John Darnton - Experimento
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Pero sí entendió palabras sueltas, y habría jurado que oyó a Bozman pronunciar el nombre de Kuta. El disco que puso a continuación era de jazz, hot jazz de Nueva Orleans, y Skyler también habría jurado que el trompetista no era otro sino Kuta.
Decidieron pasar la noche en el Days Inn situado en la salida 11 de la Ruta 95. Preguntaron en recepción dónde se podía comer bien y el empleado les dio la dirección de un restaurante llamado Pelican Point, que sólo estaba a diez kilómetros por la carretera 99. Fueron allí y disfrutaron de una excelente cena marinera. Para cuando regresaron al motel ya había anochecido.
Skyler estaba nervioso y no tenía sueño. Se quedó levantado hasta tarde viendo viejas películas por televisión, y no se durmió hasta cerca de la una. Jude entró a saco en el minibar y se bebió un par de whiskies que lo dejaron fuera de combate. Se despertó a las cinco de la mañana y no logró conciliar de nuevo el sueño.
Se acordó de Tizzie y pensó en llamarla. No había hablado con ella desde que se marchó de Washington, pero no deseaba correr el riesgo. Sabía que la joven estaba representando el papel de espía y debían actuar con cuidado y astucia. Lo mejor que podía hacer para proteger a Tizzie era mantenerla en la ignorancia de las cosas importantes. Y aquello era importante.
Pensó en lo que harían al día siguiente. Irían al embarcadero situado detrás de la tienda Homer's de cebos y aparejos de Landing Road. Aquél, según les había dicho la camarera del Pelican Point, era el mejor sitio para alquilar una lancha. Pagarían en efectivo. Luego se dirigirían hacia la isla, y… Y a partir de aquel punto resultaba imposible hacer planes, porque no había modo de saber qué ocurriría. Comenzó a sentir un fuerte vacío en el estómago.
Llevaban días y días intentando averiguar el nombre de la isla, pero en ningún momento se habían planteado qué demonios harían si conseguían llegar hasta ella. Echar un buen vistazo. Espiar a los del Laboratorio. Reunir la mayor cantidad posible de información. Estupendo, pero… ¿cómo? ¿Escondiéndose entre los arbustos con unos prismáticos? Y luego ¿qué? A la fría luz del amanecer, los grandiosos planes que había forjado bajo el influjo del alcohol la noche anterior -planes para acabar con el Laboratorio y liberar a los clones, y detener a Baptiste e incluso a Rincón si éste se hallaba en la isla-, no le parecían sino las patéticas fantasías de un aspirante a héroe. Tenía que enfrentarse a la realidad. Lo cierto era que no tenía ningún plan, salvo el de llegar a la isla e, improvisando sobre la marcha, averiguar todo lo que le fuera posible… Y todo ello evitando que lo detuvieran. Porque, en caso de que los detuvieran… -Jude no se hacía ilusiones-, no era probable que pudieran escapar.
El vacío de su estómago aumentó, y sabía que no era a causa del hambre. Dio vueltas y más vueltas en la cama, tratando inútilmente de dormirse, y cuando ya las sábanas estaban húmedas de sudor y hechas un reguño logró conciliar el sueño.
Despertó sobresaltado e, inmediatamente, debido a la luz que se filtraba por las cortinas, se dio cuenta de que habían transcurrido bastantes horas. Miró su reloj. Cristo, eran las diez de la mañana. Se levantó, se vistió y fue a llamar a la puerta de Skyler. Skyler llevaba una toalla en torno a la cintura y Jude vio que del baño salían densas nubes de vapor: se había estado duchando. Aquello irritó a Jude. Skyler debía de llevar un buen rato en pie. ¿Por qué no lo había despertado? El día empezaba mal, y eso que ni siquiera habían salido del motel.
