John Darnton - Ánima

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Nueva York: un chico de trece años yace en la cama de un hospital con el cerebro dañado a causa de un accidente. Dos científicos se hacen cargo de su destino. Ambos médicos alcanzarán juntos un resultado que superará todas las expectativas de la ciencia médica.

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Pero -y éste era el pensamiento que la torturaba- ella no había dejado la facultad; no había llevado a su madre a su casa para cuidar de ella durante un par de meses del modo en que una hija única debería haberlo hecho. No le preparó comidas ni se sentó junto a la cama para mantener largas charlas ni tocó música ni le leyó durante horas. Y, tal vez lo más importante, ni siquiera estuvo a su lado cuando murió. Estaba en un examen y llegó dos horas después de su fallecimiento. Durante el funeral, cuando estaba hablando, un gorrión apareció de ninguna parte y se posó en su cabeza. El pobre pájaro se enredó en su pelo y ella lo espantó, pero el gorrión regresó y ella incluso pensó que le daba unos picotazos. Más tarde tuvo el` extraño pensamiento de que ese gorrión era un espíritu, vengador enviado por su madre, y aunque realmente no' creía en esas cosas, durante muchos meses después tuvo pesadillas a causa de ese incidente.

¿Por qué pensaba en todo eso en este momento? Había algo que la inquietaba; algo que había sucedido durante la operación le estaba haciendo pensar en esas cosas. Pero ¿qué era?

Fue a la pequeña cocina con su fregadero de esmalte manchado y la cocina con dos quemadores, se preparó una taza de café y se sentó en el sofá delante de la mesa baja, desvencijada pero aún aprovechable. La había encontrado en la acera hacía una semana y la había llevado a su apartamento como si fuese un trofeo.

Habitualmente era buena controlando sus sentimientos. Era una mujer fuerte del noroeste y poco dada a juegos y simulaciones.

Pero había un juego que había aprendido a practicar, y quizá formara parte de lo que en ese momento le inquietaba. Era el juego del cirujano que finge que su paciente no es realmente una persona. Un juego con un propósito mortalmente serio, como le habían inculcado en la Facul tad de Medicina, porque permitía que el cirujano introdujese una afilada hoja de acero en un trozo de palpitante materia gris y lo cortara para extirparlo, sabiendo que podía contener una fórmula matemática, un poema o el recuerdo de un amor perdido.

Pero en ese momento le resultaba muy difícil poder ver de modo objetivo al paciente. Había algo en ese caso acerca de ese chico tan joven y del padre que tanto lo amaba que la perturbaba y la implicaba a un nivel diferente. Y ahora que lo pensaba, sabía en parte de qué se trataba: de su incapacidad para considerarlo como un «caso». Pero ¿por qué?

Aunque lo intentase con todas sus fuerzas, no podía borrar de su mente la imagen de Tyler, tan pequeño e indefenso en la mesa de operaciones, o de Scott durante esa milésima de segundo cuando entró en la sala de espera y sus miradas se encontraron, y ella sintió su pena y su pérdida. Esa visión despertó algo en ella y la conmovió. Era la profundidad de sus sentimientos y el hecho de que parecieran estar amenazando su equilibrio emocional de una manera que ella no podría haber previsto.

La despertó el sonido del teléfono y respondió con un leve gruñido.

– ¿Doctora Willet?

La voz que se oía al otro lado de la línea era de un hombre. Al principio no pudo identificarla; no era Harry, su ex novio de la Costa Oeste, quien, en cualquier caso, era demasiado considerado como para llamarla en mitad de la noche.

– Sí.

– Soy Scott, Scott Jessup. El padre de Tyler.

Encendió la luz y miró el reloj. Las dos y media de la madrugada. Esperaba que él se disculpara por lo intempestivo de la hora, pero no lo hizo. Estaba aturdido, confuso.

– Necesito preguntarle algo y espero que me responda sinceramente.

– Por supuesto.

Ya estaba completamente despierta añadió con suavidad:

– Pregúnteme lo que quiera.

– Ese médico, el doctor Saramaggio… hoy pareció sugerir… dijo que todo había salido bien y que Tyler se recuperaría.

– Sí. Recuerdo cuándo lo dijo.

– Y entonces yo le pregunté qué… qué quería decir con que se recuperaría… ¿Lo recuerda? Y, al principio, no me respondió, estaba hablando con toda esa jerigonza médica, hasta que finalmente le interrumpí para preguntarle: «Pero ¿se pondrá mejor?». Y él me miró, un tanto sorprendido, y permaneció un momento en silencio y… y volví a hacerle la pregunta. Y él se quedó mirando al su lo. ¿Lo recuerda?

– Sí, lo recuerdo.

Se preguntó si Scott habría estado bebiendo. Sus p labras sonaban… no farfulladas exactamente, pero sí tanto lentas.

