Y ahora, ¿qué? ¿Entregarlo después de todo aquello a los kif, encogerse de hombros y fingir que no había ocurrido nada?
El Extraño se detenía de vez en cuando examinando \o que le rodeaba como si los acontecimientos se produjeran con demasiada celeridad para él y necesitara recobrar el equilibrio. Chur y Geran le permitían detenerse cuando quería, sin darle nunca demasiada prisa, y luego le animaban suavemente para que siguiera avanzando. El Extraño avanzaba dócilmente; quizá, pensó Pyanfar con amargura, esperando que llegara su momento mientras ponía a prueba sus reflejos y memorizaba la disposición de los corredores, si poseía la inteligencia suficiente para ello.
Finalmente llegaron a la sala de operaciones con todos sus tableros llenos de luces resplandecientes y el intruso se detuvo una vez más, respirando agitadamente, mirando a su alrededor. Ahora tendremos problemas, pensó Pyanfar, pero el intruso permitió que le hicieran entrar y se dejó instalar en uno de los asientos que había ante la consola de cargamentos, ahora apagada, cerca del mostrador donde estaba Hilfy trabajando en el traductor por cuya pantalla hacía pasar una serie de cifras. El Extraño aflojó todo su cuerpo una vez sentado, con la mirada algo extraviada y sudando abundantemente, aún envuelto en la manta que seguía agarrando con fuerza. Pyanfar se acercó al asiento y la cabeza del intruso saltó rápidamente hacia arriba al notar su presencia, sus ojos otra vez alerta. No, era algo más que estar alerta: miedo. Recordaba quién le había herido y era por lo tanto capaz de reconocerlas como individuos, aunque se hubieran cambiado de ropa. Ya era algo.
—Hola —le dijo Pyanfar, usando su tono más amable para las razas extrañas, dándole una palmadita en su hombro cubierto de sudor y apartando luego a Hilfy del traductor, una unidad bastante barata consistente en un teclado unido por un cable a uno de los monitores de la nave, que no tenía nada de barato. Apretó la tecla de borrado, eliminando las cifras de Hilfy y luego la tecla de Bípedos Inteligentes, en la cual había la imagen esquematizada de una criatura provista de largos miembros. Una figura idéntica apareció en la pantalla. Apretó luego la tecla siguiente, que mostraba una hani en imagen fotográfica, y señaló su propio cuerpo.
La había comprendido. Sus ojos ardían de ansiedad. Apretó con más fuerza su manta y trató de poner los pies en el suelo para levantarse, tendiendo la mano hacia la máquina.
—Dejadle hacer —dijo Pyanfar, y Chur le ayudó a incorporarse. El intruso no hizo caso de ninguna de ellas, se apoyó en la consola y su mano temblorosa vaciló sobre el teclado. Todo el brazo le temblaba violentamente. Apretó una tecla: nave. El intruso alzó la mirada, intentando ver si le comprendían.
Pyanfar tornó con muchísimo cuidado su mano y el intruso la dejó hacer. Le hizo extender el índice y lo guió hasta la tecla de borrado y luego nuevamente a la de la nave. El intruso hizo que le soltara la mano y empezó a buscar algo, con sus dedos temblando violentamente sobre el teclado para escoger por fin la tecla de Movimiento de Figuras. Nave. Movimiento de Figuras. Otra vez nave. Hani. Borrado. Luego se la quedó mirando.
—Sí… —dijo ella, reconociendo lo que pretendía decir e indicándole con un gesto que continuara.
El intruso se volvió de nuevo hacia el teclado, buscando. Figura en Posición Supina. Encontró la imagen de los kif y un rostro grisáceo de larga nariz ocupó la pantalla junto a la Figura en Posición Supina.
—Kif —dijo Pyanfar.
La había comprendido, eso estaba claro.
—Kif —repitió como un eco. Su voz era rica y vibrante, como un ronroneo. Qué extraño resultaba oírle articular una palabra familiar, aunque resultaba algo difícil entender esa palabra cuando la lengua que la pronunciaba era capaz de evitar tanto el chasquido típico de los kif como la tos ronca de una hani. Y ahora en sus ojos había algo más que temor: furia. Pyanfar sacó las garras y apoyó los dedos sobre la imagen, apretando luego el borrado. Luego puso de nuevo en la pantalla el símbolo hani y conectó la grabación de voz—, hani, proclamó el altavoz, pronunciando al modo de su raza. Cogió el poco sofisticado micrófono y habló en beneficio de la cinta de estudio del aparato, dejando que grabara su voz.
