C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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—Chiquilla, por el momento estamos ciegas. Hemos reducido la velocidad a casi cero… y es probable que algunas de esas naves que andan cazándonos no lo hayan hecho, con lo que aún puede llegar alguna. Ya sabes en qué clase de situación nos coloca eso: que somos un blanco inmóvil.

—Si todas se dirigen hacia el centro —sugirió Hilfy con cautela—, podríamos saltar otra vez… podríamos desaparecer antes de que les fuera posible atraparnos y de ese modo aliviaríamos la presión que sufren esos mahe antes de que haya más daños. Quizá podamos conseguirlo en el siguiente punto de salto, quizá podamos llegar a Kirdu… después de Urtur, ¿no podríamos llegar a Kirdu en dos saltos? Salir de aquí… Después de este lugar hay otras elecciones posibles, ¿verdad?

Pyanfar la observó en silencio.

—Has estado haciendo algunas investigaciones, ¿verdad?

—Examiné los datos.

—Ya… —era una idea bastante inteligente y a ella se le había ocurrido incluso antes de saltar, pero en el asunto quedaban demasiadas piezas por encajar, demasiados movimientos que no podían ser calculados. ¿Cuál era la fuerza real de los kif, y por qué razón estaban aquí?—. Es posible —apuntó con un dedo a Hilfy—. Primero debemos cuidar de nosotras mismas. Vamos abajo y veamos cuánta mercancía nos queda.

—Creí que la habíamos tirado toda.

—Oh, no, sobrina; al menos, no la que desean los kif —se apoyó en la consola comprobando la conexión del sensor—. Creo que podemos dejarlo reposar un poco. Ven. Todas las transmisiones que se reciben quedan grabadas automáticamente: luego las comprobaremos. No puedes quedarte a vivir aquí arriba —puso la mano en el hombro de Hilfy—. Vamos a hacer unas cuantas preguntas…

Su pasajero sin invitación había quedado bien instalado después del salto: estaba envuelto en un capullo protector de mantas y se le había dado un sedante; ahora estaba junto a la ducha convertido en un montón de tela arrugada. Tenía el cuerpo retorcido formando un nudo apretado y se había cubierto la cabeza con una manta: sólo se percibía el movimiento de su respiración.

—Está atado del tobillo —le dijo Chur mientras le observaban desde el umbral—. De momento ha estado muy dócil, pero será mejor que llame a Geran y nos aseguremos —Chur era la más pequeña de la tripulación, aún más que Geran, su hermana, cuya estatura ya no era muy elevada. Tenía una barba no muy cerrada y tanto su melena como su pelaje eran de un delicado tono amarillo, aunque el calificativo «delicado» no lo aplicaría nadie que la conociera bien.

—Ahora ya somos tres —dijo Pyanfar—, veamos cómo reacciona. —Entró en la estancia y se acercó al montón de mantas que respiraba lentamente. Tosió y algo se removió entre las mantas; una esquina se alzó levemente, revelando un ojo de color claro que la contemplaba. Pyanfar le hizo una seña.

Las mantas volvieron a quedar inmóviles.

—Creo que me entiende perfectamente —dijo—. Chur, creo que deberás llamar a Geran. Puede que tengamos que hacerle salir a la fuerza y no me gustaría que sufriera daño.

Chur se fue. Hilfy se quedó con su tía. Las mantas volvieron a removerse y el intruso hizo un vacilante esfuerzo para apoyar la espalda en el ángulo formado por el lavabo y el compartimiento de la ducha.

—Está demasiado débil —dijo Hilfy—. Tía, está demasiado débil para luchar.

—Yo me quedaré vigilándole —propuso Pyanfar—. Tenemos un traductor simbólico mahendo’sat y unos cuantos manuales y módulos; Haral dijo que los había puesto en la sala de operaciones del nivel inferior. Quiero el libro elemental, y ojalá los dioses no le dieran a nadie la idea de ponerlo con el resto de la carga.

Hilfy vaciló un instante, mirando de soslayo al intruso, y luego se fue a toda prisa.

