Robert Silverberg - La estrella de los gitanos

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La estrella de los gitanos: краткое содержание, описание и аннотация

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En el año 3159, la humanidad ha conquistado las estrellas, y los otrora despreciados gitanos son hoy mimados y respetados, porque solo ellos pueden llevar a buen puerto las astronaves en sus largos saltos estelares.
Pero los gitanos tienen también otros talentos,. Arrastrados por su tradición errante, siguen vagando, pero hoy no solo a través del espacio, sino también del tiempo: su facultad de espectrar les permite trasladarse a las más remotas épocas, y volver al viejo y ya desaparecido planeta Tierra para contemplar su vida pasada, desde el esplendor de la antigua ciudad de Atlantis hasta el horror de los campos de exterminio nazis.
Y los gitanos mantienen un antiguo sueño: volver a su mundo de origen. Porque ellos nunca fueron nativos de la Tierra. Y así, contemplan desde el cielo de los mil mundos por los que se hallan ahora dispersos la Estrella Romani, de la que tuvieron que huir precipitadamente para salvar sus vidas, y anhelan el día en que podrán regresar a su hogar. Y quien mas lo anhela es Yakoub, el Rey de los Gitanos, un personaje mezcla de Falstaff y Ricardo Corazón de León, que abdicó de su trono para poner las cosas en su sitio y ahora tiene que volver a él para cumplir con el último destino de la raza rom.

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Nosotros nos manteníamos tranquilamente protegidos en el palacio rom, aguardando futuros desarrollos.

A medianoche llegó la noticia de que Julien de Gramont estaba en la pantalla y deseaba hablar urgentemente conmigo. En aquellos momentos yo no deseaba hablar urgentemente con él, pero aquéllos no eran unos momentos normales. Me volví y conecté mi pantalla.

Julien parecía abatido. Tenía los ojos hinchados, la barba desarreglada, el cuello desabrochado y caído. No me ofreció ninguna de sus habituales florituras francesas, sólo un maquinal signo de respeto hacia mi rango real.

—El Decimosexto emperador —dijo — solicita una conferencia con el baro rom, a la mejor conveniencia del baro rom, lo antes posible.

—¿ Cuál Decimosexto? —respondí, incisiva y muy poco diplomáticamente.

—El antiguo Lord Periandros, por supuesto —dijo Julien, con voz cansada y deshinchada.

Muy propio de Julien seguir considerando a su patrón y héroe como el único y legítimo Decimosexto, en unos momentos en que los otros dos lores estaban reclamando el mismo título para ellos, y cuando Periandros estaba de hecho muerto. Julien había sido siempre obstinado con las causas perdidas, me recordé. ¿Por qué no debería seguir llamando a Periandros el Decimosexto? ¿Qué otra cosa podía esperarse de alguien que en la intimidad de su alma aún soñaba con recorrer los salones de espejos de Versalles como el auténtico sucesor de la grandeur de Luis XIV?

—Los informes sonde que Lord Periandros fue asesinado hoy mismo, hace apenas unas horas, Julien.

—He hablado con él hace menos de una hora, Yakoub.

—¿Con él, o con un doble de él?

—Me estás haciendo esto muy difícil, mon vieux .

—No puedo negociar con un doble, Julien.

—A mí me pareció auténtico y vivo.

—¿Y el cadáver que mostró Naria en la sala del consejo de palacio?

Julien se encogió de hombros.

—¿Un falso cadáver, quizás? ¿Una proyección? ¿Algún tipo de imagen? ¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Nom d’un nom , Yakoub, te digo que he hablado con Lord Periandros hace menos de una hora! Vive, y sigue gobernando.

—¿Pero Naria tiene el palacio en sus manos?

—Así parece. Sin embargo, Lord Periandros es el emperador. Se han producido muchos disturbios, pero Lord Periandros es el emperador. Te lo suplico, mon ami , no me hagas seguir pasando por esto. Ha sido un terrible día para todos nosotros. ¿Hablarás con él?

Asentí, y Julien puso a Periandros en la línea. O lo que se suponía que era Periandros.

Curioso. La adversidad parecía sentarle bien. Tenía un aspecto mucho menos demacrado, menos consumido, que el Periandros que había visto en la sala del trono hacía pocos días. De hecho, su apariencia era más carnosa que la del Periandros de antes. Eso despertó inmediatamente mis suspicacias, por supuesto. También parecía mucho más tranquilo de lo que yo hubiera esperado de un hombre que ha sido arrojado fuera de su palacio imperial mediante un golpe de estado aquella misma mañana. Acerqué la nariz a la pantalla, buscando el temblor delatador que me diría que estaba frente a un doble. Y conecté discretamente las extensiones de Polarca y Damiano: quería que ellos observaran también.

