– ¡Lo conseguí, mama! ¡Estoy en la cima del mundo! -aulló abriendo los brazos con un movimiento brusco y quedándose inmóvil en su mejor imitación de James Cagney.
Susan se echó a reír a carcajadas y Matt giro sobre si mismo, la cogió por el brazo y la atrajo hacia si. Ella alzo el rostro con los ojos abiertos y el la beso fugazmente en la mejilla.
Susan inclinó ligeramente la cabeza, buscando sus labios, fue ella quien lo besó, largo y profundamente, cobijándose en sus brazos.
Rudy llego por detrás y al verlos aplaudió, ejecuto una breve danza y se apresuro a ponerse a su lado.
– Aja, lo sabia. Había hecho una apuesta. Tengo olfato para estas cosas. -Soltó la mochila y correteo a su alrededor; su alegría era autentica.
– Rudy -dijo Susan cariñosamente-. Escucha esta expresión de los noventa: corta el rollo.
– ¿Corta el rollo? ¿Que significa?-Estaba encantado.
– ‹‹Tranqui, tronco›› ¿Recuerdas esa? Es como ‹‹tranqui››, pero mas en serio.
– Corta el rollo. ¡Que fuerte!
Se sentaron para esperar a Van. Matt y Susan permanecieron en silencio; de repente se sentían incómodos. Pero Rudy siguió parloteando sin desfallecer. Tuvieron que esperar un largo rato y cuando finalmente Van alcanzo gateando la cumbre, jadeaba ruidosamente. Su rostro estaba pálido y su cabeza se bamboleaba por el esfuerzo que hacia para recuperar el aliento. Se dejo caer a su lado y se acuno la cabeza con las maños.
– Me imaginaba que fumando tanto estarías preparado para pasar sin oxigeno -dijo Matt.
Van lo fulmino con la mirada, pero no tenia aliento suficiente para replicarle.
Decidieron repartirse el peso que cargaba Van y Matt empezó a deshacer su mochila. Descubrió el portátil.
– Vaya, ¿que tenemos aquí? -preguntó sosteniéndolo en alto.
Susan cogió el aparato con una mano y lo examino.
– Tiene gracia -dijo-. Es el segundo que veo. Sirve para transmitir vía satélite, ¿verdad?
– ¿Lo has utilizado? -Matt logro a duras penas contener su ira. Una vez mas, Van los había tomado por tontos.
Van sacudió la cabeza, abrió la boca para hablar y clavo la vista en el suelo, buscando refugio en la debilidad.
– No es mala idea contar con un enlace vía satélite -dijo Matt-, pero no se por que lo has mantenido en secreto. Y pesa demasiado. No podemos seguir cargándolo. -Lo dejo sobre una cornisa, coloco a su lado otros utensilios que saco de la mochila, formando una pila, y después amontonó piedras encima-. Siempre he querido enterrar un ordenador -dijo.
Antes de cubrirlo por completo, Matt comprobó el indicador. El interruptor estaba en la posición OFF. No podía saber que eso significaba que el transmisor enviaba una señal automática de localización, y Van no le privo de su ignorancia.
Matt saco una pala plegable de la mochila y la añadió al montón. Finalmente Van consiguió hablar.
– Imagine que la necesitaría para cavar mi tumba -manifestó.
– Tonterías. Tu nos enterraras a todos -dijo Susan.
Van sabia que estaba muy mal. Notaba que se estaba asfixiando inexorablemente. De vez en cuando, una oleada de pánico estremecía todo su cuerpo; la sentía llegar, crecer y recorrerle como una corriente eléctrica. Sudaba y al mismo tiempo tenia frío. En Barbados había visto a un grupo sacando del océano a un moribundo. Había sufrido un aeroembolismo, la parálisis de los buzos, y aguanto un rato en la playa antes de expirar, mirando directamente al sol con los ojos bien abiertos. Se entero de que aquel hombre era un experto escafandrista que había efectuado centenares de inmersiones, descendido a decenas de metros y explorado innumerables cuevas submarinas. Nadie sabia que le había ocurrido esta vez, a solo veinte metros de profundidad.
Otro submarinista expuso su teoría de que le había atenazado un pánico insuperable y había intentado llegar de golpe a la superficie.
