—Intento decirme a mí mismo que estás completamente cuerdo —dijo —. Pero invitar a una zorra fastidiosa y egocéntrica como ésa a una sesión de estrategia a alto nivel, Yakoub…
—¿Qué te hace pensar que la invité?
—¿Qué está haciendo aquí entonces, si no lo hiciste?
—¿Por qué no intentas averiguarlo?
—Cristo —murmuró —. ¿Crees que ella va a hablar conmigo? Pasa directamente a través de mí como si yo no existiera. Llega hasta aquí paseándose desde el espacio-puerto como la reina de Saba, con una docena de robots a sus espaldas, se instala en una de las suites principales, descarga seis sobrebolsillos de ropas y perifollos y tiaras y Dios sabe qué otras cosas, empieza a dar órdenes a todo el mundo que se pone a su alcance como si ella fuera la nueva propietaria del planeta…
—De acuerdo —dije —. Alcánzame esa toalla.
Polarca había exagerado un poco, pero sólo un poco. Syluise había venido realmente con toda una cohorte de robots, y se había aposentado en su mejor estilo en un rincón privilegiado de la casa. Fui a visitarla, y ella me recibió como si se hallara en su gran propiedad y yo fuera el huésped recién llegado.
Uno de sus robots me franqueó la entrada.
—Dispongo de todos los robots necesarios para mis huéspedes —dije —. No era preciso que trajeras los tuyos.
—No quería ser una carga.
—¿Para los robots?
—Me gustan mis propios robots, Yakoub. Saben cómo ocuparse de mis cosas de la forma que me gusta que se ocupen.
—Eres realmente una zorra, ¿sabes, Syluise?
—¿De veras lo crees así? —Hizo que pareciera como si yo le hubiera lanzado un cumplido. Lucía tan espléndida como siempre, el aspecto resplandeciente como los dorados bosques de Galgala, los ojos azules chispeando alegres, su alto y esbelto cuerpo reluciente como si estuviera envuelto por una especie de velo mágico que emitía una débil música plateada cada vez que se movía —. Me alegra tanto verte de nuevo, Yakoub.
—Me viste no hace mucho en Mulano.
—Entonces estaba espectrando. Ahora soy real. No hemos estado tan cerca el uno del otro, en carne y hueso, desde hace seis o siete años, ¿te das cuenta? —La deslumbrante sonrisa, un billón de electronvoltios —. ¿Me echaste en falta?
—¿Por qué estás aquí, Syluise?
—¿No puedes ser romántico ni siquiera por un minuto?
—Más tarde. Primero dime por qué viniste.
—Estaba preocupada por ti. Parecías muy confundido cuando te visité en aquel helado planeta tuyo.
—¿Confundido?
—Hablándome de todas aquellas cosas acerca de que habías abdicado para que tu pueblo te suplicara que volvieras. Y que lo habías hecho todo por su bien, para que pudieras conducirles a la Estrella Romani. ¿Crees realmente que tenía sentido lo que creías que estabas haciendo?
—Sí.
—Y ahora que Shandor es rey, ¿qué vas a hacer?
—Para eso he convocado esta reunión —dije —. Pero no recuerdo haberte pedido que asistieras a ella.
—Pensé que podía ser de alguna ayuda.
Querida Syluise.
—Estoy seguro que lo pensaste —dije —. Pero sigues sin haber respondido a mi pregunta. ¿Por qué estás aquí?
—Oí que habías vuelto de ese otro lugar, Mulano. La noticia corre por todo el Imperio. Que habías aterrizado en Xamur, que habías ido a tu propiedad aquí. Así que decidí venir y ofrecerte todo lo que estuviera en mi mano. No sabía nada de lo demás. Que estabas dando un gran patshiv, que habías invitado a Polarca y a Valerian y a la phuri dai y a todos los otros.
Me resultó extraño oírla utilizar las palabras romani. Patshiv, phuri dai. Las palabras romani sonaban mal procedentes de aquella perfecta imitación suya de unos labios gaje. En cierto modo, hacía años que había olvidado que en alguna parte dentro de aquel elegante envoltorio gaje que había esculpido Syluise para sí residía un alma rom. En alguna parte.
—¿Sólo una coincidencia? —dije —. ¿Que llegaras justo a tiempo para la reunión?
