John Darnton - Experimento
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– Lo que se me escapa totalmente -siguió McNichol-, es cómo se le ocurrió guardar durante tanto tiempo un mechón de su cabello. Supongo que no tuvo la clarividencia de saber que, andando el tiempo, haría un reportaje sobre el tema.
Jude cerró su cuaderno de notas lentamente. Le dio las gracias a McNichol por su trabajo, le estrechó la mano y le dijo que volvería a ponerse en contacto con él si se le ocurrían nuevas preguntas. McNichol quiso saber cuándo se publicaría el reportaje en el periódico, y Jude respondió que no tenía ni idea.
Al salir vio que una recepcionista ocupaba el escritorio que al entrar había visto vacío. Era una joven de ojos penetrantes que parecían denotar inteligencia. Jude le preguntó qué organismos oficiales ocupaban aquellas oficinas.
– Varios organismos comparten el mismo espacio: federales, estatales y locales.
– ¿Algunos de esos organismos son policiales?
– Pues sí.
– ¿El FBI?
– Sí, el FBI entre otros. ¿Por qué lo pregunta?
Jude no respondió, y tampoco lo hizo cuando la mujer le preguntó el nombre y el motivo de su presencia allí. En vez de ello se dirigió a los ascensores y tuvo la suerte de llegar cuando las puertas de uno se abrían.
Llamó a Tizzie desde un teléfono público de Astor Place, e hizo lo posible para que su voz no denotara la preocupación que sentía. Ella no respondió inmediatamente. Jude consultó su reloj, eran pasadas las cinco. La secretaria ya debía de haberse ido. ¿Seguiría Tizzie allí? Comenzó a tabalear con los dedos sobre la repisa de la cabina.
– Vamos, contesta de una vez…
Al fin al otro extremo del hilo sonó la voz de Tizzie.
– Tizzie, escucha. Skyler ha desaparecido. Fui a su habitación y no está allí. El conserje me dijo que se largó.
– ¿Por qué? ¿Adonde puede haber ido?
– No tengo ni idea. El conserje no supo decírmelo. El tipo no ha sido de mucha ayuda. Al principio creyó que yo era Skyler, y comenzó a echarme una bronca por bajar por la escalera de incendios. Me dijo que usarla está prohibido por la ley, y añadió que no quería verme más por allí. Le dije que Skyler era mi hermano menor y le pregunté si sabía adonde podía haber ido, pero el tipo no sabía nada. Lo único que dijo fue que Skyler parecía asustado y que daba la sensación de que huía de algo.
– Pero… ¿de qué iba a huir?
– Sabe Dios, pero por lo visto estaba despavorido. Más tarde hablaremos de eso. Tengo tantas cosas que contarte… Te quedarás pasmada. Algunas de las piezas del rompecabezas están encajando en su lugar. Pero antes tengo que ir a buscar a Skyler. ¿Puedes pasar por mi casa por si se le ocurre llamar? No estoy seguro, pero creo que tiene mi teléfono.
– De acuerdo.
– Y cuando vayas por allí, mantén los ojos bien abiertos. Quizá Skyler haya ido mi casa, pero si está realmente asustado, puede que no. Tal vez tema que ellos lo busquen allí.
– Jude… ¿quiénes son «ellos»?
– Luego te lo cuento.
– No seas tan misterioso. Te comportas de una manera muy rara y das la sensación de estar sumamente alterado.
– Más tarde te daré todas las explicaciones que quieras. Ahora tengo que irme.
Tizzie dijo que iría inmediatamente al apartamento.
Jude detuvo un taxi y le dijo al conductor que lo llevara a Central Park.
– ¿A qué altura?
Aquél era el problema, Jude no tenía ni la más remota idea. Y como el parque se extendía desde la calle Cincuenta y nueve hasta la Ciento diez, era totalmente imposible efectuar una búsqueda minuciosa. Le dijo al chófer que lo dejara en el cruce de la Setenta y dos y la Quinta. Tendría que confiar en la suerte.
