—Soy su padre. Creo que tengo derecho a saber.
—Por supuesto que tienes derecho a saber, pero no a interferir.
—No tengo ninguna intención de interferir.
Janice esbozó una macilenta sonrisa.
—¿Por qué tengo la impresión de que tus palabras no son en absoluto convincentes?
Empecé a responder, pero me interrumpió.
—No, espera un momento. Quiero darte una cosa.
Cogió un sobre de papel manila de su bolso y me lo entregó. Al abrirlo, encontré una fotografía reciente de Kaítlin, una imagen clara y definida que Janice había impreso en papel brillante.
A los dieciséis años, Kait era una muchacha bastante alta para su edad e indiscutiblemente guapa. El destino la había librado de la maldición del acné juvenil y, a juzgar por la serenidad de su expresión, también de las dificultades de la adolescencia. Su aspecto era sombrío pero saludable.
Durante unos instantes fui incapaz de descubrir qué era lo que me resultaba tan extraño de aquella imagen. Entonces me di cuenta: era su cabello. Kait había recogido su larga melena rubia en una trenza, dejando a la vista sus orejas.
Las dos.
—Esto es lo que le diste, Scott. Quería darte las gracias.
La prótesis del oído interno era invisible, y la cirugía estética, impecable. Genéticamente la oreja no era falsa, sino de Kaitlin, pues se había desarrollado a partir de un cultivo de células. Aunque no había más cicatrices que la pálida línea de sutura, mi hija continuó sintiéndose acomplejada durante los años posteriores a la operación.
—Cuando le sacaron las vendas, la oreja tenía un tono rosado, ¿sabes?, pero era perfecta. Como un capullo de rosa que empieza a abrirse.
Estuve con ella durante la operación, pero no cuando le retiraron los vendajes: coincidió con la crisis de la llegada de Damasco y había tenido que viajar hasta Siria con Sue.
Janice continuó.
—Allí mismo, en el hospital, delante de los doctores y las enfermeras, le dije que era hermosa. Kait levantó la cabeza, como si no estuviera segura de dónde procedía mi voz… ya sabes que lleva cierto tiempo adaptarse. Sin embargo, ¿sabes qué me dijo?
—¿Qué?
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Janice.
—Me dijo: “No es necesario que grites”.
Según me contó Janice, los problemas empezaron cuando Kaitlin no regresó a casa después de haber asistido a una reunión de su asociación juvenil.
—¿De qué tipo de asociación se trata?
—No es más que… bueno… —Janice titubeó.
—Si no vamos a ser honestos, esto no tiene ningún sentido — refunfuñé.
—Se trata de la división juvenil de esa organización a la que se ha afiliado Whit. Tienes que comprenderlo, Scott. No están a favor de Kuin; sólo son personas que desean encontrar una alternativa distinta al conflicto armado.
—¡Por el amor de Dios, Janice! —exclamé—, ¿Whit es un Copperhead *? Recientemente, la prensa había recuperado este término ofensivo de la Guerra Civil para referirse a los diversos movimientos kuinistas.
—Nosotros no usamos ese término —replicó Janice bajando la mirada. Por su gesto, entendí que a su marido no le gustaba—. Ya sabes que no estoy metida en política. Ni siquiera Whit… sólo se afilió porque algunos de los miembros del equipo de dirección lo hicieron. Él siempre dice que no tiene ningún sentido prepararse para una guerra que lo más probable es que nunca tengamos que librar.
Ése era el típico razonamiento Copperhead… y resultaba inquietante oírlo en labios de Janice. A pesar de que estas palabras encerraban alguna verdad, también dejaban entrever el desprecio que sentían los kuinisras por la democracia, porque estaban convencidos de que Kuin lograría restablecer el orden en un planeta dividido por demasiadas diferencias económicas, religiosas y ecológicas.
Había seguido los pasos del movimiento Copperhead en la red porque Sue opinaba que era importante y Morris lo consideraba una amenaza potencial. Y lo que había visto no me había gustado nada.
