles. ¿Viste ese programa que pasaron en Eurovid sobre el suelo disponible que hay en Marte? —Maya sacudió la cabeza.— Era como un anuncio de fincas. Si los delegados de la UN nos dieran alguna voz en el asunto de la emigración, los crucificarían.

—Entonces, ¿qué hacemos? El se encogió de hombros.

—Insistir en que se conserve el viejo tratado. Actuar como si cada agrabio significara el fin del mundo.

—Así que por eso te ensañaste tanto con los preliminares.

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