John Darnton - Experimento

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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Tizzie sólo tardó un par de días en aprender a realizar su trabajo con rapidez y eficiencia. También advirtió que existía una pauta. Los fibroblastos de los cultivos se dividían en dos grupos: los sanos y los enfermos. Observaba con admiración y sorpresa cómo los sanos producían colagenasa para expulsar el colágeno dañado. A veces el fibroblasto se veía obligado a dividirse para cumplir con su cometido de producir nuevo colágeno. Advirtió que cada vez, en el interior del fibroblasto, mientras el cromosoma se reorganizaba para dividirse y formar dos nuevas células, un pequeño fragmento situado en el extremo del cromosoma -el telómero- se hacía un poco más pequeño.

Las células enfermas eran viejas, de modo que tal vez no era inadecuado llamarlas enfermas, pues simplemente estaban consumidas. El problema no radicaba en que permanecieran inactivas. Al contrario, parecían producir enormes cantidades de colagenasa, pero lo extraño era que ésta, en vez de expulsar sólo el colágeno dañado, atacaba directamente a la totalidad del colágeno. Sus telómeros eran diminutos.

Tizzie teñía de rojo las células sanas y de azul las enfermas, y luego se las pasaba a Alfred. Éste efectuaba sus propias pruebas y análisis, y anotaba los resultados en el cuaderno que guardaba bajo llave en un cajón.

Pero el trabajo no era lo único en que Tizzie ocupaba su tiempo. También, de cuando en cuando, abandonaba el laboratorio durante breves períodos con la excusa de que tenía que ir al baño. En su primera excursión, subió el tramo de escalera que conducía al prohibido segundo piso, dispuesta a hacerse la despistada y la inocente si alguien la sorprendía. Desde el último peldaño, vio la puerta con cerradura de combinación y, en la pared, enfocándola, la cámara de vídeo.

El segundo día averiguó la combinación que abría la puerta.

A través de la ventana, vio que el guardia se había ausentado. Ella salió del laboratorio, cruzó el patio y se metió en la sala de seguridad. En uno de los monitores aparecía la imagen de la puerta cerrada. Tizzie abrió un cajón, encontró el aparato de vídeo correspondiente al monitor y oprimió la tecla de retroceso rápido. En la pantalla del monitor, la imagen fluctuó marcha atrás hasta que apareció una persona haciendo movimientos espasmódicos. Tizzie pulsó la tecla de reproducción y observó cuidadosamente. La persona fue hasta la puerta, alzó un dedo y pulsó cuatro veces el teclado. Tras pasar la grabación repetidamente, Tizzie consiguió averiguar la combinación: 8769.

Avanzó la cinta de vídeo hasta el punto en que la había encontrado, volvió a poner el aparato en función de grabación y salió. Un vistazo al reloj le indicó que había estado ausente seis minutos. No estaba mal: le habían parecido quince.

– ¿Dónde has estado? -le preguntó Alfred-. El trabajo se te amontona.

– Problemas femeninos -respondió ella bajando la vista.

Normalmente, aquello bastaba para disipar las curiosidades masculinas. Alfred movió la cabeza pero no dijo nada.

Tizzie volvió a inclinarse sobre el microscopio, diciéndose que obtener la combinación había sido lo más fácil. Utilizarla para entrar en el laboratorio restringido -y salir de él de una pieza- sería lo verdaderamente peliagudo. La joven se sentía bastante asustada, y se alegraba de que, sólo por si acaso, Jude le hubiera dado el teléfono de Raymond.

Jude esperaba a Raymond cerca de un grupo de pinos situados en el interior del parque, junto a la entrada. De ese modo, le sería posible ver aproximarse los faros del coche del federal. Además, el estacionamiento estaba dividido en distintas secciones separadas por árboles, lo cual también resultaba muy conveniente. Raymond no se daría cuenta de que él no había estacionado allí su coche.

Encendió un cigarrillo y aspiró una honda bocanada.

