John Darnton - Experimento
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La joven notó que la sangre le subía a la cara y que tenía las piernas entumecidas. Hizo un débil gesto negativo.
– Pero yo te vi levantar la mano. Dinos quién eres. ¿Por qué llevas bata de laboratorio? ¿Qué haces aquí?
Vagamente, Tizzie se dio cuenta de que la gente se volvía a mirarla. Un rumor se extendió por todo el auditorio. Uno de los miembros del público era un pelirrojo cuyos ojos casi se desorbitaron. Alfred. El hombre comenzó a abrir la boca.
– He venido para ayudar en el parto -dijo con voz temblorosa.
– El parto -repitió el hombre del estrado con falso regocijo-. El parto. Yo diría que si lo que deseas es asistir a un parto, no podrías haber venido a un sitio menos adecuado.
El público rió pero el sonido no resultó nada jovial.
Por el rabillo del ojo, Tizzie vio que dos hombres de cabellera casi blanca avanzaban hacia ella. Notó que sus manos la agarraban fuertemente por los brazos, la levantaban de la silla y la sacaban del auditorio. En el proceso, las gafas de sol se cayeron al suelo. Tizzie volvió la cabeza y vio que tío Henry la miraba con expresión triste.
La sacaron del salón y, llevándola casi a rastras, cruzaron con ella el patio en dirección a un edificio en el que no había reparado antes. En uno de sus costados tenía una escalera exterior. Sus captores la hicieron subir por ella y cruzar una gruesa puerta de madera. Para cuando echaron a andar por un largo corredor con puertas a ambos lados, Tizzie comprendió dónde se encontraba: en la prisión militar.
La dejaron a solas en una pequeña celda. Al cabo de menos de un minuto, la joven oyó que en la habitación contigua alguien pronunciaba su nombre. Reconoció inmediatamente la voz de Jude.
CAPÍTULO 31
Por los planos que se había aprendido de memoria, Skyler sabía que el hospital tenía un falso techo. Lo problemático era acceder a él.
Se dirigió a la parte posterior del edificio rectangular de un solo piso y alzó la vista. Los dos aleros del tejado se unían formando una pequeña cúspide triangular. En el centro del pequeño triángulo había algo redondo, un orificio de entrada de aire para el ventilador del ático. El hueco no se encontraba lejos de la extendida rama de un roble. Un recuerdo lejano acudió a la memoria de Skyler: Julia y él encaramándose a un árbol para espiar a Rincón.
Mientras ascendía por el árbol, le sorprendió su propia agilidad. Hacía sólo diez minutos apenas había sido capaz de recorrer la distancia entre dos edificios, y ahora, allí estaba, trepando de rama en rama. Llegó hasta la que había divisado desde el suelo. Se agarró a ella con la mano izquierda, alargó el brazo derecho y cerró los dedos en torno a una de las aspas del ventilador. Tiró de ella pero el aspa no cedió. Hizo tres nuevas intentonas, todas sin éxito. Luego trepó hasta más arriba, se colocó de lado sobre la rama y adelantó los pies poco a poco, hasta que estuvo lo bastante cerca como para asestar una fuerte patada de kárate. El ventilador cayó hacia dentro y chocó contra el suelo con un fuerte golpe. Skyler aguardó conteniendo el aliento, por si alguien aparecía. No apareció nadie y se metió por el hueco.
El espacio del falso techo del ático era tan estrecho que Skyler se vio obligado a gatear. Aparentemente, el lugar había sido pensado para servir del almacén, aunque daba la sensación de que nunca había llegado a usarse para tal fin. La oscuridad quedaba mitigada por los rayos de luz procedentes de abajo que se filtraban entre las tablas del suelo. Junto a una trampilla había una escalera vertical deslizante que, aparentemente, descendía hasta la sala en la que se encontraban los géminis. Aquello era todo un golpe de suerte que le ahorraría bajar por el árbol y acceder a la sala desde el exterior.
