No obstante, Sharafidin seguía subiendo sin ningún esfuerzo, se deslizaba de un lugar a otro como un cometa, en busca de un sitio firme en el que apoyar los pies. Sus piernas delgadas subían y subían, moviéndose sin cesar.
A aquella altura ya no había prácticamente hierba; se encontraron en un paisaje desolado en el que solo había tierra, piedras, rocas y laderas cubiertas de guijarros. A medía tarde llegaron a un puerto situado entre dos cimas. La nivelación del terreno hizo que la marcha fuera menos ardua. Desde allí se veía el valle, que estaba a unos ochenta kilómetros.
Repararon en una zona umbría debajo de un saliente de roca. Cuando se acercaron mas, oyeron un murmullo; la tierra temblaba. Detrás de una piedra, oculto en la sombra, había un agujero. Abajo, a un metro, fluía un río subterráneo.
Matt metió el brazo por el agujero y toco el agua helada.
Lleno la cantimplora, la subió y se la paso a los demás.
– Podríamos hacer un alto y comer aquí-propuso Susan.
Rudy le dijo algo a Sharafidin; este respondió en un tono de voz crispado y bajando la vista, cosa que a Matt le llamó la atención.
– ¿Que ocurre?
– Le he preguntado donde estábamos y me ha dicho…exactamente lo que me ha dicho es: ‹‹Hemos llegado al lugar al que las personas no se acercan››.
– ¿Ah si? Pues dile que van a tener que cambiar el nombre de este sitio -gruñó Van, que se alejo para investigar el punto por el que el río salía a la superficie, unos cien metros mas allá.
De repente oyeron que gritaba. Lo encontraron en una margen de arena en forma de semicírculo, donde el agua fluía por la roca que se veía mas arriba. La cantimplora de Van estaba volcada, aunque parecía que la había llenado. Estaba jadeando entrecortadamente, respirando con dificultad, arrodillado, en una postura erecta e incomoda; con una mano, que no dejaba de mover arriba y abajo como un pistón, señalaba hacia un lugar indefinido.
Lo primero que pensó Matt fue que le había dado un ataque al corazón.
– ¿Te encuentras bien? -le gritó.
– ¡Miren!
Van señalaba el suelo, entre sus piernas, sin dejar de agitar la mano de aquella extraña manera, mientras se acercaban todos corriendo.
Susan fue la primera en llegar.
– Dios mío.
Allí, en la arena que había junto al río, vio la huella de una pisada, profunda y anormalmente grande. Matt se agacho y la examino con atención. Parecía humana pero era demasiado ancha en la parte inferior del empeine.
– Muy bien. ¿Quien es el que esta loco ahora? -chilló Van mirándolos fieramente-. Se lo dije, pero ustedes no quisieron creerme.
Rastrearon la zona y hallaron otras huellas de pisadas, pero lo mas extraño fue descubrir pisadas de botas con rayas entrecruzadas. Había de diferente tamaño y estaban mejor formadas porque sin duda eran mas recientes. Las estuvieron siguiendo hasta que su rastro desapareció. Al parecer eran huellas de tres personas distintas y estaban precedidas por las huellas de un ser humanoide aunque no humano.
Por el modo en que estaban dispuestas las huellas de las botas y de las pisadas era evidente que los humanos perseguían a aquel ser.
– Miren esto -dijo Rudy, que recogió una colilla del suelo con el índice y el pulgar, y la olió-. Es tabaco ruso -agrego.
Van estaba quedándose muy rezagado. Respiraba con dificultad y la mochila le pesaba como si la hubiera llenado de piedras. Por la mañana, cuando se había vestido, se había atado la funda del arma al muslo derecho; era imposible no sentir el contacto del revolver, que se le hundía en la carne.
