—¿Lo ha reconocido? —gritó Johns, que se había echado hacia adelante con el rostro alerta.
—No. Era demasiado rápido.
En ese preciso momento el jet apareció delante, y emprendió un rumbo de colisión directamente hacia ellos. Robbins mantuvo estabilizado el helicóptero, y el jet descendió por debajo del aparato en el último instante.
—¡... el muy bastardo! —maldijo Johns—. ¿Qué es?
—Creo que es un jet como el que fotografió Astourde —dijo Wentik.
El avión había virado de nuevo y volaba hacia ellos a babor. Se produjo un brillante destello, y algo estalló justo frente al helicóptero. La explosión estremeció a los tres hombres, y atravesaron la nube de humo negro antes de que tuvieran oportunidad de evitarla.
El antiquísimo aviso. Inequívoco en su significado. Alto.
—Creo que quiere que nos paremos.
—De acuerdo.
El piloto levantó la nariz del aparato, y ajustó la velocidad del motor hasta que cesaron de avanzar.
—¿Ahora, qué...? —murmuró Johns. —Aguardar y observar.
Wentik miró a su alrededor intentando vislumbrar el jet, pero el avión se había alejado a toda velocidad otra vez y no pudo verlo en ninguna parte. El piloto mantuvo estabilizado el helicóptero.
—¡Ahí está! ¡Justo delante! —dijo Johns.
Wentik vio el jet de pronto como una partícula de luz dorada. Venía otra vez directamente hacia ellos, siguiendo un curso de colisión.
—Mantenga firme el aparato —dijo a Robbins.
Al parecer, el avión se movía con más lentitud que antes. A cien metros del helicóptero su proa se alzó, y hubo una rociada de gases de escape surgentes de un grupo de eyectores para despegue y aterrizaje vertical montados en su panza. Deslizándose con un curioso movimiento entró en pérdida y se detuvo delante del helicóptero, y quedó suspendido a no más de seis metros de la cabina.
Al observar al piloto, Wentik notó que el individuo sudaba. Johns había cerrado los ojos.
—¿Qué hago ahora, señor? —dijo Robbins.
—Esté listo para actuar deprisa —dijo Wentik—. Pero siga así mientras tanto.
El avión de despegue y aterrizaje vertical se movía lentamente de un lado a otro delante de ellos, el ruido de sus motores hacía que la cubierta de la cabina resonara y vibrara. Tal como Wentik había visto en la fotografía que Astourde le mostrara, el jet no tenía una cabina propiamente tal, aparte de los paneles de vidrio dispuestos al mismo nivel en los laterales de lasección frontal del fuselaje. Detrás de todos los paneles Wentik pudo distinguir vagamente la figura de un hombre.
De manera casi imperceptible, el avión se fue acercando y su movimiento de oscilación se volvió más pronunciado. Wentik se extrañó. Era como si los hombres que hubiera dentro trataran de transmitir algún mensaje.
Examinó atentamente el aparato que se acercaba hacia ellos arrastrándose. Estaba pintado de un blanco brillante, con las alas-delta de ángulo diédrico negativo pulidas en un acabado sumamente metálico. En conjunto era inmenso, probablemente de doce o quince metros de largo. Sus alas eran cortas y gruesas, con una envergadura de no más de tres metros en cada lado, aunque se extendían tres cuartas partes de la longitud del fuselaje. Al parecer no había superficies móviles en las alas, pero aparte de eso la forma general era típica.
Uno de los hombres del avión sostenía un micrófono u otro aparato de similar finalidad, y hablaba ante él. Tan cercanos estaban ya los dos vehículos que Wentik podía ver con claridad el movimiento de los labios del individuo. Buscó referencias en el costado de la nave, pero no encontró nada que pareciera tener especial relevancia. Bajo el borde delantero de una de las alas había un conjunto de letras, pero el ángulo le impedía descifrarlo. En la parte interna de la otra ala las letras TNZ habían sido estarcidas en caracteres negros y destacados, y varios paneles a lo largo de la sección delantera del fuselaje tenían pintados algo que parecía instrucciones, mas de nuevo Wentik fue incapaz de distinguir qué decían.
