El Idradin es la única imperfección en el perfecto rostro de Xamur. Una horrible pústula, una rabiosa inflamación. Hay quienes lamentan el hecho de que una cosa tan horrible como el Idradin pueda existir en el hermoso Xamur, pero yo pienso de otro modo. Sin el cráter, Xamur parecería un mundo intolerablemente perfecto, irreal, chocante, casi fraudulento. Xamur es en cierto sentido un poco como Syluise, enmascarado por una belleza que es demasiado perfecta para nuestro imperfecto universo: necesita algún fallo para hacer que parezca genuino, lo mismo que ella. Estoy contento de que el Idradin esté ahí, y contento también de que se halle en mis tierras. Me sirve siempre como recordatorio de que el sueño de perfección es una estúpida fantasía, de que siempre hay algún horrible cancro en el más suave de los brotes.
El cráter es un gran agujero redondo que se hunde directamente hasta el hirviente magma que yace en el núcleo de Xamur. En torno a su dentado borde se extienden amplios anillos concéntricos de vieja y erosionada lava negra, docenas de ellos, arrojados a la superficie hace mucho tiempo por la feroz energía de las antiguas erupciones. Forman una especie de anfiteatro natural, hosco y tétrico y carente de vida. Puedes avanzar hasta el más inferior de los anillos —si te atreves—, y contemplar las rojas lanzas de las llamas taladrar las humeantes nubes grises, y oír las monstruosas fuerzas que eructan y retumban en las profundidades. Emanaciones de miasmas sulfúricas ascienden constantemente por el pozo, tiñendo el cielo y toda la zona colindante de un brillante amarillo parecido a un vómito. Un lugar odiosamente feo, sí.
Pero yo había vivido en sus proximidades durante tantos años que ya no podía sentir ningún odio hacia él. Ya no veía su fealdad. Llámenlo perversidad si quieren, pero la visión del Idradin se había convertido en algo que consideraba alentador e inspirador. Extraía de él una sensación de la energía de las fuerzas brutas que contenía. Que son las propias fuerzas de la creación. Vivimos en la superficie de nuestros planetas. Dentro de ellos hay soles.
Nos reunimos en el noveno círculo del cráter, lo suficientemente lejos para que los hediondos gases no nos asfixiaran, lo bastante cerca para sentir el calor y el profundo retumbar. Algunos —Biznaga, Jacinto, Damiano— parecieron repelidos y presas de náuseas ante el lugar. Chorian pareció casi aterrado. Polarca estaba tenso, y no dejaba de mirar hacia atrás por encima del hombro. Como si esperara una erupción en cualquier momento. Incluso Valerian parecía un poco preocupado, pese a que él no estaba realmente allí. Pero no había más que serenidad en los rostros de Bibi Savina y Thivt; Ammagante parecía indiferente; y Syluise, ante mi sorpresa, casi extática. Permaneció de pie con los brazos muy abiertos y la cabeza echada hacia atrás. Brillaba con una suprema radiación contra el sombrío telón de fondo de las oscuras humaredas del cráter. Me sentí loco de amor por ella, al verla así. Como un escolar. A mi edad. Sabía que era una locura. El cráter tiene ese efecto sobre mí algunas veces. Syluise también.
Dije, escrutando sus rostros uno a uno:
—De acuerdo, vayamos al grano. Mi hijo Shandor parece haberse instalado en Galgala como rey. Esto es absolutamente no legítimo, y hay que hacer algo al respecto. ¿Alguno de vosotros puede decirme cómo ha sido posible que ocurriera una cosa tan miserable como ésta?
Silencio desde todos lados. Y alguna inquieta agitación.
—Según tú, Damiano, Shandor convocó a los grandes reyes y obligó a la krisatora a elegirle. ¿Es eso realmente lo que ocurrió?
Asentimientos. Alzamientos de hombros. Una mirada llana e inexpresiva por parte de Bibi Savina.
—Jesu Cretchuno Adán y Eva, ¿no puede hablar ninguno de vosotros? Explicadme cómo la krisatora puede verse obligada a tomar una acción así. La krisatora, cuando se halla en sesión, tiene poder sobre todos los roms, incluso el rey. No al revés. ¿Quiénes formaban esa krisatora? ¿Nueve cachorros de perro? ¿Nueve robots? ¿Les amenazó? ¿Con qué? ¿Cómo puede ser considerada válida ni siquiera, por un minuto una elección efectuada bajo coacción?
