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Gene Wolfe: La quinta cabeza de Cerbero

Здесь есть возможность читать онлайн «Gene Wolfe: La quinta cabeza de Cerbero» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1978, ISBN: 84-7002-240-7, издательство: Acervo, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Gene Wolfe La quinta cabeza de Cerbero

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Muy lejos de su planeta madre, la Tierra, dos mundos gemelos, Sainte Anne y Sainte Croix, fueron colonizados en su tiempo por inmigrantes franceses, que aniquilaron a la población nativa del segundo de ellos. Muchos siglos después, tras una guerra que dispersó a los colonos originales y relegó a la leyenda el recuerdo del genocidio original, un etnólogo de la Tierra, John V. Marsch, dedica su vida a buscar las huellas de aquella cultura alienígena, los abos, el Pueblo Libre, los hijos de la Sombra, convertida hoy en una indefinida mitología aplastada bajo un subterráneo sentimiento de culpabilidad que niega incluso la realidad de su existencia…

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Y basta ya. Escribir todo esto, ver a mi pluma dejar semanas de negro rastro de araña, ha sido un placer, pero la imagen de mis primeros escritos en la carpeta del nuevo interrogador me resultó algo perturbadora. Estoy bastante seguro de que en el pasillo el guardia está dormido, y pienso quemarlo todo, página a página, en la llama de la vela».

La transcripción terminaba a mitad de una página con una nota que daba lugar, hora y fecha de la confiscación de los originales.

«Habrá que perdonar la letra de esta entrada, y supongo que de algunas de las subsiguientes. Ha ocurrido un incidente absurdo, que explicaré cuando llegue el momento. He matado al tigre tedio y al oso demonio, éste sobre el cadáver del tigre tedio la noche siguiente. El tigre me saltó encima cuando bajaba del árbol donde lo había esperado toda la noche. Me figuro que podría haber salido hecho pedazos, pero sólo tengo unos rasguños que me hice con unos espinos cuando el animal me derribó».

El oficial dejó el diario encuadernado en tela y revolvió las cosas buscando el maltratado cuaderno de redacción escolar con la nota sobre el alcaudón. Cuando lo hubo encontrado echó un vistazo a las primeras páginas, asintió en silencio y retomó el diario.

de abril . Después de matar al tigre tedio como he descrito arriba, volví al campamento y no encontré a nadie con el chico salvo la gata que nos venía siguiendo. El chico estaba sentado —como solía hacer cuando no cocinaba— de espaldas al fuego con la gata en las rodillas. A mí lo del tigre tedio me tenía muy excitado, claro, y me puse a hablar y fui y agarré al gato para mostrarle dónde habían dado las balas. El gato torció la cabeza y me clavó los dientes en la mano. Ayer, cuando maté al oso demonio, no me dolía, pero hoy está muy inflamada. La he vendado y le he puesto antibiótico en polvo.

de abril . Como se ve por la escritura, la mano sigue mal. No sé qué haría sin el chico. Se ha encargado de todo, de la mayor parte del trabajo, para el viaje entero. Hoy discutimos si levantábamos campamento y seguíamos río arriba, y al fin decidimos quedarnos por hoy y partir mañana, a menos que mi mano empeore. Es un buen lugar. Hay un árbol, que siempre da suerte, y una larga cuesta de hierba que baja hacia el río; aquí el río corre rápido, con agua dulce y fría. Hay carne en cantidad; estamos comiendo un pony brinco y a dos kilómetros hemos colgado de otro árbol una pata para los que tengan hambre. Más adelante el río se hunde en una garganta; eso se ve desde aquí.

de abril . Hoy levantamos campamento; como de costumbre casi todo el trabajo lo hizo el chico. Ha estado leyendo mis libros y me hace preguntas, algunas de las cuales no puedo responder con certeza.

26 de abril . Ha muerto el chico. Lo he enterrado donde no lo encuentren nunca porque descubrí, mirando el rostro muerto, que no me agradan los extraños que hurgan en las tumbas.

Sucedió así. Hoy a eso del mediodía llevábamos las mulas por un sendero que seguía la ribera sur. Allí la garganta tiene doscientos metros de altura y es angosta, y el agua corre por un canal profundo bordeado de arena roja y piedras rotas. Le recordé que según él había dicho todavía estábamos demasiado abajo para encontrar la cueva sagrada del Pueblo Libre, pero como respondió que quizá hubiera otras cuevas parecidas continuamos trepando por las rocas. Lo vi caer. Trató de agarrarse a una roca, luego lanzó un grito y se despeñó. Yo maneé las mulas y volví atrás, esperando que en el agua más tranquila hubiera podido salir a nado. Un largo trecho corriente abajo, aferrado a la roca, con el agua a sus pies, se alzaba un gran árbol que había extendido una raíz para atrapar a mi amigo.

