– ¿Podrías poner un ejemplo? -preguntó Matt.
– Por ejemplo, miren la letrina. Dos troncos colocados encima de un agujero, nada mas. Es muy rudimentaria, ¿no les parece? Y la despensa es muy tosca. Yo diría que el profesor no es de esas personas que invierten tiempo en rodearse de comodidad.
– No vas desencaminado, a mi juicio -dijo Matt.
– Y el cobertizo no es nada del otro mundo. ¿Por que no se molesto en construir algo mas sólido? Aquí arriba hace un frío que pela, así que o bien no pensaba pasar mucho tiempo en este sitio o bien le importaba un rábano.
– Eso no admite discusión; yo diría que no le importaba nada-comento Matt.
– Y luego fíjense en donde esta situado. Si quería esconderse podía haber elegido una cueva; aquí arriba hay decenas de ellas. Sin embargo escogió el lugar mas visible de toda la zona. No es una elección muy inteligente.
Susan monto en cólera.
– A lo mejor lo que quería era precisamente que lo vieran.
– Puede -agrego Matt-. Quizá quería anunciar su presencia. Atraerlos hacia el.
– O tal vez se imagino que, hiciera lo que hiciera, ellos sabrían donde estaba-dijo Susan.
Van volvió la cabeza y le dirigió una mirada inquisitiva y extraña, como si intentara comprender algo.
– La persona que construyo este campamento no tenia ningún miedo, esto es innegable… y conociendo a Kellicut, yo diría que encaja perfectamente con su manera de ser -añadió Susan.
– ¿Pero no vio ninguna huella de pisada? -Preguntó Matt-. Nosotros las hemos visto y no las buscábamos. Es lógico pensar que esto le hiciera vacilar.
– Probablemente fuera al contrario -manifestó Susan.
– Así que tu crees que el no sintió ningún miedo.
– Si.
– Entonces, ¿Por que le preocupo la idea de que ellos pudieran tenerle miedo a el? ¿Con que finalidad se mostró tan accesible? ¿Por que no intento espiarlos furtivamente?
– No lo se-respondió Susan-. Para empezar lo mas probable es que no creyese en esa teoría de que los hombres de Neandertal se esconden del Homo sapiens y todo eso. En ninguna de sus publicaciones insiste en ello. Mas bien tenia una visión romántica de ellos: los consideraba seres posiblemente superiores.
– Quizás haya algo que no sabemos -prosiguió Matt-. Quizás hallo algo que le hizo comprender que al fin y al cabo no son seres que inspiren temor.
De repente todos se callaron. Rudy estaba adormilado.
Van permaneció unos minutos pensativo, luego meneo la cabeza mientras miraba a su alrededor.
– Otra cosa. Miren como esta dispuesto. Carece de toda lógica. Aquí esta el fuego, allí el pozo. ¿Por que los construyo a tanta distancia uno del otro? Seria mucho mas natural que estuvieran cerca. ¿Y que hace la despensa allí?
Piensen un poco. Cada vez que cocinaba tenia que desplazarse desde aquí hasta allí, y luego allá… Que insensato…
– Un momento -lo interrumpió Susan, que se puso en pie de un salto, muy excitada-. Tienes razón. Mirad. Es un triangulo. Un triangulo perfecto, Matt.
Sorprendido también ante aquel descubrimiento, Matt se levantó precipitadamente.
– ¿Podría ser?
– ¡Rápido, traed una cuerda!
Rudy abrió los ojos. Matt revolvió en su mochila y saco una cuerda enrollada. La sostuvo por un extremo y le dio el otro a Susan, que se dispuso a medir la distancia entre el fuego y el pozo.
– ¿Les importaría darme a conocer su secretito y dejarme participar en el? -preguntó Van. Intento decirlo con indiferencia, pero su voz traslucía irritación.
– Se trata solo de una posibilidad -manifestó Susan-. No se si vamos bien encaminados.
Midió la cuerda y se la ato a la mano; a continuación midió la distancia que había del pozo a la despensa.
– Es un método que empleamos los paleontólogos… al menos Kellicut lo hacia. En las excavaciones era casi un ritual.
