Samuel Delany - El tiempo considerado como una helice de piedras semipreciosas

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Premios Nebula 1969 y Hugo 1970 al mejor relato.

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Sentí que se me arrugaba la cara. No quise apartar la mirada. En cambio, respiré entre dientes, con un siseo, lo cual no fue mejor.

Levantó la cabeza.

—Hay muchas más que la ultima vez que estuviste aqui, ¿no?

—Te vas a matar, Halcón.

Se encogió de hombros.

—Ya ni siquiera puedo reconocer las que puse yo.

Se las miró para señalármelas.

—Oh, vamos —dije, con excesiva brusquedad. Y por espacio de tres inspiraciones, se fue poniendo cada vez más tenso, hasta que lo vi extender la mano para alcanzar el último botón.—. Muchacho —dije, tratando de reprlmir en mi voz la desesperación— ¿por qué lo haces? —y terminé por reprimir todo. No hay nada más desesperante que una voz en blanco.

Se encogió de hombros, comprendió que yo no quería eso y por un instante la furia centelleó en sus ojos verdes. Yo tampoco queria eso. Entonces dijo:

—Mira… uno toca a una persona con suavidad con dulzura, y quizá hasta con amor. Y. bueno, supongo que entonces el cerebro recibe un mensaje y algo, allí, lo interpreta como placer. Quizás algo allá arriba en mi cabeza hace una interpretación totalmente equivocada del mensaje…

Yo sacudi la cabeza.

—Tú eres un Cantor. Se sabe que los Cantores son excéntricos, es claro, pero…

Ahora él sacudía la cabeza. Entonces la furia se despejó. Y vi que una expresión pasaba de uno a otro de todos aquellos puntos que habían transmitido dolor al resto de sus facciones, y se desvanecía sin siquiera manifestarse en una palabra. Una vez más se miró las heridas que se entretejían como una red sobre el cuerpo esbelto.

—Abróchate, muchacho. Me arrepiento de haber hablado.

A mitad de la solapa sus manos se detuvieron.

—¿De veras piensas que sería capaz de entregarte?

—Abróchate.

Lo hizo. Luego dijo:

—Oh. —Y a continuación: —Es medianoche ¿sabes?

—¿Y?

—Edna acaba de pasarme la Palabra.

—¿Cuál es?

—Agata.

Asentí.

Terminó de abrocharse el cuello.

—¿En qué estás pensando?

—Vacas.

—¿Vacas?—preguntó Halcón—. ¿Por qué vacas?

—¿Has estado alguna vez en un tambo?

Negó en silencio.

—Para extraer el máximo de leche se debe mantener a las vacas en un estado de, por asi decir,vida latente. Se las alimenta por via intravenosa desde un gran tanque que bombea nutrientes por medio de tubos que se ramifican en conductos cada vez más pequeños hasta que llega a todos esos semlcadáveres de alto rendimiento.

—Lo he visto en peliculas.

—Gente.

—…y las vacas?

—Tú me has pasado la Palabra. Y ahora empieza a propagarse, a ramificarse, yo se la digo a otros, y ellos se la dicen a otros, hasta que mañana a medianoche…

—Voy a buscar…

—¡Halcón!

Se volvió.

—¿Qué?

—Tú dices que no crees que voy a ser victima de las maquinaciones de las fuerzas misteriosas que saben más que nosotros… Bueno, esa es tu opinion. Pero tan pronto como consiga deshacerme de este fardo voy a ahuecar el ala en la forma más espectacular que has visto en tu vida.

Dos arruguitas verticales surcaron la frente de Halcón.

—¿Estás seguro de que esto no lo he visto antes?

—A decir verdad me parece que si.—Ahora yo sonreí.

—Oh —dijo Halcón. E hizo un ruido que tenia toda la estructura de una carcajada pero no era mas que aire—. Iré en busca del Halcón.

Desapareció entre los árboles.

* * *

Levanté la cabeza y contemplé las pinceladas de luz de luna en el follaje.

La bajé para mirar mi maletin.

Arriba, por entre las rocas, esquivando los pastos altos venia el Halcón. Vestía traje de etiqueta gris; polera de seda gris. Por encima de la cara escabrosa, el cráneo estaba totalmente afeitado.

—¿El señor Cadwaliter-Erickson? —me tendió la mano.

