Me escucharon sobriamente, casi hoscamente. Ammagante parecía sumida en algunos complicados cálculos internos. Damiano fruncía el ceño, Chorian parecía desconcertado, Biznaga casi a punto de echarse a llorar. Los otros se mostraban asombrados o preocupados o desanimados, todos menos Syluise, que había oído todo aquello antes y simplemente parecía aburrida. Y Bibi Savina, cuya invencible serenidad permanecía inquebrantada. Se me ocurrió que tal vez la vieja arpía ni siquiera me estuviera escuchando, que posiblemente ni estuviera allí, que estaba espectrando por alguna parte en las lejanas extensiones del tiempo.
Cuando hube terminado, jacinto dijo, suavemente, fríamente:
—¿E imaginaste que íbamos a poder mantener eternamente un gobierno provisional para ti, Yakoub? ¿Que podrían transcurrir cinco años, o quizá diez, con el trono vacante, y que no habría presiones para elegir un nuevo rey?
—Pensé que se harían intentos de pedirme que volviera, antes de que eso ocurriese.
—Se hicieron —señaló Damiano —. ¿Sabes cuántos hombres envié en tu busca, empezando al año siguiente de tu desaparición?
—Dejé tras de mí mi pistas por todas partes.
—Sí, lo hiciste. Finalmente descubrimos tus señales. Pero pese a todo Chorian aún necesitó tres años para encontrarte. Y estuvimos constantemente en ello durante todo el tiempo.
—Como lo estuvieron varios lores del Imperio —dije yo —. Julien de Gramont fue enviado tras de mí por Periandros. Y por supuesto, Chorian trabajaba no sólo para ti sino también para Sunteil. Bien, esperaba ser hallado un poco antes de lo que lo fui. Y nunca soñé que Shandor, entre todos, pudiera apoderarse del trono.
—Pero lo hizo —dijo Damiano.
—Y tú se lo serviste en bandeja —añadió Valerian. Nunca ha sido muy condescendiente conmigo —. Creaste un vacío, y ese hijo de puta se apresuró a ocuparlo. ¿Nos lleva más cerca de la Estrella Romani el tener a Shandor como nuestro rey?
—Shandor no es el rey —dijo bruscamente Bibi Savina, con una voz que parecía llegar desde otro sistema solar.
Todos nos volvimos hacia la phuri dai.
—La elección no fue una elección. La abdicación no fue una abdicación. Yakoub sigue siendo el rey.
—¡Por supuesto que lo es! —exclamó Chorian, y al instante pareció avergonzado de haberse atrevido a hablar.
—¿Y el otro rey en el trono de Galgala? —dijo Biznaga —. ¿Qué es, una invención?
—¡Una invención! —tronó Valerian —. Vio el momento, alargó la mano y lo cogió. Y ahora no podemos librarnos de él. A menos que desees desencadenar una guerra civil, rocas contra rocas. Mientras los gaje se reclinan en sus sillones y se ríen de nosotros.
—Eso no debe ocurrir —dijo Thivt.
—Entonces, ¿se supone que debemos aceptar a Shandor como rey? —preguntó Damiano.
Todos se pusieron a hablar a la vez. Luego, la seca y aguda voz de Polarca interrumpió la cacofonía.
—Bibi Savina tiene razón —dijo —. Simplemente podemos ignorar a Shandor. La abdicación de Yakoub no significa nada. En primer lugar, nunca hubo entre nosotros nada parecido a una abdicación. Un rey es rey hasta que muere, o hasta que la krisatora lo depone. Nunca he oído hablar de un acto de deposición. Y aunque lo hubiera habido, podemos afirmar que fue realizado bajo imposición, y que en consecuencia no es válido. Yakoub es nuestro rey.
Biznaga agitó violentamente la cabeza.
—Pero Shandor ocupa la sede del gobierno. Shandor es reconocido por el Imperio como la cabeza visible del pueblo rom. ¿Qué medios legales tenemos para desplazarle ahora?
Empezaron a hablar de nuevo todos a la vez. Esta vez fui yo quien alzó la mano reclamando silencio.
—Tengo un plan —dije —. Yo os traje todo este lío cuando decidí abandonar el trono. Y ahora tengo intención de arreglarlo. Por mis propios medios.
—¿Cómo? —quiso saber Valerian.
