Había otro pequeño asunto en el paquete. Pero incluso el Periandros desvergonzado estaba demasiado avergonzado para pedírmelo directamente. Lo que deseaba era que yo espiara para él: hacer que mis capitanes estelares roms me mantuvieran informado de los movimientos de Lord Naria y Lord Sunteil, y que yo le pasara esos informes a él. De la forma en que consiguió frasear la petición, sin embargo, Sunteil y Naria no estaban explícitamente mencionados, y resultaba posible que yo interpretara que simplemente me pedía detallados análisis estadísticos de los movimientos comerciales entre los mundos. Así, al menos, es como decidí interpretarlo.
—Por supuesto —dije —. No veo ningún problema en ello.
—Entonces, ¿nos comprendemos mutuamente?
—Por completo —dije.
Se levantó y sirvió el vino de la despedida para mí. Me adelanté para aceptarlo, y le eché una atenta mirada de cerca mientras lo hacía. Había estado notando algo raro en él durante los últimos minutos, y deseaba comprobarlo desde más cerca.
Me había parecido que había como una especie de temblor en sus bordes, por decirlo así. Como si perdieran un poco de definición. No estaba seguro de ello; pero, por todo lo que podía decir desde la distancia donde se me había requerido que me sentare, el Decimosexto estaba teniendo algunos problemas en mantener firmes los límites de su cuerpo. Eso, por supuesto, es una característica de los dobles: siempre son plausibles duplicados de los seres humanos de los que son generados, pero se hallan en un constante estado de degeneración desde el momento mismo en que salen del molde, y un ojo atento puede detectarlo a veces, por muy sutil que sea el efecto en sus primeros estadios.
¿Había estado hablando durante todo el rato con un doble del emperador? ¿Sentado allí bebiendo su vino y mirándole a los ojos y realizando pequeñas escaramuzas políticas con él, y durante todo el tiempo había estado tratando con un mero simulacro, mientras el auténtico Decimosexto —mortalmente asustado ante la posibilidad de ser asesinado, incluso a manos de un impensable asesino como el propio rey rom— se ocultaba en algún lugar fuera de mi vista, monitorizando a su doble por conexión cortical, quizás incluso manejando un relé que le indicara al doble lo que tenía que decir? Jesu Cretchuno Moischel y Abraham! ¡Qué absurdo! ¡Qué insulto!
Si era cierto. Miré más de cerca. Pero fui incapaz de asegurarlo. Quizá todo fueran imaginaciones mías. Tal vez el temblor que había creído percibir estaba en mis ojos y no en los bordes del emperador. En cualquier caso, no había forma alguna de pincharle y hurgarle para comprobarlo; tenía que tomar mi pequeño sorbo de vino y bajar de la plataforma.
—¿Y bien? —quiso saber Polarca —. ¿Cómo fue?
—Más o menos como esperaba. Es una pomposa mierdecita: cree realmente que es el emperador. Lo más curioso es que yo también creo que lo es. Pero había algo malditamente extraño.
—¿De qué se trata?
Le expliqué que creía que podía haber estado celebrando todo el rato mi audiencia con un doble del emperador. Polarca dio una palmada y se echó a reír.
—¡Que me cuelguen si eso no es propio de Periandros! —exclamó —. ¿Creía acaso que llevabas una bomba en el bigote? Así que quiere vivir eternamente, ¿eh?
—Creo que desea vivir lo suficiente como para conseguir que Sunteil y Naria reconozcan que es realmente el emperador —rectifiqué.
—No creo que nadie llegue a vivir tanto —murmuró Polarca. Agitó la cabeza —. ¡Un doble! ¡Puedes apostar a que lo era!
—No estoy totalmente seguro, ¿comprendes?
—Pero es muy propio de él. Es absolutamente propio de él. ¿Qué crees, enviará también un doble a esa gran ceremonia de consagración tuya? Si alguien quiere asesinarlo, aquél será un lugar excelente para hacerlo.