Yo se la estreché: huesecitos puntiagudos envueltos en piel fofa.

—¿Cómo debo llamarlo a usted señor…?

—Arty.

—Arty el Halcon.

Yo traté de hacer ver que su elegancia gris me dejaba indiferente.

Me sonrió.

—Arty el Halcón. Eso es. Elegí ese nombre cuando era más joven que nuestro común amigo. Alex dice que usted tiene… bueno, algunas cosas que no son precisamente suyas. Que no le pertenecen.

Asentí.

—Muéstremelas.

—Le dijeron que…

Aventó con un gesto el final de mi frase.

—Vamos, déjeme ver.

Extendió la mano, sonriendo con tanta afabilidad como un cajero de banco. Pasé el pulgar por el cierre de presión. La tapa hizo tsk .

—Dígame —le dire, mirando su cabeza todavía Inclinada pare ver lo que yo tenía— ¿qué hace uno con los Servicios Especiales? Parece que me siguen los pasos.

La cabeza se levantó. La sorpresa se transformó lentamente en una mueca escabrosa.

—¡Qué me dice, señor Cadwaliter-Erickson!—Me miró abiertamente de arriba abajo.—Mantenga sus ingresos a un nivel parejo. Manténgalos a un nivel parejo, eso es algo que puede hacer.

—Si usted me compra éstas por un valor cercano al que tienen, me va a ser un poquito difícil.

—Me lo imagino. Siempre queda el recurso de darle menos…

La tapa volvio a tracer tsk .

—O, a falta de eso, podria tratar de usar la cabeza y ganarles la mano.

—Usted ha de haberles ganado la mano alguna que otra vez. Ahora está a flote, pero no siempre habrá sido asi.

El gesto de asentimiento de Arty el Halcón fue abiertamente astuto.

—Parece que usted tuvo un encontronazo con Maud. Bueno, supongo que las felicitaciones son de rigor. Y las condolencias. A mi siempre me gusta hacer lo que es de rigor.

—Me da la impresión de que usted sabe cómo cuidarse. Qulero decir que me he dado cuenta que usted no se mezcla con los invitados.

—Hay dos fiestas aqui esta noche —diio Arty—. ¿Dónde supone que desaparece Alex cada cinco minutos?

Arrugué el ceño.

—Ese juego de luces entre las rocas —señaló a mis pies— es un mandala de matices cambiantes en nuestro cielorraso. Alex se rió entre dientes —se escurre bajo las rocas donde hay un pabellón de un lujo asiático…

—¿Y otra lista de invitados en la puerta?

—Regina figure en las dos. Y yo también. Y también el chico, Edna, Lewis, Ann…

—¿Se supone que yo debo enterarme de todo esto?

—Bueno, usted vino con una persona que está en ambas listas. Pensé…

Hizo una pausa.

Yo andaba en la mala. Bueno. Un bululú aprende con rapidez que el factor de verosimilitud al imitar a alguien de las altas esferas estriba en la confianza que uno tiene en su inalienable derecho de equivocarse.

—Le propongo una cosa —le dije—: ¿Qué le parece si me cambia éstas —levanté el maletin— por información?

—¿Quiere saber cómo escapar de las garras de Maud? —En seguida meneó la cabeza.— Seria muy estúpido de mi parte decirselo, aun cuando pudiera. Además, usted tiene la fortuna de su familia en la que respaldarse. —Se golpeó la pechera con el pulgar.—Créame, muchacho. Arty el Halcón no tuvo eso. Yo no tuve nada parecido a eso. —Sus manos se hundieron en los bolsillos.—Déjeme ver lo que tiene.

Yo volvi a abrir el maletin.

El Halcón miró durante un rato. Al cabo de unos minutos levantó un par, las hizo girar, las volvió a dejar en el maletin y se metió las manos en los bolsillos.

—Le daré sesenta mil, en tabletas de crédito aprobadas.

—¿Y qué me dice de la información que le pedi?

—No le diré una sola palabra. —Sonrió.— A usted no le diria ni la hora.

Hay muy pocos ladrones exitosos en este mundo. Y todavia menos en los otros cinco. El deseo de robar es un impulso hacia lo absurdo y el mal gusto. (Los dones son poéticos, teatrales y cierto carisma a la inversa…) Pero es una ambición, como la ambición de mando, de poder, de amor.

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