John Darnton - Experimento
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Sin que Skyler lo advirtiese, ella ya se había sentado frente al ordenador. Pulsó una tecla e inmediatamente un verdoso resplandor inundó la sala. ¡Maldición! ¡Aquello no lo tenían previsto! Julia se quitó la camisa. ¿Qué está haciendo?, se preguntó Skyler, pero en seguida comprendió. Julia cubrió la pantalla con la camisa y luego metió la cabeza debajo. El resplandor quedó amortiguado por la tela.
Skyler se apartó y quedó montando guardia con la espalda contra una pared. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra y estudió la sala. Las paredes interiores estaban talladas en la roca y encaladas, mientras que los muros exteriores estaban construidos con bloques de hormigón ligero. El suelo era de linóleo, y las planchas de insonorización del techo tenían parduscas manchas de humedad en un rincón. El mobiliario era escaso: el ordenador al que Julia estaba sentada y otro situado sobre un sencillo escritorio de madera, archivadores metálicos, una estantería, una lámpara de pie y un sillón de piel sintética con un desgarrón en uno de los brazos.
Miró a Julia, que ahora que tenía algo concreto que hacer parecía extrañamente sosegada, y admiró su sangre fría. Él jamás había puesto el pie en la sala de archivos, y se sentía como si hubiese entrado sin autorización en una zona prohibida.
Observó las ventanas tratando de ver algún movimiento en el exterior, aunque sabía que el auténtico peligro se hallaba más cerca: en la escalera. Si los descubrían, probablemente sería porque el propietario de alguna de las voces que sonaban arriba decidía de pronto bajar. ¿Y si algún ordenanza necesitaba algo de allí? Trató de no pensar en ello. La cabeza de Julia seguía oculta; casi la oía pensar mientras oprimía las teclas probando distintas combinaciones. Luego ella retiró la camisa de la pantalla y lo miró con un fantasmal resplandor bañándole las mejillas.
– Acércate, Sky -susurró.
Fue presuroso junto a ella y, por encima de su hombro desnudo, vio la pantalla en blanco.
– No puedo hacer nada -dijo Julia angustiada-. No sé manejar el aparato. Es inútil.
Apagó el ordenador. El verdoso resplandor se encogió hasta no ser más que un punto y luego desapareció por completo. Julia se levantó y se puso de nuevo la camisa. Skyler, tras mirar por última vez hacia el exterior, se aproximó a la segunda puerta de la sala. Desde el momento en que la vio, supo que tendría que abrirla. Sospechaba que conducía a un lugar acerca del cual venía escuchando rumores desde tiempos inmemoriales. Cuando eran niños, aquel sitio había tenido un lugar preeminente en los sombríos rincones de sus temerosas fantasías.
Hizo girar el tirador de latón.
En el centro había una blanca mesa metálica, con lámparas cenitales sobre ella que producían una brillante luz. El suelo tenía una ligera inclinación que conducía a un desagüe. Junto a las paredes había gran cantidad de gabinetes llenos de instrumental médico. En un rincón, junto a una cama, botellas de gas con tubos de goma y una máscara. Skyler jamás había visto una sala que estuviese tan inmaculadamente limpia.
Entró en la sala lentamente y Julia lo siguió. Hacía calor y olía a cerrado. Había otra puerta más, gruesa y pesada, como la de un frigorífico para carne. Cruzó la estancia y asió el tirador de la puerta. Ésta se abrió en seguida, hacia adentro, revelando un negro hueco. Skyler encontró un interruptor y lo accionó. Un blanco resplandor lo cegó momentánea y piadosamente hasta que al fin logró enfocar la vista en la terrible imagen que tenía ante sí. Allí, tendido sobre mesa de mármol, había un cuerpo.
