Gene Wolfe - La quinta cabeza de Cerbero

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La quinta cabeza de Cerbero: краткое содержание, описание и аннотация

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Muy lejos de su planeta madre, la Tierra, dos mundos gemelos, Sainte Anne y Sainte Croix, fueron colonizados en su tiempo por inmigrantes franceses, que aniquilaron a la población nativa del segundo de ellos. Muchos siglos después, tras una guerra que dispersó a los colonos originales y relegó a la leyenda el recuerdo del genocidio original, un etnólogo de la Tierra, John V. Marsch, dedica su vida a buscar las huellas de aquella cultura alienígena, los abos, el Pueblo Libre, los hijos de la Sombra, convertida hoy en una indefinida mitología aplastada bajo un subterráneo sentimiento de culpabilidad que niega incluso la realidad de su existencia…

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¿Vienen ahora? Yo creo que sí, pero ése es otro tema.

Si venían, no era muy a menudo, porque las historias siempre hablan de las gentes de las montañas (el Pueblo Libre) y las de las tierras húmedas, el Pueblo de los prados lacustres. Es cierto que cuando las historias los hacen hablar, los de las tierras húmedas llaman al Pueblo Libre «de las colinas», pero sólo ellos los llaman así, y al contrario que las marismas, estas colinas están desiertas; aquí no hay muertos, o hay pocos.

¿Y los hombres del pantano? ¿Por qué no venían?

Empecemos por ellos; de ellos sabemos más. Sabemos que eran ávidos de carne, pues las historias cuentan que aullaban pidiendo la carne del sacrificio, aun los que no creían. Viviendo en los prados lacustres tenían que comer raíces de juncos de sal, como he dicho, y peces y aves acuáticas. Seguramente a veces, cuando querían carne, iban a cazar a las colinas bajas próximas a los pantanos; pero un pueblo de pescadores y tramperos no puede haber cazado bien. Entonces venían (¿cuántos? ¿diez? ¿veinte, treinta?) a estas colinas a buscar víctimas para el río. Los veo andando, uno tras otro: hombres robustos, de piernas pesadas y pies planos, de piel blanca. Diez, doce, trece, catorce, quince. Los del Pueblo Libre cazan mejor, sin duda luchan mejor, largos de piernas y estrechos de pies, pero nunca hay tantos juntos porque se morirían de hambre: la caza no alcanza. Posiblemente andan en grupos de no más de diez, contando a mujeres y niños. ¿A cuántos se habrán llevado por estas colinas desiertas, rocosas, hasta la Clepsidra y el Observatorio y el Río? ¿A cuántos? ¿Cuánto duró la prehistoria en Madre Tierra? ¿Un millón de años? Algunos dirían que diez millones. (Huesos de mis padres)

Más tarde . Ahora la esfera hermana es reina del cielo nocturno, y su luz azul cubre esta página salvo donde cae la sombra de mi mano que escribe. Mitad sombra y mitad luz es ahora, y en la región intermedia veo la Mano extenderse por el mar, y lo que parece ser Port-Mimizon, chispa tenue, donde el pulgar se une a la palma; he oído decir que es la peor ciudad de ambos mundos.

Más tarde . Por un momento pensé que veía a mi gata volar en la oscuridad como una sombra, y aunque le partí el cuello, me pregunté si estaba de veras muerta. El día antes de que encontrara la cueva para sepultar al chico, ella me trajo un animalito y me lo dejó a los pies. Le dije que era una buena gata y podía comérselo, pero sólo respondió: «Mi amo, el marqués de Carabas, le envía saludos». Y desapareció otra vez. El animalito tenía un hocico puntiagudo y orejas redondas, pero los dientes eran regulares y mordían como los de un ser humano, y en su tormento sonreía.

Más tarde . A la luz de la esfera hermana he buscado utensilios entre las rocas, eolitos. No encontré ninguno.

de junio . Hoy nos hemos comportado como exploradores; todo el día en marcha. A nuestra derecha el río brama entre paredes de piedra; al frente las montañas alzan un muro azul. Entraré en ellas siguiendo el río. Sé que se interna en el corazón de las montañas.

de junio . Hoy, delante de nosotros, un pedrusco cayó a los tumbos. Desplazado por algún animal, me pareció, pero no conseguí verlo. No he estado cazando con munición; ya casi no me roban las trampas, y cuando sucede hay a menudo huellas del zorro fuego. Qué extraño tengo que parecerles, con las mulas. No llevo ropa salvo los zapatos, que necesito para las piedras; pero han de ser las mulas las que los asustan.

Mucho más tarde . No sé qué hora es. Muy pasada la medianoche, creo; al oeste la esfera hermana ha bajado la mitad del cielo, pero su brillo aumenta y yo veo más lejos, valle abajo, y los grandes acantilados relucen bajo la luz azul.