Las cosas no mejoraron una vez salieron. Fueron hasta la costa y les costó trabajo encontrar un sitio en el que dejar el Volvo. En el primer lugar, en un arbolado tramo de carretera, el propietario de una casa tipo rancho situada en las proximidades les dijo que se largasen de allí. Los dos lugares siguientes estaban vacíos, pero el coche habría llamado mucho la atención allí detenido. Al fin se metieron por un camino que conducía hasta las marismas y, al llegar al final, encontraron una zona semioculta entre un grupo de pacanas. Aparcaron el coche junto a un destartalado Buick con el radiador oxidado.
El camino de regreso fue más largo de lo que esperaban, y para cuando llegaron a Landing Road sudaban copiosamente. La tienda de cebos y aparejos Homer's daba a la carretera. Al otro lado había una dársena en la que la hierba crecía hasta la cintura. En el centro de la orilla, se veía un muelle flotante sujeto a cuatro viejos pontones que le permitían subir y bajar con la marea. Cuatro lanchas estaban amarradas a él. A la derecha, la carretera continuaba sobre un angosto puente de madera que parecía construido con traviesas ferroviarias. Cruzaba un brazo de mar que luego se dividía en los canales que discurrían entre las docenas de islas de las marismas.
Tres hombres estaban sentados en sillas frente a la tienda, bajo el desvencijado techo del porche. Uno de ellos, un individuo de cabello entrecano y rostro bronceado les dirigió una distraída inclinación de cabeza. Los otros dos no alzaron la vista ni reaccionaron ante la presencia de Jude y Skyler; uno de ellos estaba contando una larga historia acerca de un viaje a Mobile, y hablaba con tal lentitud y haciendo tantas pausas que Jude no supo si lo iría a interrumpir o no.
Al fin, preguntó por Homer.
El que estaba haciendo el relato alzó la mirada, lanzó un escupitajo que fue a caer sobre el polvo, los miró de arriba abajo y señaló hacia su espalda. Jude entró en el local.
Homer era un joven que iba desnudo de cintura para arriba y llevaba unos desteñidos vaqueros azules. En el bíceps derecho tenía un tatuaje del ratón Mickey sosteniendo una daga de cuya punta caían pequeñas gotas de sangre color rojo anaranjado. El hombre no se mostró desagradable, e incluso charló con ellos sobre el tiempo -según dijo, el último huracán había sido el peor que se recordaba-, pero cuando Jude le preguntó si podía alquilarles una lancha, torció el gesto y dejó de hablar. Skyler entró en el local y la vista de Homer fue de uno a otro repetidamente, como si se muriese de ganas de hacer una pregunta.
– Queremos alquilar una lancha -dijo Jude.
– Yo no alquilo lanchas -contestó.
Jude señaló un cartel escrito a mano que había sobre un barril lleno de lombrices y que decía: Se alquilan lanchas por días.
– Hemos dejado el negocio -explicó Homer inexpresivo.
– Es que hemos de ir a una isla. A la isla Cangrejo. ¿Nos puede usted llevar?
– ¿Además de la lancha, también quieren contratar mis servicios?
– Exacto.
Jude se metió la mano en el bolsillo y sacó un fajo de billetes. Probablemente, hacerlo no fue la mejor táctica, pero no había llegado hasta allí para que un patán echara por tierra sus planes.
– Pagaré lo que sea.
Aquello pareció cambiar la situación. Homer miró por un momento el dinero e inmediatamente apartó la vista.
– Les costará ochenta dólares.
– De acuerdo.
– Y tendrán que esperar a la hora del almuerzo -explicó Homer abarcando el local con un ademán-. Estoy solo en la tienda.
– Le daré cien dólares si nos vamos ahora mismo.
Homer se rascó la cabeza y miró hacia el viejo reloj situado sobre la caja registradora. Eran las doce y diez.
– Supongo que no pasará nada porque hoy cierre un poco antes. Voy a por mis cosas.
Homer salió por una puerta del fondo del local y Jude y Skyler lo esperaron fuera.
Transcurridos unos minutos, Jude volvió a entrar y oyó la voz de Homer hablando por teléfono, aunque no logró entender lo que decía. El timbre del teléfono no había sonado, así que era Homer el que había hecho la llamada. Pero… ¿a quién?
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