Le pregunté cómo había llegado a emplearse en el Imperio.
—Fui vendido a él —dijo —. Nuestra kumpania se dispersó durante la gran sequía en Fénix, y fui puesto a la venta como esclavo. Tenía siete años. El falangarca Dilvimon me vio y me compró por cincuenta cerces. Fui esclavo de Sunteil hasta que cumplí los diecisiete, y cuando me concedió mi libertad me pidió que me quedara a su servicio, cosa que hice. Confía en mí y me trata bien. Y creo que es bueno para nuestro pueblo tener a un rom como la mano derecha de Lord Sunteil.
Sonaba completamente casual acerca del hecho de haber sido esclavo. Era posible; ser vendido como esclavo no era una gran desgracia y, como mi reverenciado mentor Loiza la Vakako dijo cuando yo mismo iba a ser vendido por segunda vez, puede ser una experiencia altamente educativa para un joven rom. Después de todo, es en el agua donde aprendes a nadar. Pero sé que hay algunos que no tienen en tan alta estima como yo la institución.
Dije:
—¿Así que eres Imperio por fuera, pero sigues siendo rom por dentro?
Chorian sonrió ampliamente.
—¿Y qué otra cosa puedo ser? Auténtico rom, en carne y hueso —dijo —. Lo único que Lord Sunteil puede comprar de mí es mi tiempo. Mi alma nunca ha estado en venta. —Habíamos estado hablando en imperial, pero para esto último cambió a romani, por supuesto. Cuando es necesario decir la verdad absoluta, un rom habla en el lenguaje de su propio pueblo.
Tenía que ser un auténtico rom, hasta el punto de conocer la Gran Lengua. Pero Chorian había crecido ente los gaje, y había tristes lagunas en su educación. Nadie le había enseñado las antiguas canciones y las antiguas danzas; no sabía nada de conjuros y sortilegios; no tenía ni idea de cómo espectrar. Pero aún no había tenido ninguna oportunidad, desde que era niño, de sumergirse en el Swatura, las crónicas de nuestra raza, y el curso de nuestra historia empezaba a embrollarse en su mente.
Por supuesto, estaba familiarizado con los acontecimientos de los últimos mil años, de cómo el Reino había surgido a la existencia y de la forma en que había dispuesto sus extrañas relaciones con el Imperio. Si no otra cosa, las responsabilidades de Chorian en la corte imperial podían haber exigido de él que fuera consciente de aquella parte de la historia. Pero el resto de ella lo conocía solamente en sus brumosas líneas generales, trozos y fragmentos aquí y allá: algo de nuestros primeros días en la Estrella Romani, nuestra salida a la Gran Oscuridad, nuestro errar por el espacio y nuestra llegada a la Tierra. Tenía algún conocimiento de la grandeza de la Atlantis romani, y de la catástrofe que la había destruido. Sabía algo acerca de los terribles años de nuestra vida como desheredados entre los gaje de la Tierra. Pero nada de aquello tenía un significado sólido para él. Todo era nebuloso, vago, abstracto, mera historia, una lodosa maraña de antiguas migraciones y persecuciones prácticamente sin sentido, hacía mucho tiempo y muy lejos. De hecho, parecía la historia de otra gente. No tenía la sensación de que nada de aquello le hubiera ocurrido a él. Pero así era; por supuesto, así era. Todo lo que le había ocurrido a cualquier rom les había ocurrido a todos los roms. Si no eres uno con la historia no tienes historia; y si no tienes historia no eres nada en absoluto.
En los pocos días que estuvo conmigo intenté ayudarle. Justo antes del momento en que terminaba el Doble Día, lo llevaba fuera a los resplandecientes campos de hielo y le mostraba dónde localizar la Estrella Romani.
—Ahí —decía, señalando —. La gran roja. O Tchalai, la Estrella de Maravilla. O Netchaphoro, la Corona Luminosa, la Mensajera de Luz, el Halo de Dios. ¿La ves ahí arriba? ¿La ves, Chorian?
—¿Cómo podría no verla, Yakoub?
Y se arrodilló ante ella en el hielo.
—Hay dieciséis haces de luz que brotan de ella —le expliqué —. Uno para cada una de las dieciséis tribus originales. Puedes ver eso en el estandarte del Reino, la estrella de dieciséis puntas. Esa estrella tiene un planeta, Chorian, y es el mundo más maravilloso en todos los mil millones de galaxias.
