Arthur Clarke - La ciudad y las estrellas

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Los hombres habían construido ciudades antes, pero ninguna como Diaspar. Diaspar: porque Diaspar tenía una leyenda. Era la última ciudad construida en la Tierra por el poder de quienes también pudieron conquistar las estrellas. Pero la grandeza de Diaspar acabó desapareciendo. Desde los más oscuros límites del Universo los Invasores atacaron el imperio creado por el hombre y lo confinaron otra vez a la Tierra. Quien fuera que abandonara la Tierra caería bajo la ira de los Invasores. Esta era la leyenda de Diaspar. Una leyenda de un billón de años…

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El navío estelar llegó a un punto de reposo, como si el robot hubiese seguido las trazas de sus recuerdos, desde su exacto origen. Bajo ellos, aparecía una columna de piedra blanca como la nieve, surgiendo del centro de un inmenso anfiteatro de mármol. Alvin esperó durante un buen rato; después, mientras la máquina había quedado inmóvil, la dirigió a un punto de aterrizaje al pie del inmenso pilar.

Incluso hasta aquel momento, Alvin había jugado con la esperanza de hallar alguna vida en aquel planeta. La esperanza se desvaneció al instante, al abandonar la cámara de compresión. Nunca antes en su vida, incluso en la desolación de Shalmirane, se había hallado ante un silencio tan profundo y absoluto. En la Tierra siempre existía el murmullo de voces, el producido por las criaturas vivientes o el suspiro del viento. Allí no existía nada de aquello, ni probablemente volvería a existir.

— ¿Por qué nos has traído a este lugar? — preguntó Alvin. Sintió un ligero interés en la respuesta, interés que se desvaneció antes de que llegase a su mente.

— El Maestro salió de aquí —repuso el robot.

— He pensado que esto sería toda una explicación — dijo Hilvar —. ¿No ves la ironía que hay en todo esto? Salió volando de este mundo en desgracia… ¡y fíjate el mausoleo que construyeron para él!

La gran columna de piedra tendría quizá cien veces la altura de un hombre, y estaba dispuesta en un círculo de metal, ligeramente levantada sobre el nivel del suelo, en aquella inmensa planicie. No tenía ningún ornamento especial, ni ostentaba inscripción alguna. ¿Por cuántos millones de años, pensó Alvin, se habrían reunido allí sus discípulos para honrarle? ¿Habrían sabido de alguna forma que murió en el exilio en la lejana Tierra?

Entonces, la cosa tenía poca importancia. El Maestro y sus discípulos se hallaban enterrados y en el más completo olvido.

— Vamos afuera — dijo Hilvar, tratando de impulsar a Alvin a salir de aquel estado depresivo de ánimo —. Hemos viajado casi la mitad del universo para ver este lugar. Al menos podremos hacer el pequeño esfuerzo de salir fuera de la nave, ¿no te parece?

A despecho de sí mismo, Alvin sonrió y siguió a Hilvar a través de la cámara reguladora de presión. Una vez fuera, sus fuerzas parecieron revivir un poco. Aunque aquel mundo estaba muerto, contenía muchas cosas de interés, cosas que podrían ayudarles a resolver alguno de los misterios del pasado.

El aire era rancio; pero respirable. A pesar de tantos soles en el cielo, la temperatura era baja. Sólo el blanco disco del Sol Central proveía de calor, dando la impresión de haber perdido mucha de su fuerza en su pasaje a través de la nebulosa que envolvía a la estrella. Los otros soles ponían su nota de color pero sin calor alguno.

Les llevó algunos minutos el hallarse seguros de que el obelisco no les diría nada. Aquel durísimo material de que estaba hecho, mostraba algunos signos definidos del paso del tiempo; sus bordes aparecían redondeados y el metal sobre el cual se erguía, había sido corroído por los pies de las generaciones de discípulos y visitantes. Resultaba extraño pensar que ellos pudieran ser los últimos, entre miles de millones de seres humanos, los que visitaran aquel lugar.