– Y luego dijo: «Sí, se pondrá mejor». Pero lo dijo d un modo que sugería que no lo decía realmente en serio.' No sabía qué decir. Ella había tenido exactamente la misma impresión en aquel momento. De modo que se limitó a responder con un monosílabo.

– Bueno… me preguntaba cuál era su opinión. Usted estaba allí; usted presenció la operación. Usted sabe… usted parece saber lo que está en juego aquí. Usted… es una persona en la que se puede confiar. Y por eso quería preguntárselo… quería preguntarle si pensaba que Tyler tiene una posibilidad, alguna posibilidad de recuperarse… Quiero decir, de ponerse realmente bien, no sólo de vivir, de sobrevivir en un pulmón de acero o algo parecido. Si no de volver a ser él mismo otra vez… reconocible… Porque si no fuese así… no sé si merece la pena seguir adelante con la segunda operación. Quiero decir, qué sentido tiene…

Estaba sollozando y no pudo continuar.

– No sé qué decir -contestó ella-. Escucho su pregunta y sé, creo que sé, lo importante que es obtener una respuesta. Pero no estoy segura de que haya una respuesta en este momento. Gran parte de lo que ha sucedido hoy en esa sala de operaciones es nuevo, tan nuevo que hay muchas cosas que aún ignoramos.

– Lo comprendo. -Su tono era súbitamente duro-. No estoy buscando una respuesta rápida y profesional, un porcentaje o algo así. Pero, por el amor de Dios, usted conoce el cerebro, sabe cuánto daño ha sufrido; usted sabe cosas acerca de este nuevo proceso de las células madre… ¿Cree que es posible que funcione?

Ella no contestó de inmediato. Sabía que debajo de esa pregunta había otra: ¿debían seguir adelante? ¿Debía él, como padre del paciente, detener todo el procedimiento?

– ¿Recuerda nuestra conversación en la cafetería? -preguntó Kate.

– Por supuesto. Y he estado pensando en eso… en la idea de que pueda irse para siempre, y la cuestión que me planteo ahora es si esta nueva persona, un nuevo Tyler, puede llevar una vida plena y ser todo lo que podría llegar a ser. Pero debo decirle que no estoy seguro de que eso funcione. No estoy seguro de poder aceptarlo.

Lo que él necesitaba era información, hechos puros y duros, en la medida en que hubiese alguno.

– Yo tampoco estoy segura de que pudiera aceptarlo si estuviese en su lugar o, al menos, no al principio. No sé qué decirle. ¿Qué le parece si repaso algunas de las cosas que han sucedido hoy? Y usted, si quiere, puede hacerme preguntas, y examinamos el problema entre los dos, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– En primer lugar, como usted ya sabe, el daño fue muy importante. Si Tyler se despertara, si eso fuese siquiera posible, no tenemos ni idea de cómo sería. El cerebro es un órgano asombroso: puede absorber muchas cosas puede compensar, incluso puede crecer. Pero el daño sufrido es grave. Es sorprendente que el sistema nervioso autónomo aún funcione tan bien, y que lo haga es una buena señal, en términos de permanecer con vida. Pero no creo que su hijo pudiera recuperar realmente la conciencia en ningún momento, la conciencia plena.

– ¿Quiere decir que cree que estará siempre así? ¿En coma? ¿Como un vegetal?

– Sí. Ahora bien, como le hemos dicho, esta operación nunca se ha llevado a cabo con seres humanos. Es complicada y arriesgada por cuatro razones. Una: extraer el objeto, lo que podía provocar aún más daños. Se ha hecho. Aparentemente todo ha salido bien (Saramaggio es el único cirujano que podía llevarlo a cabo), pero durante un tiempo no sabremos si la extracción de esa pieza d metal ha causado más daños en el cerebro. Dos: extrae las células madre y cultivarlas en el laboratorio hasta que se hayan multiplicado. La primera parte de este procesa ya se ha hecho. Con qué rapidez y cómo se multiplican es algo que aún no podemos decir. Tres: permitir que un ordenador dirija el sistema autónomo. Eso es algo absoluta mente nuevo. Ha funcionado en trabajos experimentale con animales, en monos concretamente y, por tanto, teóricamente es posible, pero debo subrayar la palabra teóricamente. Finalmente, cuatro: volver a implantar las células madre y estimularlas para que se hagan cargo de las células dañadas. Ésa es la parte más complicada de todas; se encuentra en los límites de la experimentación. Es un procedimiento que aparentemente se ha llevado a cabo con animales, con ratas, y parecen haberlo aceptado muy bien. Las ratas han sido sometidas a diferentes pruebas y, al menos en apariencia, parecen comportarse de un modo bastante normal. Pero, naturalmente, no podemos hablar con ellas, y los seres humanos son mucho más complicados.

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