—¿Habéis estado allí alguna vez, Yakoub?
—En mis sueños, sí.
—¿Pero nunca la habéis visto con vuestros propios ojos?
—¿Y cómo podría? Es tierra santa. Está absolutamente prohibido para cualquiera de nosotros ir allí, es el peor tipo de sacrilegio. Ningún rom ha puesto su pie en ese mundo en diez mil años.
Tuvo problemas para comprender eso: ¿por qué simplemente no subíamos a nuestras naves y partíamos a reclamar nuestro antiguo mundo natal? Sería muy fácil. ¿Qué nos lo impedía? Podíamos ir a cualquier sitio que quisiéramos, ¿no? Los jóvenes son tan impetuosos. Y no comprenden realmente la naturaleza del mundo invisible, de los lazos que no podemos ver pero que nos atan y nos constriñen. Le expliqué que se trataba de cumplir con nuestro destino a largo plazo, de un plan que estaba más allá de nuestra habilidad de captarlo. Le dije que no podíamos regresar a la Estrella Romani hasta que hubiéramos recibido una señal, una llamada, de que había llegado el momento.
Y entonces dije:
—Pero tengo intención de ir allá antes de morir, muchacho. ¿Por qué crees que he vivido tanto? Hice un juramento. Nada de muerte para mí, muchacho, hasta que haya tocado con mis dos talones el suelo de la Estrella Romani.
Me lanzó una mirada peculiar.
—¿Aunque eso sea sacrilegio?
Me volví furioso hacia él.
—¿Qué estás diciendo? No puedo ir hasta que llegue la llamada, ¿entiendes? Pero la llamada llegará pronto. Lo sé, Chorian. Tengo la certeza absoluta de ello. Y cuando ocurra…, cuando llegue el momento…
—Vos seréis el primero ahí arriba.
—El primero, sí. Mostrando el camino para el resto de nosotros. ¿Entiendes ahora?
Asintió. Contempló el negro cuenco del cielo. El aire de Mulano es frío y claro y no hay las luces de ninguna ciudad que empañen la visión del cielo. Nunca he conocido ningún otro mundo desde el cual pueda verse tan fácilmente la Estrella Romani.
—Si es tan maravilloso allí, Yakoub, ¿por qué nos fuimos?
—Tuvimos que hacerlo —respondí —. Una madre prudente echa a sus hijos para que se abran su propio camino en el universo; y la Estrella Romani fue una madre prudente para nosotros.
¿Era así? De pronto, allí, por un momento, me lo pregunté. Arrojarnos de nuestro hogar con una espada llameante y forzarnos a miles de años de desanimante errar, ¿es eso prudencia? ¿Es sabiduría? ¿Es algo propio de una madre?
Escuché lo que estaba diciendo, esa frase insincera acerca de la madre prudente que nos había arrojado de su seno, y por un extraño instante todo mi sentido de la arquitectura de nuestro destino se estremeció y se tambaleó y pareció a punto de venirse abajo. A veces todo ese vocear de proverbios no es más que una forma de barrer la angustia y el dolor e incluso el resentimiento y meterlo todo debajo de la alfombra. Pero lo que tú barres debajo de la alfombra tiene una forma especial de arrastrarse de nuevo fuera y morderte, y eso no es sólo un proverbio. Es una observación.
Arrojados por nuestra prudente madre. Bien, sí. O nuestro padre. La Estrella Romani era nuestra madre y Dios era nuestro padre, y Dios había reparado en nosotros, felices y complacidos en la Estrella Romani, y se había dicho a Sí mismo: Esos gordos y perezosos roms se están volviendo complacientes. Se están volviendo arrogantes. Están empezando a olvidar que este universo es en realidad un valle de lágrimas, un lugar de riesgo y azar donde sólo gracias a la mayor buena suerte puedes completar todo un día sin que ocurra ninguna monstruosa catástrofe. Esos roms se lo han pasado bien aquí durante demasiado tiempo. De acuerdo. Les arrojaré de este lugar de una patada en el culo. Que aprendan lo que es realmente la vida. Y así lo hizo. Y hemos estado sufriendo a causa de nuestra antigua buena suerte desde entonces.
Читать дальше