Hilvar estaba a punto de sugerir la vuelta a la nave estelar y volar hacia los edificios de los alrededores, cuando Alvin advirtió una raja larga y estrecha en el piso de mármol del anfiteatro. Caminaron a pie una considerable distancia, mientras que la hendidura se ensanchaba a medida que caminaban hasta llegar el momento en que era demasiado amplia para que un hombre la retuviera entre las piernas. Momentos más tarde, llegaron a su origen. La superficie de la planicie había sido aplastada y dividida en una enorme depresión hueca de poco calado, en más de una milla de largura. No hacía falta mucha inteligencia ni imaginación para rehacer su causa. Edades antes — aunque ciertamente mucho después de que aquel mundo hubiera quedado desierto— una forma inmensa y cilíndrica había permanecido allí y después surgido una vez más hacia el espacio abandonado el planeta y sus recuerdos.

¿Quiénes habrían sido? ¿De dónde llegaron? Alvin sólo pudo mirar y hacer especulaciones. Nunca podría saber si aquellos visitantes estuvieron allí hacía mil o un millón de años.

Caminaron en silencio hacia la nave, ahora como algo diminuto en comparación con el monstruo que había yacido enterrado en aquella inmensa grieta del suelo y salieron volando lentamente a través de la planicie hasta que llegaron al más impresionante de los edificios que la flanqueaba. Al tomar tierra frente a la ornamentada entrada principal, Hilvar resaltó algo que Alvin no había advertido hasta entonces.

— Ese edificio no parece ofrecer seguridad. Mira todas esas piedras caídas allí… es un milagro que aún se mantenga en pie. De haber algunas tormentas en este planeta, estarían ya reducidas a polvo hace mucho tiempo. No creo que sea muy prudente que nos aventuremos en el interior ninguno de los dos.

— No voy a ir, enviaré al robot, él puede hacerlo con mucha más velocidad que nosotros y no le causará mucho trastorno aunque le caiga encima todo el techo.

Hilvar aprobó la medida de precaución de su amigo; pero insistió en algo que Alvin había pasado por desapercibido. Antes de que el robot saliese de reconocimiento al lugar indicado, Alvin hizo que pasara un juego de instrucciones casi iguales a las del inteligente cerebro electrónico de la nave, para que ocurriese lo que ocurriese, pudiesen volver a la Tierra sin el piloto, cuando menos.

Les llevó poco tiempo a ambos el convencerse de que aquel mundo tenía muy poco que ofrecerles. Juntos observaron millas de corredores vacíos, alfombrados con una gruesa capa de polvo y pasajes incontables que desfilaban por la pantalla conforme el robot exploraba sus desiertos laberintos. Todos aquellos edificios diseñados por seres inteligentes, fueran cuales fueran la forma de sus cuerpos, parecían cumplir con ciertas leyes básicas y tras un buen rato incluso las formas más fantásticas y extrañas de arquitectura fallaban en evocar ninguna sorpresa, si bien la mente se hacía a fuerza de tanta repetición, propensa a caer en una especie de hipnotismo, incapaz ya de absorber más impresiones. Según parecía, aquellas edificaciones habían sido puramente residenciales y los seres que las habían habitado, habrían tenido aproximadamente el tamaño de los seres humanos. Muy bien pudieron haber sido hombres, aunque era cierto que existía una sorprendente cantidad de habitaciones y habitáculos más apropiados para criaturas dotadas con la facultad de volar, si bien no sugerían que sus constructores hubieran tenido que ser criaturas dotadas con alas. Podrían haber utilizado dispositivos antigravitatorios personales que alguna vez fuesen de uso común; pero de los cuales ya no quedaba ni rastro en Diaspar.

— Alvin — dijo Hilvar al fin —. Podríamos gastar un millón de años en explorar todos esos edificios. Es obvio que no han sido meramente abandonados… han sido cuidadosamente despojados de cuanto contenían de valor. Creo que estamos perdiendo nuestro tiempo.

— Bien, ¿y qué sugieres ahora?

— Creo que deberíamos echar un vistazo por dos o tres zonas de este planeta a ver si vemos lo mismo… como espero que así suceda. Después, podremos efectuar una rápida inspección por otros planetas y aterrizar sólo si tienen algún aspecto fundamentalmente distinto o si advertimos algo fuera de lo corriente. Eso es todo lo que podemos esperar, a menos que nos quedemos aquí por el resto de nuestras vidas.

Aquello era una verdad aplastante; ellos intentaban conectar con alguna inteligencia viva y no llevar a cabo una exploración arqueológica. Lo primero era cuestión de días, si es que podía conseguirse de alguna manera. La segunda tarea habría llevado siglos de trabajo con un ejército de hombres y de robots.

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