Van en aquel momento podía entenderlo, solo que no había superficie hacia la que abalanzarse. Tenia bajas las defensas y lo invadían toda clase de pensamientos descabellados. Esto, en cierto modo, lo sabia, pero el conocimiento no mitigaba la presión que ejercía sobre el. No le cabía la menor duda de que los demás estaban en su contra. Avanzaban deliberadamente a un paso riguroso para que se cansara y quedara rezagado. El ordenador con radio era una metedura de pata que iban a lamentar. Ya se enterarían. No tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo. El sabia a lo que se enfrentaban. No podían engañarlo. Solo necesito tiempo, pensó. Se como igualar el marcador.
Aquella noche acamparon al pie de la cañada con dos caras protegidas por peñascos caídos. No hacia viento, pero el frío seguía siendo igual de cortante que unas astillas de cristal.
A Van le martilleaba la cabeza y sintió como otra oleada de pánico le recorría todo el cuerpo. Por alguna razón empezó a pensar en algo que solía decir su padre: ‹‹La enfermedad es una debilidad y la debilidad es una enfermedad››.
Mas tarde, mientras intentaba dormir, sufrió un ataque de nistagmo de Cheyenes-Stokes debido a la altitud. En el momento en que paso de la conciencia al sueno, su respiración se interrumpió. Cuando el centro de emergencia del cerebro asumió el mando, su cuerpo sufrió violentas sacudidas mientras inspiraba en grandes bocanadas y despertaba empapado en sudor, presa del pánico. Le ocurrió tres veces a lo largo de la noche.
Al día siguiente estuvieron caminando toda la mañana, y hacia la tarde la mente de Matt empezó a divagar de nuevo.
Era como sonar despierto, solo que era una ensonación mas larga y algo mas intensa, y la línea entre la fantasía y la realidad era mas difusa.
– Matt, Matt.
Susan lo llamaba a sus espaldas. Se volvió lentamente sin dejar de caminar, aun envuelto en una bruma.
– Mira ahí abajo.
Matt obedeció. No vio nada fuera de lo corriente: rocas y guijarros diseminados, las punteras de sus botas de montaña avanzando inexorablemente, una después de la otra, por la dura tierra.
– Mira a tu alrededor. ¿No lo ves? -La voz de Susan sonaba mas excitada que alarmada. Fluctuó perezosamente por el aire enrarecido y parecía llegar desde muy lejos.
De pronto cayo en la cuenta: ¡estaba en un camino! Era rudimentario y desaparecía de vez en cuando en las zonas de tierra, pero era innegable que se trataba de una especie de pista forestal.
Se agacho. No había huellas de pisadas, solo puntos de tierra mas oscura. Mas adelante, donde el terreno se elevaba ligeramente, el sendero era compacto y describía una curva abierta para sortear un afloramiento rocoso.
Susan se puso a su lado, respirando con dificultad.
– ¿Que te parece? -preguntó.
– Es difícil decirlo con certeza. No hay huellas de ninguna clase.
– Podrían ser de algún animal, como cabras monteses.
Pero, por otra parte, no hay excrementos.
– Es extraño, parecía surgir de la nada.
– Justo como lo describió Kellicut-observó Susan.
Rudy se unió a ellos y después, al cabo de un buen rato, Van. Rudy se mostró exultante ante el hallazgo, pero Van se lo tomo de una manera muy misteriosa.
– Bien -dijo con un suspiro de resignación y agotamiento-. Al menos ya sabemos que estamos en sus dominios.
Por la noche llevaron el campamento en una hendidura de la roca.
El sendero se ensanchaba un poco y se hizo mas nítido. Al cabo de cuatro horas se cruzaron con otro sendero y después otro. Matt se había detenido largos minutos en cada encrucijada, intentando decidir que camino tomar. Finalmente encontraron tantos senderos nuevos que se había rendido y procuro ir mas o menos en una misma dirección.
El cielo se oscureció rápidamente. Rudy, que parecía menos cansado que los demás, se ocupo de la cena por designación propia; preparo pasta precocinada y verduras deshidratadas. Tardo medía hora en reunir los trozos de madera suficientes para encender una pequeña hoguera.
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