—¿Y arrastró a Kaitlin con él?
—A ella le apetecía ir. AI principio la llevó a las reuniones de los adultos, pero más tarde, Kaitlin empezó a interesarse por la división juvenil.
—¿Así que le dejaste afiliarse… sin más?
Me miró suplicante.
—La verdad es que no vi ninguna razón por la que no pudiera hacerlo. ¡Por el amor de Dios! ¡No se dedicaban a fabricar cócteles molotov ni nada de eso! Sólo hacían cosas sociales: jugaban a béisbol y hacían obras de teatro. Son adolescentes, Scott. Kaitiin estaba conociendo a todas esas personas de su misma edad. Por primera vez en su vida empezaba a tener amigos de verdad. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Encerrarla en casa?
—No he venido a juzgarte.
—De acuerdo.
—Pero quiero que me cuentes la verdad.
Janice suspiró.
—Bueno, supongo que había algunos radicales en el grupo. Ya sabes lo complicado que es evitar ese tipo de cosas. Siempre están hablando de eso en las noticias y en la red… y los jóvenes son especialmente vulnerables. Kait también comentaba cosas de vez en cuando —bajó la voz—. Cuando hablaba de Kuin, nos decía que no debíamos condenar lo que no comprendíamos y cosas similares. Sin embargo, no tenía ni idea de que se lo había tomado con tanta seriedad.
—Fue a una reunión y no regresó.
—No, ni tampoco lo hicieron diez de sus compañeros… casi todos mayores que ella. Al parecer, llevaban varias semanas hablando sobre hacer un peregrinaje… creo que ellos lo llaman haj.
Cerré los ojos.
—Pero la policía nos ha dicho que lo más probable es que todavía se encuentren en la ciudad —se apresuró a añadir—. Suponen que se han reunido con otros radicales en algún edificio abandonado mientras hacen los preparativos y reúnen las provisiones para el viaje. Espero que sea cierto…, pero es terrible.
—¿Has intentando buscarla?
—La policía nos dijo que no lo hiciéramos.
—¿Y Whit?
—Dice que debemos colaborar con la policía. Y eso también va por ti, Scott. —¿Puedes darme el nombre de algún agente de policía con el que pueda hablar?
Sacó su agenda y anotó, a regañadientes y dedicándome amargas miradas, un nombre y un número de teléfono en una servilleta de papel. —También quiero saber el nombre de ese club Copperhead al que pertenece Whit —dije.
Al oir estas palabras dio un respingo. —No quiero que causes problemas. —No es esa mi intención.
—¡Veté a la mierda! ¿Sólo has venido a la ciudad para mostrarme tu… tu desprecio moral?
—Mí hija ha desaparecido. Esa es la única razón por la que estoy aquí. ¿Qué es lo que te da tanto miedo? Ella titubeó antes de responder.
—Kait lleva fuera menos de una semana. Puede que mañana mismo decida regresar a casa. Lo único que quiero creer es que la policía está haciendo todo lo que puede, pero puedo ver esa mirada en tus ojos… y no me gusta nada.
—¿Qué mirada?
—Es como si te estuvieras preparando para llorar su muerte. —Janice…
Golpeó la mesa con la palma de la mano.
—No, Scott. Lo siento. Te agradezco todo lo que has hecho por Kait y sé lo mucho que te has esforzado. Sin embargo, no puedo decirte a qué organización pertenece Whit. Eso pertenece a su vida privada. Ya hornos hablado de todo esto con la policía y, de momento, las cosas se van a quedar así. Así que no me mires con esos… con esos jodidos ojos de funeral.
Me sentía dolido, pero no podía culpar a Janice. Ni siquiera cuando se levantó y avanzó con majestuosidad hacía la soleada calle. Sabía cómo se sentía. Kaitlin estaba en peligro y ella se estaba preguntando qué podría haber hecho mejor, cómo había permitido que sucediera todo esto, cómo era posible que las cosas se hubieran puesto tan negras con tanta rapidez.
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