Gene Wolfe - La quinta cabeza de Cerbero

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La quinta cabeza de Cerbero: краткое содержание, описание и аннотация

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Muy lejos de su planeta madre, la Tierra, dos mundos gemelos, Sainte Anne y Sainte Croix, fueron colonizados en su tiempo por inmigrantes franceses, que aniquilaron a la población nativa del segundo de ellos. Muchos siglos después, tras una guerra que dispersó a los colonos originales y relegó a la leyenda el recuerdo del genocidio original, un etnólogo de la Tierra, John V. Marsch, dedica su vida a buscar las huellas de aquella cultura alienígena, los abos, el Pueblo Libre, los hijos de la Sombra, convertida hoy en una indefinida mitología aplastada bajo un subterráneo sentimiento de culpabilidad que niega incluso la realidad de su existencia…

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A sugerencia del chico dejamos el río y anduvimos algo más de una milla alejándonos del cauce, pues le pareció que podía haber una inundación relámpago. Al llegar a lo alto de una loma, y como no me atraía la idea de trabajar después bajo la lluvia, paramos a montar la tienda. Apenas habíamos instalado todo cuando llegó el primer aullido de viento; luego un aguacero y granizo. Le dije al chico que podíamos cocinar cuando pasara la tormenta; me metí en el saco y sabe Dios cuánto tiempo estuve echado preguntándome si la tienda aguantaría. Nunca en mi vida he oído un viento aullar como ése; pero al fin se fue acallando, hasta que sólo hubo un redoble de lluvia en la tela de la tienda, y me dormí.

Cuando me desperté había escampado; parecía todo muy en calma y el aire tenía ese olor fresco y lavado que sigue a la tormenta. Me levanté y descubrí que el chico no estaba.

Lo llamé una o dos veces, pero no hubo respuesta. Después de rastrear un poco por ahí se me ocurrió que la explicación más probable era que al ponerse a preparar la cena le había faltado un utensilio y había decidido retroceder unas pocas millas esperando encontrarlo. Por consiguiente tomé una linterna y (no me pregunten por qué, si no fue por la prisa) el rifle ligero, y salí a buscarlo. El sol estaba bajo, pero no se había puesto.

Diez minutos de paso trajinado me llevaron al río, y allí vi al chico, con el agua un poco por encima de la cintura, frotándose con arena. Lo llamé y él me devolvió el saludo, inocente en apariencia, pero con una confusión subyacente que percibí con claridad. Le pregunté por qué se había ido sin avisarme y simplemente dijo que se sentía sucio y necesitaba un baño, y que además, para cocinar le hacía falta más agua que la que había en las cantimploras, y que no había querido despertarme. Sonaba todo harto razonable, y aún no puedo demostrar que no fue exactamente eso lo que pasó, y de hecho todo cuanto pasó; pero en el fondo estoy seguro de que miente, y de que mientras yo dormía hubo alguien en el campamento, alguien aparte de nosotros dos; parece obvio que el chico ha estado con una mujer. Es visible en todo lo que dice y hace. Creo que de la carne ahumada faltan unas veinte libras, y si bien no me parece mal que se la haya dado a su amada —al fin y al cabo tenemos de sobra—, en realidad es mía y no suya. Me propongo llegar al fondo de este asunto.

En cualquier caso, después de haberlo interrogado cinco minutos sin obtener nada más satisfactorio que las respuestas esbozadas más arriba, emprendimos el regreso al campamento, el chico con una cacerola llena de agua. Ahora el sol se había puesto, aunque aún había algo de luz.

Íbamos ya a avistar la tienda cuando oí que una mula relinchaba: un ruido horrible, como de hombretón poderoso deshollado vivo y totalmente quebrado por el dolor. Corrí hacia el grito mientras el chico (muy sensatamente) iba a la tienda por el otro rifle. Por lo que pude discernir, la mula estaba en el extremo de un matorral, próximo a la base de la loma. En vez de bordear las matas —como sin duda habría debido hacer— las atravesé estrepitosamente, y me encontré cara a cara con el animal más espantoso que he visto nunca, una criatura mezcla de hiena, oso, mono y hombre, con mandíbulas cortas, poderoso de aspecto, y ojos humanos que me miraban fijo con, ni más ni menos, la expresión violenta, estúpida, asesina y rastrera de un vagabundo demente que provoca a alguien balanceando una botella rota. Tenía enormes hombros corcovados, patas delanteras gruesas como troncos de hombre y terminadas en dedos regordetes con garras como uñas de disfraz, y todo él apestaba a suciedad y carne podrida.

