John Darnton - Experimento

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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– Creemos que ha surgido algún problema grave -dijo en tono reflexivo.

Era un cebo y Jude picó.

– ¿A qué te refieres? -quiso saber.

– Son puras especulaciones, pero creo que, de algún modo, a esa gente le ha salido el tiro por la culata.

– ¿Qué tiro y por qué culata?

– No lo sé. Pero quizá hayan cometido algún error terrible e irreparable.

– ¿Por qué lo crees?

– Por dos motivos. En primer lugar, últimamente ha habido una gran agitación en el Grupo: llamadas telefónicas, reuniones, cosas por el estilo. No me sorprendería que hubieran celebrado una convención general. Algo está ocurriendo, algo grave y urgente. Gracias a los teléfonos que tenemos intervenidos, hemos conseguido algunos indicios. Naturalmente, esos tipos no hablan claramente del problema, así que tenemos que leer entre líneas. Como digo, todo son puras conjeturas.

»Y, en segundo lugar, está la guardería. Sí, encontramos a aquellos niños. Los han trasladado a un hospital de Jacksonville. Pero no parece demasiado probable que logren recuperarse.

– ¿Qué les pasa? ¿Qué enfermedad padecen?

– Progeria. Vejez prematura. Su nombre técnico es síndrome de Hutchinson-Gilford. Lo que les ocurre a esos niños es que tienen organismos de viejos de noventa años. Eso, al menos, es lo que dicen los médicos.

– Cristo. Morirse de viejos a los doce años. Pobres chiquillos.

– Se trata de una enfermedad muy rara. Los niños de la isla suman más que la totalidad de casos antes conocidos. Los médicos están boquiabiertos.

– Tienes razón. Han debido de cometer un error garrafal.

– Suceden cosas muy extrañas. Como lo de la sala de autopsias de New Paltz. Tú estuviste allí. ¿Te contó McNichol, el forense, que habían forzado la entrada y habían robado algunas de las muestras? ¿Por qué iba nadie a hacer algo así?

– Raisin.

– ¿Qué es eso de Raisin?

– Así se llamaba el muerto. Era un clon. Trataba de llegar hasta el juez.

– Bueno, pues lo consiguió. Y por eso lo mataron. Y, quienquiera que lo hizo, después necesitó recuperar alguno de los órganos. Al menos eso es lo que yo supongo. De todas maneras, ¿qué clase de nombre es Raisin?

– Qué más da. Háblame del juez.

– Está enfermo. Últimamente, no ha ido a trabajar.

– No era eso lo que quería saber. ¿Por qué me facilitaste su identidad? ¿Querías que yo me metiera a fondo en el asunto?

– Sí. Siempre te he tenido por un excelente periodista.

– Pero… ¿por qué no me dijiste que el juez estaba vivo?

– Quizá no te lo creas, pero lo cierto es que esa información tú la obtuviste antes que yo.

– ¿Y por qué el juez se alarmó tanto al verme?

– Buena pregunta. El tipo es más o menos de tu edad, y tenía un clon, así que pertenecía al Laboratorio. Quizá te recordó de los felices días de Jerome, aunque eso resulta muy poco probable. O quizá todo el grupo estuviera al corriente de que tu clon, Skyler, había huido. Quizá avisaron de ello a todo el mundo, y quizá incluso hicieron circular su foto. Tal vez el juez pensó que tú eras Skyler. Todo es posible.

El viento era fresco y Raymond se cerró la chaqueta. Ya casi estaban al otro lado del río.

A Jude le bullían un montón de preguntas en la cabeza.

– ¿Qué pretendían los tipos que fueron por la isla?

– Te buscaban a ti. Tuviste suerte al lograr escapar. En otro caso, en estos momentos tú y yo no estaríamos hablando.

– Y esos otros tipos que también me siguen, los ordenanzas… ¿Qué hay de ellos?

– Acerca de eso, los dos sabemos lo mismo. Lo único que puedo decir es que los he visto, y a mí me parecen psicópatas. Yo no me cruzaría en su camino. Quizá sean clones de alguien… ¿Cómo decirlo? De algún indeseable. Tú has visto películas de terror y has leído novelas de ciencia ficción. En cuanto esos científicos locos comenzaron a hacer descubrimientos de gran envergadura, empezaron también a pensar en la seguridad. Probablemente, tú, en su lugar, también querrías tener a mano a un Boris Karloff… o dos o tres.