Al principio le pareció una pequeña estatua, pálida y encogida en una postura extraña. Yacía de espaldas. Los pies estaban apuntando hacia fuera, como en posición de reposo. Bajo el cuello y extendiéndose en pequeños círculos en torno a las axilas, había una zona coloreada por un extraño tinte amarillo verdoso. Los genitales masculinos, echados hacia un lado, estaban hinchados, llenos de fluido. Skyler trató de no mirar el pecho, pero sus ojos eran inevitablemente atraídos hacia él. El pecho no existía. En su lugar había un hueco, una hendidura, como la de un pescado destripado. A ambos lados pendían recortados pedazos de piel, como postigos de una ventana, y la caja torácica se había colapsado hacia dentro en torno a un oscuro orificio rodeado por un rojo cerco de sangre seca.
Era Patrick.
Skyler respingó al tiempo que Julia se colocaba a su altura y le rozaba el brazo. Notó el envaramiento del cuerpo de ella cuando vio el cuerpo, y oyó que la respiración se le cortaba.
– Mira -exclamó Skyler con voz estrangulada-. El corazón no está.
Notó que Julia volvía a respirar. Permanecieron unos segundos observando mudamente el cadáver.
– Pero… ¿por qué? -preguntó ella al fin.
Él no supo responder.
Volvieron sobre sus pasos, apagaron la luz y cerraron la puerta. En la sala de archivos, Skyler montó guardia mientras Julia examinaba con manos temblorosas el escritorio y el ordenador, asegurándose de que no quedaban vestigios de la presencia de ambos. Cuando llegaron al exterior y cerraron la puerta tras de sí, miraron rápidamente en torno para cerciorarse de que no había moros en la costa.
Corrieron tan de prisa como les fue posible y no se detuvieron hasta haberse adentrado en el bosque. Ni siquiera allí, en el que para ellos había sido el único refugio seguro de toda la isla, se sentían ya a salvo.
Se detuvieron jadeando. Ella se sentó en el suelo y él se recostó en un árbol. Cuando habló, Julia lo hizo en voz tan baja que él podía seguir percibiendo los rumores de los pequeños animales que se movían entre la maleza; intentó escuchar al tiempo la voz y los sonidos.
– No lo entiendo -dijo Julia-. ¿Por qué tuvieron que vaciarlo de ese modo? ¿Qué enfermedad tenía?
– No lo sé, pero era algo mortal. Rápido y mortal.
– ¿Y cómo lo sabemos?
– ¿Por qué, si no, iban a cortarlo de ese modo?
– ¿Crees que sufría alguna terrible enfermedad?
– Quizá sea eso lo que tratan de averiguar.
– ¿Será infecciosa? ¿Nos habremos contagiado?
– Sólo estuvimos allí unos segundos.
– Le faltaba el corazón, ya lo viste. ¿Dónde está? ¿Para qué se lo habrán llevado?
– No lo sé… Tal vez lo estén analizando o algo así.
Al escuchar su propia voz, Skyler se dio cuenta de que le faltaba convicción.
– No sé -dijo Julia, que se puso en pie y comenzó a pasear dando vueltas-. Esto es horrible… y me da miedo. Hay tantas cosas que no sabemos… Pero algo está ocurriendo.
Skyler supo a qué se refería su compañera. Durante meses, las dudas y las sospechas de Julia habían ido aumentando a ritmo aún más rápido que las de él. Y cuando se veían en sus reuniones secretas, unas reuniones que a ambos les parecían cada vez más y más arriesgadas, ella, tarde o temprano, abordaba el tema que se estaba convirtiendo en su obsesión.
– Patrick no es el primero que ha muerto… -reflexionó Julia, y Skyler agradeció que no llamara a Raisin por su nombre-. Ni tampoco es el primero en ser convocado a un reconocimiento médico especial. ¿Por qué nunca descubren nada malo en los reconocimientos médicos normales?
– Pues no sé. A veces sí que lo descubren.
– Pero no siempre. ¿No ves que parece como si ellos supieran de antemano que algo anda mal?
Lo veía. Y, como frecuentemente le ocurría, advirtió que lo había visto sin verlo; que la idea andaba ya en algún recoveco de su mente, sólo que él no se había molestado en examinarla hasta que Julia le había llamado la atención sobre ella. Julia era así, de mente rápida e inquisitiva. Era capaz de hacer frente a realidades que él trataba de eludir.
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