El aparato no contenía armamento visible, aunque tanques laterales que semejaban gruesos proyectiles blancos estaban suspendidos cerca del fuselaje.
La nariz del avión de despegue y aterrizaje vertical se hallaba a menos de tres metros del helicóptero cuando se echó hacia atrás velozmente, y al llegar a una distancia de diez metros volvió a avanzar, balanceándose como antes delante de los tres hombres. Luego retrocedió, y repitió la maniobra.
De repente, Wentik comprendió qué pretendían comunicar los ocupantes del avión.
—¡Creo que quieren que regresemos! —gritó a Robbins en medio del doble estruendo de los motores.
—¿Qué? ¿Volver a la cárcel? —preguntó Johns.
—Me temo que sea eso.
—Pero si les obedecemos no tendremos suficiente combustible para llegar a Pôrto Velho en otra ocasión.
—No creo que la decisión recaiga ya sobre nosotros.
Robbins hizo girar la barra de mando, y el helicóptero descendió hacia la derecha. El piloto maniobró para un amplio viraje de ciento ochenta grados, mientras el jet mantenía su posición por encima y detrás del helicóptero.
Una vez iniciado el largo y tambaleante descenso hacia la llanura y la cárcel, el jet siguió al helicóptero a una distancia discreta.
Robbins hizo aterrizar el helicóptero junto a la entrada principal de la cárcel. Era mediodía.
Al cabo de tres minutos, el avión de despegue y aterrizaje vertical aterrizó a veinte metros de distancia, en tanto que Wentik y los otros dos se sentaban en el rastrojal a la sombra del helicóptero.
Dos individuos que portaban caretas e intrincados cilindros de gas se acercaron trabajosamente. Se detuvieron y contemplaron a los tres hombres.
El más alto de los dos levantó su careta.
—Es ése —dijo, señalando a Wentik.
El otro individuo avanzó con rapidez, sosteniendo una especie de tubo metálico. Antes de que pudiera hacer un solo movimiento para resistirse, Wentik recibió un repentino chorro de vapor amarillo disparado por la mano del hombre. El gas era amargo, y el científico inhaló un poco antes de alcanzar a contener la respiración. Una ola de calor brotó de su nuca, dio la vuelta y llegó a su cara y ojos. Mientras su conciencia desaparecía rápidamente, Wentik se encontró mirando irresistiblemente el rostro risueño y sarcástico del individuo que se había quitado la careta.
Era Musgrove.
Segunda parte
EL HOSPITAL
Cuando Wentik recobró el conocimiento, su primer impulso fue de pánico. Se encontraba a oscuras, y un agudo ruido de gemido lo rodeaba incesantemente.
Intentó moverse, pero descubrió que todo su cuerpo estaba confinado en una pesada prenda que no le permitía más movimiento que una leve rotación lateral. Una máscara de goma cubría su nariz y boca y por ella se bombeaba aire frío, lo cual tendía a contrarrestar la oleada de claustrofobia que al principio se expandió en el interior de Wentik.
Su vuelta a la plena conciencia fue rápida y con escasos efectos secundarios. Sólo un ligero dolor a lo largo de la parte superior de la frente aún le evocaba el acre gas amarillo.
Al cabo de unos minutos se tranquilizó, y yació tranquilamente donde estaba. Aunque los acontecimientos estaban entonces fuera de su control, sintió de manera instintiva que no se encontraba en peligro inmediato alguno.
Después de veinte minutos, entró un hombre con un tazón de líquido caliente. Lo colocó en el suelo delante de Wentik y retrocedió hacia la puerta por la que había entrado.
Wentik se retorció con violencia, y trató de hablar a través de la máscara. El hombre lo miró, estiró el brazo fuera de la puerta, y se encendieron las luces. Wentik volvió los ojos al alimento de modo expresivo, e intentó otra vez pronunciar una palabra.
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