—Bueno… —dijo Pyanfar, acuclillándose como ya había hecho antes y extendiendo un dedo para trazar con él los números del uno al ocho en el suelo. De vez en cuando alzaba los ojos para contemplar al intruso, que la observaba atentamente. Unos instantes después éste salió de su nido entre las mantas e hizo el gesto de escribir algo en el suelo pero retiró el brazo y se quedó mirándola hasta que ella llegó al dieciséis y se detuvo. El intruso se envolvió más apretadamente con las mantas y sus pálidos ojos azules se clavaron en ella. Lavado tenía mejor aspecto. Su melena y su barba podían incluso calificarse de magníficas: eran sedosas y doradas como polvillo de oro. Pero en el brazo desnudo que sobresalía de las mantas había las feas huellas amoratadas de los dedos que lo habían sujetado. Esa capa de suciedad debía de esconder un montón de golpes, pensó Pyanfar, con lo que después de todo había una razón para su actitud. No es que fuera dócil, es que ahora se encontraba debilitado. Había trazado otra línea fronteriza que abarcaba su esquina y en los ojos azules había una expresión rara, quizás analítica, como si pensara en algo difícil de elucidar.

Se puso en pie, oyendo a Chur y Geran que se aproximaban hablando por el pasillo. Al verlas llegar se volvió indicándoles que esperaran un instante. Vio cómo los pálidos ojos del Extraño tomaban buena nota de los refuerzos y en ese momento Hilfy volvió con el manual.

—Dámelo —le dijo Pyanfar, extendiendo la mano sin apartar la mirada del Extraño.

Hilfy se lo entregó y Pyanfar abrió el libro, volviendo las páginas hacia el Extraño, en cuyos ojos brilló un chispazo de asombro. Se inclinó hacia él, sin importarle ya su dignidad dado lo serio del asunto, y empujó el manual sobre las baldosas hasta un lugar donde el intruso pudiera cogerlo, pero éste ignoró el libro abierto ante él. Otro truco que había fallado. Pyanfar se quedó inmóvil un momento con los brazos en las rodillas y luego se incorporó, alisando sus pantalones de seda.

—Espero que el traductor simbólico se encuentre en buen estado.

—Está perfectamente —dijo Hilfy.

—Probaremos con eso. ¿Puedes manejarlo?

—Aprendí con uno de ellos.

—Pues anda —dijo Pyanfar, haciéndole una seña a Geran y Chur—. Ponedle en pie pero con suavidad.

Hilfy se fue a toda prisa mientras que Geran y Chur avanzaban cautelosamente hacia el intruso. Pyanfar se apartó un poco, pensando que quizá se pusiera violento, pero no fue así. Cuando le tocaron en el hombro el intruso se levantó dócilmente con un poco de ayuda. Estaba desnudo y el calificarlo de macho parecía una hipótesis bastante razonable, concluyó Pyanfar, mientras el intruso cogía las mantas que habían caído a sus pies y Chur abría con grandes precauciones la cadena que le habían colocado en el tobillo, con Geran agarrándole del brazo derecho. Pyanfar frunció el ceño, algo inquieta ante la idea de tener un macho a bordo, con toda las ideas que eso podía llegar a provocar. Chur y Geran se estaban comportando con él de un modo desusadamente cortés y eso ya era un riesgo.

—Vigiladle bien —dijo Pyanfar—. Llevadle a la sala de operaciones y tened mucho cuidado con lo que hacéis —se inclinó a recoger el libro de símbolos mientras que ellas lo guiaban hacia la puerta.

El Extraño pareció dudar cuando llegaron al umbral y Chur y Geran le dieron unas palmadas en sus hombros desprovistos de vello, dejando que se tomara un tiempo para reflexionar, lo que parecía el único gesto adecuado. Permaneció inmóvil durante varios segundos, mirando hacia los dos extremos del corredor, aparentemente paralizado, pero al indicársele de nuevo…

—Vamos —dijo Geran con su voz más suave, tirando levemente de él.

El Extraño decidió cooperar y permitió que se le condujera hasta la sala de operaciones. Pyanfar les siguió con el libro bajo el brazo, irritada ante lo que les había costado hasta ahora el Extraño y con la inquietante sensación de que quizás estuviera equivocada al haber actuado de ese modo. Habían pagado demasiado por él.

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