—Y llevarse también a todo el que esté a diez metros a la redonda de él —dije.
Polarca frunció el ceño.
—Quizá será mejor que tú también envíes un doble a la ceremonia, ¿eh, Yakoub?
Pero la gran ceremonia de consagración nunca tuvo lugar. Y Periandros aprendió que no importaba tras cuántos dobles intentara ocultarse, un asesino creativo y realmente decidido conseguiría de alguna forma llegar hasta él. Ocurrió exactamente tres días después de mi audiencia con él: Una avispa teledirigida en su baño, un pequeño y diabólico insecto artificial que se lanzó directamente sobre su presa y lo mató tan aprisa que murió con el jabón aún en su mano. Puedes utilizar dobles para un montón de cosas, pero no para que se bañen por ti.
Unas pocas horas más tarde, antes de que llegara a saber nada acerca del trágico suceso en el baño imperial, la astronave joya del Imperio se posó en la Capital llevando a un muy distinguido pasajero: ni más ni menos que Lord Sunteil, que regresaba con una notable precisión después de haber pasado los últimos meses en el exilio o, si lo prefieren ustedes, ocultándose. (Sí, la misma joya del Imperio clase Supernova que me había llevado de Xamur a Galgala cuando fui a arreglar las cosas con Shandor. Cuyo piloto era Petsha le Stevo de Zimbalou y cuyo capitán, por una notable coincidencia, era el remilgado Therione, un nativo del mismo mundo que Sunteil, Fénix)
Lo primero que hizo Lord Sunteil tras su llegada a la Capital fue proclamarse emperador, después de que le llegara con una sorprendente rapidez la noticia de que Periandros ya no se hallaba entre los vivos. Con comedidas palabras, Sunteil expresó su dolor por el tránsito del difunto Lord Periandros, al que no se refirió como el Decimosexto emperador. Él era, declaró, el Decimosexto emperador. Y el título le pertenecía, añadió, desde el instante mismo de la muerte del Decimoquinto, aunque desgraciadamente se había visto retenido hasta entonces a causa de algunos asuntos imperiales urgentes en el sistema de Haj Qaldun, y hasta entonces no había podido prestar su atención personal a los problemas del gobierno central.
Lo segundo que hizo Lord Sunteil tras su llegada a la Capital fue correr desesperadamente en busca de refugio.
Apenas había terminado de proclamar su autoridad imperial cuando un destacamento de tropas imperiales llegó para arrestarle. Sunteil consiguió salir del astro-puerto apenas por delante de ellos, y desapareció para ocultarse en alguna parte al sur de la ciudad. De alguna forma, aunque había sido capaz de enterarse con tan sorprendente rapidez de que Lord Periandros había fallecido aquel día a causa de un lamentable incidente en la intimidad de su palacio, Sunteil no había conseguido descubrir otro dato significativo; que su rival Lord Naria se hallaba ya en secreto en la Capital desde hacía algún tiempo, y que Naria —o el Decimosexto emperador, como Naria prefería que se le llamara— había conseguido obtener discretamente el apoyo de una parte sustancial de las fuerzas militares imperiales. Mientras Sunteil estaba efectuando todavía su discurso de auto-congratulación en el astro-puerto, Naria había tomado posesión del palacio imperial y estaba aceptando el homenaje de los pares del Imperio, que se mostraban absolutamente obsequiosos, aunque imagino que estaban empezando a sentirse un tanto confusos.
Un poco más tarde, ese mismo y notable día, que estoy seguro proporcionará estimulantes desafíos a los historiadores durante los siglos venideros, el difunto Lord Periandros hizo una inesperada reaparición en el canal imperial de comunicaciones. Los informes de su muerte habían sido enormemente exagerados, informó. Seguía siendo, y pensaba seguir siéndolo mucho tiempo más, el Decimosexto emperador, y apelaba a todos los ciudadanos leales a que denunciaran las mentiras del criminal Lord Sunteil y la vil intrusión en el palacio imperial del criminal Lord Naria.
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