Biznaga dijo:
—No hay registro de lo que ocurrió en el kris, Yakoub. Excepto que Shandor convocó a la krisatora, y cuando salieron de la sala del juicio él era el rey.
Miré a Damiano.
—Me dijiste que fueron obligados.
—Eso es lo que supongo.
—¿Quiénes formaban la krisatora? —pregunté.
—Los conoces a todos —dijo Damiano —. Los mismos que estaban en el cargo cuando fuiste nombrado rey. Bidshika. Djordi. Stevo le Yankosko, Milosh…
Lo interrumpí a media lista.
—Hubieran debido pensárselo mejor. El hijo de un rey nunca ha sido rey antes. Y con el antiguo rey aún vivo, además. ¡Oh, el bastardo, el maldito bastardo! Entró ahí dentro y les dijo lo que tenían que hacer, y ellos lo hicieron, y nadie se atrevió a murmurar una palabra contra ello. Ni siquiera vosotros. Os limitasteis a sonreír y a asentir y a dejar que ocurriera.
—¿Y tú no aceptas ninguna responsabilidad sobre ello? —dijo Valerian.
—¿Yo?
—Tú, Yakoub. De no ser por ti nada de esto hubiera ocurrido. Tú pusiste en marcha todo el proceso, ¿no crees? ¿Quién te dijo que abdicaras?
—Tenia mis razones.
—Apuesto a que sí.
—¿Crees que mi abdicación fue un capricho? ¿Piensas que sólo fue un impulso retorcido que me pasó por la cabeza? ¿Lo crees así? ¿No se te ha ocurrido pensar que tenía un plan, que estaba actuando de acuerdo con mi estrategia a largo plazo, cuando me fui de Galgala?
Se miraron entre sí. De pronto me di cuenta de lo que debían estar pensando. El viejo se ha vuelto loco, eso era lo que estaban pensando. Ahora vi que debían llevar pensándola mucho tiempo. Mis ojos llamearon.
—Así que me habéis estado siguiendo la corriente, ¿eh, jodidos bastardos?
—¿Seguirte la corriente? —preguntó Polarca.
—Pensáis que estoy loco, ¿no?
—¿He dicho yo alguna vez algo así, Yakoub?
—No lo has dicho, no —admití —. Pero lo has estado pensando. ¿No es así, Polarca?
—Absolutamente no.
—¿Valerian?
—¿Loco? ¿Tú?
—¿Damiano? ¿Biznaga? ¡Vamos, cerdos, levantad vuestras manos! ¡Quien piense que Yakoub está deslizándose plácidamente hacia la senilidad, que alce su maldita mano en el aire!
Ninguna mano se alzó. Sus rostros no reflejaron la menor emoción. ¿Estaban intimidados? ¿O estaban decididos a seguir ocultando lo que pensaban de mí, no importaba lo que fuera?
El cráter rugió y gorgoteó. Hubo un sonido de colosales masas de roca agitándose en alguna parte en su interior. Una voluta de amarillento humo brotó como un eructo a la superficie y esparció por todas partes su hedor a podredumbre, como una gigantesca ventosidad. Nadie reaccionó. Nadie se movió. Me estaban mirando como un puñado de robots, y no había forma de que yo pudiera leer lo que se ocultaba tras sus ojos.
Al cabo de un tiempo dije con voz más tranquila, bajo el más férreo control que pude conseguir:
—Quiero aseguraros que todavía estoy completamente cuerdo. Sólo por si se os haya ocurrido dudarlo. Mi abdicación puede que fuera un error táctico, aunque todavía no estoy convencido de ello, pero no fue la acción arbitraria y caprichosa de un viejo loco.
Y me lancé a una explicación completa: de cómo había empezado a sentir que estábamos deslizándonos fuera de nuestra naturaleza interior, que estábamos integrándonos más y más profundamente en el Imperio gaje cuando de hecho lo que necesitábamos era empezar a prepararnos para el regreso a la Estrella Romani que había sido nuestra meta durante tantos miles de años, y que ahora estaba quizá sólo a un par de cientos de años de distancia. Les hablé de cómo había sentido la necesidad de hacer algo espectacular a fin de sacudir un poco a la gente. De que había decidido alejarme por unos cuantos años y dejarles a todos sin líder, a fin de que pudieran meditar en el error de sus actitudes. Y de cómo había planeado regresar y reasumir el trono, más fuerte que nunca, una vez se hubiera dejado sentir todo el impacto de mi ausencia.
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