Ahora permitidme confesar que mentí. Las fechas de esta página y de la anterior no son correctas. Hoy es primero de junio. Por mucho tiempo no escribí nada en esta libreta, hasta que esta noche pensé llevarla de nuevo y volcar en ella lo que había ocurrido. Como veis, todavía tengo mal la mano. No creo que se arregle nunca, aunque parece sana y no hay cicatriz. Me cuesta sostener las cosas.

Escondí el cadáver del chico en la cueva de un acantilado que cae a pique hasta el río. Creo que a él le habría gustado, y allí no llegarán los osos demonio; son capaces de mover grandes piedras, pero no de trepar como el hombre. Tardé tres días en encontrar la cueva, con el chico atado a una mula. Maté a la gata y la dejé a sus pies.

Descubro que no estoy acostumbrado a escribir así; no es sólo la mano, sino volcar los pensamientos. Transcribí las entrevistas, desde luego, y conté que había visto los lugares sagrados, pero no lo que pensaba; y ahora no hay nadie con quien hablar. De todos modos nadie leerá esto.

Avanzamos —las mulas y yo— mucho más despacio que cuando el chico vivía. Sólo marchamos tres o cuatro horas por la mañana, y en estas colinas siempre hay algo que invita a detenerse, un paraje hermoso con árboles umbríos y helechos, un lugar donde buscar la cueva o una poza profunda con peces. Desde que el chico murió no he matado ningún animal grande, sólo peces comestibles y pequeñas criaturas que he apresado con lazos de crin, sacada de las colas de las mulas. Varias veces me han robado la trampa, pero no tengo hambre; creo que conozco a quien me roba.

Aquí hay muchas cosas que comer además de peces y animales, aunque es demasiado temprano para frutos o cualquier otra cosa parecida excepto bayas. Creo que las Gentes de los Pantanos, mejor dicho los anneses de las marismas, comían las raíces de las cañas de sal; las he probado (primero hay que quitar la corteza interior negra, que es amarga, y que molida entre dos piedras mata a los peces) y saben bien, aunque creo que no son muy alimenticias; más vale comerlas junto a Océano para poder mojar lo blanco en agua salada.

Allí, en las marismas, si uno quiere comer raíces sólo tiene que arrancarlas; pero además de pescado y mejillones, o caracoles en primavera, hay poco que comer, a menos que uno cace un pájaro. Aquí es muy diferente y hay mucha comida, pero toda difícil de encontrar. Son buenos los brotes de ciertas plantas, y los gusanos que se encuentran en la madera podrida. Hay un hongo que sólo crece donde no llega la luz y es muy sabroso.

Como dije, no he matado ningún animal grande, aunque una vez estuve muy tentado. Pero el rifle hace tanto ruido —y la escopeta más todavía— que estoy seguro que ahuyentaría a los que busco.

de junio . (Es la fecha real) Más alto en las colinas, las dos mulas y yo. Más piedras y menos hierba. Aquí los ciervos no parecen ganado.

de junio . Hoy no hay fuego. Desde que él murió, hace más de un mes, he hecho fogatas todas las noches. Hoy, cuando empezaba a juntar varillas como siempre, me pregunté por qué. El chico muerto lo hacía porque había que cocer la carne y hacer el té; el té me gusta, pero se ha acabado, y ya he comido, y no tenía nada que tuviera que cocerse. Pronto, sin embargo, se pondrá el sol; y luego no podré escribir hasta que la esfera hermana esté sobre las colinas. A veces me pregunto quién leerá esto y creo que nadie, y decido incluir mis pensamientos más íntimos. Después recuerdo que, se supone, estoy llevando un diario científico; y aunque nadie lo lea será una buena práctica.

Pero ¿qué hay para contar? He dejado de afeitarme. Me siento con la libreta en las rodillas e intento pensar en la vida del Pueblo Libre antes de que llegaran los hombres de Tierra. Estas colinas son duras y áridas, nadie viviría aquí si hubiera mejores tierras. Tal vez las montañas —las Temporales, como las llaman— sean mejores, pero en este momento no tengo modo de saberlo; sin duda son mejores las colinas bajas por las cuales hemos venido, e incluso las marismas. ¿Por qué entonces el Pueblo Libre vivía en las montañas, como era seguramente el caso si confiamos en las viejas historias? ¿Venían aquí alguna vez?

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