Había intentado planearlo todo de antemano. Sabía que corría un riesgo al dejarse ver. Siempre existía la posibilidad de que el FBI lo detuviese, y él apenas podía hacer nada por evitarlo. Sin embargo, partía de la base de que no era a él a quien buscaban los federales, sino a Skyler, pues éste era quien podía identificar a los conspiradores. El FBI quería obtener la colaboración de Skyler; los ordenanzas trataban de matarlo. De un modo u otro, Jude debía asegurarse de que podría abandonar el lugar de la reunión sin conducir a los del FBI hasta Skyler; en otras palabras: sin que lo siguieran.

Cuando habló por teléfono con él, Jude se dio cuenta de que Raymond estaba muy nervioso. El hombre parecía ansiar desesperadamente esa llamada, y no hizo nada por ocultar la alegría que le produjo escuchar la voz de Jude, ni tampoco trató de hacer ver que no pasaba nada.

– ¿Dónde estás? -preguntó apremiante-. Tengo que verte.

– Eso se puede arreglar -dijo Jude representando una escena que había visto infinidad de veces en las películas: el hombre perseguido llamando a la policía desde un teléfono público-. Pero todo tendrá que hacerse a mi modo.

– Lo que digas -respondió Raymond representando a su vez el papel de policía ansioso de obtener información.

"Ni trucos, ni armas, ni más agentes que el propio Raymond, dijo Jude.

De acuerdo, dijo Raymond, que incluso se mostró dispuesto a acudir sin su compañero. Jude fijó la hora y el lugar, un lugar cuidadosamente elegido, el Delaware Water Gap, un pequeño parque natural situado a sólo hora y media de Nueva York.

Naturalmente, Jude ya había visitado el sitio cuando efectuó la llamada telefónica.

Aspiró una nueva bocanada del cigarrillo y trató de acallar la vocecilla que le decía que estaba cometiendo un error.

No podía hacer otra cosa. Tizzie, Skyler y él no podían enfrentarse solos al Laboratorio. Necesitaban aliados. Ellos solos ya habían hecho todo lo que estaba en su mano, que no era poco. Habían rastreado los orígenes de la secta hasta Jerome. Habían encontrado la isla. E incluso habían averiguado la identidad de varios de los conspiradores. Pero ahora necesitaban ayuda. No disponían de pruebas y ni siquiera sabían adonde se había ido el grupo ni cuáles eran sus planes. Conocían la contraseña que les permitiría acceder a los archivos, pero no tenían ni idea de dónde estaban los condenados archivos.

Descubrir que Eagleton estaba implicado había cambiado radicalmente el panorama. Se enfrentaban a gente muy poderosa. ¿Quién podía decir hasta qué altura se extendía aquella conspiración, o a qué extremos eran capaces de llegar sus miembros? ¿Cómo se explicaba el lastimoso grupo de niños enfermos y agonizantes de la guardería? Y, por otra parte, si las víctimas de los asesinatos de Georgia eran quienes Jude creían que eran, eso significaba que el grupo seguía cometiendo asesinatos.

La noche era calurosa, casi sofocante y, sin embargo, Jude temblaba. Nervios. Delante de Raymond tendría que controlarse, pues en caso contrario el federal advertiría lo asustado que estaba.

Quince minutos antes de la hora fijada, un coche se detuvo frente al parque. Era un Lexus negro, el coche privado de Raymond. Probablemente, el federal había decidido utilizarlo a sabiendas de que Jude lo recordaría del ferry.

Un hombre alto y delgado se apeó del coche y miró hacia los pinos. Jude aspiró de su cigarrillo haciendo relucir la brasa y señalando con ella su presencia. El recién llegado se dirigió hacia él.

– Te lo digo y te lo repito, pero tú no haces caso -dijo Raymond-. El tabaco te matará.

Volvía a ser el de siempre.

– Ya, como en todo lo demás llevo una vida tan saludable…

Raymond miró en torno.

– Elegiste bien el sitio.

Jude sabía que Raymond estaba pendiente de todo: de si había otros coches u otras personas, de si algo parecía fuera de lugar. Pensó en hacer un chiste, pero decidió que no era el momento.

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