Robert Wilson - Los cronolitos

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Scott Warden es un hombre perseguido por el pasado… y pronto también por el futuro. En la Tailandia de comienzos del siglo XXI es un vago en una comunidad costera de expatriados, cuando es testigo de un acontecimiento imposible: la aparición en el boscoso interior de un pilar de piedra de casi setenta metros. Su llegada colapsa los árboles en un cuarto de kilómetro alrededor de su base. Parece estar compuesto de una exótica forma de materia y la inscripción tallada muestra la conmemoración de una victoria militar… que tendrá lugar dentro de dieciséis años.
Poco después, un pilar aún mayor aparece en el centro de Bangkok. A lo largo de los siguientes años, la sociedad humana queda transformada por estos misteriosos visitantes, al parecer llegados desde el futuro reciente. ¿Quién es el guerrero “Kuin”, cuyas victorias celebran? Scott sólo quiere reconstruir su vida, pero un extraño bucle le arrastra sin cesar hacia el misterio central… y una fascinante batalla con el futuro.
Tensa, emotiva, rigurosa y emocionante, “Los Cronolitos” es una obra maestra de uno de los mejores autores de ciencia ficción de la actualidad.

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—¿Y debo suponer que las encontraron?

—Sí… y muy extrañas. Sin embargo, una de las más insólitas fuimos tú y yo.

—¿Por qué, por Cornell?

—En parte. Piénsalo bien, Scotty: una mujer que empezó a hablar de las anomalías tau y la materia exótica mucho antes de que llegara el monumento de Chumphon y que, con el tiempo, se ha convertido en una experta de renombre en el tema de los Cronolitos. Y un viejo amigo de esta mujer que, además de haber asistido a sus clases, estuvo en la playa de Chumphon y fue arrestado a menos de un kilómetro de distancia del primer Cronolito registrado pocas horas después de que éste aterrizara.

—Sue. Eso no significa nada. Y lo sabes.

—La verdad es que no tiene ningún significado causal , pero no estamos hablando de eso. Lo importante es que nos ha marcado. Intentar descubrir el origen de un Cronolito es como intentar deshacer un jersey antes de que haya sido tejido. Es imposible. A lo máximo que puedes aspirar es a encontrar ciertas hebras que sean de la longitud adecuada o de un color similar, e intentar hacer suposiciones certeras sobre cómo podrían estar unidas.

—¿Y esa es la razón por la que el FBI interrogó a mi padre?

—Están investigando absolutamente todo, porque no sabemos qué podría ser relevante.

—Esa es la lógica de la paranoia.

—Bueno, pero eso es exactamente con lo que estamos tratando: con la lógica de la paranoia. Y esa es la razón por la que ambos estamos siendo vigilados. No somos sospechosos de ningún acto criminal… al menos, en el sentido convencional del término. Pero les preocupa en qué podemos llegar a convertirnos.

—¿Quieres decir que puede que nosotros seamos los malos?

Sue contempló desde la ventanilla del avión las intermitentes nubes cumules y el océano que se extendía a nuestros pies, como un brillante espejo azul.

—Recuerda esto, Scotty: sea quien sea Kuin, probablemente no será él quien cree esa tecnología. Los conquistadores y los reyes nunca han sido físicos prominentes, sino personas que han utilizado lo que tenían a su alcance. Kuin puede ser cualquier persona y estar en cualquier lugar, pero tenemos la certeza de que robará la tecnología y… ¿acaso podemos estar seguros de que no nos la robará a nosotros? También es posible que nosotros seamos los buenos, los que tienen que resolver el enigma. No somos prisioneros, puesto que si así fuera, en estos momentos estaríamos entre rejas. Nos están vigilando, pero a la vez nos están protegiendo.

Eché un vistazo al pasillo para ver si había alguien escuchando nuestra conversación, pero Morris se encontraba en la parte delantera del avión hablando con una azafata y Ray estaba absorto en un libro. —Puedo soportar todo esto hasta cierto punto. Tengo un trabajo bastante bien remunerado en un momento en que hay miles de personas en paro; además, estoy viendo cosas que nunca imaginé que vería —no añadí que estaba alimentado mi propia obsesión por los Cronolitos—. Sin embargo, creo sólo podré soportarlo hasta cierto punto. No puedo prometer…

Que me quedaré contigo para siempre, quería decirle. Que me convertiré en tu acólito, como Ray Mosely. Eso era imposible: el mundo se estaba convirtiendo en un infierno y tenía una hija a la que proteger. Sue me interrumpió con una sonrisa pensativa. —No te preocupes, Scotty. Hoy en día nadie puede prometer nada… porque nadie está seguro de nada. Éste es uno de los lujos de los que hemos sido privados, así que tendremos que aprender a vivir sin él.