Antes que nada inspeccionábamos toda la zona para encontrar los sitios mas apropiados para excavar. Nos basábamos en el estadio de la acción de las glaciaciones, los asentamientos, la erosión, este tipo de cosas. Y cuando pensábamos que podíamos empezar a excavar, trazábamos un triangulo equilátero con piedras. Entonces cavábamos el centro.
Ahora Susan estaba midiendo el tercer lado y Matt retomo la explicación.
– Kellicut, que es muy astuto, sabia que tenia que hallar un escondrijo seguro. ¿Pero donde? Las rocas no lo son; se pueden desplazar o alguien puede cambiarlas de sitio.
– Así pues, ¿utilizo el campamento? -preguntó Van.
– ¡Eureka! -Exclamó Susan sosteniendo la cuerda-. Un triangulo equilátero perfecto.
Doblo uno de los lados por la mitad y señaló el punto exacto con una piedra. Levantó la cuerda perpendicularmente y camino junto a ella hasta llegar al centro, que marco con el tacón.
Matt saco su pala plegable y empezó a cavar. El suelo era duro y solo sacaba trozos de roca mezclados con tierra pedregosa. Rudy le ayudaba picando el agujero con una destral.
– No me puedo creer que hiciera esto -dijo Matt-. Incluso teniendo en cuenta que lo hizo el, se trata de un medio tortuoso.
Pronto la pala dio con algo. Matt cavo alrededor de lo que fuese que estaba enterrado e hizo palanca con la pala para extraerlo. Y lo que extrajo fue una caja de metal. Quito la tierra que había encima de la tapa, que no le fue fácil abrir.
Adentro había un grueso diario rojo, sucio de polvo y con las puntas dobladas.
A Eagleton no le caía nada bien el hombre uniformado que estaba sentado enfrente de el, pero era consciente de que era el mejor en lo suyo y que lo necesitaba. Por eso había convenido en informar de todo al coronel Kane… de lo esencial, para ser exactos. Eagleton jamás se lo contaba todo a nadie.
Con el propósito de hacer un alarde de buena voluntad, Eagleton le entrego el cable de cuatro líneas que había enviado Van. Era un mensaje perfectamente inútil. Su interlocutor se acercó a la luz, lo leyó y gruñó unas palabras.
– ¿Por donde iba? -preguntó Eagleton.
– Kellicut.
– Ah si, Kellicut. Bueno, como le he dicho, llevamos años financiando sus proyectos. Nuestra ayuda se reducía siempre al mínimo, nada sustancioso. Nunca nos imaginamos que tendría éxito; sus proyectos eran para nosotros de escasa Importancia.
– ¿De escasa importancia? Me sorprende, sobre todo ahora.
Eagleton se recostó en su asiento y dio una chupada al cigarrillo con su amaneramiento característico.
– Bien, en el instituto nunca hemos concedido a la criptozoologia un lugar preeminente -explico-. Desde el principio hemos contado con dos personas que se han dedicado a esta especialidad, pero mas como hobby que como otra cosa.
Nada serio, nada que captara la atención de quienes detentan el poder… al menos hasta ahora.
– Siga.
– Mas que nada archivamos cierta información: gente que aseguraba haber visto extrañas criaturas, recortes de la prensa, y cosas por el estilo. -Hizo un ademán señalando un montón de carpetas que había encima del antepecho de la ventana-. En realidad reuníamos todo este material porque sabíamos que los rusos también lo hacían; no estábamos dispuestos a que nos llevaran la delantera en nada. En aquel entonces el juego era estancado. Y ellos andaban metidos en algo grande, Dios sabe por que. En aquel momento era difícil ver las ventajas militares que podía ofrecer aquello.
Puede que fuera un trabajo parecido al de nuestros servicios de espionaje cuando investigaban las marsopas; eran tiempos Idiotas, de esos en que a alguien Ie da por desarrollar investigaciones novedosas y la burocracia no quiere mantenerse al margen.
Eagleton le habló de las anteriores expediciones rusas; primero de la de un explorador llamado Badzare Baradiyan, en 1906, y luego de la de un profesor mongol conocido solo por el nombre de Zhamtsarano. Fueron arrestados y exiliados por todo el laborioso trabajo que llevaron a cabo y sus voluminosos archivos desaparecieron en las cámaras mas recónditas del Instituto de Estudios Orientales de la Academia de Ciencias de Leningrado.
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