John Darnton - Experimento

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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La idea no terminó de gustarle a Jude, pero antes de que pudiera airear sus objeciones, Tizzie ya había salido por la puerta. Los dos hombres la observaron por la ventana de la oficina, caminando sobre el asfalto con paso firme, como si tuviera pleno derecho a encontrarse allí.

Si alguien puede lograrlo, ese alguien es Tizzie, pensó Jude con admiración. Es una simple cuestión de actitud.

Se disponía a abrir la puerta cuando notó la mano de Skyler en el hombro.

– Atiende. Ve tras ella. A ver si podéis encontrar los archivos. Yo no puedo ir con vosotros. Tengo algo que hacer.

Jude sabía a qué se refería Skyler. Lo había visto examinar los planos, aprenderse de memoria la disposición de los barracones y del hospital. Jude sabía además que no tenía ni la más remota posibilidad de disuadir a su compañero.

– De acuerdo.

Entonces hicieron algo que a ambos los dejó sorprendidos: se abrazaron estrechamente. Después se separaron, se miraron a los ojos y se desearon suerte. Skyler giró sobre sí mismo, salió por la puerta y desapareció tras el edificio del otro lado de la calle. Instantes más tarde, Jude también salió y corrió en pos de Tizzie.

Dobló una esquina y la vio andando calle abajo. La joven se volvió disimuladamente para cerciorarse de que él la seguía. Jude fue tras ella intentando no llamar la atención. No trató de esconderse en los huecos de los edificios, pues hacerlo habría resultado absurdo y habría llamado la atención, pero intentó caminar lentamente por la sombra, fundiéndose con el paisaje. Tizzie tenía razón: gracias a Dios, por allí no había mucha gente deambulando.

Probaron primero en las oficinas generales, que destacaban entre un grupo de edificios situados en torno a una avenida oval de acceso. Entraron por una puerta lateral, y Jude esperó en una escalera del sótano mientras Tizzie inspeccionaba los pisos superiores. No tuvieron suerte. Cuando iban de salida, ella le preguntó por Skyler. La respuesta le hizo fruncir el entrecejo y mover reprobatoriamente la cabeza. A continuación probaron en el almacén de intendencia, en la cocina y en el comedor, enormes instalaciones ya en desuso. El polvo blanco de la escayola desprendida lo cubría todo y estaba surcado por minúsculas huellas de ratas.

Llegaron al edificio que albergaba el auditorio. En la escalinata principal y en el interior del vestíbulo había tres o cuatro personas, así que dieron un rodeo para probar suerte en la parte posterior. Encontraron unas puertas dobles que estaban cerradas. Jude sacó de la billetera una tarjeta de crédito, la deslizó entre las dos hojas de la puerta de forma que el borde de plástico empujara hacia adentro el pestillo, y la puerta se abrió en silencio.

– Ventajas de una juventud delincuente -comentó.

Llevados por el instinto, bajaron la escalera que conducía al sótano e inmediatamente comprendieron que habían encontrado lo que andaban buscando. A través del vidrio de una puerta vieron una serie de escritorios y archivadores pulcramente alineados. Aquélla era la única habitación limpia que habían visto hasta el momento. Sobre una larga mesa de roble había cuatro ordenadores. La puerta no estaba cerrada.

Jude se sentó frente a un ordenador y lo conectó. La pantalla cobró vida y arrojó una luz fantasmal sobre el pecho y los antebrazos del hombre. Pulsó unas cuantas teclas y la pantalla respondió inmediatamente con una exigencia expresada en una sola palabra: Contraseña. Cuidadosamente, con dedos que casi temblaban, tecleó la palabra que había aprendido en la isla, la palabra por la que Julia había dado su vida: b-a-c-o-n. La pantalla parpadeó y apareció una nueva demanda: 2. aContraseña. Jude tecleó el segundo nombre: n-e-w-t-o-n. Al cabo de un instante apareció un menú. Jude leyó rápidamente los ítems: datos médicos, lista de correspondencias, doctores, miembros del Grupo, investigación del Laboratorio, ubicación de niños, experimentos, nacimientos, muertes, publicaciones, historia.