El ático era un lugar perfecto para inspeccionar el hospital. A través de los resquicios entre las tablas, podía ver el interior de todas las habitaciones. Se tumbó y pegó el ojo a una de las grietas. Inmediatamente debajo se encontraba la sala de los clones. Desde arriba, Skyler vio las gruesas correas que los mantenían amarrados a las camas, y las temerosas y confusas expresiones de los cautivos. No hacían el menor ruido y Skyler se preguntó si los habrían sedado. Caso de encontrarse drogados, sus posibilidades de salvarlos, que ya de entrada resultaban remotas, pasarían a ser nulas.
Todas las camas tenían las cabeceras pegadas a la pared, aunque una de ellas se hallaba fuera de lugar. Estaba provista de ruedas y sólo pudo divisar los pies. Se situó encima gateando silenciosamente y se inclinó para atisbar de nuevo. No era una cama, sino una camilla y, tendido en ella -al verlo sintió como si le hubiesen asestado un bofetón- estaba Benny. Skyler reconoció inmediatamente a su amigo. Parecía menudo y demacrado, lo cubría una sábana y su rostro redondo estaba rodeado de almohadas. Junto a la camilla había un soporte para sueros intravenosos del que pendía una bolsa que contenía el líquido que estaban suministrándole. Sin embargo, el joven no estaba inconsciente, aún no. Su nerviosa mirada iba de un lado otro. En determinado momento, se posó en la grieta a través de la que Skyler lo estaba mirando, y a éste, por un instante, le dio la sensación de haber establecido contacto visual con su amigo.
Skyler gateó un poco más y miró por otra grieta. Vio una habitación en la que no había nadie. Tenía puertas batientes a ambos lados, un banco de monitores de seguimiento médico, y cinco camas vacías y listas para ser ocupadas. Evidentemente, se trataba de una sala de recuperación. Siguió gateando y llegó al punto en el que una segunda sala, menor que la que acababa de ver, se unía a la primera. Mirando a través del resquicio, vio lo que ya había temido ver, algo que señalaba hacia una conclusión que su cerebro se negaba a aceptar. Allí debajo había un paciente que tenía exactamente el mismo aspecto de Benny.
El prototipo.
Van a efectuar un trasplante, pensó Skyler. Se disponen a extirparle a Benny sus órganos para ponérselos al prototipo.
Supo que estaba en lo cierto aun antes de mirar la sala contigua. Lo que vio en ella confirmó su horrible conclusión. Allí abajo había un quirófano plenamente equipado en el que los cirujanos se estaban lavando las manos, preparándose para la intervención.
– Jude, ¿eres tú? -preguntó Tizzie en un susurro, pese a que había oído a sus captores alejarse.
– Sí.
– O sea que a ti también te atraparon.
– Estaba ante el ordenador. Acababa de copiar los archivos cuando me descubrieron.
– El móvil… ¿lo tienes?
– No, qué va.
– ¿Estás al corriente de lo que sucede, de que van a efectuar un montón de operaciones?
– En el ordenador encontré un calendario de intervenciones. Las van a realizar aquí mismo. Debemos encontrar el modo de impedirlo.
Ella dirigió una mirada circular a la especie de celda en la que se hallaba. El lugar apenas estaba amueblado y tenía un pequeño ventanuco en lo alto de la pared, cubierto con una tela metálica embutida entre dos cristales y, más allá, protegido por barrotes de hierro. La puerta era gruesa, aunque de madera, y la parte inferior de la hoja no llegaba a tocar el umbral.
– Encerrados aquí no nos va a resultar fácil -comentó la joven.
– ¿Dónde te han detenido?
– En el auditorio. Me han reconocido. Allí estaba hasta el tipejo aquel, Alfred. Lo que he hecho fue una estupidez. Ah, ¿sabes una cosa? Resulta que tío Henry es Baptiste. Pese a lo mucho que Skyler ha hablado de él, nunca se me había pasado por la cabeza que Baptiste fuera mi tío.
– Ni a mí tampoco.
– Era increíble… Toda esa gente es de mi edad, y parecen seres normales, yuppies. Y, sin embargo, están dispuestos a que toda esa gente, sus clones, mueran por ellos.
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