—Yendo a Galgala. Solo, sin ningún tipo de escolta. En persona, no un doble. Y caminando por mi propio pie hasta el palacio del rey para decirle a mi hijo Shandor que tiene que sacar su sucio culo del trono antes de cinco minutos, o de lo contrario…
—¿Ése es tu plan? —preguntó Valerian, asombrado.
—Ése es mi plan, sí.
—¿Ir a Galgala? —dijo Jacinto —. ¿Presentarte delante de Shandor, solo, y lanzarle un ultimátum?
—Sí —dije —. Absolutamente.
Les vi mirarse de nuevo unos a otros. Las bocas abiertas, los ojos abiertos. Una incredulidad general. Sus rostros diciendo que sabían ahora, más allá de toda duda, que me había vuelto loco.
—¿Y qué ocurrirá luego? —quiso saber Valerian —. ¿Sonreirá educadamente y dirá: Por supuesto, papá, inmediatamente, papá, y se levantará y se marchará? ¿Es eso lo que esperas, Yakoub?
—No será tan sencillo.
—Creo que más bien será muy sencillo —dijo Valerian —. Harás tu discurso, y cuando él se recobre de su sorpresa te agarrará y te arrojará a una mazmorra a quince kilómetros de profundidad. O hará algo aún peor.
—¿A su propio padre? —preguntó Ammagante.
—Estamos hablando de Shandor. Es un animal, una bestia salvaje. ¿Recordáis lo que hizo aquella vez en Djebel Abdullah, cuando falló el impulsor estelar de su nave y se agotó la comida? ¿Es eso un hombre civilizado? ¿Es un hijo en quien se puede confiar? ¿Autorizar la utilización de los cuerpos de sus propios pasajeros para alimentarse, por el amor de Dios?
—Valerian…
—No —dijo, furioso —. ¿Quieres que finja que nunca ocurrió? ¡Ese Shandor es nuestro rey! ¡Es el hombre a cuyo sentido de la tradición, cuya piedad, cuya benevolencia, pretendes apelar! ¿Cómo crees que fueron muertos primero esos pasajeros? ¿Y qué crees que te hará a ti, Yakoub, si te pones al alcance de su mano?
—No me hará ningún daño —dije.
—Es una locura. Una absoluta locura.
—Puede intentar encarcelarme, sí. Pero no creo que se atreva a hacerme ningún daño. Ni siquiera Shandor haría eso. Pero si me encarcela, perderá todo apoyo que pudiera tener entre nuestro pueblo. Puedo permanecer un cierto tiempo en una mazmorra. A mi edad, aprendes muy bien a jugar al juego de la espera.
—¡Pero esto es una locura, Yakoub! —dijo Valerian —. ¿Por qué no envías un doble, al menos?
—¿Crees que con eso podría engañarle? Lo primero que hará será comprobar si soy real.
—Y cuando descubra que lo eres…
—Estoy dispuesto a correr el riesgo.
—¿Y si te mata? ¿Qué haremos nosotros sin ti?
—No lo hará. Pero si lo hace, me convertiré en un mártir. Un símbolo. El instrumento de su caída.
—¿Y quién será rey, entonces?
—¿Crees que soy el único hombre que puede ser Rey de los Roms? —exclamé —. Jesu Cretchuno, ¿acaso soy inmortal? Algún día necesitaréis otro rey. Si ese día es más pronto que más tarde, ¿qué importa? Shandor ha de ser derribado. No importa lo que cueste. Yo hice posible que se apoderara del trono, por el Diablo, hice posible que naciera, y soy quien debe quitarlo del lugar donde se ha aposentado. Lo haré yendo a Galgala. Solo.
—Es muy imprudente —murmuró Jacinto.
—Si con ello se evita una guerra entre roms y roms… —aventuró Thivt.
—No. Estoy con Valerian —dijo Polarca —. No podemos permitirnos perderte, Yakoub. Tiene que haber alguna forma menos arriesgada de echar a Shandor a un lado. Proclamar la abdicación nula y sin efecto, ídem para la elección de Shandor, establecer un gobierno legítimo aquí en Xamur, recordar a los roms de todas partes que su lealtad es hacia Yakoub…
—No —dije —. No tengo intención de reconocer la usurpación de Shandor hasta el punto de establecer un gobierno rival. Nuestra capital está en Galgala. Iré a Galgala.
Читать дальше