No diré «Más tarde» porque sólo he dejado esta libreta unos segundos para juntar matas y pasto seco y hacer un fuego. Es la primera fogata que hago en varios días, pero como no estoy en el saco tengo frío, y no quiero volverme a dormir. Soñé que gentes desnudas se aglomeraban a mi alrededor mientras dormía. Niños, torcidos hijos de la Sombra que no son niños ni hombres, y una muchacha alta de largo pelo lacio que casi me cuelga sobre la cara cuando ella se inclina hacia mí».

Era la última entrada de la libreta con tapas de tela. El oficial la cerró, la arrojó a un lado y por un momento repicó con los dedos sobre la rígida cubierta. Mientras leía, había llegado el alba; apagó la débil llama de la lámpara, echó la silla atrás y se desperezó. El aire de la mañana ya daba aquella sensación de humedad y calor. Fuera, por lo que veía por la puerta abierta, el esclavo había dejado su puesto bajo el eucalipto y seguramente dormía en algún rincón. Por un momento el oficial pensó en ir a buscarlo y despertarlo a puntapiés; luego volvió al escritorio y leyó por segunda vez la carta que encabezaba el expediente.

Estaba fechada casi un año antes.

Señor:

Los materiales que le envío se refieren al prisionero —143, actualmente detenido en este establecimiento y que alega ser ciudadano de Tierra. El preso, cuyo pasaporte (que puede haber sido alterado) lo identifica como John V. Marsch, doctor en Filosofía, llegó aquí el 2 de abril del año pasado y fue detenido el 5 de junio del año actual en vinculación con el asesinato de un Corresponsal Espión SGPB Clase AA de esta ciudad. Entretanto el hijo del referido ha sido condenado, pero, como advertirá por el material que adjunto, hay considerables pruebas de que #143 podría ser agente de la junta que actualmente detenta el poder en la esfera hermana; de hecho, esto es lo que yo opino.

Llamo su atención sobre la circunstancia de que en este momento la ejecución del agente de Sainte Anne tendría un excelente efecto en la opinión pública local. Por otro lado, si estamos dispuestos a aceptar la afirmación del preso de que en verdad procede del mundo madre, liberarlo podría tener un efecto igualmente favorable, al menos hasta que ulteriormente se incrimine a sí mismo. Nuestra gente, en particular la clase intelectual, le dispensó una calurosa bienvenida cuando llegó como científico terráqueo…

—Maitre…

El oficial alzó la cabeza. Bostezando, Cassilla estaba a su lado con una bandeja y el esclavo detrás.

—Café, Maitre —dijo.

En la clara luz diurna él le vio las finas arrugas alrededor de los ojos; la muchacha envejecía. Una lástima. Tomó la taza que le estaba ofreciendo, y mientras ella vertía el café, le preguntó cuántos años tenía.

—Veintiuno, Maitre.

La cafetera era una de esas de plata con divisas, lo cual significaba que en la cocina el esclavo había insistido en utilizarla; si no le habrían dado una común de las mesas de suboficiales.

—Tendrías que cuidarte más.

El café estaba caliente, y apenas aromatizado con vainilla. Agregó una cucharada de nata espesa.

—Sí, Maitre. ¿Algo más?

—Puedes irte. Tú —le hizo una seña al esclavo—, ¿cuál es el próximo barco para Port-Mimizon?

—El Lucero de la Tarde , Maitre. Hoy, con la marea alta. Pero antes de llegar a la Mano tocará Bocafría, y a lo mejor comercia un poco con los isleños. El Desmond de la Ciénaga no zarpa hasta la semana que viene, pero debería estar en Port-Mimizon alrededor de un mes antes.

El oficial asintió, sorbió el café y regresó a la carta.

Aunque una cantidad de ítems de los documentos privados del preso dan la impresión de ser significativos, hasta el momento él no ha admitido nada. Seguimos la política habitual de tratamiento alternativamente indulgente y severo con el propósito de producir un colapso. Poco después de que lo alojáramos en la benigna celda, el preso #47, de la planta superior, empezó a comunicarse con el otro preso mediante golpes codificados en un caño que pasa por ambas celdas. En cuanto el preso respondió, persuadimos a #47 (que es político, y blando como todos nuestros políticos autóctonos) de que llevara un registro de los intercambios. Lo ha hecho (archivo #181) y los exámenes han demostrado que es fiel, pero la materia temática no parece importante. Al parecer el preso de la celda adyacente, una mujer analfabeta dada al robo menor, también intenta comunicarse con el preso mediante golpes, pero la pauta es ininteligible y él no contesta.

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