—Hani —luego hizo aparecer otra imagen—. De pie. —Una tercera—. Caminar…
Hicieron falta algunas repeticiones pero el Extraño empezó a interesarse en el proceso y olvidó su temblorosa histeria ante la imagen del kif. Procedió empezando por la primera tecla, afanándose con el aparato pese a su debilidad física, grabando en él su propia identificación para todos los símbolos sencillos de la primera hilera, actuando de modo calmado, sin demostrar alegría ante sus descubrimientos pero sin remolonear tampoco. Luego fue procediendo cada vez más deprisa, apretando teclas y hablando a un ritmo acelerado que acabó resultando endiabladamente veloz, como si estuviera probando algo. Había setenta y seis teclas en ese modelo y las fue recorriendo todas una por una, aunque hacia el final apenas si lograba controlar el movimiento de sus dedos.
Luego se detuvo y se volvió hacia ellas con esa misma expresión abatida, dirigiéndose hacia el asiento que ocupaba antes. Llegó hasta él a duras penas y se derrumbó sobre el acolchado, envolviéndose con la manta hasta los hombros, pálido y sudoroso.
—Ha llegado a su límite —dijo Pyanfar—, dadle un poco de agua.
Chur le trajo un poco del dispensador. El Extraño la aceptó con una mano, husmeó por unos instantes el vaso de papel y luego la bebió del todo. Extendió el vaso vacío, se indicó a sí mismo y luego señaló la máquina que había sobre la consola y miró a Pyanfar, acertando con ello en cuanto a quién estaba al mando. Quería continuar, pensó Pyanfar interpretando sus gestos.
—Hilfy —dijo Pyanfar—, tráeme el manual.
Hilfy se lo entregó y Pyanfar rebuscó entre las primeras páginas los símbolos referentes al módulo que había en esos momentos en la máquina.
—¿Cuántos módulos tenemos?
—Diez. Y dos manuales.
—Eso debería permitirnos llegar a los conceptos abstractos. Bien por Haral… —puso el libro abierto en el regazo del Extraño y le indicó los símbolos que había hecho antes, enseñándole hasta dónde llegaba esa sección del libro. El intruso comprendió la relación y apretó el libro con sus dos manos, pretendiendo quedárselo—. Sí —dijo Pyanfar, haciéndole una seña afirmativa. Quizás ese gesto de afirmar con la cabeza fuera algo compartido por sus dos especies, ya que el intruso le devolvió el gesto. No parecía demasiado contentó pero ahora en su expresión había algo menos de inquietud. Sus dedos apretaron aquel libro con más fuerza.
Pyanfar miró a Hilfy y luego a Geran y Chur, que lo observaban todo con rostro inexpresivo. Sabían muy bien cuál era el nivel de inteligencia de su pasajero, pero en cuanto a conocer las dificultades que había tenido con los kif, eso ya era otro asunto, aunque imaginó que debían tener una buena idea al respecto, dado lo que habían ido oyendo y las conjeturas que habían podido formarse a partir de tales datos.
—Un camarote de pasajeros —dijo—. Creo que le gustaría tener algo de ropa. Comida y agua, su libro. Una cama limpia para dormir en ella. Un alojamiento civilizado… pero eso no quiere decir que debáis descuidaros al tratarle. Llevémosle hasta allí y que descanse.
El intruso miró a Chur y Geran al acercársele éstas y pareció algo nervioso cuando Chur le cogió del brazo para indicarle que se pusiera en pie. Señaló de nuevo hacia la máquina: deseaba poseerla, tener a mano esa oportunidad de comunicarse. Seguramente estaba esperando que le devolvieran a su rincón en el lavabo, Pyanfar le tocó el hombro desde el otro lado y luego tocó el libro que sostenía entre sus dedos, cerrando éstos en torno al libro e indicándole así que podía conservarlo. En esos momentos le pareció el mejor modo de asegurarle que la conversación no había terminado para siempre. El intruso se tranquilizó lo bastante como para permitir que le ayudaran a levantarse y luego, algo más recuperado, que le sacaran de la sala.
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