Era consciente de que empezaba a notar los efectos de la falta de oxigeno. Y en aquel momento comprendió que estaba pagando las consecuencias de todos los años que había estado fumando sin parar e ingiriendo diversas sustancias químicas: DMT, STP y drogas cuyos nombres era incapaz de recordar, al igual que de niño nunca recordaba las letras de identificación de las emisoras de radio. Los síntomas provocados por la altura no le eran desconocidos: mareo, que no siempre era desagradable, aunque se presentara acompañado de pequeños ataques de paranoia, y, sobre todo, la sensación de pánico al intentar llenar de aire los pulmones sin conseguirlo. Si se agravaban, serian insoportables.
Hizo un esfuerzo por dominarse, pero lo único que logro fue acrecentar la ansiedad, de modo que dejo de luchar por controlar sus pensamientos. Así que, después de todo, los rusos habían estado allí. Debió haberlo supuesto. Nunca se había fiado de ellos y era el quien tuvo que negociar directamente con ellos. La glasnost era un cuento chino. Aquello era demasiado importante para que lo ignoraran. Transmitían cierta información, pero no toda. Y al final habían tomado la delantera y habían montado su propia expedición.
Puede que los rusos quieran que hagamos el trabajo mas ridículo, mientras ellos esperan el momento propicio para ponerse en acción y emprender el ataque final, pensó. Van intuía que Eagleton también había tenido sus dudas, pero era capaz de dejarlas de lado, basando su argumento en lo que llamaba ‹‹el factor anarquía›› de Moscú. Eagleton siempre había sido un excelente jugador, sobre todo cuando jugaba con bienes que no le pertenecían, como las vidas ajenas.
A medía tarde Sharafidin aligero de repente el paso; al dar la vuelta por una curva vieron que prácticamente estaba corriendo. Le gritaron pero el no redujo la marcha ni se volvió a mirarlos siquiera. Finalmente se subió a la cresta de un risco y desapareció.
Se dieron prisa para alcanzarlo. Al llegar a la cresta, miraron hacia arriba: había una larga pendiente y un campo en el que se veía que habían construido algo. Tardaron un tiempo en darse cuenta de que era el campamento de Kellicut.
No esta mal situado, pensó Matt. Tenia una vista esplendida en todas direcciones y desde allí se podía descender fácilmente. ¿Para huir a toda prisa en un momento dado? No era probable. Kellicut no era una persona que tuviera en cuenta la posibilidad de tener que huir. Lo mas verosímil era que aquel sitio magnifico le había atraído; por las noches podría contemplar la montaña que había escalado y las colinas que había al pie de las montañas. Con aquella vista, la sensación de omnipotencia, característica de el, se vería reafirmada.
Llegaron a la margen del campamento. En medio del caos, algo se movió, aunque no percibieron que había sido.
Van lo vio por el rabillo del ojo, sin darse cuenta de nada.
Se agacho, con la mano derecha agarrando el arma; con un movimiento rápido, dibujando un arco, la desenfundo y la levantó lentamente sin dejar de apuntar. Al concentrarse y enfocar, sus sentidos se relajaron. Experimento un gran alivio. No era mas que un inmenso halcón pardo que se había posado en un palo, agitando sus alas torcidas.
Se puso de pie.
– Mierda-dijo-. Eso no me lo esperaba yo.
El ave es una señal de mal augurio, pensó Susan. De pronto supo, con una certeza que no era capaz de explicar, que no encontrarían a Kellicut en el campamento. Parecía abandonado, desordenado y destrozado por la lluvia y la nieve.
Aquel sitio era de una austeridad espartana comparado con el campamento que habían imaginado hallar mientras ascendían la montaña. La construcción principal era un cobertizo de aproximadamente un metro y medio de alto y unos tres metros y medio de largo, y se extendía desde la pared de una piedra grande que medía un metro y medio de alto. Estaba situado paralelo a una pared rocosa de unos cincuenta centímetros de alto que servía para cortar el viento.
A unos quince metros había una plataforma clavada a uno de los escasos árboles que podían vivir a aquella altura. Era como una despensa. Al otro lado estaban los restos de lo que había sido la hoguera; en otro rincón había un pozo improvisado con una cuerda deshilachada atada a una taza metálica que estaba en el suelo. Un poco alejado, en un sendero lateral, había lo que parecía una letrina: un agujero cubierto con dos troncos.
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