—Hemos lamentado vuestro silencio de hoy —dijo Periandros, sin preámbulos. Metiéndose en el tema sin ninguna delicadeza previa. Al menos no había olvidado su nos real —. Esperábamos que emitierais algún comunicado relativo a la anarquía que se ha desatado en la Capital.

Sonaba bien. Convincente. Aquel pomposo y solemne estilo akraki suyo. ¿Era posible que fuese el auténtico Periandros después de todo? ¿El que había estado aguardando en las sombras mientras va ascendía la escalinata de cristal para rendir honores a un doble?

—Hemos tenido muy pocas noticias fidedignas de lo que ha estado ocurriendo —dije —. Me pareció que lo mejor que podía hacer era esperar y ver qué era real y qué no. En cualquier caso, ¿no creéis que resulta muy poco apropiado que el baro rom haga comentarios sobre los asuntos de estado imperiales?

No era una pregunta difícil. Pero provocó una pausa momentánea, una especie de girar de engranajes mentales. A veces los dobles hacen eso. En realidad, no son tan maravillosos como eso a la hora de mantener una conversación. Pero tampoco lo son los akraki. Seguía sin saber qué pensar.

Luego Periandros respondió:

—Hubierais podido actuar como una fuerza estabilizadora. Todavía no es demasiado tarde para ello.

¿Era una ligera ondulación lo que acababa de producirse en aquel momento? ¿Una pérdida de definición en los contornos? ¿Una cierta dificultad en mantener la estructura ósea interna intacta?

¿Y por qué parecía tan malditamente suave?

Le pregunté qué creía seriamente que podía conseguir ve. ¿Persuadiría una declaración mía a Naria de que debía abandonar el palacio, o devolvería a Sunteil a Fénix?

—Contribuiría al restablecimiento del orden —dijo Periandros — el que vos siguierais reconociéndonos a nos como el emperador por derecho. Que dijerais a nuestros súbditos de todos lados que negaran su cooperación a los rebeldes. Que instarais a los lores rebeldes a rendirse en bien de toda la humanidad.

Parecía perfectamente serio.

Sonaba preparado. Incluso programado. Intenté atribuirlo a las normalmente pesadas cadencias del habla akraki. Son tan graves, todos ellos tan mecánicos, molturando incansablemente las palabras a su átona manera. No hay ni un asomo de poesía en ellas, ni la más pequeña chispa de aliento humano. Era exactamente su estilo. Sin embargo, dudaba más y más de que estuviera contemplando a un ser de carne y hueso, especialmente cuando Periandros siguió hablando.

Porque lo que empezó a decir ahora era lo enormemente que tanto él como yo necesitábamos la cooperación mutua: lo precarias que eran nuestras posiciones, lo útiles que podíamos sernos el uno al otro en asegurar nuestros respectivos tronos y en restablecer la salud del Imperio. Le había oído decir aquello mismo antes, por supuesto. Siguió hablando de la gran ceremonia de reconfirmación que montaría para mí tan pronto como yo le hubiera ayudado a sacar a los rebeldes fuera del palacio: el reconocimiento con el cetro, la nobleza acudiendo de todos los mundos a presenciar la ceremonia, un gran e inolvidable espectáculo. Revisó todo aquello exactamente de la misma forma que lo habíamos hablado durante nuestra audiencia anterior, hacía apenas unos días. Ahora estaba convencido de que me enfrentaba a un doble. Un fraude. Fuera quien fuera o lo que fuera lo que me había recibido en aquella audiencia en el trono, era seguro que éste no había sido adecuadamente informado del contenido de aquella otra conversación.

Ahora podía ver las inconfundibles manifestaciones del doble. La pérdida de definición, lo burdo de la densidad de identidad. Lo tenía completamente claro ante mis ojos, incluso en la pantalla.

No intenté interrumpirle. Dejé que siguiera y siguiera su perorata, mientras intentaba calcular las opciones estratégicas. No tenía ningún sentido aliarme con un doble. Ya me había comprometido bastante, suponía, simplemente reconociendo a Periandros en mi anterior audiencia. Pero eso podía arreglarse. Después de todo, él era el único emperador en la ciudad cuando llegué a la Capital: ¿qué se suponía que debía hacer, negarme a aceptarlo? Pero ahora…, con Periandros casi con toda seguridad muerto, y sus pretensiones sostenidas por una o más réplicas de su persona, de corta vida y básicamente absurdas, y un lord rival ocupando ya el palacio, recibiendo el homenaje de los pares…

Sí, pensé, tenía que mantener de algún modo mis distancias con aquel doble, y llegar a un entendimiento con Naria…

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