Disparé tres veces con el rifle ligero sin molestarme en apoyarlo en el hombro, y el bruto dio media vuelta y se largó por el matorral a grandes saltos de mono. Cuando el chico llegó corriendo con el rifle pesado, ya había desaparecido. Tengo la certeza de que le di, y más de una vez, pero no imagino cuánto daño le habrán hecho a semejante bestia las pequeñas balas de repetición; me temo que no mucho.

Mi Guía de campo de los animales de Sainte Anne no deja dudas sobre el merodeador: un oso demonio (es interesante que el chico lo conozca por el mismo nombre). La Guía de campo lo caracteriza como carroñero, pero un párrafo de la descripción indica que, si se le presenta la ocasión, de muy buen grado atacará animales vivos:

…así llamado por su hábito de expoliar toda sepultura reciente no protegida por casquete de metal. Es un cavador poderoso, y para alcanzar un cadáver desplazará piedras muy grandes. Enfrentado con audacia por lo general escapa, a menudo llevando el cadáver desenterrado bajo una pata delantera. Suele merodear las granjas donde haya habido una reciente matanza de animales, oportunidad en la cual probablemente atacará reses u ovejas.

Tuve que matar a la mula (una de las pardas), demasiado vapuleada para sobrevivir. Su carga la hemos distribuido entre las otras dos, que el chico y yo cuidaremos con el rifle pesado, alternando las guardias.

15 de abril . Estamos ya muy arriba en las colinas. Desde la última vez que escribí no ha habido más desastres, pero tampoco hallazgos. Además del oso demonio (que luego de que le disparé hemos visto dos veces), ahora nos sigue un tigre tedio. Lo oímos rugir, habitualmente un par de horas después de medianoche, y el chico lo identifica sin ninguna duda. Al día siguiente de haber matado a la mula, remonté dos horas nuestro rastro con la esperanza de pillar al oso demonio junto al cadáver. Llegué tarde: la mula muerta había sido despedazada, y salvo los cascos y los huesos mayores, consumida del todo, lo mismo que algo de carne de caribú que habíamos abandonado para aligerar la carga. En el lugar donde había estado el cadáver vi cientos de pisadas de diferentes especies. Ciertas huellas muy pequeñas podrían haber sido de niños humanos, pero no puedo saberlo. Ni un rastro más de la muchacha que (aún estoy seguro) visitó al chico, y él se niega a hablar de ella.

16 de abril . Hemos perdido al menos una seguidora, pero convirtiéndola en miembro de la expedición. El chico ha conseguido atraer la gata al campamento, y hasta cierto punto la ha domesticado sirviéndole restos de comida y pequeños peces, que atrapa diestramente con las manos. La gata todavía es demasiado huraña para dejar que me acerque, pero ojalá pudiera lidiar así de fácil con el tigre tedio.

Una entrevista con el chico:

Yo: Dices que cuando te quedabas con tu madre en el fondo de más allá, encontraste muchas veces anneses vivos, aparte de ti. ¿Crees que si los encontráramos ahora se nos mostrarían? ¿O saldrían corriendo?

V.R.T.: Tienen miedo.

Yo: ¿De nosotros?

V.R.T.: (calla) .

Yo: ¿Es porque los colonos mataron a tantos?

V.R.T.: (muy rápido) El Pueblo Libre es buena gente… No roban a menos que otros tengan de sobra… Trabajan… Saben criar ganado… Encuentran caballos… Ahuyentan al zorro fuego…

Yo: Tú sabes que yo no le dispararía a nadie del Pueblo Libre, ¿no? Lo único que quiero es hacerles preguntas, estudiarlos. Has leído la Introducción a la antropología cultural de Miller. ¿No advertiste que los antropólogos nunca hacen daño a los pueblos que estudian?

V.R.T.: (me escudriña) .

Yo: ¿Crees que el Pueblo Libre nos tiene miedo sólo porque maté un animal para comer? Eso no significa que vaya a matar a uno de ellos.

V.R.T.: Usted deja la carne en el suelo; podría colgarla de los árboles para que los del Pueblo Libre y los hijos de la Sombra treparan a tomarla. En cambio la deja en el suelo, cuando nos están siguiendo el oso demonio y el tigre tedio.

Yo: Ah, ¿es eso lo que te inquieta? Si hay más carne y yo te doy cuerda, ¿quieres colgarla tú? ¿Para ellos?

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