John Darnton - Neanderthal

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En las remotas montañas del norte de Asia, un guerrero desaparece, una estudiante es asesinada y un eminente paleontólogo norteamericano se esfuma sin dejar rastro. Para la oscura institución responsable de la investigación todo esto son indicios de que algo ha salido mal en la más extraordinaria expedición jamás llevada a cabo.
Matt Mattison y Susan Arnot, antiguos alumnos del profesor desaparecido, ex amantes y en la actualidad rivales académicos, aceptarán la misión de encontrar a su viejo tutor de Harvard y el secreto que él ansiaba descubrir: la existencia de una especie entroncada con los orígenes de la humanidad, cuyos individuos han existido durante más de cuarenta mil años. Dotados de poderes inimaginables en un mundo dominado por humanos, dichos homínidos están a punto de alterar para siempre el curso de la civilización.
John Darnton, haciendo gala de un experto manejo del suspense y de una rigurosa documentación científica, nos presenta la pugna entre arqueólogos y gobiernos rivales por seguir la pista a un grupo de criaturas que son una reliquia de la prehistoria. El resultado es Neandertal, la novela de aventuras más esperada del año que, de la mano de Darnton, llevará al lector hacia un viaje fantástico que le hará creer en lo imposible.

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Matt se inclino sobre ella y le cogió la mano. Ella no se lo impidió; al cabo de un rato le apretó la de el y la retiro.

– Voy a acostarme-dijo.

Se desnudo y se metió en el saco de dormir.

A Matt le costo dormirse. Oía la respiración de los demás y a lo lejos, en la oscuridad, unos ruidos. Finalmente se quedó adormilado; sonaba y volvía a despertarse. Vio una extraña figura corpulenta que daba vueltas por el campamento. Se metía furtivamente en la despensa y se inclinaba para coger unos trocitos de carne que estaban colocados en el centro. Revolvía en sus mochilas y los miraba atentamente.

En un par de ocasiones estuvo a punto de recobrar la conciencia. La niebla envolvía las ascuas hasta que finalmente el fuego se apago del todo. La oscuridad era total.

Matt cayo por fin profundamente dormido.

A la mañana siguiente la niebla había desaparecido; hacia un día radiante. Se despertaron todos a la vez, como por encantamiento.

Cuando estaban preparando el desayuno advirtieron que Sharafidin no estaba. Lo buscaron por todas partes. Su manta y unas cuantas provisiones también habían desaparecido.

– Tenia que habérselo dicho a ustedes -comento Van furioso-. Estaba asustado, esta claro. Me di cuenta de ello anoche cuando hablamos. Sabia que huiría.

– No lo se -dijo Rudy dubitativo, rascándose la cabeza.

– Me apuesto lo que sea a que su fuga tiene que ver con el dichoso diario -prosiguió Van-. Sabia mas cosas de las que decía. Escondía algo.

Susan estaba en cuclillas en el lugar en el que había dormido Sharafidin. Miraba fijamente el suelo. De pronto alargó la mano y cogió algo. Se levantó y se acercó a Matt pasmada y desencajada.

– No se ha escapado.

Abrió el puno derecho: tenia el Coran diminuto de Sharafidin. La cubierta de piel gastada resplandecía a la luz del sol de primeras horas de la mañana.

– ¿Y que hacemos ahora? -preguntó Rudy.

Nadie respondió. Habían ido callando, después de una mañana de conversaciones y desacuerdo respecto a la desaparición de Sharafidin. Al principio cada uno se lo había tomado a su manera. Matt guardaba silencio, Rudy se dedico a limpiarlo todo después del desayuno, Van paseaba sin hacer nada, ostensiblemente calmado, y Susan escribió un largo mensaje para Kellicut que enterró en el ‹‹buzón››, como lo llamaba Matt, por si se daba el improbable caso de que regresara.

Habían inspeccionado el campamento en busca de señales de violencia o de lo que empezaban a llamar, eufemísticamente, ‹‹visitantes››, pero no hallaron nada. Matt comprobó las mochilas. Dos estaban tumbadas de lado, pero era difícil recordar donde y como estaban exactamente la noche anterior. Matt fue incapaz de decidir si las habían saqueado o no. En la dispensa todo parecía estar en orden. No le contó a nadie su pesadilla.

– Miren, no digo que sea un cobarde ni nada por el estilo -dijo Van-. Después de todo nos trajo hasta aquí. Pero quizá desde su punto de vista ha cumplido los términos del trato, de modo que no tenia motivos para quedarse.

Susan se volvió y lo miro airada.

– Es imposible que recogiera sus cosas y se marchara sin decir una palabra, así sin mas. No sabes de lo que hablas.

Matt intento aflojar la tensión creada.

– Lo que haremos será apretar el paso. A partir de aquí, igualmente dependíamos de nosotros mismos. Sharafidin no podía guiarnos mas allá de donde lo hizo, así que ya no podía ayudarnos a encontrar el camino.