Yo había aprendido a vivir en la incertidumbre hacía mucho tiempo, puesto que uno de los requisitos imprescindibles para convivir con un padre esquizofrénico es aprender a tolerar las rarezas. Puedes soportarlas… por lo menos (como le había dicho a Sue), hasta cierto punto. Sin embargo, una vez rebasado ese punto, la locura empieza a derramarse sobre todo aquello que hay a su alrededor. Entonces, accede a tu interior y se acomoda, hasta que llega un momento en que no puedes confiar en nadie, ni siquiera en ti mismo.

El primer control de la Autopista Uno fue el más difícil de superar. Era el punto en el que el EDI estaba obligando a dar media vuelta a los supuestos peregrinos que se sentían atraídos, de forma perversa, por el lugar que debía ser evacuado.

Esta reacción, que había sido catalogada como enfermedad psiquiátrica hacía algunas décadas, se conocía como “el Síndrome de Jerusalén”, porque algunos de los turistas que visitaban esta ciudad se Quedaban tan sobrecogidos por su importancia cultural y mitológica que, sintiéndose identificados, se vestían con túnicas y sandalias y pregonaban sus sermones en el Monte de los Olivos o intentaban sacrificar animales en el Monte del Templo. El hospital psiquiátrico Kfar Shaul había sido inaugurado a principios de siglo para tratar a los pacientes que sufrían este trastorno.

La oleada de incertidumbre generada por los Cronolitos había desencadenado una nueva marea de peregrinos y la evacuación sólo había conseguido estimular su fanatismo. Jerusalén estaba siendo evacuada para garantizar la seguridad de sus habitantes pero, ¿desde cuándo le había importado eso a un fanático? Lentamente, dejamos atrás una hilera de vehículos que, en parte, habían sido abandonados en el control cuando sus conductores se habían negado a dar media vuelta. Había un tráfico continuo de coches de policía, ambulancias y grúas.

Superamos este obstáculo al atardecer y llegamos a uno de los hoteles principales del Monte Scopus cuando el último rayo de sol se desvanecía en el cielo.

Por toda la ciudad había puestos de observación. Además de los nuestros, pude ver bases militares, un puesto de la ONU, las delegaciones de un par de universidades israelíes y la zona que ocuparía la prensa internacional en el Paseo Haas. El Monte Scopus (en hebreo Har Ha T sofim , que significa “inspeccionar”) era una especie de punto estratégico. Éste fue el lugar en el que los romanos levantaron su campamento en el año 70 a.C, poco antes de que comenzara la rebelión judía… y posteriormente fue ocupado por los Cruzados, por razones similares. El espectáculo de la Ciudad Antigua era asombroso pero desalentador. Sobre todo en las zonas palestinas, resultaba obvio que la evacuación no había sido fácil, puesto que el fuego seguía ardiendo en diversos puntos.

Seguí a Sue por el desierto vestíbulo del hotel hasta una suite con habitaciones contiguas situada en la última planta. Éste iba a ser nuestro centro de operaciones. Las cortinas habían sido eliminadas y un equipo de técnicos había colocado instrumentos ópticos y de seguimiento, además de una siniestra hilera de potentes calentadores. La mayor parte de las personas que había en este lugar formaban parte del proyecto de investigación de Sue, pero sólo algunos la conocían personalmente. Fueron muchos los que se aproximaron a ella para estrecharle la mano y, aunque Sue se mostró amable, era obvio que estaba agotada.

Morris nos enseñó nuestras habitaciones privadas y después sugirió que nos reuniéramos en el restaurante del vestíbulo en cuanto hubiéramos tenido la oportunidad de pasar por la ducha y cambiarnos de ropa.

Sue preguntó cómo se las había arreglado el restaurante para continuar abierto durante la evacuación.

—Este hotel no se encuentra dentro de la zona de exclusión primaba —explicó Morris—. Cuenta con el personal mínimo para atendernos, formado exclusivamente por voluntarios, y en la cocina hay un refugio provisto de calefacción.

Permanecí unos minutos en mi habitación, contemplando la ciudad que se acurrucaba, como una manta de piedra, bajo las colinas de Judea. Las calles cercanas estaban desiertas, excepto por las patrullas de seguridad y algunas ambulancias del Hospital Universitario Hadaza, situado a unas calles de distancia, en el Monte Sinaí. Los semáforos, balanceándose con el viento, parecían ángeles paralíticos.

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