Seleccionó el ítem Lista de correspondencias. Unos cuantos parpadeos, una fugaz fluctuación y allí estaba. Dos listas. La de la izquierda, bajo el título «Prototipos», constaba de nombres, direcciones, profesiones, familias, tipos sanguíneos, historiales médicos resumidos. La situada a la derecha, «Géminis», constaba de nombres, fechas de implantación y nacimiento e información general. En ella, la dirección que figuraba bajo cada nombre era la misma: isla Cangrejo.

Tizzie montaba guardia junto a la puerta.

– Cristo bendito -murmuró él-. ¡Mira esto!

Ella se le acercó rápidamente y miró por encima de su hombro izquierdo.

– Dios mío -dijo casi con reverencia.

Sabían que la lista principal existía, habían viajado cientos de kilómetros y pasado muy malos momentos para encontrarla, y, sin embargo, una vez la tenían en blanco y negro ante ellos no sentían sino pasmo.

La diferencia era como la que hay entre seguir un curso de física teórica y presenciar la explosión de una bomba atómica.

Tizzie volvió a apostarse junto a la puerta. Jude hizo avanzar el texto que aparecía en la pantalla hasta que encontró su propio nombre, junto al que había una anotación: «Inactivo. Ver expediente individual.» Al otro lado de la pantalla aparecía la correspondencia con Skyler. Bajo ella ponía: «Fugado de isla Cangrejo. Marcado para el retiro. Ver expediente individual.»

– Jude -dijo Tizzie en voz baja desde el otro lado de la habitación-. Escucha. Viene mucha gente. Creo que se dirigen hacia este edificio.

Él, absorto en la lista, no prestó mucha atención. Tizzie abrió la puerta, salió y regresó pasados unos minutos.

– Jude, escucha. La gente se está reuniendo arriba. No dejan de llegar coches. Han venido todos, procedentes de todos los rincones del país. Son los jóvenes dirigentes, los prototipos. Van a celebrar una gran asamblea, y lo harán justo en el piso de arriba.

Jude seguía estudiando la lista. En la columna izquierda encontró un nombre que no le dijo nada. Pero en la derecha, bajo el título «Géminis», el extenso historial médico finalizaba con una fecha y cinco palabras: Trasplante en bloque de órganos. Aquél, se dijo, era uno de los que huyeron de la isla y fueron asesinados.

– Ya te he oído -respondió-. Pero no podemos irnos sin este material. Tenemos que copiarlo. Mira por ahí, a ver si encuentras un disquete.

– No trato de detenerte -dijo ella-. Lo único que digo es que tenemos que averiguar qué se proponen. Voy a asistir a la reunión.

Tizzie abrió la puerta y salió.

Un segundo más tarde, Jude asimiló el significado de sus palabras e inmediatamente comprendió que aquello era un error, que debía detenerla. Pero habiendo encontrado al fin lo que buscaba, habiendo bebido ya de la fuente de la sabiduría, detestaba la idea de interrumpir su labor.

Hizo correr el texto de la pantalla hasta que encontró el nombre de Tizzie: Elizabeth Tierney…

Skyler asomó la cabeza por la esquina del edificio y vio, a menos de veinte metros, el hospital. Se alzaba aislado en un ángulo de la base, lo cual parecía lógico, pues así los pacientes podrían contemplar un paisaje arbolado durante su convalecencia y, en caso de que padecieran enfermedades contagiosas, mantenerse aislados de la población general.

El aislamiento favorecía también sus propósitos.

Ya había registrado los barracones. Eran en total diez edificios bajos de suelo de hormigón y con los camastros en distintos grados de desorden. Saltaba a la vista que nadie los había ocupado en bastante tiempo. Mientras los inspeccionaba, caminando lo más de prisa que podía con la creciente debilidad que sentía, entrando por una puerta y saliendo por la otra, experimentaba una creciente sensación de ansiedad. Inmediatamente comprendió qué la motivaba: los barracones suscitaban en él recuerdos de su propio pasado, años y años de dormir y despertar en una estructura similar, creciendo con su grupo de edad en un mundo solitario.

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