– ¿Como sabremos hacia donde hemos de ir? -preguntó Rudy.

– Seguiremos adelante -respondió Matt con una confianza que no sentía-. No tenemos ningún mapa, pero el diario describe aproximadamente lo que estamos buscando: primero una garganta, después algún tipo de paso y finalmente una grieta, que será la parte mas difícil de encontrar.

Empezaron a ascender por la ladera que arrancaba del extremo mas alejado del campamento. A mitad de camino de un saliente, Susan se volvió y miro hacia atrás. Vio el sendero por el que habían venido, el lugar donde Van se había agachado con el revolver. De aquello hacia menos de veinticuatro horas, reflexiono, pero ya casi parecían días. El diario de Kellicut lo había cambiado todo. La existencia de una tribu de homínidos que había sobrevivido hasta entonces empezaba a parecerle cada vez mas probable. Desde aquella altura, su cobertizo parecía insignificante, poco mas que un montón de ramas y guijarros frente a una ilimitada extensión de roca y cielo.

Había salido el sol pero, cuando se levantó el viento, el frío penetraba hasta los huesos. Avanzaban penosamente en fila india. Dar un paso requería un ingente esfuerzo, porque la altitud lastraba sus pies.

Susan estaba confusa respecto a Sharafidin. ¿Que podía haberle sucedido? Van estaba equivocado, era imposible que hubiera salido huyendo. De eso estaba segura. Por supuesto, había otra explicación, pero era demasiado horrible para pensar en ella e hizo un esfuerzo por apartarla de su mente.

Rodearon la cara del risco y ante ellos surgió un paisaje espectacular; había un barranco, después una larga y suave pendiente de roca con retazos de nieve bajo las zonas a las que no llegaba la luz del sol; elevándose por detrás del barranco, como una ola congelada, había otro pico y a lo lejos, otro mas. En la cima del mas alejado resplandecía una cresta diamantina de nieve. El mundo parecía extenderse hasta el infinito, mas allá del horizonte.

Matt se sintió diminuto. Curiosamente, la sensación no era agobiante sino de regocijo, incluso de liberación, al principio. Pero el sentimiento se disipo rápidamente y pronto cedió el paso al pesimismo, fruto de la comprensión pragmática de que en toda aquella majestuosa extensión la posibilidad de encontrar lo que habían venido a buscar era tan remota que se desvanecía en la nada.

Cuando llego a la cresta, Susan le dio alcance y caminaron codo con codo. Su cabello, remetido bajo una gorra, colgaba en mechones que rozaban sus mejillas.

– Ahí esta el pajar. Me preguntó donde estará la aguja -dijo apuntando con la barbilla lo que se extendía ante ellos-. Déjame hacerte una pregunta.

– Adelante.

– En este punto podríamos dar medía vuelta y regresar, ¿verdad? Me refiero a que desde aquí probablemente aun encontraríamos el camino.

– Supongo que si.

– Pero dentro de otros tres o cuatro días quizá no.

– Correcto.

– ¿Entonces?

– Entonces, ¿adonde quieres ir a parar?

– Tal vez deberíamos meditarlo bien y tomar alguna decisión sobre lo que queremos hacer.

– Susan, tu ya sabes que quieres hacer.

– ¿Como lo sabes?

– Porque te conozco.

Estaba en lo cierto, por supuesto. De ninguna manera interrumpiría ella el viaje, y si alguno hubiera sugerido que dieran medía vuelta, habría luchado como una tigresa. No era por casualidad la nieta de una aventurera húngara que había recorrido Canadá. Pero le gustaba discutirlo e imbuirse de fuerza si se llegaba a un consenso.

– ¿Que hay de los demás? Quizá deberían dar su opinión.

– ¿Estas de guasa? Fíjate en Van. Atropellaría a su abuela por seguir adelante. Apenas puede respirar, pero no piensa detenerse.

– ¿Y Rudy?

– Es difícil saberlo, pero yo diría que se ha enrolado a lo que salga. Y si lo piensas bien, te darás cuenta de que hará lo que tu quieras.

Susan suspiro y sonrió débilmente.

– Genial -dijo-. Justo como siempre había imaginado que acabaría mi vida: merodeando alrededor de las puertas del cielo, buscando a un sabio distraído y al abominable hombre de las nieves.

Cuando llegaron al borde de la cresta, el espectáculo los obligo a detenerse en seco. Una bandada de aves negras y relucientes como la plata los esquivo en su vuelo rápido y bajo, dejando tras ellas un gritó tenue como un rastro de vapor. Verse proyectados hacia el cielo, rodeados por completo de nubes que se arremolinaban y se hundían ante sus pies, era una sensación vertiginosa. Matt se desembarazo de su mochila.

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