Se retrepó en el asiento pensando en ello. Bueno, ¿adonde iría yo si estuviera en su lugar? A fin de cuentas, Skyler y yo somos prácticamente idénticos. Alguna ventaja tiene que tener el hecho de que seamos… de que estemos tan íntimamente relacionados.
Ni siquiera en aquel monólogo interior se atrevía a utilizar la palabra que se le había venido varias veces a la cabeza durante su conversación con McNichol.
Cuando ésta apareció, sin aliento, con su melena y su vestido blanco, los hombres que ya habían salido de las celdas comenzaron a lanzar silbidos y a piropearla.
Mientras se hallaba en el calabozo de la comisaría del distrito Diecisiete, a Skyler le permitieron hacer más de una llamada telefónica. A fin de cuentas, estrictamente hablando, no estaba detenido.
Lo habían llevado allí con el resto de los trabajadores de la construcción, fornidos hombretones que durante la manifestación habían lanzado gritos e imprecaciones, pero que curiosamente se mostraron pasivos una vez estuvieron en el interior de la furgoneta policial. Camino de la comisaría, bromearon con los policías y charlaron entre ellos como si aquello no fuera más que una divertida e inofensiva aventura. Skyler, sentado en un rincón de la furgoneta, miraba al exterior a través de la malla metálica de la ventanilla. Estaba petrificado. No tenía ni idea de lo que ocurría, ni de adonde los llevaban, ni por qué. La pierna y la cabeza le dolían, y cuando se tocaba la coronilla notaba el cabello lleno de sangre seca.
Incluso antes de que llegaran a la comisaría de la calle Cincuenta y uno, los obreros de la construcción señalaron a Skyler a los agentes que iban delante y les dijeron que lo habían detenido por error. Los policías no les prestaron demasiada atención. Una vez llegaron a su destino, los obreros fueron encerrados en dos grandes calabozos entre risas y chanzas, como si todo lo que estaba sucediendo no fuera más que una divertida broma. Las puertas metálicas quedaron abiertas y al cabo de poquísimo tiempo apareció un abogado sindicalista, para averiguar cuáles eran las acusaciones, que fue tomando nota de los nombres de los detenidos. Cuando llegó a Skyler, le hizo unas cuantas preguntas y lo sacó de la celda. Lo llevó ante el canoso sargento de guardia, que, tras escuchar al abogado, le dijo al detenido que podía marcharse. Skyler estaba a punto de salir por la puerta cuando el sargento lo miró de arriba abajo y le preguntó:
– ¿Tienes algún sitio al que ir?
Negó con la cabeza y el policía le dijo que podía usar el teléfono si quería. Skyler sólo podía llamar a una persona, y el sargento buscó el número y se lo marcó.
– Haz que le echen un vistazo a esa herida de la cabeza -le aconsejó el hombre momentos antes de que llegase Tizzie.
Jude paseaba de arriba abajo por la sala de su apartamento mientras Skyler y Tizzie tomaban té sentados en el sofá. Skyler les contó que estaba tumbado en la cama de su habitación y había oído a alguien en el rellano. También les relató su fuga por la escalera de incendios, su posterior carrera por las calles, durante la cual había visto a un ordenanza, o a alguien que se le parecía mucho. Huyendo de él había entrado en un local donde había una mujer desnuda, luego se metió en el metro y al final terminaron arrestándolo. Jude no acababa de creerse que los enemigos de Skyler hubieran logrado dar con él. Dijo que el tipo del rellano podía haber sido cualquiera, y que dudaba de que en una ciudad tan grande Skyler hubiera ido a tropezarse con la gente que lo perseguía. Sin duda, a Skyler le estaba jugando una mala pasada su imaginación.
Después Jude les pidió a los dos que le escucharan atentamente.
– ¿Recuerdas que te hablé de unos individuos llamados ordenanzas? -le pregunto a Tizzie.
– Sí, claro. Por lo que dijiste, son tipos horribles.
– Bueno, pues según Skyler, los tres tienen más o menos el mismo aspecto. Y yo pude darme cuenta de que al menos dos de ellos sí lo tenían cuando me siguieron por los túneles del metro la noche que los vi por primera vez.
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