Asintió. Y me tendió las manos.
Bien, ¿qué podía hacer? ¿Interrogarla? ¿Era Damiano quien la había puesto al corriente, o Biznaga, o quizá, sólo Dios sabía por qué, Bibi Savina? Quizá sí; o quizá sólo fuera una coincidencia. Qué demonios: estaba allí, y supongo que me alegraba de verla.
Había sido mucho tiempo, muchísimo tiempo, tanto para Syluise como para mí. Además, nunca había sido capaz de resistirme a ella. No desde la primera vez, hacía más de cincuenta años, antes de que yo fuera rey, aquella ocasión en que Cesaro o Nano me había enviado a efectuar una visita ceremonial a los roms de Estrilidis y ella había llegado flotando surgida de la noche, joven y dorada, una visión de perfección gaje, atravesando todas mis defensas y sumergiéndome en vergonzosas obsesiones. Ven aquí, había dicho aquella noche. Te haré rey. Lo había dicho en romani, con aquellos labios gaje suyos, y yo me había sentido perdido. Alzándose sobre mí, convirtiéndome de rey en esclavo con una sola mirada. La cabeza echada hacia atrás, los labios entreabiertos, los pechos oscilando locamente. Había sido su esclavo desde entonces. ¿La estupidez de un viejo? No. Hacía cincuenta años yo no era viejo. Tampoco soy viejo ahora. Algo como aquello hubiera podido ocurrirme a cualquier edad. ¿Debe tener sentido todo lo que yo haga? Se supone que todo el mundo se ve golpeado alguna vez en su vida por una pasión irreprimible. O por el rayo del amor instantáneo, si lo prefieren así.
Llámenlo como quieran. Llámenlo locura. Syluise era mi locura.
—Ven aquí —me dijo ahora.
Sí. ¡Oh, cómo brillaba, cómo resplandecía! ¡Oh, sí, sí, sí!
Tuvimos tres días de fiestas y regocijo antes de dedicarnos a nada serio. No quería apresurar las cosas. Había estado allá fuera en la nieve durante demasiado tiempo, y era bueno tenerlos ahora a mi alrededor, a todos aquellos viejos y queridos amigos, Valerian y Polarca y Thivt, Biznaga y jacinto y Ammagante, Damiano y Syluise. No espectros esta vez —excepto Valerian—, sino suave y cálida carne.
Así que tuvimos un gran patshiv al antiguo estilo tradicional, con toda la comida y bebida que cualquiera pudiera desear y luego un poco más, y bailes y cantos y palmas. Incluso los robots se nos unieron, taconeando al ritmo hasta que captaron la cadencia y finalmente lanzándose en medio de la pista para saltar y cabriolear con el resto de nosotros. Por supuesto, nos encantó. En el patshiv todo el mundo debe ser feliz, todo el mundo debe sentirse como el más honrado de los huéspedes, incluso los robots. ¡Dios, fueron unos momentos estupendos! ¡Los grandes trozos de ternera asada, los lechones, los barriles de espumeante cerveza y denso vino tinto! Cada noche nos sentábamos en torno a un llameante fuego de finas maderas aromáticas, contándonos antiguas historias de viajes y grandes aventuras, de los caminos que habíamos tomado y las alegrías y desgracias por las que habíamos pasado. Por un momento fuera del tiempo fuimos roms de los viejos días, los vagabundos, la gente de las caravanas, los hojalateros y los decidores de la buenaventura, la gente más seria del mundo y al mismo tiempo la más alegre, disfrutando de la manera que siempre habíamos disfrutado. Y en la oscuridad de después, bajo el pálido resplandor luminoso de los pájaros nocturnos que aletean por la noche de Xamur, estaba Syluise, suave y cálida a mi tacto. Por un momento fui capaz de echar a un lado todo pensamiento de lo que aún quedaba por hacer; por ahora sólo existía Syluise, y los resplandecientes pájaros en la oscuridad, y el silencio de la noche.
Cuando estuve preparado para ocuparme de los asuntos importantes los conduje a todos fuera de la casa en un largo viaje hasta el extremo más alejado de mi propiedad, donde el cráter Idradin late y pulsa y bulle con una feroz y apasionada energía.
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