– ¿Y Tizzie?

– ¿Qué pasa con ella?

– ¿En qué bando está? ¿Puedo fiarme de ella?

Raymond lo miró fijamente.

– Escucha -dijo-. Yo no soy un puñetero oráculo. Para ciertas cosas, tendrás que confiar en tu instinto.

– ¿Tibbett?

– ¿Qué?

– ¿Sabías que forma parte del Grupo?

– En este momento acabo de enterarme. ¿Qué puedes decirme sobre él?

– No mucho. Skyler lo identificó. Tibbett fue, junto con otros, a la isla para participar en una especie de gran convención. Rincón también acudió, pero los clones no tuvieron oportunidad de verlo. De todas maneras, Skyler está seguro de que Tibbett se hallaba entre los visitantes. Lo cierto es que yo, personalmente, no sé de qué va ese tipo. Pero lo más extraño es que, haciendo memoria, me doy cuenta de que Tibbett siempre me ha ayudado. Mi libro fue publicado y recibió una gran promoción. Y sospecho que, de algún modo, se orquestó que Tizzie y yo nos conociéramos. Y en el par de ocasiones que he tenido oportunidad de hablar con él, Tibbett siempre me ha tratado como si el personaje fuera yo y no él.

– Quizá el tipo sea un caballero a la vieja usanza.

– No sé por qué, pero lo dudo.

– Y yo también. Y eso nos conduce al motivo de esta reunión.

Jude se puso en guardia. Habían llegado a la otra orilla y estaban a un lado de los raíles. Oyeron un lejano rumor: un tren se aproximaba. Se apartaron más de las vías.

– Sigue.

– Tal vez puedas ayudarme.

Jude miró a su amigo, que de pronto parecía inerme, casi patético.

– ¿Que yo te ayude a ti?

– Escucha, no podemos seguir andándonos por las ramas. El tiempo se nos termina. Tú estás metido hasta el cuello en este asunto. Tienes a Skyler, que puede identificar a los miembros del Laboratorio. Tienes a Tizzie, que se ha infiltrado en el Grupo. Y, como tú mismo dices, por algún motivo, tú también eres especial para ellos. Os necesitamos a los tres.

– Y… ¿dónde está ahora el Laboratorio?

– Eso es lo que a mí me gustaría saber.

– Pero… ¿no los localizasteis en la isla? ¿Por qué no los seguisteis cuando se fueron?

– A eso voy, Jude. Yo ni siquiera sabía que estaban en una isla. No me enteré hasta que ya se hubieron ido. Y no tengo ni puñetera idea de dónde están ahora.

– ¡Cristo!

– Ya lo sé. Resulta patético.

– ¿Sabes al menos por qué se marcharon de la isla? ¿Fue a causa del huracán?

– No, no creo. En mi opinión, cuando el huracán llegó, ellos ya estaban preparados para desaparecer. El día que Skyler huyó, ellos comprendieron que tenían que desalojar el lugar. -El ruido del tren estaba haciéndose más fuerte y Raymond se veía obligado a hablar casi a gritos-: ¿Qué me dices? ¿Nos ayudarás?

Jude dispuso de tiempo para meditar su respuesta. El tren pasó, levantando polvo y agitando las ramas de los árboles e incluso las ropas de los dos hombres. Cuando el estruendo hubo cesado, Jude miró fijamente a su amigo.

– Tal vez pueda hacer algo -dijo-. ¿Quieres averiguar quiénes son los componentes del Grupo? Te puedo conseguir la lista de los miembros, y también puedo conseguir los archivos médicos, aunque antes hay que averiguar dónde están. Pero que conste que deseo algo a cambio. Más adelante ya te diré qué. Para empezar, necesito ver el expediente del FBI.

– Eso es ilegal. Esos expedientes están clasificados.

Por toda respuesta, Jude lo atravesó con la mirada.

– Muy bien -dijo Raymond-. Veré qué puedo hacer.

– Estupendo.

Jude miró hacia el bosque que había junto a la vía.

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